Que no nos secuestren la vida: insumisión

La campaña de insumisión a la mili y a la prestación social sustitutoria fue una de las luchas de desobediencia civil, de enfrentamiento directo con el Estado –y su brazo armado, el Ejército– más contundentes y representativas de los últimos tiempos.

Foto: Robert Ramos

Los días 11 y 12 de junio de 1977 un centenar de personas marcharon hasta el castillo de Figueres en solidaridad con los once objetores encarcelados allí tras el primer indulto y la primera norma reguladora de la objeción al servicio militar promulgada por el gobierno de Adolfo Suárez, que fue rechazada por el Movimiento de Objeción de Conciencia. Aquí, una imagen de la marcha, interceptada por la Guardia Civil.
Foto: Robert Ramos

Desde finales de la década de los ochenta hasta la suspensión del servicio militar obligatorio el 31 de diciembre de 2001, cincuenta mil jóvenes se declararon insumisos desobedeciendo el reclutamiento forzoso, militar o civil. “Que no nos secuestren la vida”, proclamaban. Muchos de ellos fueron juzgados y casi un millar en toda España ingresaron en la cárcel, lo que generó numerosas movilizaciones de protesta, acciones de lucha no violenta, un rechazo social creciente y apoyos internacionales. Un gesto rebelde –una decisión personal en el marco de una estrategia colectiva que implicaba asumir las consecuencias de esta desobediencia– que ha cambiado profundamente la vida de miles de personas y que en nuestro país ha contribuido a profundizar en el concepto y el sentimiento antibelicista. Sin duda, resulta sintomático el preámbulo del proyecto del Estatuto de Núria (1931): “El pueblo de Cataluña, no como una aspiración exclusiva, sino como una redención de todos los pueblos de España, quisiera que la juventud fuese liberada de la esclavitud del servicio militar”.

La insumisión no se puede explicar sin tener en cuenta toda una serie de antecedentes. Por un lado, la lucha de los primeros objetores de conciencia –una historia de disidencia, resistencia e incidencia– inició el camino y, por otro, la campaña anti-OTAN (referéndum de 1986) consiguió una capacidad de movilización social muy importante y abrió el debate de uno de los pilares tabú heredados de la dictadura. El movimiento pacifista destapó la caja de los truenos cuestionando públicamente aspectos como la existencia y las funciones de las fuerzas armadas, el origen y los intereses de los conflictos bélicos, los conceptos de defensa, de seguridad y de enemigo, el gasto militar o el comercio de armas. Paralelamente, los medios de comunicación empezaron a difundir las condiciones de vida dentro de los cuarteles y las novatadas –humillaciones y vejaciones– que sufrían los soldados de reemplazo, y a hacer públicos los datos de suicidios, accidentes y muertes de jóvenes durante la realización del servicio militar.

Una historia en cuatro etapas

La historia de la objeción de conciencia, de la lucha antimilitarista y de la insumisión en España durante la segunda mitad del siglo xx puede dividirse en cuatro etapas:

1. Represión (1958-1977). Desde los primeros objetores de conciencia hasta la creación del Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC) en enero de 1977, la Ley de amnistía y la orden de incorporación aplazada o licencia temporal para los objetores de conciencia que se iban acumulando. En el año 1971 Pepe Beunza se declaró objetor de conciencia al servicio militar. Fue la primera persona en hacerlo por motivaciones políticas.

Foto: Robert Ramos

Pepe Beunza, que en 1971 fue el primer objector de conciencia español per motivos antimilitaristas y pacifistas, en una fotografía actual, mostrando el libro La utopía insumisa de Pepe Beunza, en que el historiador Perico Oliver recoge su odisea.
Foto: Robert Ramos

2. Compás de espera (1978-1984). Desde el borrador de un primer proyecto de ley a cargo del gobierno de la UCD hasta la creación de la coordinadora Mili-KK (1984) y la aprobación de la Ley de Objeción de Conciencia (LOC) definitiva por parte del gobierno del PSOE (28 de diciembre de 1984).

3. Hacia la insumisión (1985-1989). Desde la declaración de objeción colectiva contra la LOC –más de dos mil objetores de conciencia entregaron un escrito en el que expresaban su firme voluntad de desobedecerla– hasta la primera presentación de objetores insumisos ante los jueces militares. El 20 de febrero de 1989 cincuenta y siete jóvenes en todo el Estado –ocho en Cataluña– manifestaron su condición de ciudadanos civiles negándose a reconocer la autoridad militar y expresaron su decisión de no hacer la mili. A partir de ese día, cada dos meses –coincidiendo con una nueva llamada a filas–, más jóvenes se fueron presentando a los juzgados militares para declararse insumisos.

4. Con razón, insumisión (1989-2001). Desde la primera presentación de insumisos a la mili hasta la suspensión del servicio militar obligatorio en España. Los diferentes gobiernos fueron aplicando las mismas estrategias infructuosas: dividir, diluir, integrar, desvirtuar, criminalizar y reprimir. Cuando la represión era cada vez más injustificable, cuando el apoyo social iba en aumento, el Gobierno –y el poder militar– se vieron presionados a virar la dirección de las actuaciones emprendidas para intentar detener el efecto boomerang, y también abocados a modificar la legislación con el objetivo de frenar el desgaste constante y el descrédito acumulado por el Ejército. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la suspensión del servicio militar obligatorio podría ser revocada legalmente anulando la ley orgánica vigente, ya que el artículo 30, apartado 2, de la Constitución española –no modificado– reza: “La ley fijará las obligaciones militares de los españoles y regulará, con las garantías que sean precisas, la objeción de conciencia y las demás causas de exención del servicio militar obligatorio; podrá imponer, en su caso, una prestación social sustitutoria”.

Trabajo en red y complicidad con otros movimientos

La campaña de insumisión se basó en un funcionamiento asambleario y se coordinó a escala estatal aglutinando a varias organizaciones. En Cataluña la impulsaron el Movimiento de Objeción de Conciencia, la coordinadora Mili-KK, el CAMPI (Col·lectiu Antimilitarista per la Insubmissió) y las numerosas asambleas antimilitaristas comarcales. No fue un movimiento circunscrito al ámbito urbano, sino que su actividad se extendió por todo el territorio, y dio lugar a la creación de grupos de trabajo y de apoyo en numerosos lugares. Asimismo, hay que destacar la importancia del trabajo en red y del establecimiento de complicidades estrechas con otros movimientos sociales –feminista, estudiantil, vecinal, gay y lesbiano, independentista, ecologista, libertario, sindical, okupa y partidos de la izquierda anticapitalista– para intercambiar ideología y acción.

Azagra

Ilustración del dibujante Azagra para el libro Seriosament… 25 arguments per la pau en còmic [Seriamente… 25 argumentos por la paz en cómic], de la Fundació per la Pau.

También fue esencial la labor de los abogados y abogadas que dieron apoyo jurídico al movimiento antimilitarista y a los insumisos: Francesc Arnau, María José Varela, August Gil Matamala, Mateu Seguí, Josep Cruanyes, Sebastià Salellas, Jordi Sala, Mercè Álvarez, Jaume Asens…

Se contó igualmente con la implicación directa de muchas personas vinculadas al ámbito cultural: dibujantes, ilustradores y pintores (Cesc, Fina Rifà, Nazario, Mariona Millà, Azagra, Carme Solé, Ivà, Perich, Pilarín Bayés, Fer…); cantantes y grupos musicales (Lluís Llach, Companyia Elèctrica Dharma, Maria del Mar Bonet, El Último de la Fila, Marina Rossell, Lluís Gavaldà, Gerard Quintana, Brams…); escritores y escritoras (Teresa Pàmies, Miquel Martí i Pol, Maria-Mercè Marçal, Julià de Jòdar, Anna Murià, Manuel Vázquez Montalbán, Montserrat Roig, Paco Candel, Maruja Torres…); o actores, actrices y gente diversa del teatro y el cine (Sílvia Munt, Pep Munné, Ariadna Gil, Guillem-Jordi Graells, Ventura Pons, Comediants…), entre otros muchos. Lluís María Xirinacs, Arcadi Oliveres y Gabriela Serra merecen una especial mención por su inestimable apoyo y guía.

Probablemente, el gran poso que ha dejado la insumisión, su bagaje pedagógico más significativo, es haber podido constatar el enorme potencial que tiene la desobediencia civil como herramienta de cambio personal y colectivo y su inmensa capacidad de transformación social y política. Que no se detenga, pues, el gesto rebelde.

Jordi Muñoz i Burzon

Profesor. Antiguo miembro del Movimiento de Objeción de Conciencia

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