Renace la ciudad del erotismo

© Antonio Lajusticia
Fotomosaico mural del fotógrafo Joan Fontcuberta titulado El mundo nace en cada beso, situado en la plaza de Isidre Nonell del distrito de Ciutat Vella.

Si París es conocida como la ciudad del amor, Barcelona fue la del erotismo a principios del siglo xx, y quizás ahora recupera esta tendencia.

Las relaciones estables han perdido interés, y las aplicaciones como Tinder o Grindr facilitan los contactos esporádicos, sobre todo en una ciudad (quizás la única del mundo occidental) donde la gente no se habla en los bares. Aquí, y solo aquí, una mujer se puede sentar sola o con una amiga en la barra y no le “entrará” nadie; ni siquiera la mirarán.

Hay que tener en cuenta que Barcelona es pequeña; al final, quien más quien menos conoce a alguien que conoce a alguien, y hay un cierto miedo generalizado al qué dirán y a hacer el ridículo. Por lo tanto, aunque cuenta con reputados clubes de swingers, nunca te has atrevido a ir, no fuera a ser que te encontraras con quien no querías.

No es por pudor. La sexualidad se toma de forma natural. El BDSM se ha hecho popular, en el restaurante del Raval Palosanto se hace pornococina, y el espacio Happ ha organizado debates de tuppersex con vermú. En el espacio Gestalt de Gràcia podemos encontrar talleres de tantra para hombres, y el colectivo de prostitutas Aprosex imparte un curso para enseñar el oficio, visto el aumento de la profesión.

Tal vez este aumento viene provocado por un determinado tipo de turismo que, para muchos barceloneses, pervierte la ciudad y la convierte en pornografía, en un parque de atracciones sacacuartos sin ninguna personalidad. Esta gestión del turismo enriquece las arcas y los negocios, pero quien acaba enriqueciendo a Barcelona de verdad es la gente que vive en la ciudad y que la vive.

Llúcia Ramis

Periodista

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