Retos para la paz en un futuro inmediato

El número de desafíos que se le plantearán al mundo en los próximos años es enorme, y desigual el grado de esperanza con que los afrontrarán los países. La paz global se verá amenazada, principalmente, por factores socioeconómicos y ecológicos.

Ilustración: Patossa

Ilustración: Patossa

Que vivimos en un mundo más pacífico y próspero y tecnológicamente más desarrollado que el de nuestros abuelos es una evidencia que comparte la mayoría del planeta. Son numerosos los indicadores que permiten una lectura optimista de las últimas décadas. Como muestra, el número de bajas en conflicto militar se ha reducido y han mejorado los indicadores de desarrollo económico y de esperanza de vida, así como los de mortalidad infantil o pobreza extrema. Por otro lado, el progreso de la tecnología parece imparable. Hablamos de la revolución digital, de robotización, de la inteligencia artificial, de nuevas energías limpias y baratas, de impresoras 3D y de big data aplicados a la investigación médica o a la gestión de las ciudades. Y podríamos seguir.

Pero el número de retos a los que el mundo tendrá que hacer frente en los próximos años es igualmente mayúsculo. Autores de disciplinas y orígenes geográficos diversos hace ya años que subrayan la repartición desigual de la esperanza en el mundo y del estado de ánimo con que se encaran estos retos. Optimistas: indios, chinos y una parte bastante importante de Asia. Críticos y atemorizados de manera creciente: los occidentales y, sobre todo, los europeos. Frustración y desesperanza son conceptos aplicables a una gran parte de Oriente Medio, desgarrado por luchas tribales y religiosas y por intereses económicos encubiertos. Unos conceptos aplicables también a una parte notable de la América Central golpeada por la violencia. En cuanto al resto, Sudamérica sigue con el corazón en vilo las sacudidas de su dependencia económica de la economía china y del dólar americano, y África, con indicadores en mano (VIH-SIDA, corrupción, desarrollo humano, malaria, pobreza), sigue siendo el agujero negro de la esperanza global.

Joseph Nye explicaba2 la reconfiguración del poder global en tres esferas distintas. El mundo continuará previsiblemente siendo unipolar desde la perspectiva militar. No hay capacidad militar como la de los EE. UU.; el grueso del gasto militar del planeta3 y el de la tecnología militar más avanzada se encuentran en este país. Económicamente el mundo ya es multipolar: se sostienen los EE.UU. y la UE; suben con fuerza, pero con crecientes tensiones sociales y ecológicas, países como China y la India. En cuanto a las transacciones económicas, el mundo es cada vez más apolar: empresas de nacionalidades diferentes se relevan unas a otras cada vez a mayor velocidad. Se crean nuevos sectores y desaparecen otros.

Occidente recibe estos cambios con gran preocupación, por tres razones centrales. Primeramente, porque el modelo de gobernanza global de manufactura occidental que nació en 1945 (las Naciones Unidas, el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio –antes GATT) se tambalea ante el déficit de legitimidad a la hora de reflejar un mundo y una división de poderes que ya no se corresponden con el auge de las nuevas potencias emergentes. En segundo lugar, por la amenaza yihadista en Occidente, marginal si la comparamos con lo que sucede en otras latitudes del planeta, pero muy presente en el discurso político sobre inmigración y refugiados que lanzan los populismos de derechas, los movimientos antiglobalización y antifederales, contra Washington DC, en los EE. UU., o contra Bruselas, en Europa. Finalmente, por el momento de debilidad institucional de las dos superpotencias, los EE. UU. y, de nuevo con más intensidad, la UE, atenazadas por la falta de liderazgos fuertes, la debilidad del discurso heterodoxo en política económica y social y la falta de confianza ciudadana hacia unos partidos vistos como corruptos o ineficientes para afrontar la magnitud de los retos que se plantean.

La raíz material de los retos a escala planetaria

Así pues, los principales desafíos a la paz global vendrán del complejo encaje de los nuevos retos socioeconómicos y las previsibles consecuencias del cambio climático y de la huella humana en la biosfera. En la epidermis del problema hallaremos la esfera tecnoeconómica y social. En el corazón, la precaria salud del planeta: el deshielo de los polos, los ecosistemas biológicos en regresión, la desaparición de especies animales enteras, la deforestación y el deterioro del suelo y del fondo marino, el incremento de la temperatura global, la falta de agua potable y los primeros desplazamientos de poblaciones ante la subida del nivel del mar.4

Si la globalización, desde el fin de la guerra fría, ha supuesto un acercamiento entre países, culturas y pautas de consumo, a escala planetaria también se ha generado una reacción contra el modelo de globalización económica de raíz occidental, que los últimos años ha venido a superponerse a una lectura crecientemente negativa sobre el impacto del fenómeno. Una percepción extendida y difundida por las plataformas de comunicación global, internet y la telefonía móvil, cada vez más presentes en nuestras vidas. Los datos lo demuestran: si bien el crecimiento económico de las últimas tres décadas ha estado repartido entre países y continentes, desplazándose de Occidente hacia Asia, Latinoamérica y amplias franjas del continente africano, también es cierto que ha sido un crecimiento desigual que ha ido acompañado de un incremento de las diferencias de renta dentro de los diversos países.5

La llegada de la denominada Cuarta Revolución Industrial, con el auge de la economía digital, de la robotización y de la automatización de las cadenas de suministro, está agravando a día de hoy estas tensiones. Pensemos a corto plazo en el Sudeste asiático, en países que han tomado como modelo de industrialización la especialización en áreas de producción de bajo valor añadido y mano de obra intensiva y barata. Occidente no queda al margen de esta discusión. Vivimos, pues, en un mundo crecientemente conectado y también desigual; un magma en que se generan la comparación, el descontento y el resentimiento como caldo de cultivo de la política del odio y las emociones.

Con la urbanización creciente del planeta y la proliferación de macrociudades, particularmente en África, por efecto del proceso de reordenación espacial de los territorios bajo la presión de los intereses económicos y la competencia por los recursos naturales, las tensiones se agravarán. Ejemplos actuales de tales tensiones se hallan en el mar de la China Meridional y en una parte importante del África subsahariana; un contexto en que previsiblemente se desarrollarán nuevas presiones migratorias hacia el Norte y posibles nuevos conflictos locales.

El contrapunto a estas tendencias desintegradoras solo puede llegar del fortalecimiento de nuevos mecanismos institucionales y de cooperación que nos permitan avanzar hacia un modelo económico inclusivo y que contemple la sostenibilidad del planeta. Únicamente desde la corresponsabilidad, la interdependencia y la solidaridad globales como contrapeso podremos hacer frente a los retos que nublan nuestro futuro colectivo.

Notas

1. Deaton A. (2013). The Great Escape: Health, Wealth and the Origins of Inequality. Princeton University.

2. Nye, J. (2010): “The Future of American Power. Dominance and Decline in Perspective”. Foreign Affairs.

3. www.sipri.org/databases/milex.

4. Datos del Banco Mundial (2016). High and Dry. Climate Change, Water and the Economy. Abril.

5. Véase The Economist, “Household income inequality: ladders to climb”. 29 de abril de 2016. Para Europa, las cifras se hallan en McKinsey Global Institute (2016). Poorer than their Parents? Flat or Falling Incomes in Advanced Economies. Julio.

David Murillo Bonvehí

Departamento de Ciencias Sociales de Esade (URL)

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