Una historia editorial larga y fructífera

El Gremi d’Editors de Catalunya agrupa a 279 editoriales que publican más de treinta mil títulos al año. El sector afronta hoy los desafíos de la crisis, el nuevo mercado global, la revolución tecnológica y el cambio en los hábitos de lectura: unos retos bien asumibles cuando se tiene un bagage de cinco siglos de historia.

© Pep Montserrat

Barcelona es una de las ciudades que cuentan con una historia editorial más larga y continuada en todo el mundo. Desde los inicios de la imprenta, son ya más de cinco siglos produciendo volúmenes para un amplísimo caudal de lectores. Esta vocación ininterrumpida define a la metrópoli catalana, que ha sido, y sigue siendo, la capital editorial de Hispanoamérica. ¿Cómo ha llegado Barcelona a convertirse en referencia clave de la industria cultural internacional?

Ya en la Edad Media la ciudad se dotó de lo que podríamos llamar un ecosistema del libro al completo. Desde el siglo xi existe constancia de la circulación de copias de obras religiosas y jurídicas. El historiador J. E. Ruiz-Domènec recuerda que los condes de Barcelona, también reyes de Aragón a partir del siglo xii, coincidieron en potenciar la cultura por la vía libresca, impulsando los Juegos Florales y acogiendo a escritores como Bernat Metge, autor de Lo somni. Y todo ello al tiempo que figuras próximas a la corte, como el aristócrata Bernat Tous o el archivero Pere Miquel Carbonell, creaban magníficas bibliotecas.

Otro erudito, Joan Batista Batlle, cuenta que los libreros barceloneses de la Edad Media se ocupaban de proveer a los clérigos, juristas y mercaderes adinerados de las copias de los libros propios de cada estamento. Sus colaboradores eran los copistas, los iluminadores de letras (caplletres) y los xilografistas. Cuando en el año 1445 los consellers municipales proclaman unas ordenanzas para los libreros, es la primera vez que en la Península se reconoce institucionalmente la importancia del gremio. Una calle próxima al centro medieval de la ciudad recibirá más tarde el nombre de Llibreteria.

En este ambiente de fomento de la letra escrita no es extraño que, muy poco después de que Gutenberg ponga en marcha su universal invento, artesanos alemanes como Enrique Botel o Pablo Hurus se instalen en Barcelona y organicen los primeros talleres impresores que funcionan con regularidad en España. A partir de los años ochenta del siglo xv se suceden las ediciones en latín, en catalán y en castellano surgidas de las prensas barcelonesas. El estudioso Pere Bohigas cita Lo càrcer d’amor, una traducción catalana de Cárcel de amor de 1493, impresa por Rosembach; las Histories e conquestes de Pere Tomic, de 1534, y las Antiquiores barchinonensium leges, quas vulgus usaticos appellat, de 1544, entre los más hermosos libros del periodo.

A unas decenas de kilómetros de la ciudad, la imprenta del monasterio de Montserrat da a la luz en 1499 su primera realización, un Liber meditationum vitae domini. Aunque con sucesivas interrupciones en su andadura, la editorial de la abadía sigue hoy en activo, lo que la convierte en el sello decano de Europa.

Don Quijote en el taller

Hay un episodio literario clave que ilustra la vocación editorial barcelonesa. Cuando, a principios del siglo xvii, Cervantes lleva a don Quijote hasta Barcelona –en los capítulos finales de la segunda parte de su novela–, le hace entrar en una imprenta, presumiblemente inspirada en la de Sebastià de Cormellas, donde mantiene enjundiosas conversaciones con el impresor y con un autor italiano. Cervantes proyecta así en el imaginario literario internacional a la capital catalana como ciudad del libro.

En la Cataluña de los siglos xvii y xviii la producción de libros religiosos, de texto, tratados profesionales y obras literarias se mantiene constante. El latín va a menos, el castellano a más: desde Barcelona se publicaban para el resto de España abundantes clásicos. La producción en catalán se reduce bastante, y se mantiene sobre todo a través de obras didácticas, folletos y pliegos de cordel. Para conocer este periodo, como en general para toda la temática que nos ocupa, es imprescindible la lectura de la Història de l’edició a Catalunya, de Manuel Llanas.

A menudo, los talleres de imprenta, vinculados a las librerías, tienen continuidad familiar, como ocurre con las dinastías impresoras de los Martí, los Surià o los Piferrer. En el taller de estos últimos se imprime la obra visualmente más notable del siglo xviii catalán, La máscara real, encargada por los gremios barceloneses para celebrar la llegada del rey Carlos III a la ciudad en 1759. A partir de una serie de facturas conservadas, el historiador A. Duran i Sanpere pudo reconstruir cómo funcionaba la empresa de los Piferrer. El suyo era un comercio “de cabotaje”, con expediciones a varias ciudades de la costa mediterránea, desde Alicante a Sevilla. Los envíos marítimos de libros se hacían “por mediación de polacras, faluchos, londros, tartanas, laúdes, canarios, jabeques, bergantines, balandras y otras embarcaciones”. Iban gobernadas por patrones de Palamós, Valencia, Sant Feliu, Malgrat, Mallorca, Denia o Barcelona. “Los libros –añade Duran–  iban en fardos, balas o paquetes, y en cajas de madera si estaban encuadernados”.

En este siglo florecen en Barcelona instituciones de alta cultura volcadas al mundo del libro, como la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, con sus reuniones eruditas y sus publicaciones historicistas.

Arxiu de Revistes Catalanes Antigues
Portada de El Vapor, de 24 de agosto de 1833, donde apareció publicado el poema “La pàtria” de Bonaventura Carles Aribau. La revista la dirigía el helenista y rector de la UB Antoni Bergnes de las Casas, considerado el primer editor moderno catalán.

La modernización

La máquina de imprimir plana, que llegó a principios del siglo xix, permitió mayor rapidez en la impresión y, por tanto, el abaratamiento del libro. Antoni Bergnes de las Casas fue según todos los testimonios el primer editor moderno de Cataluña, con obras como el imponente Diccionario geográfico universal en diez volúmenes, aparecidos entre 1830 y 1834. Bergnes fue también director de revistas como El Vapor, donde Aribau publicó el poema “La pàtria” (1833), considerado el punto de partida de la Renaixença.

A lo largo de todo el siglo son numerosas las figuras del mundo del libro que oscilan entre un universo editorial que juega sus grandes bazas en lengua castellana y el apoyo o la complicidad simultánea con el renacimiento de la literatura en catalán, que centrará las energías de buena parte de la intelligentsia territorial. La solidez, la tecnología y los recursos de la industria editorial en castellano facilitarán el despegue de las ediciones en lengua catalana.

Contemporáneo de Bergnes de las Casas fue Joaquim Verdaguer, quien puso en librerías la famosa serie ilustrada, en doce volúmenes, Recuerdos y bellezas de España, con láminas de F. X. Parcerisa. También Narciso Ramírez o Francisco Oliva figuraron entre los editores ilustres de la época, algunos de los cuales se desdoblaron como libreros.

En las últimas décadas del siglo se consolidan unas empresas editoriales fuertes y potentes, con naves e imprentas propias, que marcan el paso de la edición romántica a la industrial. Llevan nombres que se harán míticos, como Montaner y Simón, Salvat, Heinrich o Espasa. Sus propietarios y directivos viajan a menudo por Europa para familiarizarse con los nuevos sistemas de impresión, incorporar traducciones a sus catálogos y participar en los encuentros internacionales del gremio. Barcelona se posiciona como líder editorial del mundo hispánico gracias a sus constantes exportaciones a América y a la creación de oficinas y filiales en distintos países de ese continente.

Biblioteca Digital de Castilla y Léon / Wikimedia
La puerta del Alcázar de Ávila, tal como la representó Francesc Xavier Parcerisa en una lámina de Recuerdos y bellezas de España, publicada en 1865.

En la segunda mitad del siglo xix son varias las editoriales que publican sistemáticamente en catalán, que recibe, como lengua de cultura, un nuevo estímulo después de tres siglos. La Renaixença literaria tiene su correlato práctico en sellos como L’Avenç o La Ilustració Catalana, vinculados a revistas homónimas.

En 1897 Josep Lluís Pellicer y Eudald Canibell crean el Institut Català de les Arts del Llibre, con el doble objetivo de presionar en favor de la industria editorial y de formar profesionales en las técnicas de edición.

La ebullición del siglo xx

La Barcelona del primer tercio del siglo xx es una ciudad que se moderniza a marchas forzadas, buscando emular las grandes metrópolis europeas. La actividad librera bulle: Antoni Palau contabiliza en 1933 más de cincuenta librerías en la ciudad y eso contando solo las de viejo.

Son años de grandes proyectos: la casa Espasa lanza su Enciclopedia, siguiendo los grandes referentes alemanes, que acabará totalizando 82 volúmenes de 1.500 páginas cada uno, con un peso de 164 kilos y una longitud de seis metros lineales. Significativamente, la Espasa, que se publica en castellano, recluta entre sus redactores a lo más granado de la cultura catalanista del momento: Miquel dels Sants Oliver, Jordi Rubió i Balaguer, Pompeu Fabra, Josep Comas i Solà, Alexandre de Riquer o Ramon Casas son algunos de sus colaboradores literarios y gráficos.

Distintos sellos dan signos de la madurez del mercado en lengua catalana: Barcino, Editorial Catalana, Llibreria Catalònia, etc. Edicions Proa, creada en 1928, lanza la biblioteca A Tot Vent, que publica clásicos de la novela europea (Dostoyevski, Proust) junto a autores jóvenes locales (Benguerel, Rodoreda) y nuevas figuras internacionales (Moravia), llegando a vender de todos sus títulos cerca de un millón de ejemplares. El político Francesc Cambó, por su parte, da un fuerte empuje a las traducciones de grandes clásicos a través de la Fundació Bernat Metge.

En el terreno de la literatura de consumo, la editorial Molino lanza exitosas colecciones policíacas y de misterio. La familia Montseny-Mañé, de ideología anarquista, está detrás de la colección La Novela Ideal, de la que aparecen seiscientos volúmenes con tiradas superiores a los diez mil ejemplares.

Los años de la monarquía alfonsina ven en Barcelona el inicio del asociacionismo editorial, y en 1918 se crea la Cámara del Libro de la ciudad. En el curso de su historia, José Zendrera, fundador de Editorial Juventud, y su colega Gustavo Gili –ambos importantísimos editores por derecho propio– apoyarían, incansables, todo tipo de iniciativas gremiales, empujando a los distintos gobiernos a tomar medidas proteccionistas para su industria.

Recogiendo la iniciativa del editor y periodista valenciano –residente en Barcelona– Vicente Clavel, el gobierno de Primo de Rivera aprobó en 1926 la creación de una fiesta del libro, que al principio se celebraba el 7 de octubre y en 1930 se traspasó al 23 de abril, y que se fundió rápidamente en Cataluña con la festividad de Sant Jordi hasta hacerse indistinguibles una de otra.

En los años de la República, diversos sellos (ediciones Àgora, Juvenal, Bauzá) lanzan desde Barcelona una literatura combativa o directamente revolucionaria. La Guerra Civil tiene un efecto destructivo sobre la industria editorial catalana —que sin embargo no detiene su producción—, así como sobre el tejido intelectual de la ciudad. Al concluir la contienda, son numerosos los integrantes del mundo del libro que han de enfrentarse a depuraciones, ven restringida su actividad o emprenden el camino del exilio.

AFB
Los filólogos Jordi Rubió i Balaguer y Pompeu Fabra, en sendas imágenes de la segunda década del siglo pasado, y Josep Comas i Solà, director del Observatorio Fabra, en 1902. Fueron tres de los más destacados representantes de la cultura catalanista de su tiempo que participaron en la redacción de la Enciclopedia Espasa

Tiempo de posguerra

En la posguerra dictatorial la lengua catalana se ve reducida a una situación de semiclandestinidad desde el punto de vista de la creación y la edición. A la vez, varios editores estrella catalanes despliegan una trayectoria que marcaría la cultura española de esos años.

Tras formar parte del grupo de intelectuales del franquismo que impulsó la revista Destino, Josep Vergés lanza, a través de la editorial homónima, el premio Nadal, que haría escuela. Vergés fue también el mítico editor de la obra completa definitiva de su amigo Josep Pla.

Josep Janés i Olivé, que había animado la Cataluña prebélica con sus Quaderns Literaris, se lanza a editar en castellano, especializándose en narrativa británica. (A su muerte, la editorial José Janés fue adquirida por el editor Plaza, dando pie a Plaza & Janés, un gran sello generalista a partir de los años sesenta.)

El andaluz arraigado en Cataluña José Manuel Lara impulsa en los años cincuenta su editorial Planeta, con grandes éxitos como la trilogía de Josep Maria Gironella sobre la guerra civil española (Los cipreses creen en Dios, Un millón de muertos y Ha estallado la paz) y traducciones de best-sellers de autores como Frank Yerby y Frank G. Slaughter, a los que sumaría, muy pronto, el famoso premio Planeta de novela, que compite con el Nadal de Destino y al que en poco tiempo supera en dotación económica.

La editorial Bruguera crea una gran fábrica de sueños popular, una industria del entretenimiento que se despliega en la producción de tebeos y novelas baratas de quiosco con temática del Oeste, sentimental (con los grandes éxitos de Corín Tellado) y de aventuras, así como en adaptaciones literarias y clásicos de bolsillo.

Carlos Barral, al timón de la editorial Seix Barral, representa la modernidad y el experimentalismo. Será el principal impulsor del boom hispanoamericano de los años sesenta, un fenómeno clave. Seix Barral premia novelas de Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Guillermo Cabrera Infante, etc. Algunos de esos autores pasarán a ser representados por la agente Carme Balcells. Vargas Llosa y García Márquez se instalan en Barcelona, el boom se internacionaliza desde la capital catalana y acaba de marcar, en la historia del siglo xx, su prestigio editorial. La aportación de estos y otros sellos logra que Barcelona mantenga, en pleno franquismo, la capitalidad del libro en español.

En catalán, J. M. Cruzet y su editorial Selecta mantienen viva la llama editorial hasta que en los años sesenta, y con un mayor grado de permisividad, nacen nuevos sellos que captan la modernidad del momento, muy especialmente Edicions 62, que bajo la dirección literaria de Josep M. Castellet enlaza con los nuevos aires europeos tanto en el campo de la narrativa como en el del ensayo. La Gran Enciclopèdia Catalana, que comenzó a publicarse en 1968, es un símbolo de la recuperación del idioma y de su empuje cultural y económico. En este decenio el Club Editor, impulsado por el matrimonio Sales, publica algunas de las obras maestras de la novela catalana del siglo xx (de Rodoreda, Villalonga o el propio Sales).

Vaivenes contemporáneos

En los años previos y posteriores a la muerte de Franco se produce en Barcelona una explosión creativa. Editoriales como Anagrama y Tusquets, que venían de la izquierda antiautoritaria, se afianzan publicando obras de contracultura, nuevo periodismo y narrativa anticonvencional. La edición en catalán también se refresca y muy pronto surgirán nombres como Llibres del Mall, Quaderns Crema o Columna. Son tiempos de librerías comprometidas, que apuestan por difundir un fondo que dé respuestas al cambio político y social.

Al mismo tiempo, Planeta empieza a absorber antiguos sellos rivales, como Seix Barral o Destino, y se va consolidando como imperio editorial, en un proceso de expansión que le llevará a convertirse, ya en el siglo xxi, en el octavo gran grupo editorial del mundo.

La Ciudad Condal se convierte en campo de operacio­nes para multinacionales del libro, que la utilizan de plataforma para acceder al mercado español e hispanoamericano. La primera en llegar, en los años sesenta, es la alemana Bertelsmann, que lanza con gran éxito su Círculo de Lectores, y que en épocas posteriores se asociará sucesivamente con la italiana Mondadori y con la británica Penguin.

En los últimos decenios, Barcelona publica anualmente menos libros que Madrid (que detenta la capitalidad del libro de texto), pero genera mayor facturación, lo que la mantiene en el liderazgo del sector. Nuevos sellos como Salamandra o La Campana contribuyen a mantener el espíritu innovador. El propietario de Quaderns Crema, Jaume Vallcorba, crea la editorial en castellano Acantilado, gran referencia cultural y de recuperación de clásicos. Otros grupos como RBA y Océano mantienen su base en la ciudad.

Para dar difusión a la idea de Barcelona como ciudad libresca y de editores, el Ayuntamiento declaró en 2005 como Año del Libro y la Lectura, y desarrolló un programa de más de mil quinientas actividades. Asimismo, en octubre del 2007 la cultura catalana se presentaba como invitada en la Feria de Fráncfort, principal foro anual de encuentro para los profesionales del libro de todo el mundo.

El mundo editorial catalán no sería el que es sin las agentes literarias (y los agentes). La figura histórica y de mayor relevancia es Carme Balcells. Mercedes Casanovas, Antonia Kerrigan, Anna Soler-Pont (Pontas), Mónica Martín, Silvia Bastos, Sandra Bruna y Guillermo Schavelzon son algunos nombres de sus colegas en activo. Otra referencia insoslayable del sector la constituye el máster de Edición de la Universitat Pompeu Fabra, con proyección internacional, que dirige Javier Aparicio y que acaba de cumplir veinte años.

En la actualidad el Gremi d’Editors de Catalunya agrupa a 279 editoriales que publican más de treinta mil títulos anuales. El sector del libro afronta hoy los desafíos de la crisis, del nuevo mercado global, de la revolución tecnológica y del cambio en los hábitos de lectura. Pero cuando se cuenta con cinco siglos de historia a las espaldas, estos parecen retos francamente asumibles.

De izquierda a derecha, Manuel Vázquez Montalbán en 1979, cuando recibió el premio Planeta; Ana María Matute, ganadora del Nadal en 1960; el editor, ensayista y crítico literario Josep M. Castellet, en una foto tomada en Barcelona en 1981, y el editor de Quaderns Crema y Acantilado, Jaume Vallcorba Plana.

Nota

Una versión más amplia de este texto puede encontrarse en www.bnc.cat/Editors-i-Editats-de-Catalunya/.

Sergio Vila-Sanjuan

Periodista. Redactor jefe del suplemento Cultura/s de La Vanguardia

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