Una proyección cinematográfica

Realizar un itinerario por Barcelona con el motivo conductor del cine comporta establecer un diálogo entre la realidad presente y la cinematográfica que ayude a entender la ciudad.

© Andreu

Salgo de casa para llevar a cabo un itinerario que me hable de Barcelona vista por el cine. Recorrer la ciudad con este objetivo supone establecer un diálogo entre la realidad presente y una realidad figurada aquí, cinematográfica con el nexo de la estructura urbana, que sirva para entenderla y explicarla. No es, pues, una batería de postales ni una lista fílmica. En esta ocasión, además, tiene que ser abarcable no solo caminando, sinó también en el espacio disponible para el artículo. Preveo sacrificios dolorosos.

Las Golondrinas

Al iniciar cualquier itinerario, se precisa un ritual que separe la realidad conocida de la nueva en que te adentras, que  anuncie que “a partir de aquí tienes que mirar diferente”. Escojo embarcarme en una golondrina y salir de la ciudad. Sé que comienzo el itinerario al cambiar de rumbo para volver a puerto. El punto de partida es siempre un punto de llegada. Tengo claro el porqué de este inicio: Barcelona, perla del Mediterráneo (1911-1913), que empieza a bordo de una barca que arriba al puerto, al mismo lugar de donde parten las Golondrinas. La esencial entrada a Barcelona.

© Mediapro – Antena 3 Films / Gravier Productions / Álbum
Scarlett Johansson paseando por La Rambla en Vicky Cristina Barcelona, de Woody Allen (2008).

Contemplo la fachada marítima con la mirada de cien años atrás, pensando en otras llegadas de cine a Barcelona. Es por mar que se presenta la ciudad gris, franquista y moralista de La familia Vila (Iquino, 1950) o, solo diez años después, la rebosante de luz, color y joie de vivre de unos jóvenes en Amor bajo cero (Blasco, 1960). Por tierra, en El cerco (Iglesias, 1955) entramos en Barcelona por la plaza de Espanya, en El judas (Iquino, 1952), por Esplugues; en Amor bajo cero, otros lo hacen por una Diagonal irreconocible. Las llegadas en avión son internacionales: Mister Arkadin (Welles, 1954) o Todo sobre mi madre (Almodóvar, 1999), por ejemplo.

La Rambla

Como diría Enric Vila, entender La Rambla es entender Barcelona. ¡Y La Rambla contiene tantos itinerarios cinematográficos sobre Barcelona!

La historia de la cinematografía en Barcelona la encontramos en La Rambla. Desde el salón de descanso del Teatro Principal, donde en 1896 se produjo una de las primeras proyecciones, hasta los cines Alexandra, pasando por el Rambla, el Poliorama, el Capitol, el Catalunya, el Kursaal… Otro itinerario: el de la Barcelona-postal, la de las películas ahora más numerosas que aplican a la ciudad una mirada epidérmica y bastante vacía de sentido narrativo, que tiene en La Rambla un tópico fácil. Todo sobre mi madre es el caso reciente más evidente, aunque Vicky Cristina Barcelona (Allen, 2008) es el título que se espera leer (si bien habría bastante que decir al respecto). También podemos recorrer La Rambla repasando películas con la historia de Barcelona como argumento y que en algún momento la tienen como escenario. Me viene a la cabeza La ciutat cremada (Ribas, 1976), con un tiroteo en la azotea de la iglesia de Betlem, entre muchas otras.

© Dreamworks / Jurgen Olczyk / Álbum
El protagonista de El perfume (2006), encarnado por Ben Whishaw, ante el escaparate de la Herboristeria del Rei, en la calle del Vidre, junto a la plaza Reial.

Calle de Ferran

La calle de Ferran me lleva a recordar El perfume (Tykwer, 2006): el protagonista pasea por esta calle y detrás suyo se descubre la plaza de Sant Jaume. Pienso en otro itinerario: el de los anacronismos cinematográficos. Aunque nos corresponde creer que estamos en el París del siglo xviii, la realidad es que entonces ni existía esa calle ni la plaza estaba urbanizada como ahora.

Seguro que debe de haber alguien dedicado a recoger estos errores en algún blog. No me extrañaría.

Plaza de Antoni Maura

El cine es uno de los paradigmas de la transformación verosímil de la realidad. Una misma persona puede ser Moisés y un astronauta, y nos lo creemos. Barcelona tiene una gran facilidad cinematográfica para encarnar ficciones de tiempos y espacios diversos y diferentes a los suyos.

Llego a la plaza de Antoni Maura. La presiden dos edificios poderosos, la sede del Foment del Treball y el edificio Caixa Catalunya (hasta 1953, sede del Banco de España). La plaza lleva el nombre de un conservador liberal y la atraviesa la Vía Laietana. Pocos espacios hay en la ciudad más capitalistas. En 1957, en Rapsodia de sangre (Isasi), la plaza vivió la represión desatada por el poder comunista. En el filme la Barcelona franquista es la Hungría estalinista, convulsa por el deseo de cambios de la población: ante las dos fachadas, una manifestación pacífica es dispersada a tiros por la policía del comunismo más feroz.

Vía Laietana abajo repaso otras películas en las que Barcelona hace de actriz de carácter, como La gran esperanza blanca (Ritt, 1970), donde el parque de la Ciutadella es un parque berlinés y el Estadio Olímpico de Montjuïc, el hipódromo de La Habana; o El viaje de los malditos (Rosenberg, 1974), donde el puerto es el de Hamburgo. El castillo de Montjuïc es el de Enrique IV en Campanadas a medianoche (Welles, 1965). Sonrío pensando en otros casos, con Barcelona encarnando papeles más lamentables: el Park Güell es el castillo de Fu-Manchú en El castillo de Fu-Manchú (Franco, 1969), el Saló del Tinell y la capilla de Santa Àgata, el castillo de Drácula en Drácula (Franco, 1970), o Collserola, la selva africana en Tarzán y el misterio de la selva (Iglesias, 1973).

© Isasi Producciones / Álbum
Fotograma de Rapsodia de sangre, película de 1957 de Antonio Isasi-Isasmendi que sitúa la Hungría comunista en la Barcelona franquista y un episodio de la revuelta popular húngara en la plaza de Antoni Maura.

Plaza del Rei

En todo itinerario el punto final es tan importante como el inicial. Debe ser compendioso, conclusivo y, si puede ser, con algún elemento sorpresa. Que deje buen recuerdo del paseo y refuerce el vínculo con la mirada ejercida y el gusto por lo que se ha aprendido. A poder ser, con la sensación de que ha valido la pena el dolor de pies causado por la caminata.

Acabo mi itinerario tomando algo en las mesas de la plaza del Rei. A pocos metros se rodó una secuencia de otro de los filmes de los cincuenta que tan bien retrataron la ciudad: El ojo de cristal (A. Santillán, 1956). En la secuencia, unos niños fabulan sobre un ojo de cristal sin saber todavía que están sobre la pista correcta de un asesino. Por la técnica del plano-contraplano, tras el primer niño que habla vemos la plaza del Rei con las escaleras del Tinell y, tras el segundo, la fachada de la Casa Padellàs. Si nos fijamos, detrás del primero hay tres personas que suben con polea una gran piedra o una caja hasta la azotea de la capilla de Santa Àgata. También vemos a tres personas más que, detrás del segundo, entran en un edificio público: el Museo de Historia de la Ciudad, inaugurado no hacía muchos años. Me gusta pensar que lo que pesadamente elevan los operarios con una cuerda se trata de una pieza de alguna excavación recuperada por Duran i Sanpere, impulsor y director del museo. Un tercer elemento me fascina: el segundo niño se sienta sobre la basa y se apoya en el fuste de una columna de piedra. Es una de las grandes columnas del Templo de Augusto de Barcino. La columna estuvo en la plaza del Rei, accesible a todo el mundo, hasta el año de estreno de la película, cuando la trasladaron adonde está ahora, el espacio del templo de la calle del Paradís, para ser admirada en la distancia museística con reverencia histórica.

Por una parte, pues, la contemporaneidad de la película se funde con el pasado de la ciudad (en la plaza del Rei están presentes todas las épocas históricas de Barcelona); por otra, en el filme los niños fabulan sobre los hechos que viven (¡y aciertan!), y, no muy lejos de ellos, la ciudad finalmente empezaba y continúa todavía la construcción del relato riguroso de los hechos que ha vivido. Así, solo en este breve momento de cine barcelonés, Barcelona se muestra en toda su historicidad narrativa y en toda su narratividad histórica, en un juego de espejos donde los límites entre realidad y ficción se disuelven a través de la mirada ejercida en un itinerario urbano.

Xavier Cazeneuve

Historiador

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