Xavier Martí: “El estigma hace más daño que la propia enfermedad”

Uno de cada cuatro barceloneses tiene un problema de salud mental. Los más comunes son la ansiedad y la depresión y, de los que requieren ingreso hospitalario, la bipolaridad y la esquizofrenia. Muchas de estas enfermedades empiezan a manifestarse durante la adolescencia y tienen una base genética. Es el caso de Xavier Martí (nombre real), nacido en Barcelona en 1962, que sufre esquizofrenia paranoide. Empezó a tener episodios en el instituto y ahora está tutelado por la Fundación Enfermos Mentales de Cataluña. Estas líneas, en que Xavier resume su vida, constituyen un testimonio sobrecogedor.

Foto: Arianna Giménez

Xavier Martí en las instalaciones de Ràdio Gràcia, donde tiene un programa propio cada jueves por la tarde, de 6 a 7.
Foto: Arianna Giménez

“Decía mi padre: ‘Mi hijo es poeta’. Mira, siempre me ha gustado leer y escribir. Es mi refugio. Y me han premiado por mis poemas, pese a que no tengo nada publicado. Yo era el alumno más brillante de la escuela. No lo digo yo, ¿eh? Lo decían los profesores. Cuando llegué al instituto, sin embargo, empecé a sentirme extraño. Mi hermano mayor, Martín, ya estaba con agresividad, con sus rarezas, y se volvió contra la familia. Yo aguantaba entonces como podía. Pero sufría mucho. Y entonces padecí lo que se llama un episodio autorreferencial. Jesucristo, el máximo exponente de la tradición judeocristiana, me vino a ver a casa.

»La esquizofrenia te lleva a pensar las cosas distorsionadas, pero no te hace perder del todo el contacto con la realidad, excepto cuando te encuentras en la fase aguda: entonces ves y oyes cosas que no son, y te coge mucho miedo. Temblando, se lo expliqué a mis padres, que no entendieron nada de nada. Así que opté por callar. Siempre callado. Incluso en la mili. Yo ya sabía que algo fallaba y fui a hablar con el médico de allí, pero creyó que quería librarme y me echó. La gente no te entiende.

»Al regresar de la mili no podía más. Un día me dio un ataque de risa y no podía parar de reír. Y me ingresaron por primera vez. Cuando salí de allí acepté trabajos odiosos. Yo quería escribir, soy poeta, pero la medicación me dejaba inútil. Trabajaba de carpintero en un centro especial de trabajo. Me encontraba muy mal. Pensé en suicidarme. E intenté tirarme por el balcón de casa. Entonces me cambiaron la medicación. Todos los tests decían que yo tenía grandes capacidades, pero me llevaron a trabajar de lavaplatos. Una mierda de trabajo.

»Tengo que aguantar. Tengo que ser fuerte. Tengo que aguantar. Ahora tengo que hacer de cuidador, de mi madre y de Martín. Mi madre es mayor y tengo que acompañarla a todas partes, y Martín, de sesenta y tres años, tiene una insuficiencia renal crónica y necesita ser el centro de atención. También tiene esquizofrenia paranoide y él, además, una demencia precoz. Yo nunca he sido agresivo como él. Pero a mí me han ingresado dos veces y a él ninguna. Ya ves.

»Tengo otro hermano, Toni, que no tiene la enfermedad. Me quiere mucho. Si me ve un poco nervioso, me pregunta si me he tomado la medicación. Eso es típico. Pero no puedo enfadarme, porque los que tenemos una enfermedad mental no podemos enfadarnos, porque si nos enfadamos es porque no nos hemos tomado la medicación. Toni lo ha pasado muy mal por la situación que tenemos en casa. Ha llorado mucho.

»¿Qué más da si es genético o no? A estas alturas de la vida… Y además, yo no tendré hijos. Pero nunca me han hecho ningún análisis del genoma. A mi padre le daba igual lo que me pasara. Como si yo fuese culpable. Mi madre todavía no lo entiende. Para la gente de su generación, los locos no somos personas normales. Una persona con cáncer es una persona normal. Pero una persona con enfermedad mental, no es normal.

»Como los jueces, que dicen que yo no puedo decidir a quién votar, como si fuese un niño. ¿Puedes creértelo? Cuando leí la sentencia judicial que me incapacitaba…, ¡por el amor de Dios! Me dolió mucho que me lo hiciesen. Hasta aquel momento nunca me había enfadado con la psiquiatría.

»La segunda vez que me ingresaron fue una liberación. Entonces fue cuando me di cuenta de que tenía un problema; hasta ese momento no lo había aceptado. Mi padre me ayudó a que me dieran la disminución. E hice unos cursos de copistería en la Fundación Joia. Y llegué a trabajar en una copistería tres años. Entonces a mi padre se le declaró un cáncer y pensó que alguien se tendría que hacer cargo de nosotros cuando él falleciera. Y nos pusimos en contacto con la Fundación Enfermos Mentales de Cataluña, que nos tutela. Controlan el dinero, hacen actividades en las que participo como, por ejemplo, las cenas de Navidad, y tomo un café de vez en cuando con los referentes tutelares de la fundación, que me acompañan también a las visitas al médico.

»Me gustaría escribir. No he publicado nada, pero tengo muchas recopilaciones de poesía. He impartido talleres de escritura en asociaciones y centros cívicos, he puesto en marcha talleres de creación poética, de escritura en general. Ahora, en la Asociación de Vecinos del Coll-Vallcarca, tengo cuatro alumnos. Y colaboro en Ràdio Gràcia, cada jueves por la tarde de 6 a 7.

»Antes tenía amigos, incluso una amiga, una chica que me quería mucho y de quien estaba muy enamorado. Cuando me vio al volver de la mili no quiso saber nada más de mí. Se casó con otro. Ya no quiero más relaciones con mujeres, no quiero sufrir. Los compañeros del instituto, cuando empezaron a ver mis rarezas, me llamaban loco y me dejaron de lado. Loco, me gritaban. El estigma. Hace más daño que la propia enfermedad.

»Recuerdo cuando trabajaba en un centro especial de carpintería, que venía un psiquiatra a darnos conferencias. Era en 1987. Y nos dijo que nos tendrían que esterilizar para no propagar la enfermedad. ¡Como si fuésemos unos apestados!

»Ahora vuelvo a estar deprimido. Como hacía muchos años que no lo estaba. Me falta ánimo. La situación política también me afecta. ‘Esto que piensas ahora, Xavi, ¿lo sientes realmente, lo sentirás mañana por la mañana?’, no dejo de preguntarme. Pero no quiero más medicación. Así que después de la cena, aunque sea temprano, me pongo la música que me gusta, me tomo las pastillas y me estiro en la cama. Me siento tan cansado…”

Cristina Sáez

Periodista especializada en ciència

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