Chinos: de la playa de Pequín al bar de debajo de casa

Photo: Pere Virgili

Photo: Pere Virgili

A diferencia de lo que pasó con otras comunidades migratorias, la crisis económica no hizo que los sufridos, ahorradores y laboriosos chinos de Barcelona volviesen a su país o partieran hacia nuevos destinos migratorios: muy mayoritariamente se quedaron. La crisis solo frenó su ritmo de llegada.

Entre la playa de la Mar Bella y el Camp de la Bota se levantó en las últimas décadas del siglo xix un núcleo barraquista en un tramo conocido como la playa de Pequín. No se sabe con seguridad si los que vivían allí eran chinos procedentes de Cuba o de Manila, o bien tagalos de Filipinas. Isidre Nonell dejó su testimonio en el año 1901 en un bellísimo cuadro neblinoso titulado precisamente La playa de Pequín, que se conserva en el museo del monasterio de Montserrat. Con las nuevas oleadas migratorias de la Exposición Universal de 1929, aquel topónimo oriental acabó casi por olvidarse. Algunos reportajes de las revistas Imatges o Mirador, con unas magníficas fotografías de Gabriel Casas, documentan que había algunas decenas de chinos dedicados a la venta ambulante viviendo en Barcelona en los años treinta.

El primer restaurante chino de Barcelona, el Gran Dragón, lo abrió en 1958 –en el número 5 de la calle Ciutat, justo al lado del Ayuntamiento– el padre Peter Yang, sacerdote que salió de China con el triunfo de Mao Zedong y que a partir de 1965, y durante más de cuatro décadas, celebró misa cada mañana en la catedral de Barcelona. El segundo restaurante, el Pequín, lo abrió Kao Tze Chien, cocinero del restaurante del padre Peter Yang, con los ahorros que había conseguido en 1962 haciendo de extra en 55 días en Pequín, de Nicholas Ray, filmada en Las Rozas, cerca de Madrid. Los descendientes de su estirpe regentan hoy algunos de los mejores restaurantes chinos de la ciudad.

En el año 1990, los apenas 387 chinos que había registrados en Cataluña, casi todos en Barcelona, se dedicaban aún principalmente a la restauración. Una parte importante habían ido llegando durante las décadas anteriores de la isla de Taiwan. Los Juegos Olímpicos de 1992 tuvieron un efecto llamada para los chinos de todo el mundo, pero la mayoría comenzaron a llegar de una comarca muy concreta de la provincia de Zhejiang, al sur de Shanghái: la comarca rural del Qingtian, cercana a la ciudad de Wenzhou. De allí vienen la gran mayoría de los chinos del sur de Europa y también los de Barcelona.

De una forma visible pero aún gradual, empezó a crecer el número de chinos y de restaurantes por todo el país. Fue a finales de los años noventa cuando las ocupaciones profesionales de los chinos empezaron a diversificarse, con la aparición de los bazares del todo a cien, de los mayoristas de ropa y marroquinería de la zona de la calle Trafalgar o de los talleres textiles de Badalona, Santa Coloma o Mataró…

Alrededor del año 2000, aquella primera diversificación hizo posible que se iniciase un crecimiento rapidísimo de la comunidad china de Barcelona. Con una capacidad admirable de adaptación a nuevos sectores y a nuevas demandas, llegaron los cibercafés, las peluquerías y los centros de manicura, las tiendas de ropa, las fruterías y los bares Marcelino, que no cambiaron ni su nombre ni su decoración ni el repertorio de tapas y bebidas.

Foto: Dani Codina

Establecimientos chinos en el paseo de Sant Joan, en la zona de Arc de Triomf, donde los últimos años se ha producido un notable incremento del comercio regentado por familias originarias del gigante asiático.
Foto: Dani Codina

Peso económico creciente

Más allá de estos sectores comerciales en constante mutación y de los negocios dirigidos de forma preferente a la propia comunidad (gestores, traductores jurados, supermercados de comida china, fotógrafos para reportajes de bodas y otros, agencias de viajes, autoescuelas…), los chinos de Barcelona empiezan ya a tener un considerable peso económico: canalizan las inversiones de su país y a la vez abren empresas exportadoras que sitúan en el mercado chino nuestros bienes y servicios, nuestros aceites, nuestros vinos o nuestros clubes de futbol. La proyección internacional de la vibrante economía china y el potencial de consumo de aquel mercado encuentran en los chinos que hay entre nosotros un puente y una puerta de entrada privilegiada.

Las estadísticas municipales de principios de 2017 nos dicen que ya hay cerca de veinte mil chinos censados en la capital catalana. Se trata de la segunda comunidad inmigrante, tras la cifra bastante mayor de los italianos y por delante de la muy similar de los pakistaníes. A diferencia de lo que pasó con otras comunidades inmigrantes, el azote de la crisis económica de principios de esta década no llevó a los sufridos, ahorradores y laboriosos chinos de Barcelona a regresar a su país de origen o partir hacia nuevos destinos migratorios: muy mayoritariamente se quedaron. La crisis frenó el ritmo de las llegadas, pero estas han seguido creciendo.

Una población dispersa

Pese a que muy frecuentemente la red de los más de cincuenta millones de chinos de ultramar tiende a concentrarse en los coloristas y abigarrados barrios chinos (Chinatown), que congregan en un punto urbano concreto a la mayoría de esta población y del comercio étnico, en el caso de Barcelona se hallan notablemente dispersos. Cerca del 30 % viven en el Eixample, un 19 % en Sant Martí y un 13 % en Sants-Montjuïc, distritos seguidos de Sant Andreu y Nou Barris, con porcentajes situados en torno al 8 %. Esta dispersión tiene que ver precisamente con la pauta inicial de un crecimiento también disperso vinculado a negocios dirigidos al conjunto de la población urbana (restaurantes o bazares), que preferían situarse lo más lejos posible de sus competidores.

En los últimos años, en el barrio del Fort Pienc y en la parte baja de la derecha del Eixample, articulada alrededor del paseo de Sant Joan y el Arc de Triomf, se ha producido una mayor concentración comercial y una mayor visibilidad de la población china. En la medida en que esta comunidad tiene una dimensión metropolitana que supera los límites estrictos de la ciudad, la buena comunicación –a través de la línea 1 de metro– entre la zona de Arc de Triomf y el barrio de Fondo (entre Badalona y Santa Coloma), donde sí que encontramos una concentración poblacional y comercial más asimilable al embrión de un Chinatown, ha contribuido a aumentar la concentración de chinos en esta zona.

Justamente en estos núcleos de mayor visibilidad china se desarrolla el proyecto municipal Xeix (que trabaja también con las comunidades pakistaníes). Se trata de un proyecto ejemplar, con apoyo europeo, que ha conseguido integrar a los comerciantes en las asociaciones de los barrios, con un alto grado de participación y con el resultado de romper estereotipos y suspicacias vecinales. El proyecto Xeix ha potenciado también el protagonismo y la iniciativa participativa de los chinos en las actividades educativas, culturales y festivas. Los desfiles del Año Nuevo chino son solo la muestra más visible.

Gran instinto asociativo

Uno de los rasgos distintivos de las diásporas mercantiles chinas, y también de las barcelonesas, es su fuerte sentido asociativo. En la ciudad se encuentran unas cuantas docenas de asociaciones de chinos: de mujeres, de comerciantes, de paisanos, de educación o de carácter religioso (una parte no mayoritaria pero sí significativa de los chinos de Barcelona practica variantes no católicas del cristianismo en iglesias chinas protestantes). La fuerza de la familia extensa, la confianza del paisanaje y el apoyo asociativo explican en parte la capacidad emprendedora de una comunidad que se vincula en red con muchas otras comunidades europeas y con las regiones chinas de donde proceden. La confianza mutua les abarata los costes de transacción y les hace más competitivos, más resilientes y eficaces en el cumplimiento del sueño que persiguen: abrir su propio negocio familiar. En los últimos años el consulado chino ha mostrado un gran interés en potenciar (y de paso controlar) estas asociaciones, subvencionando actividades educativas, comerciales y culturales que empiezan a buscar también una proyección hacia el conjunto de la ciudad.

Las redes sociales virtuales (WeChat, Weibo, QQ…) que usan los chinos de Barcelona han creado canales informativos que superan el impacto de los periódicos en papel editados en chino en la península, con redacciones barcelonesas que llevan ya más de una década en la ciudad: los nuevos formatos digitales potencian la acción de la comunidad y el conocimiento de lo que pasa en la ciudad y en el país, y a la vez la insieren en una red migratoria global, muy interconectada con los negocios y las familias transnacionales.

Gran parte de la comunidad china de Barcelona ha llegado recientemente y es joven y diversa. Es la comunidad que aporta más estudiantes nuevos al sistema escolar de la ciudad. Y, además, los sábados y domingos abre unas cuantas escuelas en las que unos cuantos centenares de niños estudian chino. El dominio de la escritura requiere una inversión tan grande de tiempo que no basta con un aprendizaje espontáneo de la lengua en el entorno familiar. Por otro lado, los chinos de Barcelona mayoritariamente no tienen como lengua familiar la modalidad estándar del mandarín (basada en el habla de la capital, Pequín), sino la variante regional de las hablas wu.

Foto: Lychee Film Festival

Inauguración de la primera edición del festival de cine chino Lychee Film Festival, que se llevó a cabo el pasado mes de septiembre en varias salas de Barcelona.
Foto: Lychee Film Festival

Leyendas y rumores

La comunidad se ven injustamente asociada a todo tipo de leyendas urbanas y rumores absurdos. De modo automático se vincula a sus integrantes con conceptos sensacionalistas y del todo inexactos como, por ejemplo, “mafia china” (que en ningún caso puede definir, ni mucho menos, a la inmensa mayoría de una población realmente caracterizada por un índice delictivo bajo), o con la idea falsa de que no pagan tasas e impuestos, etc. Se dice (como ya se había dicho de los chinos de París o de Londres) que cuando mueren no se sabe adónde van a parar. Lo que es igualmente ridículo. De entrada, hay entierros y sepulturas de chinos bien documentados; por otro lado, la mayoría de los chinos de Barcelona son jóvenes: no les hemos dejado aún tiempo para morirse… Y muchos tienen la ambición (y los más mayores, en parte, empiezan a hacerlo) de volver a China a pasar los últimos años de su vida y reposar para siempre en tierra china.

Se rumorea que los chinos son cerrados, pero no es así: los inmigrantes de la primera generación han estado tan ocupados trabajando de forma intensa que no han tenido mucho tiempo ni incentivos para relacionarse fuera de la comunidad. Y hablar nuestras lenguas les cuesta tanto como a nosotros el chino… Pero aquellos que han abierto negocios en los que la interacción con los clientes requiere ir más allá del cobro de la mercancía, como por ejemplo los que han pasado a regentar peluquerías o bares de barrio sin connotación étnica, bares de cortado o cerveza, tapa y bocadillo, han demostrado que en poco tiempo se saben los nombres de los clientes, charlan con ellos y saben fidelizar con simpatía a la clientela.

Ello no impide reconocer que, allí donde van, los inmigrantes chinos conservan un fuerte sentido de pertenencia cultural y étnica, lo que no va en detrimento de su participación activa en el tejido social y cultural de la ciudad. Entre los centenares de jóvenes estudiantes universitarios chinos de Barcelona y los que han crecido y se han escolarizado en el país los hay muy activos: un testimonio de ello es la celebración, el pasado mes de septiembre, de la primera edición del festival de cine chino, el Lychee Film Festival, impulsado por jóvenes que ya han montado diversas jornadas y actos en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), entre otros centros.

Jun Chin i Manel Ollé

Departamento de Humanidades de la UPF

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