Isona Passola “Lo que distingue a Barcelona es el respeto por la libertad”

L’endemà, la segunda película política de Isona Passola, fue un fenómeno del micromecenazgo, con 350.000 euros recaudados, todo un récord europeo. La productora de Pan negro, que ahora prepara la adaptación de Incierta gloria, de Joan Sales, considera que Barcelona es un centro de experimentación cinematográfica muy potente, aunque al cine catalán todavía le falta encontrar a su gran público.

© Pere Virgili

Viendo su trayectoria como productora cinematográfica, no es anecdótico constatar que usted se licenció en historia contemporánea.

¡Tengo un recuerdo tan bueno de la carrera de historia! Y me ha servido tanto, para la vida, para mi profesión, para escoger los temas, para enfocar no ya solo el documental más político, sino también la ficción… Siempre he sido una lectora compulsiva y dudaba si estudiar literatura, pero en los años setenta, en la Universidad Autónoma de Barcelona, había unos profesores de historia tan brillantes –Reglà, Termes, Balcells, Riquer, Nadal, Fontana– que, claro está, no podías dejar pasar la oportunidad. Y en mi trayectoria como productora siempre me sale al paso la historia: parece que no puedo escaparme de ella.

El cine posibilita convertir la historia en realidad. El día en que, rodando Pan negro, pusimos en marcha las hilaturas de Manlleu, y volví a oír el fragor de las máquinas y vi cómo las motas de algodón volaban por encima de las cabezas de las trabajadoras, sentí una emoción brutal… Me dije que la historia la puedes hacer venir de golpe, te la puedes poner ante los ojos. Y, después, cuando hicimos humear las chimeneas, y desde el río producíamos la niebla, y los trabajadores con las bicicletas y con las luces de carburo se dirigían allí a las cinco de la mañana, ¡era precioso! A mí la historia me acompaña siempre, no la he dejado nunca.

Algo más que siempre la acompaña es el compromiso ideológico. ¿Cómo la ha condicionado profesionalmente?

Tener un compromiso ideológico –si es que se puede decir así, porque para mí es tan natural que forma parte de mi vida– me da la posibilidad de cambiar las cosas que no me gustan. Me parece positivo implicarse en los problemas de la sociedad y, con este país tan a medio hacer, te sientes útil. Para mí, que no soporto la pasividad ante las injusticias, ha sido muy estimulante. La gente despotrica de la política, pero habría que recordarles que si ellos no hacen política, otros la harán en su lugar.

En mi casa he vivido una resistencia fortísima al franquismo por la vía cultural, y eso daba mucho sentido a la vida de mi padre y de mis abuelos. Para mí ha sido muy natural, y no es ningún mérito: cuando la gente me para por la calle para darme las gracias, yo pienso: “¿Por qué?, ¡pero si es fantástico!” La gracia de este país, dentro de su desgracia, es que todavía lo puedes transformar.

¿Cómo llega su interés por lo audiovisual?

Yo, de muy joven, hacía teatro. Por lo tanto, la ficción siempre me ha interesado mucho. Y, tras estudiar historia, entré en la Universidad de Vic. Allí hacíamos que los alumnos debatieran entre ellos como si fueran personajes históricos. Además, los filmábamos, lo que aún tenía más atractivo. Entonces me matriculé en un curso de introducción a la imagen en el Instituto del Teatro; y de aquí ya di el salto y monté la productora.

Usted creó su productora, Massa d’Or Produccions, en 1992, que es un año importante para Barcelona.

Sí, yo había hecho Despertaferro, uno de los primeros trabajos de dibujos animados que se realizaron aquí, también de tema histórico. Pero me interesaba la ficción, y encontré a un socio francés en Cannes que se enamoró de esta película y me propuso hacer una serie de coproducciones con Arte. Entonces montamos Massa d’Or e hicimos Los de enfrente –con Jesús Garay–, que transcurre en la Unión Soviética y aborda el estalinismo.

Casi todas las películas que he hecho tienen un punto de historia: El pianista, basada en la novela de Vázquez Montalbán, sobre el barrio viejo de Barcelona; El mar, basada en la novela de Blai Bonet sobre la posguerra en Mallorca; Mirando al cielo, sobre los bombardeos durante la Guerra Civil; Pan negro, basada en la novela de Emili Teixidor, sobre el mundo de la fábrica… Producir requiere mucha energía, obtener fondos, ir a mercados, diseñar los equipos, controlar los rodajes, estar en el montaje… Le dedicas muchas horas, muchas noches sin dormir, muchos fines de semana. Tienes que creer en lo que haces, o no te compensa. Por lo tanto, tengo que producir temas que me interesen.

Una de sus características como productora es la utilización de textos literarios catalanes como base de las películas: El pianista, El mar, Pan negro y, ahora, Incierta gloria.

La literatura catalana me interesa muchísimo; la conozco bien, la he estudiado y he disfrutado de ella. Además, es tan difícil escribir un guión bien hecho, que, cuando alguien ya ha reflexionado sobre la creación psicológica de los personajes y sobre las estructuras narrativas para una novela, ya tienes muchas pistas sobre cómo puede ser la película, ¿verdad? Cuando lees la novela, ya ves si tiene estructura cinematográfica o por dónde la has de compensar, y a mí eso me gusta mucho; de hecho, en la universidad doy clases de adaptación literaria al cine, que se ha acabado convirtiendo en mi especialidad.

Otra característica suya ha sido trabajar con directores que no se caracterizan por la comercialidad: por ejemplo, hizo uno de los últimos documentales de Joaquim Jordà, De niños

Aquí me arriesgué mucho, porque Jordà quería hablar del caso Raval, pero hasta que no entramos en los juzgados y vimos lo mal que funciona uno de los pilares de la democracia, no vi que aquello se convertía en una película sobre la justicia en este país. Los jueces despreciaban a los acusados, se dormían en la sala…

De todos modos, mi obsesión es que hay que buscar a los públicos. Las condiciones económicas han hecho que el cine catalán se haya especializado en películas de bajo coste y, por lo tanto, muy creativas. Eso nos ha dado una imagen de marca muy buena en el extranjero, y ahora Barcelona es un centro de experimentación cinematográfica muy potente, pero no hemos encontrado a los grandes públicos que tienen todas las cinematografías, como la francesa. En Francia un 35% de la recaudación procede de películas francesas porque el Estado les da mucho apoyo. En España hay una media del 13% que va a ver películas españolas, y en Cataluña…, ¡no lo quiero ni decir!

Tenemos que acercar a la gente a nuestro cine; la proximidad es un factor de atracción que funciona en todas partes. En la televisión lo hemos resuelto con los seriales, que han saciado esa demanda de proximidad, pero no así en el cine. Y no quiero hablar de Pan negro, porque siempre se pone como excepción, pero el hecho es que demostró que tenemos un público.

© Pere Virgili

Usted hace casi dos años que es presidenta de la Academia del Cine Catalán. Entre las prioridades de la academia figura la proyección internacional del cine catalán, pero también, y quizás de forma más importante, la necesidad de prestigiarlo de puertas adentro, para que encuentre a su público natural.

El cine es una herramienta de cohesión del país, de autoestima y de autoconocimiento, y es también la herramienta más importante para darse a conocer fuera. Es impresionante, cuando vas por el mundo presentando una película como Pan negro, encontrarte delante tuyo toda la prensa de un lugar tan alejado como Hong Kong y poderles explicar cómo es tu país, cómo vivimos, qué lengua hablamos…

En Cataluña no nos ha sido posible disponer de una cinematografía que rindiera todo el potencial creativo que ofrece el país en las demás artes, como las plásticas y el teatro… Es una asignatura pendiente, y por eso estoy al frente de la academia, para contribuir a poner la centralidad cultural que tiene el cine dentro de la centralidad política que debería tener la cultura. El presupuesto cultural de la Generalitat no llega al 1%, y eso es una vergüenza. Por lo menos deberíamos tener un 2% de acuerdo con el retorno económico de la cultura, lo que ningún gobierno ha entendido. ¡No comprendo que, conociendo el papel que puede tener la cultura en un país sin estado, se la haya abandonado tanto! E, insisto, el cine es industria, pero también es cultura.

Hay que hacer entender, pues, la cultura no como un lujo sino como un elemento indispensable para la sociedad.

En nuestro país la cultura no se ha tomado seriamente, aunque formara parte del estado de bienestar. La cultura es la enseñanza en la edad adulta: cuando sales de la escuela te continúas nutriendo de espíritu crítico, de información y de emoción. La cultura es un puntal del estado de bienestar, como la sanidad y la enseñanza. Tenemos que batallar para que lo entiendan las instituciones y pongan remedio a esta situación. Cuanta más cultura, más riqueza; no al contrario, no se trata de pensar “ahora somos ricos y nos podemos pagar la cultura”. Esto, en España, no se ha entendido, y en Cataluña, a duras penas.

¿Qué papel tiene Barcelona en esta proyección del cine catalán?

Nuestra imagen es la de una ciudad muy abierta, muy respetuosa, muy diversa –y esto creo que es uno de los rasgos identificadores del país. A veces la gente, a propósito de rasgos identitarios, solo piensa en elementos como la lengua, pero lo que de verdad nos distingue, lo que nos hace modernos y que nos podamos considerar un banco de pruebas de la sociedad del futuro, es que tenemos un respeto enorme por la libertad. Así es Barcelona, y yo creo que es una imagen de marca fantástica. Y es algo que se puede enseñar en el cine.

Barcelona ha ocupado una posición de primer orden en la producción de publicidad, aunque la centralidad en este ámbito, con el paso de los años, se haya ido desplazando en parte hacia Madrid. Llevábamos a cabo una publicidad muy buena y bien valorada, lo que nos ha dejado unas infraestructuras de producción potentes, aunque también se han visto afectadas por la crisis. Pero es un activo que no deberíamos dejar perder. Además disponemos de profesionales muy buenos y  creativos, y universidades que dan una preparación excelente a los estudiantes. Por lo tanto, no carecemos de nada de lo que se exige a una capital para que se acuda a rodar a ella: las estructuras, el apoyo logístico, los técnicos…, y la luz, que es muy importante, porque si tienes que hacer un rodaje diurno y a las cinco de la tarde ya se ha hecho de noche…

Existe, pues, una base industrial, aunque tocada por la crisis. Y unas escuelas universitarias que forman a buenos profesionales, ¡pero no encuentran trabajo!

En estos momentos sufrimos una gran fuga de cerebros. La gente buena se marcha fuera. Espero que se lo tomen como una práctica y vuelvan para aportarnos los conocimientos adquiridos fuera, porque el país se está desangrando de talento. No lo quiero comparar con el exilio del año 1939, pero… Hay que construir un Estado que funcione para recuperar a los mejores y otorgarles los puestos que merecen.

¿No estamos haciendo demasiadas películas? ¿No deberíamos producir menos películas y concentrar los esfuerzos?

Estamos produciendo mucho, con unos estándares de calidad altos, pero con unos estándares presupuestarios muy bajos, que no nos hacen competitivos. La plaga es un ejemplo: es una película buenísima, muy creativa, pero hecha con muy poco dinero. Y así es difícil salir a competir. Pero estoy segura de que a su directora, Neus Ballús, le das un buen presupuesto y, con el talento que tiene, te hace una película absolutamente competitiva.

Por lo tanto, hacen falta unos estándares presupuestarios normalizados que nos permitan competir en igualdad de condiciones. En la última edición de los premios Gaudí, la media presupuestaria de las películas presentadas estaba muy por debajo de la europea. Esta es una de las situaciones que hay que resolver: debemos volver a disponer de presupuestos normales para estimular el cine rodado en catalán y también para sostener nuestra diversidad. Nos conviene poder rodar en inglés y en el idioma que convenga. No hay que olvidar que el cine es también una industria.

Como directora, usted ha realizado dos películas con una intencionalidad política clara, Cataluña-Espanya (2009) y, ahora, L’endemà. ¿Qué destacaría de ellas?

En L’endemà ha sido fantástico poder explicar cómo que-rrías que fuera tu país, pero Cataluña-Espanya también fue importante porque nunca antes se había hablado tan claramente del tema situando cara a cara y sin miedo a pensadores de ambas partes; fue una película absolutamente desdramatizadora. La presenté por toda Cataluña, y estuvo muy bien aceptada por la intelligentsia, porque estaba mucho más intelectualizada que L’endemà, una película destinada a un público muy amplio. Mientras que Cataluña-Espanya ponía todo el énfasis en el discurso, en L’endemà este continúa en manos de los pensadores, y la emoción –que la hay en gran cantidad, porque la he hecho épica–, está en manos de los actores y de las secuencias de masas, de las corales, etcétera. Cataluña-Espanya se dirigía a la cabeza. En cambio, en L’endemà damos un paso más y tiene cabeza y corazón, para que sea masiva, para el gran público y no solo para las elites.

La cinta se ha podido realizar gracias al micromecenazgo.

Ha sido un placer, con esa libertad que me han dado los mecenas… ¡8.163 personas que te dicen “ponemos dinero y haz lo que quieras”, y solo una me ha dicho que no le había gustado! Y eso que la película no la hice para los mecenas, que son gente convencida, sino con una gran amplitud de miras. Ha sido una experiencia fantástica.

¿El micromecenazgo es el futuro con el que nos tendremos que conformar?

Es para proyectos pequeños. Te permite escapar de los bancos, pero tiene un techo muy claro. Una película media europea tiene un presupuesto de unos cuatro millones de euros, y con L’endemà conseguí un récord europeo de recaudación con 350.000… Para la música y los libros está muy bien, porque la gente acaba produciendo lo que quiere. Además, puedes casi dar por sentado que el producto final funcionará en el mercado si has tenido muchos colaboradores. Los entendidos aseguran que el micromecenazgo, para que funcione, debe contar con tres elementos: que sea un tema muy transversal, que haya alguien detrás que le dé credibilidad con su trayectoria y que exista una conexión muy buena con las redes sociales y los medios de comunicación. En Cataluña, donde hay una sociedad civil muy estructurada que con internet se ha convertido en imbatible, el micromecenazgo tiene un gran futuro.

La veo muy ilusionada con el proyecto de Incierta gloria.

Sí, creo que será una gran película.

¿Por qué la escogió?

Hace mucho tiempo que la tenía en mente. En Nueva York, a donde fui a hacer un curso de dirección de actores, conocí a David Rosenthal, que acababa de traducir al inglés Tirante el Blanco –que se convirtió en un best seller medieval–, y hablamos mucho de Incierta gloria. Además, es un esquema producible: como Pan negro, la puedo hacer realidad con nuestros presupuestos. Y me costó muy poco convencer a Agustí Villaronga para que la dirigiera: es buen lector y se enganchó enseguida. Creo que tenemos un grandísimo guión, redondo. ¡Y el guión lo es todo!

Josep M. Muñoz

Director de L’Avenç

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