“Tenemos un compromiso ineludible con la sociedad”, afirma el doctor Fuster, director del Instituto Cardiovascular del Mount Sinai Medical Center, de Nueva York, y del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares Carlos III, de Madrid. La vocación social ha llevado a este médico barcelonés, una de las máximas autoridades en cardiología, a realizar una gran tarea como divulgador y educador.
Permítame que empiece con una anécdota: hay algunas reseñas que indican que usted nació en Cardona…
Sí, ese es un error de algunas notas biográficas que se pueden encontrar en internet. Estoy muy involucrado con Cardona como hijo adoptivo y allí nació mi mujer, pero la verdad es que yo nací en Barcelona.
Su relación familiar con Barcelona no podía ser más estrecha: su padre, el doctor Joaquim Fuster i Pomar, fue director de psiquiatría del Hospital de Sant Pau; sus dos abuelos, médicos, y uno de ellos –Valentí Carulla i Margenat– rector de la Universitat de Barcelona de 1913 a 1923.
No pude conocer en persona a mi abuelo materno, Valentí Carulla, un hombre muy interesante y e implicado en la educación, pero me documenté mucho y tuve la oportunidad de escribir su biografía. Consiguió que a las escuelas de Cataluña pudiera asistir todo el mundo, independientemente de la situación económica familiar. Mi padre fue director de psiquiatría de Sant Pau y después dirigió el hospital mental de Sant Andreu. En Pedralbes tenía su clínica privada, muy cerca de casa. Mi abuelo paterno también era médico, en Mallorca. Mi hermano mayor es neurofisiólogo y trabaja en Los Ángeles.
¿Qué recuerdos familiares guarda de la Barcelona de la época de sus padres?
Mi padre era un intelectual y recuerdo muy bien las reuniones que tenía cada domingo con el grupo que llamábamos “la peña”. Era de Mallorca y vino a vivir a Barcelona; la familia se estableció en Pedralbes, donde tenía su clínica. Me supo dar libertad para mi desarrollo personal; eso lo apreciaré siempre. En cuanto a mi madre, me inyectó una fuerte inquietud social.
Aparte de la tradición familiar, ¿cuándo decide que su carrera profesional estará dedicada a la medicina?
Estudié bachillerato en los Jesuitas de Barcelona. Quería hacer agricultura porque siempre me han gustado mucho la naturaleza y la investigación del terreno, pero por entonces no había estudios universitarios de agricultura en Barcelona y era difícil moverse del ambiente familiar. Al final me decidí por la medicina, influenciado también por el profesor Pere Farreras i Valentí, uno de los médicos de más proyección del país y también en el ámbito internacional.
Su hermano mayor escogió la misma especialidad médica que su padre. ¿Por qué se decidió usted por la cardiología?
El primer motivo es que el doctor Farreras sufrió un infarto, me parece que a los 42 años. Era mi tutor o mentor. Me dijo que la cardiología era un campo de la ciencia que no dominaba como los otros y que yo podía dedicarme a él. Este consejo fue absolutamente trascendental para mi carrera.
¿Cómo recuerda la Barcelona de los años sesenta, cuando usted estudiaba medicina en la Universitat de Barcelona, entonces más conocida como Universitat Central?
El aspecto más positivo que recuerdo es la relación intelectual con algunos compañeros, como el filósofo Eugenio Trías Sagnier, el arquitecto Manuel de Solà-Morales o Agustí Arana. Hacíamos reuniones como las que tenía mi padre con su peña.
¿Y de su breve paso por el Hospital Clínic, en su última fase de formación en Cataluña?
Había algunos catedráticos muy buenos, tres o cuatro… Pero otros se limitaban a trabajar con apuntes. Yo prefería estudiar con libros, por ejemplo, de lengua inglesa, y veía los apuntes como un recurso intelectualmente muy poco ambicioso. Tuve algunos catedráticos que no sabían motivar a sus alumnos. Esta fue una de las razones de que saliera de España; quería buscar algo que me motivara. El doctor Farreras me ayudó a ir al Reino Unido, donde se practicaba una medicina más sencilla, menos técnica. A la vuelta me marqué el objetivo de Estados Unidos, y allí me quedé…
¿Fue difícil la llegada a Estados Unidos?
No, muy fácil. Me escribieron unas buenas cartas de recomendación desde el Reino Unido y me aceptaron en la Clínica Mayo. Tuve que empezar de cero, pero valió la pena.
¿Cuál es –o era– la gran diferencia entre la investigación que se lleva a cabo en Norteamérica y la que se realiza en otros lugares, como por ejemplo en España?
La motivación. En Estados Unidos se da todo el apoyo a quien trabaja, desde el primer día. Es absolutamente fundamental en aquella cultura. Por otro lado, es un país que exige mucho. Si trabajas te dan dos, pero te exigen cuatro y seis…
¿Cuáles son los desafíos actuales en el mundo de la cardiología?
El primero de los grandes retos es pasar de tratar las enfermedades a promocionar la salud. La prevención es una pieza clave; los países desarrollados gastan miles de millones en tratar enfermedades que podrían prevenirse. La enfermedad cardiovascular es la principal causa de muerte en el mundo, ya que cerca del 40% de las muertes se deben a este tipo de problemas. Estamos ante una epidemia porque tenemos problemas de sobrepeso, de mala alimentación, de tabaquismo, de falta de ejercicio físico… Hay que hacer prevención, porque al ritmo actual será imposible hacer frente a los gastos que provoca el tratamiento de la enfermedad.
Comentaba otros retos desde el punto de vista médico…
Hay que avanzar y relacionar los estudios sobre el corazón y el cerebro. También estamos avanzando mucho en las tecnologías de la imagen, la genética y la regeneración tisular. Asimismo, es muy importante que sepamos trasladar nuestros conocimientos de forma rápida a los pacientes. Por último, de manera más general, tenemos que responder a nuestra responsabilidad social: los médicos tenemos un compromiso con la sociedad que no podemos olvidar.
Puesto que siempre estamos reclamando soluciones casi milagrosas, permítame que le recuerde una de las ilusiones actuales de los profanos en la materia: ¿cuándo conseguiremos regenerar un corazón dañado por un infarto usando células madre?
Muchos equipos de todo el mundo están trabajando con células madre. En el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares, en Madrid, estamos llevando adelante algunas líneas en este campo. Seguro que tendremos resultados positivos, pero, aunque una parte de la sociedad y muchos periodistas preguntan constantemente por este tipo de soluciones, la fórmula más efectiva de avanzar está a nuestro alcance: adoptar hábitos de vida más saludables.
Usted hace especial hincapié en la educación infantil…
Es un elemento muy importante, porque lo que un niño aprende a los cuatro o cinco años es trascendental para su vida como adulto. Si aprende a alimentarse correctamente y a cuidar su cuerpo, eso perdurará durante muchos años.
Explíquenos cómo empezó la campaña de educación de hábitos saludables para los niños a través de la serie de televisión Barrio Sésamo.
En una reunión de expertos que se llevó a cabo sobre el gran problema de la obesidad en Estados Unidos expuse mis opiniones críticas para con la industria alimentaria. A la salida vino a verme uno de los responsables de la productora de Barrio Sésamo y decidimos colaborar. Ahora trabajamos en programas de educación para la salud con niños de todo el mundo.
¿La experiencia se ha trasladado también a España?
La Fundación SHE y Sesame Workshop, con el apoyo de la Fundación Daniel y Nina Carasso, llegaron a un acuerdo para producir una nueva serie de Barrio Sésamo en España. El año pasado se emitieron veintiséis episodios dirigidos a niños de tres a seis años, en los que los protagonistas son la nutrición, la actividad física, el conocimiento del cuerpo y del corazón y el bienestar socioemocional. Un equipo de expertos internacionales y locales ha elaborado el contenido, para inculcar a los más pequeños hábitos saludables que les beneficien a lo largo de su vida. La serie tiene un gran potencial para expandirse en otros países.
De ahí surgió el proyecto de su Fundación SHE (Science, Health and Education). ¿O son evoluciones diferentes?
Tenemos muchos programas y actuaciones paralelas en temas de educación sobre salud para personas de diferentes edades, y vimos la necesidad de concentrar toda la actividad en una fundación que se dedicase a trabajar sobre la base de la investigación científica para promover la salud mediante la comunicación y la educación. La colaboración con Barrio Sésamo se enmarca en uno de los proyectos de la fundación.
¿Y cómo funciona el otro de los grandes proyectos de SHE, el dedicado a la salud integral?
La Fundación privada SHE, que presido, tiene en marcha el programa SI! [Salud Integral!], que actualmente cuenta con la participación de más de 11.000 niños y niñas de 61 escuelas. El objetivo es ir más allá de la prevención de la obesidad, tratando la salud integral a partir de cuatro componentes básicos e interrelacionados: la adquisición de hábitos saludables de alimentación, la actividad física, el conocimiento del funcionamiento de nuestro cuerpo –y en especial el corazón–, y la gestión de las emociones y el fomento de la responsabilidad social como factores de protección frente a las adicciones y el consumo de sustancias como el tabaco o las drogas.
Su receta para la salud cardiovascular es tan fácil de enumerar como –para algunos– difícil de seguir. ¿Puede recordarnos los ingredientes básicos de la misma?
Como le comentaba, la pieza clave es la prevención. Pero si queremos saber en general cómo conseguir una vida más saludable, hay que destacar tres o cuatro cosas concretas: hacer ejercicio físico, evitar el sobrepeso y la obesidad, mantener una presión arterial adecuada y no fumar. ¿Cree que la gente no sabe estas cosas? Pues ahora lo importante es lograr ponerlas en práctica.
Antes empleábamos la palabra “receta”, y hay que recordar que usted ha escrito libros de divulgación acompañado de expertos y personalidades de muchos otros campos, uno de ellos, el prestigioso cocinero Ferran Adrià. ¿Qué recuerda en especial de esta colaboración?
Ferran Adrià ha realizado aportaciones muy destacadas a la cocina moderna y los últimos años también ha desarrollado una evolución importante para avanzar en otros campos como la cocina más saludable y más accesible. Nuestra colaboración en el libro puede parecer una paradoja, porque un investigador como yo habla de cocina y un cocinero como Ferran Adrià se acerca al mundo de la investigación. Ambos compartimos la necesidad o la obligación moral de salir a la calle y explicar cosas importantes como las formas más sencillas de evitar un infarto o los aspectos más básicos de la buena alimentación. El periodista Josep Corbella logró plasmarlo en el libro.
Dirigiendo centros de investigación a ambos lados del Atlántico y líneas de investigación de primer nivel mundial, ¿cómo se las arregla para, además, escribir libros y llevar a cabo divulgación de la ciencia?
Lo hago como contribución a la sociedad que tanto me ha dado. Es un gesto de responsabilidad. En el caso de los libros, he escrito en colaboración con personas destacadas como Ferran Adrià, como acabamos de comentar; el psiquiatra Luis Rojas Marcos [Corazón y mente], o el escritor y economista José Luis Sampedro [La ciencia y la vida]. El primero de esta serie de libros lo escribí con la colaboración del periodista Josep Corbella [La ciencia de la salud]. En todos los casos destacaría que me he encontrado con personas muy motivadas, muy comprometidas con la sociedad, aunque a veces pertenezcan a campos distintos y tengan formas de pensar diferentes a las mías.
En cualquier caso, defienda un poco su campo de trabajo: ¿la sociedad tendría que conceder un mayor reconocimiento a la investigación científica e invertir más en ella?
Es obvio que la sociedad no reconoce lo suficiente el trabajo de los investigadores y la importancia de la ciencia. Nuestro futuro depende de la educación y la ciencia, y por eso es necesario que los ciudadanos tengan una cultura científica más amplia, que la investigación sea un tema destacado. Los medios de comunicación y los periodistas tienen un papel importante que desempeñar, para hacer saber a la sociedad que la ciencia es el combustible del futuro de un país.
¿Cómo ve el futuro de la investigación científica en España en general y en Cataluña en particular?
Con preocupación. Durante mucho tiempo se ha estado trabajando intensamente para hacer avanzar la ciencia y ahora se plantean retos y problemas a superar de grandísimo relieve. De todos modos, tengo la esperanza de que se podrá mantener la línea positiva. En el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares, que está en Madrid pero que se extiende a toda España y al extranjero, estamos trabajando en muchos proyectos que suponen avances importantes para la ciencia, y nuestra ambición es poder continuar por este camino. Cataluña es una de las regiones europeas en las que realmente hay investigadores de gran calidad y donde se hace muy buena investigación científica. Si se ejecutan recortes importantes en el presupuesto de investigación científica, estaremos poniendo en peligro el futuro.
¿No ha echado de menos nunca dedicarse plenamente a la medicina en Barcelona?
Tengo una relación muy estrecha con Barcelona. Trabajo en muchos proyectos relacionados con la investigación y la salud en la ciudad, y estoy muy contento de poder seguir con este trabajo.
Premio Nacional de Cultura 2012
El doctor Valentí Fuster ha sido galardonado en Cataluña con el Premio Nacional de Cultura de 2012, dentro del apartado de Pensamiento y Cultura Científica, por “sus aportaciones a la biomedicina en el campo cardiovascular y su incansable lucha por la concienciación social para la mejora de la salud mediante la prevención de las enfermedades del cuerpo”, según el jurado de la distinción, otorgada por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CoNCA).
Nacido en Barcelona el 20 de enero de 1943, Fuster es doctor en Medicina por la Universitat de Barcelona y honoris causa en una treintena de universidades de todo el mundo. Inició su carrera de cardiólogo en Edimburgo (Reino Unido) y en 1972 se estableció en Estados Unidos. Fue profesor de medicina y enfermedades cardiovasculares en la Escuela Médica Mayo de Minnesota y en la Escuela de Medicina del Hospital Mount Sinai de Nueva York, y desde 1991 hasta 1994, catedrático de Medicina en la Escuela Médica de Harvard, en Boston.
Autor de casi un millar de artículos científicos y de dos de los libros de mayor prestigio internacional dedicados a la cardiología clínica y de investigación, su trabajo ha tenido un gran impacto en la mejora del tratamiento de pacientes con enfermedades cardíacas. Sus investigaciones sobre el origen de los accidentes cardiovasculares le valieron los premios más importantes de las cuatro grandes organizaciones mundiales de cardiología, incluido el Premio de Investigación 2012 de la Sociedad Americana del Corazón (AHA). En 1996 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Investigación. J.E.