Bar Almodobar

Fotos: Laura Guerrero i Nando Cruz

Bar Almodobar

C/ Grassot, 36 (Camp d’en Grassot i Gràcia Nova)

Concert de Kiki d’Akí

A mis queridos fantasmas

Cuatro guiris despistados salen del Almodóbar, paran un taxi y desaparecen en busca de un plan B. Hoy hay concierto en este bar de nombre tan internacional, pero no han oído hablar de la protagonista, Kikí D’Akí, y el ambiente del local tampoco promete mucha fiesta. De fondo suena ‘Breve encuentro’, el disco que la cantante leonesa presentará en directo. Ese hombre solitario que apura su copa en la barra es Sergio López de Haro, su guitarrista. Nadie repara en él.

En el escenario solo hay un taburete blanco de hierro, un puff de escai rojo, un atril y una alfombra. En el suelo, una regleta con cuatro enchufes, pero tres están vacíos. Solo sale un cable que conduce a un pequeño amplificador. Técnicamente no será un recital acústico, pero el caudal eléctrico será mínimo. Cualquier puede cotillear el repertorio del concierto porque el setlist está en el escenario. Apenas hay suspense: sonarán todas las canciones del disco y en el mismo orden. El único misterio es ese tercer micro, pues el concierto es a dúo.

Silencio, ya baja

La Kikí enlatada enmudece y aparece la Kikí de carne y hueso. Es esa señora de cierta edad que baja por las escaleras con la chaqueta echada a la espalda. Silencio. Ni un aplauso. Mira a Sergio, que está ya sentado en el puff rojo y sin mediar palabra entona los versos que marcarán el guión de esta íntima velada: “Los amigos que tuve / Ya no están nunca aquí / Mis queridos fantasmas / Flotan en la memoria”. Son de la canción ‘El color de los días perdidos’, de Fernando Márquez alias El Zurdo, esquivo personaje de la movida madrileña que en 1984 le compuso el minielepé con el que Kikí inició su guadianesca carrera en solitario.

Sí, hoy visita el ciclo Acústics del bar Almodóbar una coetánea de Pedro Almodóvar; otro de esos nombres ensombrecidos por la facción más hedonista y exitosa de la movida. Pero Kikí no ha venido a reivindicarse, sino a dar voz a los amigos que ya no están y, también, a algún ídolo. Y empiezan a caer títulos de Carlos Berlanga, de José Luis Armenteros, de Vainica Doble, de Bernardo Bonezzi… En su forma de cantar no hay aderezos; sólo un discreto entusiasmo. Con su mano dibuja las melodías para entonarlas mejor y saborearlas en toda su plenitud. En el verso “ella imagina su retrato / Venus envuelta en un tul con un gato”, entorna los ojos y acaricia imaginariamente ese tul para así rozar los exigentes agudos. Y lo logra. Y se alegra. Y encara el siguiente título aún con más entusiasmo.

Una burbuja de cristal

Entre el público hay músicos de varias bandas locales. También hay camisetas a rayas, aunque Kikí ha dejado la suya en el ropero. No así, esos pantalones de seda estampada cuyo ligero ondear exagera los movimientos de la cantante. Es lo único que se mueve hoy en esta sala. Paseas entre el público, hombres y mujeres de veintipocos a cuarentaymuchos, y todos están petrificados. Dibujas un traveling circular a su alrededor y la sala entera es una burbuja de cristal. El tiempo se ha congelado gracias a esa voz clara, a esos arpegios tibios y a esas canciones preñadas de fragilidad, nostalgia y encantador desencanto.

El misterio del tercer micro se ha resuelto. Charlie Mysterio, un joven músico depositario de buena parte de las enseñanzas de varios de los artistas antes mencionados, lo usará para cantar con Kikí ‘Un paseo en bicicleta’, un título que él grabó con su proyecto personal Los Caramelos y que ahora ha adoptado la madrileña. Poco después ‘Soleil’, de Françoise Hardy, derrite del todo la burbuja de cristal. “Sol, yo te quiero porque eres fiel toda la vida / Mas el amor no es constante como tú, ¿por qué?”, pregunta Kikí. Es una toma conmovedora. Charlie la susurra ya de vuelta entre el público. No es el único. Varias personas han vencido la timidez y ya canturrean.

¿Qué ha hecho Kikí hoy aquí? Preocuparse por estas canciones. Alguien ha de cuidar de ellas, regarlas para evitar que se marchiten. Y eso solo se logra sacándolas a la calle, cantándolas en bares como este para que quienes vayan a oírlas también las tarareen. Aún sonará un par de títulos de su minielepé de 1984, pero hoy no se trataba tanto de admirar a la cantante, como de resaltar el color de las canciones perdidas. “Muchas gracias por haber estado aquí”, se despide. Y baja del escenario con la misma discreción con que ha subido.

(Publicat el 3 de març de 2019)