La revolución sensual
Aún no ha empezado el concierto y ya hay gente bailando en La Maceta. Una pareja se contonea al son de una canción de Ary Lobo. Como cada dos jueves, este pequeño bar de Gràcia acoge una velada de forró y la parroquia brasileña acude predispuesta. La mayoría se conocen. Y, si no, alguien les presentará. Todo son saludos, sonrisas y esa expansividad inequívoca de quien se dispone a pasar las próximas horas en un ambiente gozosamente familiar. El único que no sonríe es ese tipo que juega al pinball. Se le acaba de colar la bola. Game over y a casa.
Ese tipo con rastas y camisa estampada de mil colores es Juan Munhoz. Nació en Río de Janeiro y llegó a Barcelona hace año y medio. Lo primero que hizo fue buscar en Google todos los locales que programaban música brasileña para conocer a sus compatriotas y encontrar su hueco como músico. Aquel es Pedro Bastos. Nació en Brasilia y ya lleva una década por aquí. Aunque su instrumento es la guitarra, se está animando con el acordeón y junto al también carioca Marcelo Machado acaban de formar el grupo Cabra Xaxado. Hace quince días debutaron en este mismo bar. Aquella noche Jeff, el dueño del local, tuvo que ir a por más cervezas ante la avalancha de público. Hoy ya está sobre aviso.
Acordeón, triángulo y destornillador
El trío tiene preparada una treintena de canciones: ‘Sanfona sentida’, ‘Lamento sertanejo’, ‘Desafabo’, ‘Assum preto’, ‘Saudade doce’, ‘Forró no escuro’… Son clásicos de este género nacido en el noreste de Brasil y popularizado por Luis Gonzaga en los años 50, pero aquí nadie espera a que suene su favorita. A la primera canción, ya se forman las parejas y todo el público salta a bailar. Con solo un acordeón, un tambor y un triángulo percutido con un destornillador, el trío transforma la estancia en un gozoso salón de baile. El sonido es pobre, el micro de Juan se acopla y Pedro aún está aprendiendo a dominar la botonera del acordeón, pero el ansia de bailar forró es hoy demasiado poderosa. Cuesta creer que hasta hace seis años esto fuese La Mandrágora, un bar de heavy.
Los sofás, mesas y sillas arrinconados en la pared amplían al máximo la superficie bailable. El futbolín también está aparcado; hoy será guardarropía y posacopas. Una veintena de parejas se cimbrean con afán y disciplina en una escena con aires de ritual clandestino. Hay algo fascinante y turbador en cómo se entregan al forró. Rozándose, susurrándose sin palabras, palpándose sin manos, piel con piel, el objetivo es fundir ambos cuerpos en uno. Los ojos, entornados para percibir la información corporal que emite la pareja. Los ojos, entornados para responder al ritmo. Ahora mismo, en La Maceta, nada importa más que saber responder a los estímulos musicales y epidérmicos. Tal vez ahí fuera, en el mundo real, alguien pronostique un futuro catastrófico, pero aquí dentro, en la penumbra, se está librando una verdadera revolución sensual.
En realidad, el xaxado que da nombre al trío es uno de los muchos bailes asociados al forró y tiene un origen revolucionario: lo idearon los bandoleros de Pernambuco que se enfrentaban al ejército de la región para reclamar mejores condiciones de trabajo y alimentación. Sus pasos se inspiran en la gestualidad militar y el ruido que hacían con las sandalias al rozar con el suelo es también la onomatopeya que bautizó el ritmo: xaxado. Entonces era una danza de victoria. Hoy, en esta discreta habitación de un bar de Gràcia, es pura resistencia.
Libidinoso y promiscuo
En la barra, el discjockey y predicador forrozeiro Silver Gui, dice que en Europa ya hay setenta festivales de forró, que solo Barcelona tiene cuatro y que hubo épocas en que podías salir a bailar forró cinco noches por semana en distintos locales de la ciudad. Pese a su imparable expansión internacional, el forró se sigue bailando en pequeños clubs donde la gente conoce y respeta los códigos de comportamiento. “Es un baile libidinoso y promiscuo”, aclara Juan Munhoz.
Un tipo de unos 60 años baila con una veinteañera que le saca un palmo de altura. Y negrazos, con rubísimas. Y mulatas, con pelirrojos. Y, a falta de más hombres, abundan las parejas de mujeres. Pero aquí lo más fascinante no es la diversidad de los emparejamientos, sino la naturalidad con que se entablan estos diálogos corporales que durarán lo que dure la canción. “¿Dónde está el ventilador?”, reclama una mujer empapada en sudor. Se queja en portugués, claro. Aquí no se habla otro idioma. Ya son una treintena de parejas bailando. De hecho, si no bailas, llamas la atención. Y, ay, igual hasta te sacan a bailar.
Promiscua es también la actitud de Cabra Xaxado. Hace un rato, el trío ha incorporado a la violista Katie Hunt. Luego, Victor Salvatti ha agarrado el micro para cantar dos o tres canciones mientras Marcelo cedía su tambor a Zé Luis. El sonido no ha mejorado mucho. El micro del cantante se sigue acoplando y se siguen acoplando también las parejas para exprimir los últimos bailes.
Cuando concluye el concierto, algunos siguen bailando forró enlatado. Uno de ellos es el cantante. En cuanto ha bajado del escenario, ha encontrado pareja.
(Publicat el 19 de maig de 2019)