Sant Antoni Reggae Splash

Fotos: Joan Cortadellas

Sant Antoni Reggae Splash

Avinguda Mistral (Sant Antoni)

Concert de General Levy

Chapuzón jamaicano a seis grados

Máximo respeto por el barrio de Sant Antoni. Llueva, nieve o hiele, es el primero de la ciudad en celebrar su fiesta mayor. Ningún otro barrio barcelonés se atreve a organizarla en enero. Los de Sant Antoni están como una regadera, pero no del todo. Desde el 2005 dedican un día a la música jamaicana pensando, tal vez, que los efluvios del ska y el reggae suavizarán la temperatura.

La música jamaicana altera la percepción sensorial, pero el termómetro no sabe de buenas vibraciones. Es un sábado noche de pleno enero y en la avenida Mistral estamos a seis grados. Las estufas de las terrazas de los bares echan más fire que el mechero de Capleton y cientos de personas hacencola, medio congeladas, para entrar en la carpa que acogía el Sant Antoni Reggae Splash.

El Chapuzón Reggae de Sant Antoni es un asunto del barrio. Lo montan varios vecinos enamorados de la música jamaicana. Las entradas anticipadas se venden en el bar Prize de la calle Floridablanca. Y el artista internacional se aloja en un hotel de tres estrellas de la calle Rocafort. Esta es la edición trece y la mala suerte casi arruinar la noche: Vueling ha cancelado el vuelo de General Levy y el pionero del jungle ha comprado otro pasaje para llegar… sin la maleta.

Turistas y migrantes

En lo único que se parece esto a un festival es en la muy notable presencia de extranjeros: jóvenes franceses e ingleses que se han enterado, quién sabe cómo, de que hoy hay música en vivo en la calle. En lo que no se parece a un festival es en el precio: 10 euros con consumición incluida. Eso posibilita que muchos migrantes subsaharianos instalados en la ciudad también acudan.

En el interior de la carpa, unas 600 personas bailan los cortes de reggae, dancehall y ska del colectivo Blackup Sound tras la sesión de sus homólogos del Nyahbingi Sound. Seis camareros no dan abasto para atender a la cantidad de gente que necesita beber. La música jamaicana ha traído el verano y el calor obliga a quitarse ropa. El borde del escenario es una cordillera de chaquetas, jerseys, anoraks y bufandas amontonadas. Una inglesa pone mala cara porque está sonando el ‘Red, red wine’ de UB40. Se le pasa rápido: en cuanto suenan los Specials.

Las breves actuaciones de Ras Neftali y Ras Zohen acaban de caldear el ambiente hasta que sale General Levy. Y sus primeras palabras son: “¡Wicked, wicked!”. Es el grito de guerra que inmortalizó en ‘Incredible’, la canción de M-Beat a la que contribuyó con su trepidante aportación vocal y que se convirtió en el primer gran éxito del jungle. Es solo un aperitivo, porque hoy no es cuestión de soltar el as en la primera jugada. A cambio, no tardará en recrear el ‘Work’ de Rihanna y emplearse con los característicos trabalenguas jungle: que si ‘biring barang biring dangdang’, que si ‘tiktikikitik tangtang’…

Caliente, caliente, caliente

Un joven subsahariano se atreve a hacer algo que jamás creyó posible: bailar sin camiseta en Barcelona en pleno enero. La temperatura en la carpa sigue subiendo. General Levy canta ‘Hot hot hot’. La carpa está tan llena de público que se está ensanchando por los costados. La actuación sigue acelerándose y pasa ya del dancehall al jungle más trepidante y fiero. El público, claro, no para de botar.

Al filo de la una de la madrugada el equipo de sonido se funde. Por suerte no es grave y al minuto todo vuelve a funcionar. De vez en cuando, Levy entrega su teléfono móvil al selector que lanza las bases musicales para que le haga una foto con el público de fondo. La estampa lo merece: no es tan habitual tomar un avión para actuar en la fiesta de un barrio de Barcelona y encontrarte con un personal tan entregado al jungle. Cuando al fin suena ‘Incredible’, la carpa casi explota.

Lo bueno de organizar un concierto en una carpa es que fuera también se oye. Unas cien personas tienen ya claro que no entrarán, pero charlan y bailan en la calle como si no hiciese un frío polar. Dos vecinos mayores con aspecto de buscavidas sin suerte han bajado a la calle una mesa de cámping. Tienen refrescos, ron, ginebra y vodka. Un turista pregunta el precio de un cubata. 4 euros. Le parece caro y no compra. En el primer piso del número 17 de la avenida Mistral también hay fiesta. Los ecos del chapuzón reggae llegan hasta su terraza.

(Publicat el 15 de gener de 2017)