Un concierto a cuatrocientos metros de casa
Salió de casa con la guitarra en la mano y una mochila con un puñado de CDs. Caminó treinta pasos por el paseo Maragall y bajó por la calle Pontons. Giró a la derecha y siguió por Costa i Cuixart hasta el número 33. Esa es toda la ruta que hizo nuestro protagonista para actuar en el Riff Rock Bar. Andó 400 metros una tarde de domingo y en apenas seis minutos se plantó en el escenario.
El Riff Rock Bar no está en Nashville, Chicago u otra de tantas ciudades estadounidenses famosas por su fértil circuito de clubs, sino en Nou Barris, junto a la plaza Virrei Amat. En la pared hay fotos de Janis Joplin, AC/DC, Jimi Hendrix, Barón Rojo y Metallica. Al fondo, un cartel anuncia el primer festival Metal-Rock que este fin de semana acogerá la fiesta mayor del barrio de Porta. Eso que suena es el disco de los Setentación, el grupo de Santi, el camarero. Junto al ordenador, un aviso: “No sé aceptan peticiones musicales. ¡Gracias!”.
Al final de pasillo se abre un espacio cuadrado al fondo del cual se ubican los conciertos. Es cuadrado, sí, pero con una mesa de billar en medio, de modo que el público se tiene que repartir a ambos lados de esta. Por cierto, quien actúa hoy es Juan Gómez González, más conocido como El Sobrino del Diablo, un tipo que abandonó su trabajo hace dos décadas para dedicarse a la música a jornada completa y hace 17 años que vive de ella. Asegura haber superado ya los 2.500 conciertos. Más de mil los ha hecho sin moverse de Barcelona.
El Sobrino del Diablo se conoce Horta, Nou Barris y Sant Andreu como la palma de su mano. Ha actuado en bares y pubs como La Cochera, La Taberna del Minotauro, Ruta 66 y El Cor de la Vinya. También, en centros cívicos como Can Basté, Can Verdaguer, Can Travi, Torre Llobeta y Matas i Ramis. Y en decenas de locales como La Bugadera, los Lluïsos d’Horta y el casal de la Prosperitat que forman ese fértil tejido cultural de los barrios invisible para la cultura oficial. Este tipo merecería ser declarado Patrón de los Otros Escenarios Posibles.
Hoy, la historia del heavy
El aforo del Riff Rock Bar es de 31 personas y se cubrirá sobradamente. Hoy El Sobrino reconoce de vista al 80% del público. Es lo que tiene actuar en locales diminutos: no solo los espectadores tienen cerca al artista, sino que también el artista se queda con la cara de los espectadores. De algunos conoec el nombre porque lo siguen siempre que pueden, sabiendo que siempre hace un concierto distinto. Hoy, por ejemplo, al actuar en un bar con alma heavy, ha montado un recorrido por la historia del heavy. Tiene doce discos publicados y se sabe de memoria cientos de versiones, así que no le faltan títulos entre los que escoger.
“El heavy nació en el paleolítico, pero, ¿quién fue el autor del primer riff heavy?”, pregunta a la concurrencia. El Sobrino estructura el show como una mezcla de concierto y lección de historia. La alumna más rápida será Silvia, la corresponsable del bar. En efecto, Dave Davies, de los Kinks, inventó el heavy con ‘You really got me’. Y una vez aclarado, el profesor Gómez interpreta su ‘Fiestas patronales en el Maestrazgo turolense’, algo así como ‘El canto del gallo’ de Radio Futura, pero desde el punto de vista del joven que veranea en el pueblo y no desde el del músico de orquesta que recorre los pueblos. La rueda de acordes y el sha-la-la-la-la-lá la la-la-la-lá que la ilumina son muy Kinks, sí.
Mientras Santi, el camarero, saluda a los clientes y clientas que entran con el recital empezado, El Sobrino saca de su enciclopedia mental del heavy ‘Man on the silver mountain’, de Rainbow. También, ‘The seeker’, de los Who, a la que ha injertado una letra en castellano y que ha rebautizado como ‘El buscador’. Todas y cada una de sus interpretaciones están trufadas de datos históricos y anécdotas hilarantes que mantienen al público absolutamente atento. Si alguno se despista le suelta un “¡callad, que esto entra en examen!” y lo rescata.
Tras media hora en escena durante la que solo ha tocado tres canciones pero ha contado treinta historietas, ataca con el ‘Whiskey in the jar’ de Thin Lizzy. De Phil Lynott y compañía podría explicar obra y milagros, puesto que años atrás publicó la biografía ‘Thin Lizzy. La leyenda del rock irlandés’. Pero es hora de hacer una pausa. El público aprovecha y husmea esa mesa de billar que El Sobrino ha convertido en mercadillo de cedés y camisetas. Y quien quiera, que anote su email en la libreta y recibirá información de sus próximos conciertos.
Con tres años y ya hace cuernos
No son pocos los hombres y mujeres que han llegado solos al bar. Tal vez sean vecinos del barrio. Un concierto de domingo por la tarde puede ser un lugar ideal en el que esquivar la soledad. Ese matrimonio ha traído a su hija de tres años. La han sentado sobre un congelador. Su padre le enseñó a hacer la señal heavy de los cuernos y ella la exhibe en cuanto El Sobrino retoma su pase con el ‘Rainbow demon’, de Uriah Heep; este, reconvertido en ‘Ponme un vino’.
El Sobrino aprovecha aquí para desvelar que el teclista de Uriah Heep vive en Torremolinos y que su letra está inspirada en la época que trabajó en El Corte Inglés. A partir de ahí, nuevas confesiones que nada tienen que ver con el heavy, pero sí con la vida: que odia la Navidad (como buen heavy), que odia las cenas de empresa (como buen anarquista), que las empleadas de El Corte Inglés debían callar cuando su jefe las acosaba si no querían ser despedidas, que la empresa tenía entonces estrechos vínculos con el dictador argentino Videla y que ahora los tiene con el muy poco democrático emir de Qatar.
El público, claro, sigue absorto. Unos filman sus monólogos con el móvil. Otros se saben de memoria muchos chistes. Acaba de llegar un tipo que, como Pedro por su casa, se ha sentado junto al cantante y no para de interrumpirle con salero. No es Pedro sino su amigo Joan, tenor del Increíble Kinteto Afonía en el que El Sobrino militó unos años. Cuando entone el ‘Ain’t gonna cry no more’ de Whitesnake con su guitarra y reconozca que sin el solo de teclado esa canción se queda coja, el tal Joan se levantará y lo emulará con la boca.
En un impulso imprevisible, Santi, el camarero, salta de la barra y se une a Joan y a El Sobrino. Resulta que él también cantaba en el Increíble Kinteto Afonía. (Anécdota para la historia del rock de Nou Barris: El Sobrino conoció a Santi en una actuación del Increíble Kinteto Afonía en La Cochera, el bar que hay dos puertas más arriba del Riff Rock). Joan, Santi y El Sobrino, entonan un clásico del Kinteto, ‘Ferretería Taulat’, una operística oda al metal y al bricolaje.
“¡Ei Rouco, deja a los niños!”
Llegan los minutos más metaleros de la velada. Es hora de exhibir la orgullosa ‘Muñequera de pinchos interior’. (Podría ser un título de Gigatrón, pero no lo es). El guión de la velada se dilata y se desvía por los afluentes del Pisuerga. Ahora, un amago del ‘Another brick in the wall’ de Pink Floyd con el coro tuneado: “Ei Rouco, leave the kids alone” (¡Ei Rouco, deja a los niños!). Ahora un chiste sobre Melendi. Ahora una cita del anarquista ruso Kropotkin. Ahora otra versión, el ‘Crusader’,de Saxon, reconvertida en ‘La conquista del croissant’. “Para esta canción me tengo que quitar las gafas porque pasa en la Edad Media y entonces no había gafas”, justifica el cantante.
Entre carcajadas, guiños a Scorpions, The Police y Celtas Cortos y más anécdotas de la historia no contada del heavy, se nos ha pasado la tarde. Una muy amena tarde de domingo. Las cuentas no acaban de cuadrar. Había más de treinta personas, pero solo veinte han pagado los cinco euros de entrada. Aun así, con diez conciertos al mes a los que asistan cincuenta personas, Juan Gómez puede subsistir con alegría. Y lo mejor es que, tras dos décadas pateándose la ciudad, ya no tiene que buscar tantos bolos. Nueve de cada diez conciertos se los ofrecen.
En cuanto acabe de recoger, El Sobrino sacará la agenda y pactará con Silvia la fecha de su próxima actuación en el Riff Rock Bar. Así lo hace en la mayoría de lugares en los que toca. Él es su propio representante y ofrece su mercancía cantada puerta por puerta. De este modo, el vecindario de cualquier barrio puede asistir a un concierto igual que va a la pescadería o a la escuela a recoger a los niños: sin caminar más de seis minutos desde la puerta de casa.
(Publicat el 29 d’abril de 2018)