¿Se puede hacer teatro y no utilizar ni palabras ni actores adultos? Ese es el reto que se fijó la compañía Ça Marche para crear la tercera parte de La trilogía del hijo, formada por las piezas Ça va, Ta Gueule y Silence. Si ya en el caso de Ça va se planteaban el paso de la niñez a la edad adulta, la infantilización del mundo y el potencial político subversivo propio del niño, y en Ta Gueule se interesaron por el trabajo con niñas en escena, en Silence continúa la investigación con niños que toman la palabra para comunicar al público la dificultad de dejar el hogar, crecer y enfrentarse al mundo.

Porque no es fácil dejar el hogar paterno. Tampoco lo es aceptar todo lo que comporta hacerse mayor. Sería fantástico poder escapar y librarse de esa carga. Y Silence interroga este deseo. Se sumerge en esas fantasías y en todo lo que las hace posibles. Porque, cuando el mundo se nos hace inasumible, necesitamos reinventarlo, pensar en otro mundo que podamos arreglar y que nos sea atractivo. Sin embargo, ¿qué pasa cuando inventamos mundos nuevos y alternativos para escaparnos de la realidad? ¿Y si acabamos anunciando un mundo peor que el que considerábamos malo? ¿Qué forma pueden tener esos espacios de contradicción?