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Juan Pablo Villalobos: “Narrar es como caminar, como pasear, deambular. Eso lo aprendí en Barcelona”

Lun 13/04/2020 | 23:45 H

Por Andreu Gomila

El escritor mexicano Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973) es una de las voces latinoamericanas que mejor se ha afianzado en el panorama literario mundial en la última década.  En 2016, ganó el premio Herralde de novela gracias a 'No voy a pedirle a nadie que me crea' (Anagrama). Este 2020 ha publicado 'La invasión del pueblo del espíritu' (Anagrama), donde vuelve a hacer de puente a través de unos personajes de origen latinoamericano que viven en la ciudad pero que mantienen, como pueden, el contacto con su tierra.

Hace casi viente años que vives en Barcelona. ¿Qué te trajo a la ciudad y por qué te quedaste?
Vine a hacer un doctorado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Autònoma, becado por la Unión Europea, imagínate si ha pasado el tiempo: ¡la UE becaba a alumnos latinoamericanos para venir a universidades europeas! Me fui quedando porque ahí conocí a la que hasta ahora es mi pareja, Andreia. Coincidimos en un seminario sobre literatura del holocausto, lo cual, más que romántico, es bastante siniestro, pero no vamos a editar la vida, ¿no? Por cierto, el seminario lo dictaba Gonzalo Pontón Gijón y ahora somos colegas en el jurado del Premio Herralde, otra señal de que ha pasado mucho tiempo... Como Andreia es brasileña y yo mexicano no teníamos un lugar común al que volver. Probamos en Brasil, vivimos ahí por tres años, entre 2011 y 2014, pero decidimos instalarnos de nuevo en Barcelona, que es nuestro lugar como familia, espacio neutro, nuestros dos hijos nacieron aquí y están creciendo como barceloneses.

"Durante un tiempo viví en el Farró, cerca de donde vivió Osvaldo Lamborghini, y solía pasearme por su calle, fantaseando con una foto muy famosa en la que se lo ve en la cama rodeado de papeles"

¿Qué influencia tuvo el rastro del boom latinoamericano en Barcelona en tu decisión? ¿O más bien fue el rastro de Bolaño?
Temo decepcionarte, pero ninguno de los dos. Por supuesto que sabía del paso de García Márquez o Vargas Llosa por la ciudad, y también de Bolaño, pero ninguno de esos autores fue muy importante en mi formación como escritor. Sergio Pitol sí lo fue, y su 'Diario de Escudellers', publicado en 'El arte de la fuga', fue un texto que inspiró toda una sección de mi novela 'No voy a pedirle a nadie que me crea', los diarios de Valentina. Otro libro que me interesó antes de vivir en Barcelona fue 'Tres novelitas burguesas' de Donoso, incluso escribí un artículo para la universidad, sobre una novela corta que tenía que ver con el informalismo. Es un libro injustamente olvidado. También estuve obsesionado con el paso de Osvaldo Lamborghini por la ciudad: durante un tiempo viví en el Farró, cerca de donde vivió Lamborghini, y solía pasearme por su calle, fantaseando con una foto muy famosa en la que se lo ve en la cama rodeado de papeles.

Los escritores del boom, a excepción de José Donoso, hablaron poco de Barcelona. ¿Por qué crees que pasó esto?
No sé... Porque preferían la nostalgia o porque creían que para ser escritores latinoamericanos tenían que seguir escribiendo sobre sus países. O porque siempre vieron a Barcelona como un lugar de paso. Eso sucede mucho entre los extranjeros, asumir la ciudad como un lugar donde estás físicamente pero no sentimentalmente. Quizá la ciudad, o más bien, la sociedad barcelonesa, lo fomenta, porque no es fácil apropiarse de Barcelona, hay que esforzarse, hay que insistir, ser terco. Conozco a varios colegas que pasaron por aquí en tiempos recientes sin echar raíces ni tener ganas de hacerlo.

"Lo exótico, al fin y al cabo, es aquello que nos es ajeno, que nos queda lejos, ya sea geográfica o temporalmente"

¿Qué crees que le debe la ciudad a la literatura latinoamericana? ¿Y la literatura latinoamericana a la ciudad?
Capital simbólico y capital capital, respectivamente, jaja. Lo digo en broma, pero también me parece verdad. Los escritores latinoamericanos contribuimos a la riqueza cultural de la ciudad, a su cosmopolitismo, su diversidad, y a cambio recibimos dinero y comodidad (tampoco tanto).

¿Cómo ha cambiado tu literatura desde que decidiste establecerte de manera definitiva en Barcelona?
Lo que cambió mi manera de escribir fue darme cuenta de que no iba a volver a México, y eso pasó cuando vivía en Brasil y estaba escribiendo mi tercera novela. Tenía tres novelas mexicanas, quiero decir, sobre México y escritas en castellano de México, y empecé a sentirme un impostor, un falso mexicano. Desde la adolescencia que no me interesa la nostalgia, la idealización del lugar de origen, que suele producir exotización. Lo exótico, al fin y al cabo, es aquello que nos es ajeno, que nos queda lejos, ya sea geográfica o temporalmente. Cuando terminé esa tercera novela me di cuenta de que ese camino no tenía más recorrido, que había que ir hacia otro lugar, y de ahí surge 'No voy a pedirle a nadie que me crea', localizada en su mayor parte en Barcelona.

" Uno de mis proyectos es publicar un libro en catalán en 2023, cuando cumpla veinte años de haber llegado a vivir a Barcelona. Es una especie de diario y ya hasta tiene título"

¿Miras a tu país, México, de manera diferente, desde que no vives allí?
Los primeros diez años me parecía que la distancia me daba una perspectiva diferente y que eso nutría mi escritura. De ahí salieron tres novelas. Luego, como acabo de explicar, se volvió un problema. Me empezó a parecer que no entendía lo que estaba pasando en el país, o que, incluso, no tenía “legitimidad” para seguir narrando su realidad. Ahora creo haber aprendido a vivir con esa distancia, a modularla, a construir un México imaginario que no sea un exotismo de tienda de aeropuerto, mantener una mirada crítica, seguir informado, leer literatura mexicana contemporánea, comer tacos en casa cada vez que me plazca.

En tu última novela, 'La invasión del pueblo del espíritu', hay una cierta tensión entre la “lengua aborigen” y la “lengua colonizadora”. ¿Cómo la vives tu?
Es una tensión riquísima, que para mí nunca ha representado un problema. En 2004, cuando llevaba un año viviendo en Barcelona, escribí una crónica para una columna que tenía en un periódico mexicano sobre mis problemas para hablar catalán en la ciudad. Nos pasa a muchos: nos entusiasmamos al llegar, tomamos clases, y luego cuando salimos a la calle, nadie nos quiere hablar en catalán, especialmente a los latinoamericanos. Aquella crónica se llamaba “Pots parlar-me en català, si us plau?”. Uno de mis proyectos es publicar un libro en catalán en 2023, cuando cumpla veinte años de haber llegado a vivir a Barcelona. Es una especie de diario y ya hasta tiene título: 'L’any que vaig parlar català'. No sé si acabe haciéndolo, probablemente no.

"Me interesan los personajes desarraigados, los que pueden cuestionar las identidades cerradas, nostálgicas, dogmáticas"

¿Cómo te ha influido la realidad barcelonesa en tu obra? Pienso en Laia de 'No voy a pedirle a nadie que me crea' o en Pol de 'La invasión del pueblo del espíritu'.
Lo que más me ha influido es el espacio público, que es muy diferente al de México o América Latina en general. Esas dos novelas, más allá de los personajes barceloneses, suceden en la calle, en las plazas, en los parques, playas, bares, restaurantes. En mis tres novelas mexicanas el espacio más importante es la casa, la vida interior. Son novelas sobre familias, sobre vecinos. En mis novelas barcelonesas la trama se va enredando por el azar o la casualidad que solo puede producirse en el espacio público. Ahora pienso que narrar es como caminar, como pasear, deambular. Eso lo aprendí en Barcelona.

 ¿Te resulta más fácil crear personajes que viven lejos de su lugar de nacimiento? En 'La invasión del pueblo del espíritu' son casi todos de fuera, desde los protagonistas a los secundarios.
Me interesan los personajes desarraigados, los que pueden cuestionar las identidades cerradas, nostálgicas, dogmáticas.

¿A quién adoras más, a Messi o a Bolaño?
A Iniesta y a Pitol. Es una cuestión de gusto, de estilo.

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