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Barcelona cultura

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Xavier Cugat, desde un país imaginario

Dom 26/07/2020 | 01:30 H

Por Jordi Bianciotto. periodista musical

Su Rolls Royce dorado, con matrícula del estado de Nevada y el apellido 'Cugat' inscrito en mayúsculas, a menudo plantado en la puerta del Ritz (hoy Palace), en la Gran Vía de Barcelona, ​​era un símbolo que nos transportaba a otro tiempo, la imagen viva y llamativa del sueño americano, y la pasarela hacia un imaginario de fantasía, sensualidad y exotismo. De todo ello se rodeó Xavier Cugat, el muchacho nacido en la plaza del Oli, en Girona, para conquistar Hollywood e introducir las músicas latinas en el imaginario de los estadounidenses en la era del swing y de las grandes orquestas.

El espectáculo 'I sing a song about bananas' llevará al Teatre Grec, el 28 de julio, la historia de este catalán universal, algo desatendida en las últimas décadas a pesar de los atractivos de su lección de vida y la vigencia de su tropicalismo sonoro. Ahora que tanto hablamos del asalto de la latinidad al mainstream global, de Bad Bunny y los dúos de Maluma con Madonna, pensamos que nuestro 'Coogie' incrustó la conga, el mambo y el cha-cha-cha, siempre a su imaginativa manera, en medio de Manhattan, como director del orquesta del Waldorf-Astoria, y que divulgó estos ritmos en el cine asociándolos a un hedonismo mundano. Xavier Cugat, bon vivant y as del marketing, siempre rodeado de esbeltas señoritas, luciendo pipa y chihuahua, y poniéndose a todos los públicos en el bolsillo con su sonrisa traviesa y sus caricaturas.

DE LA HABANA A ESTADOS UNIDOS
A Ester Nadal, directora escénica del montaje, y a Helena Tornero, que firma la dramaturgia, se les ha acumulado trabajo, porque son muchos los perfiles del personaje que han tenido que capturar, con la ayuda de los actores Anna Moliner, Xavier Ruano y Ferran Vilajosana, y de las músicas suministradas por la Original Jazz Orquestra del Taller de Músics, bajo la batuta de David Pastor. Empezando por los orígenes aventurados: la criatura nacida con el siglo pasado, el 1 de enero de 1900, que emigró con sus padres a Cuba (47 días de travesía) y que encontró la vocación musical en La Habana. A los ocho años tocaba el violín en un cine con Moisés Simón, el autor de 'El manisero', y a los once, en la Orquesta Sinfónica del Teatro Nacional de La Habana, donde pudo departir con astros internacionales, de paso por la isla, como Enrico Caruso.

Fue el mismo tenor quien le aconsejó irse a los Estados Unidos, y Cugat se vio, siendo un adolescente, durmiendo en el Central Park neoyorquino al acecho de las primeras oportunidades. Puro relato de self-made man, beneficiado de este primer y alto contacto, que le ayudó a introducirse en los círculos del espectáculo. Aquel Cugat tierno levantaba el vuelo observando el gusto norteamericano y intuyendo un camino en los ritmos de origen tropical. Disposición total a quemar etapas con rapidez, tanto en el ámbito profesional (de las presentaciones en el Carnegie Hall al salto a Los Ángeles) como en el personal: casorios sucesivos (hasta cinco en total), entre los que pronto encontramos a la diva cubana Rita Montaner, la actriz mexicana Carmen Castillo y la modelo Lorraine Allen. Alianzas que jugaron un papel en su proyección como gran seductor.

VALENTINO, CHAPLIN, SINATRA
Visto en la distancia, deslumbra su don para estar en el lugar correcto en el momento preciso o, más bien, para construir constantemente, con su ingenio e inteligencia, las condiciones adecuadas para sus intereses. Porque Cugat se relacionó con toda cuanta estrella de la época: Rodolfo Valentino le coló tocando el violín en 'Los cuatro jinetes del apocalipsis' (1921), Charles Chaplin adaptó su versión de 'La violetera' (al principio, no acreditó a su autor, José Padilla) en la película 'City Lights' (1931), y Frank Sinatra hizo con Xavier Cugat and his Orchestra una de sus primerísimas grabaciones, la canción 'My Shawl' (1933) , inspirada en el clásico catalán 'La mare de Déu'. A 'Coogie' le gustaba afirmar que Cole Porter escribió 'Begin the Beguine' para él, que Ary Barroso lo tuvo en la cabeza a la hora de componer 'Aquarela do Brasil', y que Margarita Cansino se convirtió en Rita Hayworth siguiendo sus consejos, y a veces sus historias nos hacen pensar en el protagonista de 'Big Fish', de Tim Burton, que convertía cada episodio de su existencia en una fábula difícil de creer literalmente, hasta que al final de la película , a la hora del sepelio, el desfile de los personajes de carne y hueso certificaba que todo lo que había contado era cierto. En Chicago, el mismo Al Capone le pagaba el sueldo cada noche, y en Las Vegas inauguró el Flamingo y el Caesar's Palace. Etcétera. Episodios, algunos, que pasan a veces bastante inadvertidos en la historiografía musical anglosajona, y que nos insinúan que puede haber una manera 'cugatiana' de explicar el siglo XX.

FRIVOLIDAD Y ESPECTÁCULO
Una manera de estar en el mundo que partió del vínculo con la música clásica: sin sus conocimientos de Bach, Beethoven o Brahms no habría tenido Cugat los recursos para llevar la música latina a ese estadio de frondosidad. En el otro extremo, supo sacar partido de la frivolidad y del factor espectáculo, comenzando por poner una chica exuberante al frente de la orquesta, como Lina Romay o la que se convirtió en cuarta esposa, Abbe Lane, y proyectándose como gran galán en películas como 'Escuela de sirenas', junto a Esther Williams, entre sincronizadas coreografías kitsch y chorros de agua multicolor.

Los años dorados de Xavier Cugat fueron junto a Abbe Lane, a lo largo de los años cincuenta, alrededor de álbumes como 'Meet Cugat and Abbe Lane' (1954), y de puestas en escena de alto voltaje, donde ella lucía curvas o extendía las largas piernas encima de un piano de cola blanco. Escenas censuradas en la España franquista, como aquel 'Me lo dijo Adela' que interpretó sibilinamente 'Susana y yo' (1957). El rock and roll empezaba a asomar la nariz, y Cugat sacó partido de un sonido caliente y trepidante que los estadounidenses a menudo etiquetaban al por mayor como ‘rhumba’ y que se alimentaba de varios patrones rítmicos, del mambo al merengue y el cha-cha-cha, con incursiones en la samba o el tango. Apoteosis de un cliché latino de postal satinada, golpe de cadera, maracas y puesta de sol romántica sobre el océano.

EL PRECURSOR
Cugat fue precursor, sin saberlo, del sonido ‘exotica’, explorado por creadores como Les Baxter y Martin Denny, y reivindicado por corrientes del pop alternativo a partir de los años noventa (grupos como Combustible Edison o los populares Pink Martini). Con Baxter incluso compartió diva abracadabrante, la peruana Yma Sumac, otra de las voces con quien trabajó, así como la brasileña, acostumbrada al culto a la fruta, Carmen Miranda. Músicas de un país latino inexistente, simbiosis de hallazgos y ocurrencias: trompetas de mariachi y tambores afrocubanos, arreglos orquestales con ancestros de 'big band' y de educación clásica europea, arpas mágicas y corazones que subían hacia las estrellas.

Con este lenguaje sonoro y haciendo valer su carisma personal y el dominio del nombre como marca (llegó a tener su cadena de restaurantes, Casa Cugat, donde, también aquí, mezclaba sabores: tacos mexicanos y gazpacho andaluz), dominó Xavier Cugat toda una era sin perder la sonrisa, encadenando matrimonios (el último, con la murciana Charo Baeza) y, en tiempo de crepúsculo, retirándose a Cataluña después de toda una vida en ultramar. Su existencia había transcurrido, en buena medida, de hotel en hotel, así que debe ser natural que eligiera el Ritz para cerrar el trayecto a su manera, rodeado de lujo hasta el último suspiro, cumplidos los noventa años, contando una y otra vez la prodigiosa historia de su vida para los que quisieran escucharla.

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