Las flores que crecen en el abismo que soy

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Les flors que creixen en l’abisme que soc
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Les flors que creixen en l’abisme que soc

Inauguración: jueves 12 de junio, a las 19 h; entrega de premios, a las 20 h

Las flores que crecen en el abismo que soy, una exposición que recoge las obras finalistas de la convocatoria Miquel Casablancas 2025, organizada por Sant Andreu Contemporani.

Artistas: Ali Arévalo, Daniel Cao, Jorge Isla, Victoria Maldonado, Usama Mossa Chaty, Maya Pita-Romero, txe roimeser, Miguel Rubio Tapia, Laura San Segundo y Alejandría Cinque, Lucas Selezio de Souza, Paula Vilageliu Porlein

Dosieres. Proyecto: Salva G. Ojeda, Mourae, Maya Pita-Romero, Eduard Ruiz; Mediación: Sarah King, Iris Verge Ferrer y Miquel Hernández Vallès, Massa Salvatge; Comunicación gráfica: CEGimeno, Clara Pessanha, Marian Vélez Luque

Ante la amenaza de que se avecinan tiempos oscuros, recientemente se ha rescatado una reflexión de Gramsci cargada de esperanza: «El viejo mundo muere, el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro, aparecen los monstruos». Hace ya siglos que el arte asentó la idea de que el sueño de la razón produce monstruos, y pareciera acaso sencillo reconocerlos en las figuras infames que protagonizan la política del nuevo orden mundial. Ese monstruo no está fuera de nuestra sociedad: se normaliza en discursos que apelan al sentido común y la libertad, mientras la frontera entre lo democrático y lo autoritario se difumina y da inicio a un régimen que ha llegado a denominarse «neofeudalista». Efectivamente, los monstruos poblaban las cartografías medievales hasta que fueron desplazados por los vientos del incipiente capitalismo global que vemos en el mapa Sin título, de la serie «Plus ultra» (2024), bordado por Lucas Selezio de Souza. Fue entonces cuando pasaron a habitar en el interior de esos hombres que propagaron el nacionalismo a base de colonización, extractivismo, exterminio y expulsión sistemática de los pueblos de sus territorios, como la experiencia familiar de Usama Mossa contada en la instalación Hombre de Barro / الطین رجل (2025), dando cuenta de la barbarie sobre el pueblo palestino que acontece desde mediados del siglo pasado hasta este mismo momento. 

Sin embargo, lo monstruoso ha sido, más bien, una construcción cultural utilizada para señalar lo que está fuera de la norma y merece ser expulsado de la sociedad, articulando conceptos como alteridaddiferencia y demostrando lo artificioso de los mitos de origen, tal y como reflexiona Miguel Rubio Tapia a propósito del falseamiento, ensamblaje y reconstrucción de la historia en torno al guanche en Canarias (People say we’re alike, they say we’ve got the same hair, 2024). Por eso mismo, lo monstruoso es un término del que es posible apropiarse para habitar en él como si fuera un refugio donde cultivar la imaginación sobre un tiempo futuro. Es lo que hace Daniel Cao en el proyecto VINADER: SONS BIOLÒGICS (2022-2024), donde explora la relación entre naturaleza y ciencia ficción, especulando sobre la posibilidad de la vida extraterrestre como hilo conductor de un relato biofuturista. De hecho, el origen del término monstrum aparece en la mitología clásica como advertencia o señal sobrenatural, tal vez un aviso de los dioses sobre algo fuera de lo común que estaba por acontecer, sin que necesariamente conllevara algo negativo. En el proyecto de foto-performance Las hijas de Minerva (2024), Laura San Segundo y Alejandría Cinque resignifican la iconografía de esta diosa a la hora de desafiar los espacios originados para la sociabilidad masculina como eran los salones de billar. En la mesa de billar, como en nuestros cuerpos, se multiplican los agujeros, escondites por los que deslizarse para cobijarse del mundo, como el topo que aguarda una revolución futura. Los agujeros pueblan también la obra Fotosíntesis (2025) de Jorge Isla, pero en este caso sobre un cuerpo tecnológico, testigo del impacto de la acción humana sobre la naturaleza.

Desde una perspectiva queer, el cuerpo es, en efecto, una tecnología. El cuerpo transgénero es un cuerpo agujereado como el de Frankenstein, «una carne desgarrada y vuelta a coser». Esta disidencia encarnada, definida por Suzanne Stryker o por Donna Haraway como una nueva belleza trans-formadora, se expande como un territorio generativo desde el que repensar los límites y desafiar el acto de la autocreación reservada simbólicamente a los dioses. txe roimeser lleva adelante este inmenso desafío contando con el apoyo de una beca de producción del centro Hangar, la colaboración de la Escuela Transmarikabibollo de La Capella y los cuidados posoperatorios proporcionados por su entorno afectivo, tal y como da testimonio a través de la instalación abrazar con las piernas –antes, durante y después de la anestesia total– (2024). El modelaje de los cuerpos blandos y la interacción afectiva con otros cuerpos forman parte, además, de las investigaciones formales de Paula Vilageliu Porlein en trabajos como Abrazo y dejo un _ (2023), donde explora huecos, fugas y formas que emergen de este gesto.

Entendida como aquello que se escapa al orden natural, la monstruosidad queer multiplica las posibilidades de repensar la propia idea de cultura reconociéndola como artificio y desbordando cualquier orden taxonómico. Maya Pita-Romero aborda lo monstruoso como liberación a través de híbridos de cuerpos humanos y vegetales. Una lengua cansada (2025) es fruto de una búsqueda en torno a las posibilidades de estos cuerpos intersticiales, articulados por cicatrices e identidades rotas de los que emerge el lenguaje, tan artificial como el arte y la cultura, y a través del cual nos parece escuchar a Paul B. Preciado diciéndonos: «Yo soy el monstruo que os habla». Se trata de una boca que crece y que no obedece, oponiéndose a toda una tradición misógina que ha encontrado en el monstruo la encarnación de la construcción social de la mujer que hay que temer. En tanto que alteridad radical, el monstruo es irrepresentable, por eso Victoria Maldonado lo engendra a través de una belleza mutante y tentacular en Folklore de ultratumba (2024), reinventando los límites de la piel y la carne, para hacernos habitar en él. Los placeres anómalos, la resistencia y, al mismo tiempo, la vulnerabilidad de los cuerpos blandos no binarios se encarnan en la obra de Ali Arévalo La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos (2024), una rebelión que se inventa con cada pétalo de las flores que crecen en el abismo que representa la propia carne.

Es así como estas 11 obras finalistas en la convocatoria Miquel Casablancas 2025 de Sant Andreu Contemporani abonan las flores que anticipan un nuevo mundo y prefiguran las transformaciones futuras de las nuevas generaciones de artistas. Son flores que crecen sin permiso; lo hacen por su propia voluntad de existencia, en un gesto de transgresión del orden existente y un cruce encarnado de memorias, géneros y geografías transculturales. Son flores que apenas somos capaces de iluminar en el abismo en el que crecen, pero es desde allí que nos hablan. Desde este abismo hermoso y oscuro a la vez, estas obras revelan que lo monstruoso no es simplemente lo abominable, sino una figura simbólica que nos confronta con nuestros propios límites y miedos, con lo que no queremos ver. Pero Leopoldo María Panero nos animó, desde su poesía oscura, a transitar la suavidad del peligro, el peligro de vivir de nuevo. Tal vez tuviera en mente los versos de otro poeta que decían: «Allá donde crece el peligro está también lo que nos salva».