Cara y cruz de la personalidad de Tierno Galván
- Libros
- Pliego de cultura
- Ene 25
- 8 mins
En 2012, el hijo de Enrique Tierno Galván donó el archivo personal de su padre a Barcelona, en concreto, a la Gran Logia Simbólica Española y a la Biblioteca Pública Arús, especializada en francmasonería y movimiento obrero. El Ayuntamiento de Barcelona firmó un convenio con la Fundació Catalunya Europa para el estudio y divulgación del fondo, que se ha concretado en un libro de Àlex Masllorens que ahora se publica.
En la Nochebuena del año 1985, Enrique Tierno Galván, alcalde de Madrid, estaba ya muy enfermo, en fase terminal, por un cáncer de riñón. Pero esto no fue óbice para que, desoyendo el consejo de médicos y amigos, hiciera lo que había hecho las últimas seis Nochebuenas: visitar a los trabajadores municipales del turno de noche. Siguiendo sus órdenes, tuvieron que llevarlo, pero, al llegar a la Cibeles, pasada la medianoche, no pudo continuar porque se desmayó. Murió tres semanas después.
Es uno de los episodios recogidos por Àlex Masllorens en el libro que acaba de publicar sobre el genio y figura de quien supo cultivar una imagen de abuelo dialogante y comprensivo. Conocido popularmente como “el viejo profesor”, no siempre tenía el trato fácil y amable que la gente imaginaba. Se comportaba como un señor, como suele decirse, sobre todo con las señoras, pero le gustaba dejar claro a los demás señores que él estaba por encima de ellos. En una ocasión en la que Tierno había invitado formalmente a Rafael Escuredo, que era el presidente de la Junta de Andalucía, para que lo visitase, le soltó, al saludarlo: “Y usted, ¿de qué ciudad es alcalde?”. Escuredo se enojó e hizo el gesto de marcharse. Narcís Serra, que estaba presente, tuvo que arreglar el desperfecto como pudo y convenció al presidente de Andalucía de que se quedara.

En el otro extremo, Ana Tutor, la jefa de gabinete de Tierno, había explicado que, en función de su cargo, entraba cada día varias veces en el despacho del alcalde, y que nunca dejó de sorprenderle que siempre se levantara de la silla para acompañarla hasta la puerta y despedirla.
En su libro, Àlex Masllorens ha ido más allá de los materiales del fondo de Tierno Galván y ha aportado informaciones extraídas de otras publicaciones, de artículos de prensa y de sus propias conversaciones con representantes municipales; esto ha convertido el volumen en una biografía amena, y bien documentada, del que fue alcalde de Madrid.
El autor conoció de cerca a Tierno y no lo esconde. El libro incluye una fotografía de ambos en la mesa del mitin central del Partido Socialista Popular (PSP) Catalán en las primeras elecciones generales, en el Palau d’Esports de Barcelona. Esto no impide que en el libro aborde los claroscuros de la carrera política y la personalidad real de Tierno Galván —como su relación durante unos años con servicios de inteligencia estadounidenses— y, a su vez, aporte información original para el lector catalán sobre lo que el subtítulo anuncia: “La rivalidad Madrid-Barcelona de los primeros ayuntamientos democráticos”.
Del “Madrid se va” al “Madrid se ha ido” de Maragall
Tierno no tuvo muy buena relación con el primer alcalde democrático de Barcelona, Narcís Serra. Es significativa la fotografía tomada a bordo de un autobús lleno de autoridades invitadas a las fiestas de San Isidro de 1981 en la que se ve a Tierno sentado solo en primera fila, con un asiento vacío al lado, y Narcís Serra sentado en la fila justo detrás de él. Pero la falta de fluidez en la relación no fue solo por cuestiones de protocolo, y el libro enumera otras importantes. “Para él, los otros alcaldes éramos jovencitos a los que nos tocaba trabajar”, dijo Serra a Masllorens en una conversación. Pasqual Maragall, en cambio, se entendió mejor con él.
Tierno consideraba “una idea disparatada” la iniciativa de Barcelona de postularse para los Juegos Olímpicos de 1992.
En la misma conversación del autor del libro con Narcís Serra, este le dijo que Tierno consideraba “una idea disparatada” la iniciativa de Barcelona de postularse para los Juegos Olímpicos de 1992. Y añadió: “Madrid prefirió presentar la candidatura a Capital Europea de la Cultura”.
En las palabras de Pasqual Maragall que cita el autor, “Barcelona (y, con más dificultades aún, Sevilla) pagó caro su reto de 1992 frente a Madrid. La capital central tuvo celos del formidable impulso que se había producido en Barcelona. A continuación, puso la directa de sus proyectos”. Y lo hizo con el apoyo claro del Estado a sus programas de infraestructuras públicas. Maragall dejó escrito en su libro Refent Barcelona, publicado en enero de 1986 —en una casual coincidencia temporal con la muerte de Tierno—, que en Madrid se estaban invirtiendo en aquellos momentos unos 170.000 millones [de pesetas] en saneamiento, accesos, remodelación de viviendas, enlaces ferroviarios y otros, mientras que, “en Barcelona, contando el área metropolitana, estamos aproximadamente en la mitad”.

El libro recuerda el célebre artículo de Maragall publicado en El País en febrero de 2001, en plena mayoría absoluta de Aznar, titulado “Madrid se va”. Dos años después, en julio de 2003, un nuevo artículo del alcalde, y futuro presidente de la Generalitat, se titulaba ya, gráficamente, “Madrid se ha ido”.
La rivalidad Madrid-Barcelona
Insistiendo en el trato distinto brindado siempre por el Estado central a Madrid y Barcelona, el libro dedica algunos capítulos a esta cuestión, especialmente en materia de infraestructuras, una situación que no cambió demasiado cuando llegó la democracia municipal en 1979. En una página referida al caso concreto del metro, Àlex Masllorens escribe:
“Un punto especialmente conflictivo en el que Madrid recibió desde el primer momento un trato especial y Barcelona resultó claramente discriminada fue el del transporte público municipal.
La Ley 32/1979, de 8 de noviembre, específica para resolver un problema de Madrid, estableció sin disimulo que las inversiones que se destinaran al ferrocarril metropolitano de Madrid a partir de la vigencia de la ley las pagaría el Estado y que las que correspondieran a la infraestructura también continuarían siendo atendidas por el Estado. Esto significaba un agravio importantísimo para Barcelona y, en menor medida, para Sevilla, que era la otra ciudad que tenía servicio de metro, desde 1968.
Esta diferencia en el trato había sido muy notable en el desarrollo y el crecimiento del servicio en la capital durante el franquismo y continuó haciéndose visible en los años siguientes. El incremento del número de estaciones y la mejora general del servicio han sido claramente asimétricos entre Madrid y Barcelona”.
Los papeles de Tierno Galván. La rivalidad Madrid-Barcelona de los primeros ayuntamientos democráticos.
Àlex Masllorens
Ayuntamiento de Barcelona, con la colaboración de la Fundación Cataluña Europa, 2024. 288 páginas.
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