Ciudades que cuidan: transformar el espacio para priorizar la vida

Il·lustració. © Margarita Castaño

Priorizar la sostenibilidad de la vida implica proporcionar las condiciones materiales e inmateriales que den apoyo a los cuidados. En el ámbito del urbanismo, eso significa romper con la dicotomía público/privado, puesto que el cuidado no se sitúa únicamente en un espacio ni en un horario determinados; las necesidades materiales de los cuidados traspasan los límites espaciales o temporales.

El concepto de cuidados se ha ido popularizando en los últimos años, coincidiendo con el auge del feminismo, aunque los estudios académicos en este ámbito empezaron a desarrollarse en los años ochenta. La extensión del término ha servido para que cada vez más personas sean conscientes de la centralidad de los cuidados. Por el contrario, también ha significado una pérdida de perspectiva crítica y ha conferido al concepto una cierta carga naíf.

Todas las personas somos vulnerables y dependientes, pero, además, el porcentaje de población que necesita más intensidad y continuidad de cuidados es cada vez más elevado. En Cataluña, en 2021 la tasa de dependencia (la proporción entre la población dependiente —menores de 16 años o mayores de 64— y la población de 16 a 64 años) ha sido del 50,7%, según el Idescat. Además, en el mismo territorio, en 2020 había 616.053 personas con alguna discapacidad, 3 de cada 4 adultos declararon padecer una enfermedad crónica y 140.000 personas tenían, también, dependencia.

Por otra parte, si vemos quiénes son las personas que se encargan de los cuidados a personas mayores y dependientes, en el 85% de los casos son mujeres, tanto con respecto a cuidados remunerados como a los que se dan en el marco de la responsabilidad familiar y los roles de género. La sobrecarga de las mujeres en relación con los cuidados es clara, ya que, según la última encuesta de 2011, siguen dedicando el doble de horas diariamente al cuidado del hogar y la familia. Desde este punto de vista, la falta de políticas de apoyo a los cuidados que sean integrales y continuas penaliza especialmente a las mujeres.

Más allá de su feminización, los cuidados en sí mismos son un vector que genera desigualdad. Esta situación es transversal a las diferentes posiciones en relación con los cuidados: trabajadoras en el sector económico de los cuidados y cuidadoras de personas dependientes o personas con diversidad funcional que se cuidan a sí mismas o cuidan a otras personas.

La dimensión espacial y temporal

La precariedad que atraviesan los cuidados está muy vinculada a su dimensión espacial y temporal; un aumento de la visibilidad de los cuidados en el ámbito público no ha ido acompañado de acciones concretas para mejorar la materialidad. Esto abre un cisma entre las necesidades crecientes de cuidados y la planificación del espacio urbano.

Esta falta de respuesta desde el ámbito público hace aún más evidente la denominada crisis de los cuidados, que según María José Aguilar es el resultado, por una parte, de la transición demográfica  por el aumento de la esperanza de vida, envejecimiento de la población, aumento de las enfermedades crónicas y las limitaciones funcionales; y, por la otra, de la progresiva superación, que no eliminación, de unas ciertas formas de división sexual del trabajo como la reconfiguración de las estructuras, dinámicas, tamaños, valores y modalidades de convivencia, importante disminución de la disponibilidad familiar y comunitaria en general y de las mujeres en particular para el cuidado[1]. Estas nuevas necesidades sociofamiliares solo pueden satisfacerse mediante un reparto igualitario y efectivo de las tareas de cuidado en el seno del hogar y unas políticas públicas suficientes para posibilitar la conciliación efectiva entre vida familiar, laboral y personal.

La desvalorización social de los cuidados se traduce en políticas públicas que no incluyen las necesidades derivadas de la sostenibilidad de la vida cuando, por ejemplo, se diseñan los espacios públicos, se organizan los horarios y las redes de movilidad o se diseñan programas culturales, sociales, deportivos o de ocio.

Las ciudades modernas se han configurado a partir de la dicotomía público/privado que se constituye a partir de la división sexual del trabajo. El espacio público era el lugar de la vida económica, política y cultural y estaba vinculado a los hombres, mientras que los espacios privados eran el ámbito de la reproducción y los cuidados y el lugar asignado a las mujeres. Esta construcción cultural se consolida a partir de la revolución industrial en Europa y en los Estados Unidos y sitúa a los hombres y las actividades productivas en el espacio público, y a las mujeres y las actividades reproductivas y de cuidados, en el espacio doméstico.

[1] Aguilar Idáñez, María José, “Cuidados y migraciones: Una crisis global que afecta seriamente la salud de las mujeres”. En: Pérez Alonso, Edith; Girón, Antonio; y Ruiz-Giménez, Juan Luis (coord.), Los cuidados: Saberes y experiencias para cuidar los barrios que habitamos. Libros en Acción, 2019, pp. 61-67.

Es evidente que nuestros espacios urbanos no están pensados para proporcionar un apoyo físico a la vulnerabilidad, que es innata a la vida. Solo hay que echar un vistazo al espacio que ocupan los coches en las calles en relación con el delimitado para las personas, el número de bancos en proporción a los asientos de terrazas en los espacios urbanos o la falta de baños públicos, limpios, accesibles y gratuitos, entre muchos otros ejemplos.

Poner la vida en el centro no puede convertirse en un lema vacío de contenido. Priorizar la sostenibilidad de la vida implica proporcionar las condiciones materiales e inmateriales que den apoyo a los cuidados; en el ámbito del urbanismo, eso significa romper con la dicotomía público/privado, puesto que el cuidado no se sitúa únicamente en un espacio ni en un horario determinados; las necesidades materiales de los cuidados traspasan los límites espaciales o temporales.

Los cuidados son heterogéneos y continuos. No existe un tipo único de infancia, ni de vejez, del mismo modo que la dependencia o la discapacidad no son monolíticas; por lo tanto, las cualidades del espacio para acompañar el cuidado deben incluir esta diversidad. Posicionar los cuidados en la agenda política y urbana significa poner el acento en las condiciones precisas para poder desarrollarlos y en la necesidad de una transformación radical, en la que las responsabilidades de los cuidados pasen de resolverse en el ámbito privado y, principalmente, por mujeres a formar parte de un compromiso social, colectivo y comunitario.

Un cambio de modelo urbano

Desde Col·lectiu Punt 6 llevamos años defendiendo un cambio de modelo urbano que se concreta en la ciudad cuidadora: una ciudad que nos cuida, cuida nuestro entorno, nos deja autocuidarnos y nos permite cuidar a otras personas[1].

No existe una fórmula mágica para construir territorios cuidadores, pero consideramos que el espacio, desde las diferentes escalas, debe cumplir determinadas cualidades para favorecer y facilitar las tareas y la gestión de los cuidados (tanto el propio como el cuidado de otras personas):

— Proximidad. Énfasis en la escala de barrio, en la existencia de una red de espacios, equipamientos y sistemas de movilidad con una ubicación próxima en el espacio y el tiempo, conectados entre sí y distribuidos de manera homogénea por toda la ciudad, para facilitar la vida cotidiana de las personas. Por ejemplo, pequeños espacios públicos entretejidos en la trama urbana para que personas mayores o con alguna enfermedad, o que no pueden hacer desplazamientos largos, puedan relacionarse con otras personas o simplemente salir a tomar el sol.

— Continuidad. Para contribuir a la ruptura de la dicotomía público/privado y favorecer el desplazamiento entre espacios y actividades, es importante que haya una continuidad entre las diferentes escalas: la vivienda, el edificio, el barrio, la ciudad y el área metropolitana. Desde la dimensión social debe existir también una continuidad entre la provisión de cuidados por parte de las redes familiares y afectivas, la comunidad y las políticas públicas

—Accesibilidad. Promover el acceso universal a través de la configuración, ubicación, señalización y lenguaje de los espacios.

— Conciliación. Mediante el diseño urbano, fomentar que las personas puedan cuidar o cuidarse mientras realizan otras actividades pertenecientes a la esfera productiva, personal o comunitaria. Por ejemplo, con la colocación de bancos en las zonas de juego infantil que permitan la supervisión de los menores, al mismo tiempo que promueven la comunicación entre las personas cuidadoras.

— Autonomía. Garantizar el máximo grado de autonomía a todas las personas en sus desplazamientos y actividades cotidianas, a través del diseño y la ubicación de espacios, equipamientos, redes de movilidad y elementos urbanos, como la implementación de caminos escolares que promueven la autonomía desde la infancia o la instalación de bancos en las calles para que las personas mayores puedan descansar un momento en sus itinerarios cotidianos. Además, asegurar que existen unas condiciones espaciales y temporales que favorezcan la gestión de las personas dependientes en la toma de decisiones.

[1] Col·lectiu Punt 6, Urbanismo feminista: Por una transformación radical de los espacios de vida. Virus Editorial, 2019.

— Corresponsabilidad. Facilitar, a través del diseño de los espacios —la escala, el tamaño, los elementos y la ubicación—, que la gestión y provisión de los cuidados sea compartida y pueda darse fuera del ámbito doméstico. Por ejemplo, promover la existencia de ámbitos que permitan la gestión comunitaria de los cuidados, como espacios de crianza compartida o comedores populares.

— Dotación. Promover la incorporación de elementos urbanos como bancos, baños públicos, iluminación o vegetación, entretejidos en los diferentes espacios y acompañando las actividades cotidianas de cuidados.

— Seguridad. Diseñar el espacio para que se perciba seguro para todas las personas, incluyendo los aspectos de inseguridad vinculados a las violencias machistas, pero también elementos de inseguridad viaria, como la intensidad y la velocidad en el ritmo de la ciudad que imponen los vehículos motorizados o la seguridad ambiental asociada a la contaminación y los impactos que produce en la salud física y mental de las personas. Se puede alargar la duración de los semáforos para que puedan cruzar la calle tranquilamente las personas mayores, los niños y las niñas y las personas con dificultades de movilidad, priorizando los tiempos de la vida en la gestión del tiempo público.

La transición hacia una ciudad cuidadora significa poner los cuidados en el centro desde una perspectiva política y feminista. Es decir, reivindicando que son imprescindibles para la sostenibilidad de la vida, pero sin construir una imagen idealizada y naíf de ellos. Los cuidados nos comportan alegrías, aprendizajes, sentirnos acompañadas, pero también suponen esfuerzo, dolor, agotamiento, frustración y tristeza. Repensar los territorios desde las necesidades de los cuidados mejoraría las condiciones de vida materiales e inmateriales de muchas personas y fomentaría una sociedad corresponsable con los cuidados.

Como decía Gloria Anzaldúa: “Nada sucede en el mundo ‘real’ a menos que ocurra primero en las imágenes de nuestra cabeza”. Pensemos nuevas realidades para construir ciudades más justas donde la prioridad sea el cuidado de todo el mundo y de nuestro entorno.

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  • Urbanismo feministaCol·lectiu Punt 6, 2019

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