Doblar el mundo. ¿Hay que apostar con decisión por el arte inmersivo?

Experiencia Jules Verne 200, en el IDEAL, Centre d’Arts Digitals Barcelona. © IDEAL, Centre d’Arts Digitals Barcelona

¿La escena del arte inmersivo en Barcelona, analizada en este debate desde la mirada de ocho personas expertas, es un hecho cultural aislado? Este tipo de propuestas artísticas suele presentarse como el paso que se da desde la representación visual de algo hasta su experiencia directa (fijaos cómo la palabra experiencia es la forma más común de referirse a ella). El debate crucial radica en si el mundo artificial nos desconecta de nuestras condiciones de vida colectiva, o bien mantiene una conexión explícita y operativa.

Los límites de la pantalla rectangular se expanden hasta ocupar todo nuestro entorno, y el medio intenta volverse transparente, imperceptible en tanto que medio (como tecnología que hace de mediadora entre nosotros y el discurso audiovisual), de modo que llegamos a percibir un mundo artificial “directamente”. Por eso, en este escrito os propongo la idea de doblar el mundo. Si los formatos inmersivos cumplen su promesa, estamos construyendo, al usarlos, un mundo superpuesto o alternativo, como en Ready Player One o, aún más, como en Matrix.

El mundo siempre ha sido un sueño, una realidad construida a partir de los mitos de cada cultura. El debate crucial radica en si el mundo artificial, doblado sobre la realidad hasta hacerse a sí mismo realidad, nos desconecta (nos distrae, en el sentido más profundo del término) de nuestras condiciones de vida colectiva, o si mantiene una conexión explícita y operativa. La disyuntiva se encuentra entre la situación descrita en películas como El show de Truman o Matrix, donde el mundo artificial es una sustitución que oculta el mundo real, o en otros como Ready Player One, donde el mundo ficcionado y el otro (el que lo hace posible) están interconectados y se afectan mutuamente.

La ficción es un concepto clave hoy en día, quizá lo más importante en nuestra vida colectiva. La magia y la potencia de la ficción radican en que configuran el mundo en el que vivimos, pero sin dejar de ser conscientes de su naturaleza artificial: la ficción inventa, pero no engaña. Necesitamos unos formatos inmersivos ficticios, imaginativos, pero no ilusorios, ni mucho menos mentirosos.

Como ocurre con todas las tecnologías innovadoras, es importante que nos relacionemos con ella sin perder de vista cierta perspectiva histórica. La inmersividad, en sí, no es nueva. Tanto en las artes visuales (con los panoramas y las instalaciones) como en el cine (con el 3D), pero sobre todo en la música (que, más allá de la preponderancia del estéreo, es inmersiva por naturaleza), existe la tradición de la pieza artística como entorno artificial, con el espectador en el centro. Esto nos da herramientas conceptuales y narrativas para el desarrollo, en la actualidad, de la inmersividad digital que, por más que suponga una espectacular acentuación de las posibilidades de este formato, no parte, en rigor, de cero.

Independientemente del formato en sí, y de su (relativa, aunque sorprendente) novedad, los expertos a los que hemos convocado reflexionan sobre la relevancia que ha alcanzado en nuestro contexto cultural. Es importante que la institucionalidad cultural, pública y privada, apueste con decisión por los formatos inmersivos. ¿Por qué? Porque la inteligencia, la sensibilidad y el establecimiento de propósito y de sentido que significa la cultura deben incidir en el papel que las tecnologías tienen en la vida pública y psíquica.

Las tecnologías tendrán igualmente un impacto decisivo en nuestras vidas. Si este impacto no está articulado por la cultura, puede ser brutal, oportunista, excluyente, extractivista y, al fin y al cabo, alienador. Si lo está, puede ser un elemento importante en la construcción colectiva del mundo en el que vivimos.

Si el arte inmersivo debe ser visto y trabajado como algo cultural, no podemos verlo como un hecho aislado. Por el contrario, deberíamos cultivarlo en continuidad con las demás formas creativas de pensamiento y de acción. El arte digital es, en primer lugar, arte, y después, en segunda instancia, digital.

Jordi Sellas
Director del Centre d’Arts Digitals de Barcelona

Nos dirigimos hacia un mundo en el que el rectángulo dejará de ser el contenedor dominante de la información. Durante siglos, nuestros soportes visuales han quedado confinados dentro de los márgenes rectangulares de los libros o pantallas. Pero la irrupción de las tecnologías de realidad ampliada y de la computación espacial está transformando este paradigma, al disolver las barreras físicas e integrar la información con el entorno. La computación ambiental lleva este concepto más allá. El objetivo es eliminar la dependencia de pantallas y teclados, lo que permite que la tecnología se fusione con el espacio cotidiano de forma imperceptible. Al mismo tiempo, la inteligencia artificial y los sistemas de respuesta visual, táctil o acústica redefinen la interacción con la información.

En 2019 inauguramos en Barcelona el IDEAL Centre d’Arts Digitals, un espacio pionero en lo que llamamos “experiencias inmersivas”. Este era el lugar en el que queríamos hacer realidad todas las teorías respecto a la irrupción de las artes digitales en las nuevas narrativas audiovisuales. La vida es inmersiva por naturaleza, pero nuestra inmersividad era la primera que llevaba una capa digital adherida de forma inseparable. El IDEAL nos permitió, a todos los miembros del estudio Layers of Reality, encontrar el lugar perfecto para llevar a cabo nuestras ideas de forma muy rápida, a veces algo rudimentaria, pero siempre sorprendente y, sobre todo, en contacto permanente con un público amplísimo y poco tecnológico.

Antònia Folguera
Comisaria y comunicadora

Inmersivo, inmersividad e inmersión son palabras que se sobreutilizan tanto que ya casi han perdido su significado. En la mente del público, la palabra inmersivo suele ser sinónima de proyección con gran formato, da igual si es en una sola superficie o en una habitación entera, seguramente porque tanto la escala como la sensación de confusión, de no saber dónde poner la mirada, nos abruman. Hemos sido entrenados durante miles de años en la frontalidad y ahora entramos en una era en la que los sentidos reclaman todo el espacio que existe a su alrededor.

La verdadera inmersividad comporta un cambio de paradigma en el que dejamos de ver para empezar a vivir, en el que dejamos de pensar en cuadrado (o rectangular, como un fotograma o como la pantalla del móvil) para empezar a pensar en esférico. La unidad mínima de significado en la inmersividad es el mundo. Así se llama la burbuja digital que contiene la imagen, el sonido y las reglas necesarias para interactuar con este mundo.

Personalmente, creo que es necesario reivindicar el concepto de computación espacial, ya que dentro de este conjunto de tecnologías es donde se están gestando una serie de lenguajes que desafían todo lo aprendido del cine y del audiovisual, de los videojuegos y los experimentos de realidad virtual y aumentada actuales.

La computación espacial integra los entornos físico y digital a través de tecnologías como la realidad virtual y aumentada y la inteligencia artificial para permitir a los ordenadores entender, interactuar y manipular el espacio de una forma que imita la percepción humana. Estas herramientas (posiblemente) transformarán para siempre la forma en que nos relacionamos con los ordenadores.

© Andy Gracie © Andy Gracie

Mònica Bello
Comisaria e historiadora del arte

La inmersividad no es nueva, llevamos años explorándola. El hype de la inmersividad que vivimos actualmente tiene más bien que ver con el metaverso. Es en este entorno en el que las grandes compañías tecnológicas buscan una estandarización total de la experiencia digital.

En la escena cultural internacional, se está realizando un gran esfuerzo para el desarrollo de propuestas inmersivas. Instituciones como el British Council y ciudades como Luxemburgo o Venecia son claros ejemplos de ello. Pero este tipo de equipamientos requieren una apuesta sólida y continuada. Se trata de tecnologías que necesitan una gran inversión, sostenida en el tiempo.

En Barcelona todavía existe cierto déficit de experiencia con los formatos inmersivos. Como público y como usuarios, no estamos suficientemente iniciados en estas tecnologías. Ha habido propuestas como la de teamLab en CaixaForum, pero no dejan de ser puntuales. Si recordamos la exposición de Björk en el CCCB, por ejemplo, veremos que seguía vinculada a un formato audiovisual tradicional. Desde entonces se ha avanzado mucho, pero debería concebirse un amplio marco de desarrollo, que comprendiese tanto los aspectos tecnológicos como los culturales.

Recientemente, he visitado la galería Undershed en Bristol, dedicada a la exhibición de las mejores propuestas de arte inmersivo e interactivo de todo el mundo. Y tengo la impresión de que no hemos llegado a donde nos habíamos propuesto. Queda mucho camino. Hay, en ese espacio, mucho contenido, pero las tecnologías todavía son precarias.

Maria Bernat
Directora del Programa Artístico de Casa Batlló

¿Qué es un formato artístico inmersivo? Los modernistas buscaban estar a la vanguardia y crear una “obra de arte total”, combinando la arquitectura, la pintura, la escultura y la música. Hoy, con los nuevos medios y los avances tecnológicos, la ciudad se ha convertido en un polo de excelencia en esta materia, con propuestas que responden al carácter culto y exigente de los barceloneses. Espacios como el CCCB, el Sónar+D, el OFFF, el Llum BCN o el MIRA dan visibilidad a este tipo de propuestas. Más recientemente, el Disseny Hub, el MACBA y el Espai 13 de la Fundació Joan Miró están trayendo a Barcelona proyectos de arte con nuevos medios, o de “formato artístico inmersivo”, de primer nivel mundial.

Esta efervescencia creativa también se fundamenta en un potente ecosistema audiovisual. Iniciativas como el nuevo Interactive Arts & Science Laboratory (IASlab) en La Salle, un laboratorio pionero en Europa en artes digitales y tecnología, me hace pensar en la fundación de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB) en 1875, cuando Barcelona vivía una gran transformación urbanística y necesitaba una escuela de arquitectura capaz de sostener este cambio.

Hoy, un siglo después, las mismas dinámicas de renovación y adaptación se repiten. El cambio generacional, como en todas las épocas, busca tener voz y madurar dentro de un ecosistema formado por centros de investigación, productoras, artistas, escuelas, instituciones, ferias y festivales que impulsan su propia “obra de arte total”.

Irma Vilà
Comisaria e investigadora

Con el término formato inmersivo ocurre el mismo tipo de eclipse taxonómico que, desde hace unos años, confunde a la parte con el todo en algunas prácticas vinculadas a la creación digital. Con la fascinación provocada por la irrupción repentina de una serie de espacios de exhibición que adoptan la videoproyección en 360° como leitmotiv tecnológico, y de tecnologías como la realidad virtual, quizá nos olvidemos del carácter profundamente experimental, e igualmente fascinante, de la práctica inmersiva desvinculada del uso de la imagen. Artistas pioneros como Iannis Xenakis, con sus Polytopes en los años setenta, u obras como Feed, de Kurt Hentschlager, crean lienzos espaciales que, sin utilizar ni un solo píxel, generan experiencias profundamente transformadoras a partir de la construcción de un lenguaje abstracto y genuinamente inmersivo.

Es en esta acepción, hoy eclipsada, del término formatos inmersivos donde encontramos prácticas estrechamente vinculadas a la investigación artística, lejos de los encargos de diseño o la promoción institucional y corporativa. Colectivos como Cabosanroque con Colectivo Animal, como pudimos ver en la última edición de Llum BCN, heredan y revitalizan esta práctica con Trànsit, una obra donde una serie de semáforos descontextualizados y un preciso diseño sonoro envolvente crean una experiencia inmersiva abrumadora, sin necesidad de las omnipresentes pantallas. Otros artistas, como Playmodes, Antoni Arola o Cube.bz, llevan años —si no décadas— adoptando la inmersividad como formato central de su lenguaje. Su trabajo muestra que la inmersión podría ser tanto más genuina cuanto más se despegue de las superficies bidimensionales y colonice el espacio tridimensional con la ayuda de la luz y el sonido.

© Beto Gutiérrez © Beto Gutiérrez

Jorge Carrión
Escritor y crítico cultural

El festival Llum BCN demuestra que las calles de Barcelona se pueden convertir en espacios inmersivos que aúnen arte contemporáneo avanzado y alta asistencia de público. Mi barrio, Poblenou, es una topografía donde conviven tres proyectos tan diferentes como el pionero IDEAL Barcelona, la erótica House of Erika Lust (entre la pornografía para mujeres y la sensualidad) y el deportivo Alfa5 (de XR Sports), además de varios escape rooms. Durante Llum BCN, fue muy elocuente ver cómo obras conceptuales y abstractas, tanto en lugares públicos como en interiores privados, convocaban a cientos, si no miles, de personas interesadas en un tipo de arte cada vez más integrado en el horizonte de nuestro consumo cultural. La madurez de esta audiencia invita al riesgo.

El pasado verano visité el Arte Museum de Las Vegas, una franquicia con varias sedes asiáticas, una de ellas en Dubái, y comprobé que se ha forjado un estilo internacional de experiencia inmersiva, que huye de la autoría y ofrece al turista un espectáculo siempre similar, relativamente limitado por lo que es capaz de hacer la tecnología. Es posible sortear esta uniformización global con ideas, estrategias y temas nuevos. O antiguos. Como nos recordó la poética instalación de Isaki Lacuesta Tenue luz retroactiva, al fin y al cabo, estamos actualizando el sentimiento de maravilla del circo, la exposición universal, el panorama o la sala de los espejos. Debidamente adaptado a nuestra época, el ilusionismo analógico puede ser tan hipnótico como digital.

Marisol López
Especialista en cultura digital

Cuando un libro nos atrapa y no podemos soltarlo, nos sentimos dentro de la historia, de la mente de la persona que comparte con nosotros sus pensamientos y reflexiones. Nos ocurre lo mismo con una película: nos fascina formar parte de lo que sucede. No queremos ser solo espectadores pasivos, sino también sentir y emocionarnos con las imágenes, los conocimientos y los relatos. Todo esto dice mucho de nosotros: no nos conformamos con mirar desde fuera. Queremos sentir, tocar, ser parte de la experiencia. El arte inmersivo nos hace más protagonistas, nos lleva un paso más allá cuando nos sitúa dentro de un mundo recreado. Y cuando, además, es interactivo, nos permite moldear la historia y crear nuestra propia versión.

Como ocurre con otros formatos (desde la televisión hasta los videojuegos, pasando por la literatura y el cine), lo que realmente cuenta es el contenido, la creación. Ahora nos encontramos todavía en los primeros pasos de estos espacios y de estas tecnologías. El futuro próximo nos traerá cambios y propuestas que, seguro, seguirán sorprendiéndonos. Este es un mundo que evolucionará, se diversificará y nos permitirá vivir y disfrutar de experiencias cada vez más diferentes y diversas. Es probable que, en un próximo salto tecnológico, ya no hablemos ni de gafas, ni de pantallas ni de salas.

A la ciencia ficción también se la llama literatura de anticipación. Son historias que pueden abrirnos una ventana por donde intuir cuáles pueden ser las siguientes formas de creación y experiencia cultural y artística.

© Sandra Castillo © Sandra Castillo

Vicente Matallana
Gestor cultural

Lo esencial no es el continente, sino el contenido. Si las tecnologías digitales permiten que, mediante las propuestas inmersivas, la gente descubra a Sorolla o Van Gogh, es mejor que el desconocimiento. Sin embargo, muchas propuestas de experiencias inmersivas están vinculadas a un neopop vacío de significado, una tendencia que nos inunda sin aportar pensamiento crítico. Arte en la era de TikTok.

Como ocurre con la IA, su impacto depende del uso que hagamos los humanos, y eso no es muy alentador. Las experiencias inmersivas, lejos de ser neutrales, moldean nuestra relación con el arte. ¿Nos invitan a cuestionar la realidad o simplemente nos absorben en un espectáculo sensorial?

El mayor problema surge cuando la oferta de experiencias inmersivas no complementa, sino que sustituye, otras formas de arte tecnológico y digital. En Barcelona, donde espacios como el IDEAL conviven con propuestas creativas centradas en la intersección entre arte, ciencia y tecnología en su interacción y análisis social, esta coexistencia enriquece el panorama cultural. Pero, en otros lugares, hemos visto cómo las experiencias inmersivas desplazan al arte tecnológico y digital, lo asfixian, y reducen el acceso a propuestas más innovadoras, experimentales y críticas. Simple cultura del espectáculo.

Si dejamos que el mercado convierta la experiencia artística en un simulacro vacío, corremos el riesgo de que el arte pierda la capacidad de generar preguntas y se convierta en un simple reflejo de la industria del entretenimiento, en la que sí estamos inmersos. La clave es el equilibrio. La inmersión debe ser un recurso, no un sustituto del arte. Tienen que convivir y complementarse.

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