“El crecimiento de la economía, por sí solo, no mejora la vida de los ciudadanos”

Antón Costas

© Eva Parey

Probablemente, la influencia más decisiva que orientó la vida del profesor Antón Costas fue la que recibió de su maestro en la Universidad de Barcelona, el economista Fabià Estapé. Un magisterio que fue compartido con Ernest Lluch. Ambos eligieron el tema de su tesis doctoral, el liberalismo en la España del siglo xix, que fue determinante para que Costas se autodefina como un “liberal progresista”. Su vida ha estado siempre marcada por el trabajo y el estudio. Realizó los seis cursos del bachillerato en dos años. Se considera como “un trapero del tiempo”, porque sabe aprovechar los retales de horas que le dejan los viajes para estudiar o escribir. Es un economista preocupado por el aumento de las desigualdades y está convencido de que no se puede recortar el gasto social para dedicarlo a Defensa.

Antón Costas (Vigo, 1949) es ingeniero industrial y catedrático de Economía. Ha sido presidente del Círculo de Economía (2013-2016) y, desde 2021, es presidente del Consejo Económico y Social (CES). Ha sido vicerrector de la Universidad Menéndez Pelayo y de la Universidad de Barcelona, y Defensor del Cliente de Endesa. Sus intereses académicos se centran en el papel de las ideas económicas, las políticas públicas, las regulaciones de los servicios públicos y las privatizaciones. Es autor de numerosos ensayos y artículos científicos y también ha escrito y participado en una buena cantidad de libros, entre los cuales destacan El final del desconcierto (Ediciones Península, 2017) y, junto con el profesor Xosé Carlos Arias, Laberintos de la prosperidad (Galaxia Gutenberg, 2021) y La nueva piel del capitalismo (Galaxia Gutenberg, 2016). Es columnista de los diarios El País, La Vanguardia y El Periódico.

Usted empezó a trabajar a los 14 años. ¿Qué significó una incorporación tan temprana al mundo laboral? ¿Cree que en la formación de los jóvenes sería mejor combinar más estudio y trabajo?

Podría ser un buen modelo, combinar la escuela con el taller. Este sistema mixto de estudio y trabajo es muy recomendable para todas las etapas de la vida. La escuela te da muchos conocimientos, pero el taller te da otras habilidades y determinadas virtudes, como las cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza), y también la puntualidad, que es muy importante. Y aprendes también las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), que es lo que también llamamos fraternidad. Estas virtudes no son un don de Dios, como decía Sócrates, sino que se enseñan y aprenden, y son muy importantes para construir la personalidad.

¿Qué lo llevó a estudiar primero ingeniería?

La vida. No fue una elección personal o profesional. Empecé a trabajar a los 14 años como aprendiz en la sección de fundición de Construcciones Navales Paulino Freire, a través de una relación familiar. Mi madre me había orientado para ser empleado de la Caja de Ahorros de Vigo, que entonces parecía el trabajo más estable, pero salió este otro empleo. A mis padres, empleados en la industria, también les venía bien un sueldo más. En el taller tuve la suerte de que el hijo del dueño y un ingeniero se interesaran por mí y me animaran a estudiar. Me dieron muchas facilidades para que pudiera estudiar y trabajar, agrupando los tiempos de trabajo al principio o al final de la jornada.

Y después vino a Barcelona a estudiar Economía.

Tengo que agradecer a este capitalismo paternalista las facilidades que tuve para ingresar en la Escuela de Ingeniería Industrial de Vigo. Luego, el catedrático de Economía y Organización Industrial de la Escuela me animó a estudiar Economía. En aquel momento, un compañero había decidido ir a Barcelona a cursar Filosofía y me convenció para que viniera a esta ciudad a cursar Economía. Era a principios de los años setenta y me impactó descubrir el nuevo mundo social que se vivía en Barcelona. Mi amigo me encontró trabajo; primero en el despacho de un agente de cambio y bolsa, y más tarde en el colegio Betània Patmos del Opus Dei.

¿Cómo era la vida universitaria en Barcelona a principios de los años setenta?

Me encontré con un ambiente universitario en plena ebullición, muy activo y muy comprometido con la situación política que vivía el país.

En aquel clima, ¿cómo fue su evolución hasta decidir dedicarse a la vida académica?

Cuando estaba en cuarto de carrera, durante el verano, fui a trabajar a la fábrica Montefibre. Fue una experiencia importante y descubrí que aquello no era lo mío. Entonces ya había conocido a Fabià Estapé, que ha sido el profesor y maestro que más me ha influido a lo largo de la vida. Recuerdo una conversación en que me dijo: “Si quieres ganar dinero, ve con aquel catedrático”. Y me indicó a un profesor muy conocido. Y prosiguió: “Si quieres hacer carrera política, ve con aquel otro”, mencionando a otro distinguido académico. Finalmente, me dijo: “Si quieres estudiar y aprender economía, quédate conmigo”. Y me quedé con él.

Además de sus actividades docentes y profesionales, usted no ha dejado de estudiar y escribir. Y sus artículos están presentes continuamente en El País, La Vanguardia o El Periódico. ¿Cómo organiza su tiempo?

La verdad es que no lo sé muy bien. Aprovecho todos los retales de tiempo que tengo durante los viajes o en los momentos vacíos, entre otras actividades. Soy como un trapero del tiempo. He aprendido a rentabilizar todos los huecos. Por ejemplo, utilizo los viajes del AVE Barcelona-Madrid para leer y escribir.

Durante los últimos años, ha superado una enfermedad importante que, sin duda, le habrá marcado en la vida. ¿Qué enseñanzas ha sacado?

En realidad, no he superado una, sino cuatro enfermedades. Cuatro cánceres. Y hace pocos días me han notificado que próximamente tendré que volver a pasar por el quirófano. A veces sí que me he preocupado, pero creo que no he experimentado grandes cambios.

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¿Cómo ha afrontado las enfermedades?

No he cuestionado la enfermedad. La he aceptado. Hice un esfuerzo para no hacerme nunca preguntas como “¿por qué yo?”. Tampoco pensaba en el futuro, en lo que haría más allá de un año. En estas circunstancias, tienes que vivir al día. Y si un día no estaba bien, pensaba que al día siguiente estaría mejor, y si no al siguiente. Tuve la suerte de ser atendido en el Hospital Clínic de Barcelona, que es una institución con profesionales extraordinarios, desde la cirugía hasta la oncología o la enfermería, a los que estoy muy agradecido, porque además de curarme me trataron de forma inmejorable.

En sus libros y artículos ha dejado numerosas muestras de su admiración tanto por sus maestros, como Fabià Estapé y Ernest Lluch, como por grandes economistas como Albert Hirschman o Joan Robinson, entre otros. ¿Cómo llegó a ellos?

Tengo que volver al doctor Estapé, porque fue él quien me recomendó a Hirschman y a otros economistas como Keynes y Schumpeter, en el que era un gran especialista. En una ocasión, me dio un consejo importante: “Cuando encuentres a un autor o autora que veas que te interesa mucho, con ideas que te parecen cercanas, procura leer todo lo que puedas, todo lo que haya escrito”.

¿Cómo es esa conexión con determinados autores?

Cuando lees un texto y ves explicadas con claridad ideas que tú ya tenías en la cabeza de manera intuitiva, pero que no habías sabido ordenar, sientes una gran proximidad con ese autor o autora y tienes ganas de conocer más. Porque aparecen con nitidez reflexiones que tú también te habías hecho, pero de otra manera. Hay otros pensadores que también me han interesado mucho, como Bertrand Russell, Isaiah Berlin y George Steiner.

Pensadores que no eran economistas.

Hay que estudiarlos a todos: economistas, filósofos, historiadores… Mi maestro, Estapé, me dijo una vez que, si quieres ser un buen economista, tienes que estudiar análisis económico, estadística y también historia. Y me recordó que economistas con muy buena cabeza no habían logrado ser buenos en su profesión porque no sabían historia.

¿Por qué esta distinción entre profesores y maestros?

Sí, hay que distinguir. Josep Pla clasificaba a las personas entre amigos, conocidos y saludados. En la vida hay buenos profesores y buenos maestros. Pero para mí, un maestro es una persona que te da algo más que conocimientos. Es una persona que te orienta a caminar por la vida.

Otro profesor que le influyó mucho fue Ernest Lluch.

Sí, Ernest Lluch, que venía de la Universidad de Valencia. Tuvimos una reunión en el despacho del doctor Estapé y este le encargó a Lluch que fuera el tutor de mi tesis doctoral con estas palabras: “A ver si consigues que este gallego vago acabe su tesis de una vez”.

¿Gallego vago?

Sí, tenía cierta maledicencia. En realidad, Estapé, como director, y Lluch, como tutor, fueron los que decidieron el tema de mi tesis doctoral: el liberalismo económico y el librecambismo en España durante los años del bienio liberal (1854-1856) y la revolución de La Gloriosa (1868). Con Lluch mantuve siempre una relación muy estrecha, hasta el mismo día en que fue asesinado por ETA, el 21 de noviembre del 2000.

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También colaboró con Lluch en el Ministerio de Sanidad.

Lluch me invitó a trabajar con él. Al final de su mandato me dijo: “Mira, ahora seré cesado. Porque una cosa es aprobar la ley, que es importante, pero ahora viene el reglamento, que quizá lo es más. Con la ley me he ganado muchos enemigos, pero el reglamento es decisivo y, para esto, es mejor que no esté”.

Lluch era una personalidad con muchas otras inquietudes.

Sí. Recuerdo que fuimos a comer a Edelweiss, un restaurante no lejos del Congreso, y me dijo: “Ahora cierro un momento muy importante de mi vida, el de la actividad política. Cuando estás en política, no puedes decir todo lo que quieres, no te lo permiten”. Él prefería asumir la función del intelectual del estilo de Émile Zola en Yo acuso. Siempre he asociado lo que me dijo en aquel almuerzo con el momento de su asesinato.

Después, cuando Lluch fue nombrado rector de la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, usted lo acompañó como vicerrector.

Durante los años en la Menéndez Pelayo, Lluch estableció muchos contactos con los vascos y se encariñó mucho con la ciudad de San Sebastián. Empezó a hacer estudios de su estilo, sobre los orígenes del terrorismo, acumulando miles de datos sobre los orígenes familiares, culturales y económicos de los terroristas. Eran los años en que les decía directamente a la cara: “Gritad, gritad, que mientras gritáis no asesináis”.

¿Cómo le ha marcado su experiencia en la Facultad de Económicas de Barcelona, de la que usted ha sido catedrático de Economía durante muchos años?

Tengo que decir que nuestra promoción fue muy especial. Éramos 30 estudiantes, y han salido siete catedráticos y doctores como Josep Piqué, Anna Birulés y Teresa Garcia-Milà. Tres, además, hemos sido presidentes del Círculo de Economía. La universidad tiene también otras ventajas. Si no te miras mucho al espejo, siempre crees que tienes la edad de los alumnos que tienes delante, 18, 19 o 20 años. Y es muy estimulante sentirte joven. Además, los estudiantes son muy agradecidos. Si los tratas bien, ellos siempre te compensan. En las relaciones con los estudiantes, lo más importante es la ejemplaridad.

¿Qué es para usted la economía?

Es una palanca para el bien, para mejorar las condiciones de vida de la población. No es una ciencia para hacerse rico. En todo caso, puede servir para mejorar la riqueza de los ciudadanos, para aumentar la riqueza de la nación.

Es evidente que esta economía que mejora la vida de todos los ciudadanos no es la que tenemos.

Es que, para que una economía funcione bien, tiene que haber un puente que transforme el crecimiento en mejoras para los ciudadanos. En un discurso de 1941, el presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, habló de cuatro libertades: las dos primeras son la de expresión y la de creencia. Pero luego habló de otras dos libertades muy importantes: la de vivir sin miseria y la libertad de vivir sin miedo. Actualmente, el puente se ha deteriorado. Hoy vemos que el crecimiento, por sí solo, no mejora la vida de los ciudadanos.

Las relaciones entre política y economía son cada vez más complejas. En algunos ámbitos, las decisiones más importantes las toman los banqueros centrales, quienes, aunque no han sido elegidos, se sienten legitimados para aplicar duras medidas de austeridad, conscientes de que producirán dolor.

Estamos ante un problema moral. Porque los responsables de los bancos centrales exigen unas reformas que saben que producen dolor, pero no tienen ninguna garantía de que tendrán los beneficios que desean. Por eso digo que los banqueros centrales deberían actuar como los cirujanos, que procuran que sus intervenciones no produzcan dolor. Recuerdo que, en una operación que sufrí recientemente, para prevenir el dolor me pusieron un artefacto en el pecho con un dispositivo que yo podía autorregular. Y le pregunté al médico si debía activarlo cuando el dolor fuera muy fuerte. Él me corrigió: “Debe activarlo en cuanto sienta dolor. Usted no debe sufrir dolor alguno. Porque las últimas investigaciones han descubierto que el dolor dificulta que las heridas cicatricen”.

Uno de sus temas recurrentes de estudio ha sido la desigualdad. Ha criticado, en muchas ocasiones, la falta de estadísticas para medirla, como sí se hace con el paro, el crecimiento económico o la inflación. ¿Por qué es tan importante?

Recuerdo que lord Kelvin [físico y matemático británico, 1824-1907] dijo: “Lo que se mide puede mejorar, mientras que lo que no se mide no mejora”. Por eso, hay que medir.

¿Qué es lo que habría que medir?

Los médicos que estudian los tratamientos para el cáncer, por ejemplo, han establecido marcadores que anticipan la evolución de la enfermedad. Deberíamos disponer de marcadores que nos alertaran de la falta de buenos empleos o del sentimiento de malestar social.

Usted se refiere repetidamente al concepto de malestar. ¿Qué es?

Malestar es una manera educada de expresar la rabia, el resentimiento, la mala leche que padece la gente que lo pasa mal.

¿El malestar es también un reflejo de la impotencia de los consumidores por el pisoteo de sus derechos? ¿De la injusta fiscalidad o la pérdida de poder adquisitivo?

La referencia a los consumidores es muy relevante. Su soberanía podría poner de manifiesto la capacidad que tienen para lograr buenos productos y a precios económicos. Cuando fui Defensor del Cliente de Endesa, me di cuenta de la importancia de las quejas de los consumidores. Un cliente que protesta es una joya para una empresa, porque está proporcionando una información muy valiosa. Tener consumidores exigentes y responsables es una condición indispensable para asegurar la eficiencia de la economía. Es necesario para producir los bienes que demandan los clientes, no los que más puedan interesar a las empresas. La acción de los consumidores es esencial en una economía de mercado.

¿La fusión de empresas en entidades cada vez mayores puede conducir a una excesiva concentración de poder?

Puede haber una reducción de la oferta. En el transporte aéreo, por ejemplo, puede haber un problema de competencia en muchos trayectos cuando solo hay un operador.

En el caso de la opa del BBVA sobre el Banco Sabadell, ¿se pueden producir resultados negativos indiscutibles?

En este tipo de operaciones, son muy importantes las prácticas y las conductas de las empresas. En el Reino Unido, las autoridades ya han anunciado que, a partir de ahora, iban a tener en cuenta el efecto de las concentraciones sobre el empleo. En Estados Unidos, el presidente de la Comisión Federal de Comercio, Andrew Ferguson, ha dicho que no modificará el criterio de su antecesora, Lina Khan, que consideraba que había que tener muy en cuenta el impacto sobre el empleo para valorar la conveniencia de las concentraciones. En consecuencia, a tenor del interés general, el empleo no puede ser sacrificado en las fusiones de empresas.

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En estos momentos, en países como Francia se está produciendo un debate sobre una nueva fiscalidad para reducir las desigualdades. Economistas como Gabriel Zucman, discípulo de Thomas Piketty, y otros más convencionales como Olivier Blanchard y Jean Pisani-Ferry, propugnan un impuesto a los superricos para reducir las desigualdades.

Creo que hay que adecuar la fiscalidad a la estructura de producción de riqueza. Pero hay que tener en cuenta que la desigualdad de riqueza es distinta de la desigualdad de ingresos. No estoy muy seguro de que, en un escenario convencional, se puedan aplicar grandes impuestos a la renta para modificar la situación de desigualdad.

Entonces, ¿qué se puede hacer para reducir las desigualdades?

Desde mi perspectiva liberal progresista, hay que tener en cuenta que el principio liberal ha estado muy en contra de las herencias. No le veo un gran potencial a la imposición sobre la riqueza.

¿Qué otras medidas se podrían aplicar?

Creo que tiene grandes posibilidades la política de vivienda. Lo que recomiendo es apoyar a determinadas familias, con ayudas al transporte y a la vivienda, por ejemplo. Esto es lo que hicimos en los acuerdos de La Moncloa. Los sindicatos aceptaron tomar como referencia la inflación futura y, a cambio, se establecieron derechos en educación, sanidad, pensiones…

¿Qué papel puede desempeñar Europa en todo esto?

Europa es una experiencia extraordinaria. No hay otro caso igual, de países plenamente soberanos que hayan realizado cesiones de soberanía. Creo que la construcción europea solo puede avanzar a golpe de crisis. Recientemente, se ha producido un gran progreso con los fondos Next Generation aprobados para afrontar la pandemia.

Pero para muchos es un proceso muy lento.

No podemos olvidar que la construcción europea solo tiene 50 años de vida. Pienso que hay que introducir una lógica distinta a la que se ha seguido hasta ahora, basada en transferencias de los Estados a la federación. La federación debería tener sus propios ingresos para financiar sus competencias. Por ejemplo, Europa debería poder financiar un seguro de desempleo europeo.

¿Qué hay detrás de las tensiones comerciales que está provocando Trump?

A lo largo de la historia, ha habido una sucesión de hegemonías. España, Reino Unido, Estados Unidos… y ahora emerge China. Trump es una señal de que Estados Unidos está en un final de etapa. Además, es un personaje que añade elementos personales inmorales, muy cuestionables. Trump trata de convencer a los demás países con una propuesta difícil: “Acepta unos aranceles, aunque te perjudiquen, porque yo, a cambio, te daré protección militar”. El fallo de este razonamiento es que los demás puedan llevar a cabo acciones que perjudiquen su lógica. Puede ocurrir como con los vigilantes de la deuda de los bonos [las agencias de calificación han devaluado la deuda de Estados Unidos, que está, en parte, en manos de China].

En situaciones de elevada incertidumbre, lo que tienes que hacer es experimentar para ir encontrando nuevas salidas. No es posible la planificación, hay que experimentar. Como dice el poema de Antonio Machado, “se hace camino al andar”. Lo que no veo bien es la propuesta de aumento del gasto en Defensa a costa del gasto social, porque además no funcionará.

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  • Laberintos de la prosperidadXosé Carlos Arias y Antón Costas. Galaxia Gutenberg, 2021
  • El final del desconciertoEdiciones Península, 2017

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