“El espíritu del mecenazgo se ha perdido mucho, y eso me duele”

Antoni Vila Casas

Retrat d'Antoni Vila Casas © Flaminia Pelazzi

Antoni Vila Casas (Barcelona, 1930) hace mucho tiempo que destina parte de su fortuna a proyectos filantrópicos. La fundación que creó tiene dos almas: la sociosanitaria, entroncada con su profesión de industrial farmacéutico (en 1960 fundó Laboratorios Prodes, embrión del holding Prodesfarma, que en 1995 se fusionó con Laboratorios Almirall), y la artística, que le apasiona. Tiene una red de tres museos: uno de fotografía en el Palau Solterra de Torroella de Montgrí, uno de escultura en Can Mario de Palafrugell y uno de pintura en Can Framis de Barcelona, además de la mayor sala de exposiciones de la ciudad, los Espais Volart. Su labor de mecenazgo no termina aquí: promueve muestras itinerantes y financia festivales, universidades e instituciones museísticas.

Antoni Vila Casas suele atender a la prensa en la sede de su fundación, en L’Eixample, pero esta vez debe hacer una excepción porque se encuentra en casa recuperándose de un año en el que ha sufrido algunos sobresaltos de salud, incluido el maldito coronavirus. Nos recibe en el salón de su ático, cerca del Turó Park, confortable, pero sin lujos, forrado de obras de arte del gusto burgués “de toda la vida”, en contraste con las más de 3.000 piezas de artistas contemporáneos que atesora su fundación. Estamos a mediados de julio, y Vila Casas, pese a sentirse débil y hablar con voz floja, nos regala una conversación emocionante (con lágrimas y sonrisas), que entrelaza episodios personales, su visión de la ciudad y del país, una declaración de amor incondicional a la cultura catalana e, incluso, una confesión luminosa: tiene un último proyecto a realizar para Barcelona.

Habéis llegado cinco minutos antes. Estaba haciendo gimnasia con el fisio [la fotógrafa y yo nos hemos cruzado con él en el ascensor]. Viene todos los días a las once.

Me he pasado el rato embobada mirando este espléndido Modest Urgell que tiene detrás de la mesa del despacho.

Lo pusieron en una subasta por cinco millones de pesetas y les dije que, con lo grande que era, no tenían ninguna opción de venderlo. E hicimos una apuesta: si no lo vendían, me lo quedaba yo por tres millones. Y así fue. Entonces era barato, ahora sería caro. Ya no vale tres millones. Todo esto [dibuja un círculo horizontal con el dedo para recorrer todas las paredes de la sala, llenas de pintura catalana de finales del xix y principios del xx] ha bajado mucho de precio. El de al lado también es un Urgell, este era de mi suegra. La mayoría de los cuadros que tengo aquí son de la familia, y todavía tengo que pensar cómo pueden casar con los de la fundación. Los muebles también; ese de ahí era del despacho de mi abuelo. ¡Y mira que me he mudado 21 veces!

También debe tener cuadros de su padre, imagino. Lo perdió de muy pequeño, pero siempre lo tiene presente en las entrevistas y recuerda esos domingos en los que lo llevaba a visitar galerías.

Soy el cuarto de cinco hermanos, éramos muchos a repartir. Tengo algunos suyos, sí. Me quedé sin padre a los 11 años. Firme. Me enseñó cómo debes comportarte. Es una de las personas que más he querido en mi vida. Vivíamos en Casp, y estudié en los Jesuitas que hay en la misma calle. Me inculcaron una forma de ser y de hacer que he seguido siempre: cuando voy a dormir hago examen de conciencia, qué he hecho bien y qué he hecho mal ese día, y qué puedo mejorar. Tengo 91 años y sigo pensando todas las noches qué puedo hacer al día siguiente que pueda ayudar al país [no ha dejado de llorar]. Lloro porque estoy blando. El coronavirus me ha dejado tocado. Cuando hablo de las cosas que verdaderamente aprecio y que me han hecho feliz, me emociono mucho.

¿Cómo se encuentra?

Desde el 14 de enero estoy fastidiado. Estuve ingresado en Vall d’Hebron 40 días. Y después, cuatro meses en cama. Además, me caí de la forma más tonta posible. Tengo una pierna fuera de servicio. Ahora, cuando os vayáis, tengo que ir al dentista. Y pasado mañana, al cardiólogo. Me lo noto, que estoy mal.

¿Vacunado?

De las tres vacunas. El médico me dijo: “No quiero engañarte: eso que has cogido es como echar una moneda al aire. Si sale cara, te recuperarás, pero si sale cruz, ya puedes decirle a tu mujer que compre un terreno para enterrarte”. En Vall d’Hebron me trataron muy bien y me dijeron siempre la verdad. La sanidad pública es un tesoro.

¿Qué pensaba en el hospital?

Coincidió con la preparación de la exposición de los tapetes de homenaje a Picasso [creados por artistas de todas partes para apoyarlo a raíz de los atentados de la extrema derecha contra su obra durante el tardofranquismo], y me ocupaba de cada detalle. Compré la colección entera a los hijos de Jani Figueras, que la tenían, una parte, no toda, en el comedor del hotel Mas de Torrent. Cuando lo inauguró, le dije que, si alguna vez quería venderla, yo se la compraría. Cuando murió, los hijos vinieron a verme: “¿Tú le dijiste esto a nuestro padre?”. Si digo algo, lo cumplo siempre. ¡Pero no sabía que había 400 tapetes! Y me pedían por ellos una cantidad importante. Se la pagué en tres años. El caso es que tuve que imponerme para que hicieran la exposición en mi propia fundación. “¿Unos tapetes?”, me decían [pone cara de asco]. Oye, que esto tiene una historia que demuestra que, en la época de Franco, el artista que no era del régimen no vendía nada. Picasso era comunista, Miró era comunista… Dalí sí que vendía, porque en el fondo era franquista. Franco nunca ayudó a los pintores que valían, y menos a los de Cataluña. Y esto sigue ocurriendo ahora. Bueno, Picasso no era catalán, pero se formó aquí.

¿Se reconoce cuando le dicen que es el último gran mecenas catalán?

No es verdad. Yo lo único que he hecho es gastarme dinero con lo que me gusta [se emociona]. Debe gustarme, eso sí. Si no me gusta, no compro.

Entonces, cíteme otro mecenas que esté tan comprometido.

Los hay, los hay. ”la Caixa”… El mecenazgo es una actitud de querer proteger y poner en valor nuestra cultura, y es cierto que se ha perdido mucho ese espíritu. Y eso me duele. Hoy la gente solo quiere ganar dinero. Pero yo, al no tener hijos… Porque los hijos de mis amigos lo que quieren es vivir bien, como sus padres. No haber tenido hijos me ha dado una libertad total para hacer lo que he querido sin perjudicar a nadie.

Usted vio que la Fundació Miró estaba en horas bajas y le puso sobre la mesa un millón de euros sin pedir nada a cambio. Recuerdo que dijo que lo hacía para animar a otras personas a hacer lo mismo. ¿Cuántas han seguido sus pasos?

¡Ninguna! Algunas han dado 25.000 euros… Me apena. Porque, para mí, Miró es el mejor pintor catalán.

Y acabó comprando uno hace unos años. Lo he visto en una estancia de la entrada de la casa.

Sí, debajo de un Dalí que también compré no hace mucho. Es un Miró pequeñito. No sé qué aniversario celebrábamos con mi mujer y fuimos a París… [llora]. Perdona, estoy en horas bajas. En París, te decía, participé por primera vez en una subasta. Y salió este Miró. ¿Te has fijado en que parece que ponga “A Vila”? Pujé tres veces. Pero era barato.

Su segunda vida empezó en 2004, cuando le diagnosticaron un cáncer y le dijeron que solo le quedaban dos años. El museo Can Mario, en Palafrugell, el segundo que abrió, estaba en construcción y no tenía claro si lo vería terminado. Estamos en 2022 y sé que le ronda por la cabeza otro proyecto que quiere realizar en Barcelona.

Sí, pero no te lo puedo contar. Es muy grande. Y ahora no sé si estoy en condiciones. Me asusta. Y eso que lo tengo todo para poder hacerlo: el edificio, importante, y lo que tengo que poner dentro.

Dejémoslo aquí, de momento. Su fundación nació en 1986 centrada en el ámbito de la salud. Sin haberla relegado nunca, porque sigue invirtiendo en investigación y en la sanidad pública —en Vall d’Hebron—, hay un momento en el que decide apostar por el arte. ¿Por qué?

Uno, para ayudar a los artistas que comenzaban; dos, para recuperar trayectorias de artistas que ya nadie recordaba; y tres, para dedicarme a lo que a mí me apasiona: la escultura, la pintura y la fotografía. Y cuatro, evidentemente, también para estimular el interés por el arte en la sociedad. Empecé con un pequeño museo de 33 esculturas en Pals [su segunda residencia de siempre]. Pero ¿qué ocurría? Que la gente que lo quería visitar venía a casa y me decía que los acompañara. Me pasaba el rato andando [ríe]. Después compré el Palau Solterra de Torroella de Montgrí, que empezó siendo un museo con un poco de todo para terminar dedicado exclusivamente a la fotografía. Un edificio histórico. Todos mis museos se ubican en espacios que han sido algo. Empezando por la sede de la fundación, la modernista Casa Felip de la calle Ausiàs March. Pero la primera sede estaba en la calle Calàbria, un pisito donde ahora tiene el despacho el presidente Jordi Pujol.

Explíquenos esto.

Cuando cayó en desgracia y le quitaron el despacho del paseo de Gràcia, alquiló la portería de la finca donde vive. Pasabas por la calle y lo veías allí al fondo… A mí se me rompía el alma y le dije que eso no podía ser, que yo tenía ese pisito de 80 metros cuadrados y que se lo dejaba. Pagando un alquiler, porque es patrimonio de la fundación y no quedaría bien: 150 euros. También paga la luz y el agua. Fue con Marta [Ferrusola] y todos sus hijos a verlo, y les pareció bien. Y todavía está allí. Lo que se ha hecho contra Cataluña y contra los Pujol no tiene nombre. Quizás alguno sí estiró un poco el brazo, pero él… nada en absoluto. Y el partido lo trató muy mal. Yo le quiero mucho. Y ahora él a mí también, claro, porque lo he ayudado. Cuando él mandaba y nos encontrábamos, me dejaba con la palabra en la boca y se iba con otros. Es que Pujol era mucho Pujol.

En Pals, tengo entendido que ahora tiene un museo con todos los medicamentos que fabricó y que enseña a las amistades. Si le hicieran elegir uno, ¿con cuál se quedaría?

El Diazepan Prodes, el ansiolítico, que todavía se llama así. Diazepam, con m, es el genérico. No pueden usar Diazepan, con n, porque es una marca que registré yo. Lo compró un amigo mío, Raúl Díaz-Varela [Kern Pharma].

¿Y usted toma Diazepan?

Desde que lo fabriqué, en 1964, todos los días. Todavía hoy. Y me va bien. Me ayuda a dormir y me descontractura el cuello.

¿Cómo ve Barcelona?

Muy mal. Teníamos un buen alcalde que era Xavier Trias. Ojalá volviéramos a tenerlo. Lo que necesita Barcelona es una persona que quiera que la ciudad luzca más. Y lo que tenemos es una alcaldesa que ha destrozado El Poblenou con lo de las supermanzanas —mira que es un barrio que será una maravilla cuando esté terminado— y que apoya a los ocupas. ¡Yo he tenido un piso en la avenida Gaudí ocupado siete años! Y frente a él pusieron una pancarta de ocho metros que decía “Vila Casas, cabrón, no nos deja la habitación”. Un desastre.

Retrat d'Antoni Vila Casas © Flaminia Pelazzi Retrato de Antoni Vila Casas © Flaminia Pelazzi

Usted es un independentista convencido, una rara avis de la alta burguesía barcelonesa. Después de todo lo que ha pasado, ¿cómo cree que se debería enderezar la situación?

Soy independentista, sí. ERC no es independentista. ERC lo que quiere es ganar a Convergència, o a Junts. El problema actual es que no existe ningún líder. Solo uno, Carles Puigdemont. Él sí es independentista. Y sufrirá. Lo harán sufrir. Se ha perdido el espíritu. El cambio de sede de las empresas es una prueba de ello. Incluso ”la Caixa” se fue. ”la Caixa” ya no es ”la Caixa”, es otra cosa. Yo, con mi empresa, nunca lo habría hecho. A mí todo esto me entristece. El matrimonio Cataluña y España no funciona. Cataluña no tiene nada que hacer dentro de España. Esos dos reyes que se casaron eran de dos países de lo más opuesto del mundo. Castilla siempre había conquistado tierras para expandirse. Cataluña tiró hacia el mar y se centró en el comercio.

No ve ninguna posibilidad, dice.

Ni ahora ni nunca. España nunca nos dejará ser independientes. Nunca, nunca, nunca. Y aquí, en Cataluña, la gente que tiene dinero no quiere saber nada.

Usted tiene mucho dinero, y bien que cree en ello.

No soy el único. También existen profesionales, como médicos, abogados, etc. Pero los que más dinero tienen, no. No lo sienten, no lo han vivido. Los antiguos fabricantes lo eran todos. Lo que ocurre en Catalunya es muy, muy triste.

Le encanta la Cançó per a en Joan Salvat-Papasseit de Joan Manuel Serrat, sobre todo, cuando dice: “I el que pensin de mi no m’interessa gens”.

Es que es así: lo que piense de mí la gente me da igual, nunca me ha preocupado. Yo estoy satisfecho de lo que hago. Hay amigos que sí que sé que me aprecian. Pero también hay muchos que creen que estoy loco. “Son cosas de Vila Casas”, dicen [llora]. Oye, me estoy hartando tanto de llorar que me quedaré sin lágrimas [ríe]. El arte es una ilusión como cualquier otra. En Can Framis abrí una sala dedicada a la tauromaquia, lo que indigna a todos los que dicen entender de arte. A mí los toros me gustan y, además, reivindico que son cultura catalana. Barcelona es la única ciudad que ha tenido tres plazas a la vez. Y, en tiempos de Felipe IV, los toros se hacían en Barcelona, no en Madrid, que ni existía.

Tiene fama de austero.

Vivo bien, pero no alardeo de nada. O solo de comprar obras de arte.

¿Cuál es la última que ha comprado?

La del premio de pintura que damos, que ganó Rafael G. Bianchi. No pude entregarlo porque estoy como estoy, pero lo voté. También, no hace mucho, compré unas obras de Guim Tió, de Magda Bolumar, de Jaume Sans… Hasta 2030, conmigo o sin mí, la fundación irá comprando para cerrar el círculo de un siglo de arte catalán. 1930 es el año en que nací. El problema que tengo ahora es que me falta espacio de almacén.

Ha pensado mucho en el futuro de la fundación sin usted. Y tiene claro que quiere que continúe su labor.

Lo dejaré todo a la fundación. Ya te he dicho que no tengo hijos. De lo único que tengo que preocuparme es de que mi mujer viva bien. El patronato tiene instrucciones de que debe seguir la política del fundador. No quiero que se desvíen de esta, y en los estatutos lo he dejado claro. Ya sé que muchas cosas se podrían hacer mejor, pero no podemos estirar la pierna más de lo que da de sí la manta. Quien no ahorra, al final se lo encuentra.

Ya quisieran muchas instituciones artísticas públicas tener los 3,5 millones de euros de presupuesto de la Fundació Vila Casas.

Las administraciones no gastan lo que deberían gastar en el MACBA, en el Museu Nacional d’Art de Catalunya… Y entonces escuchas decir a la gente: “Madrid sí que es bonito”. Hombre, porque Madrid se gasta el dinero de toda España. Aquí dicen que nos darán diez y nos dan uno. Es una vergüenza. “Soy muy crítico con el ayuntamiento de Ada Colau, ya lo has visto, pero también reconozco que ha acertado en algunas cosas. Por ejemplo, al no dejar construir el museo del Hermitage. Donde quieren hacerlo, en el puerto, es un disparate, porque los turistas irán del barco al museo. ¿Y así dirán que han visitado Barcelona? Venga.

Anime a alguien a comenzar una colección de arte. ¿Hace falta mucho dinero?

Mucho, no. Que con los años te lo acabas gastando, ya te digo yo que sí. No hace falta mucho dinero, lo que hace falta es el deseo de hacerla. Yo de pequeño ya lo tenía. Coleccionaba unas ampollas de la vacuna del tifus. Las llenaba de agua y, con las acuarelas, las coloreaba. También hice una de pesacartas, otra de balanzas de pescado, de grano, de carne, etc. Oye, antes me preguntabas por este nuevo proyecto que me haría ilusión llevar a cabo, y que te he dicho que es tan ambicioso… Si puedo hacerlo, será para la ciudad de Barcelona. Y ya te he contado demasiado.

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