El legado de Claude Lefort

Il·lustració. Retrat de Claude Lefort © Guillem Cifré

Lefort descubre en los cimientos del totalitarismo la representación del pueblo-uno; describe un régimen que pretende negar que la división sea constitutiva de la sociedad. Destruyendo la división entre sociedad civil y Estado, el poder aspira a condensar en un mismo polo las esferas del poder, del conocimiento y de la ley. El desconocimiento de la división crea una dinámica que entiende la alteridad en términos de enfermedad.

Discípulo de Merleau-Ponty, joven crítico del estalinismo soviético y de la burocracia, lector de Maquiavelo y de Marx, de Tocqueville y de La Boétie, fundador junto a Cornelius Castoriadis de Socialisme ou Barbarie, coeditor de diversas revistas que avivaron el debate intelectual en la Francia de los años setenta y ochenta,1 Claude Lefort (1924-2010) permanece en cada una de estas experiencias fiel a un gesto de interrogación: prestar atención a lo que la obra de pensamiento o el fenómeno social nos da a ver más allá de su representación ideológica; comprender las experiencias políticas de nuestro tiempo.

En “La brecha entre pasado y futuro” Hannah Arendt sostuvo que el pensamiento nace de los acontecimientos de la experiencia, y que debe mantenerse vinculado a ellos como a los únicos indicadores para poder orientarse.2 No es casual que Lefort haya decidido llamar a su último libro (que agrupa artículos que escribió a lo largo de toda su vida) Le temps present. Écrits 1945-2005.3 El interés por tratar de comprender la aparición de lo inesperado, de aquello que es signo del tiempo presente, orienta su indagación intelectual. Utilizando un método que intenta desarticular cualquier aproximación dogmática tanto al pensamiento como a la historia, Lefort se propone recuperar las distinciones fundamentales del pensamiento político. Su trayectoria está vinculada a un esfuerzo por recobrar un modo de pensar lo político atento a las formas de sociedad existentes, y a las diferencias entre ellas. En este recorrido se enfrenta a lo que denomina la ceguera de los intelectuales para pensar lo político; en particular, la ceguera de la izquierda para pensar el fenómeno del totalitarismo, y contrapuesto a este, el fenómeno de la democracia. Plantea, en definitiva, la incapacidad para distinguir entre régimen libre y régimen despótico, entre libertad y servidumbre.

¿Cuáles son los indicadores que lo guían para poder pensar las distintas formas de sociedad, las diferencias entre los regímenes? ¿Qué experiencias políticas, pero también filosóficas, forman parte del horizonte lefortiano?

Pensamiento político, ciencias sociales y marxismo

En el centro de la reflexión teórica de Claude Lefort distinguimos con claridad un interés permanente por repensar lo político más allá de las ciencias sociales y del marxismo. Este gesto de ruptura supone la renuncia a subordinar el acontecimiento a una historia escrita con mayúsculas, a inscribirlo en un registro supuestamente más real o más verdadero; y supone rechazar, simultáneamente, la pretensión objetivista de las ciencias sociales que toman por cierto lo que es preciso explicar. Tal como afirma Lefort, el hecho de que la política se circunscriba a un sector definido del espacio social tiene ya un significado político particular. Criticando la confianza en un sujeto que pueda posarse por encima de la realidad social, que pueda sustraerse a ella para analizarla objetivamente o para leer en lo particular el signo de una trayectoria predeterminada, Lefort se propone repensar la especificidad de lo político.

Si observamos los textos de las décadas de 1950 y de 19604 y los elaborados después de 1970, podemos apreciar un cambio de perspectiva en el modo en que Lefort piensa la naturaleza del lazo social: percibimos un desplazamiento desde la búsqueda de un principio de inteligibilidad social, hacia la convicción de que no existe ningún orden que preexista a su conformación política. Este pasaje es el resultado del reconocimiento de que la sociedad no puede comprenderse a partir de sí misma, sino que encuentra su razón de ser en un lugar que es, en cierto sentido, exterior a ella.5 A partir de aquí, Lefort entiende que lo político no puede ser simplemente considerado como una dimensión particular de la sociedad, sino que debe ser entendido como el principio generador que da forma a lo social, que vuelve inteligible la relación que los individuos tienen entre sí y con el mundo. Así, cuando intenta pensar la institución política de lo social, lo que Lefort se propone en definitiva es revelar –más allá de las prácticas, más allá de las relaciones, más allá de las instituciones que surgen de las determinaciones fácticas, sean naturales o históricas– un ensamblaje de articulaciones no deducibles ni de la naturaleza ni de la historia, pero que ordenan la comprensión de lo que se presenta como real.

Este estilo de pensamiento encuentra una primera elaboración en las investigaciones de Lefort sobre Maquiavelo,6 que le llevaron a distinguir dos elementos que serán claves para articular su comprensión de lo político. En primer lugar, a través de la lectura de El Príncipe y de los Discorsi, Lefort descubre el carácter originario e insuperable de la división social, que es escenificada en Maquiavelo mediante la presentación de dos deseos contrapuestos: el deseo de dominar de los grandes y el deseo de no ser dominado del pueblo. En segundo lugar, Lefort descubre en la figura del príncipe maquiaveliano cierta exterioridad del poder con respecto a esta división originaria: el poder es el polo simbólico a partir del cual se articula la división; y los modos en los que se da esta articulación son los que dan forma a los diferentes regímenes políticos.

En el centro del análisis de lo político, por tanto, se encuentra el fenómeno del poder. Mediante la representación del poder, y su relación con el derecho y con el conocimiento, se da a ver la estructura simbólica de la sociedad, su principio de organización. El poder, engendrado a partir de la división, permite diferenciar a las sociedades en función del modo en el cual se lo representa. Pero esta diferencia se instituye sobre un fondo común: de lo que se trata para Lefort es de conocer la suerte que corre la división social en cada régimen. En efecto, que el espacio social se ordene y unifique, a pesar de las divisiones que lo atraviesan, supone la referencia a un lugar desde donde lo social se deja ver, decir, nombrar. El poder aparece como ese lugar, manifestando así cierta exterioridad de la sociedad con respecto a sí misma. No obstante, debemos cuidarnos de proyectar esa exterioridad en lo real; la distancia entre el poder y la división social no supone una separación entre dos entidades diferentes; por el contrario, supone el descubrimiento del lugar de lo político, de aquello que permite dar forma a lo social, delimitando la relación entre el adentro y el afuera.

En este sentido, y de una manera general, Lefort se propone elaborar una interrogación por lo político cuya idea rectora sostiene que las sociedades se distinguen entre sí por su régimen, o, para decirlo de un modo más apropiado, por cierta manera de dar forma (mise en forme) a la coexistencia humana. El pensamiento político, por tanto, no se encuentra restringido a un género científico particular, sino que su campo es lo social en cuanto tal: su constitución, su principio de articulación. Ahora bien, en la medida en que nos encontramos siempre ya inmersos en la sociedad, en la medida en que resulta imposible mirar a la sociedad por fuera de un modo particular de entender y dar sentido y significación a lo social, Lefort llega a la conclusión de que el modo en que podemos acceder a la comprensión de la naturaleza de lo político es a través de la comparación entre regímenes.

Il·lustració. Retrat de Claude Lefort © Guillem Cifré Retrato de Claude Lefort © Guillem Cifré

Democracia y totalitarismo

En “La cuestión de la democracia”7, Lefort se pregunta por la ceguera de los intelectuales frente al fenómeno totalitario. Señala que la sutileza en el manejo de las obras filosóficas no impide que grandes pensadores retornen al realismo más recalcitrante cuando se trata de pensar la política, de intentar comprender un fenómeno político de nuevo cuño. Solo Arendt ha recorrido un camino similar al de Lefort, al tratar de comprender la especificidad del totalitarismo, fenómeno al que las palabras clásicas de tiranía y despotismo no alcanzan ya a definir. Ambos entienden que el totalitarismo ha sido posible debido a una ruptura radical con el pasado, con la tradición. Pero a diferencia de Arendt, Lefort tratará de pensar el fenómeno en los términos clásicos de régimen político.

Como se ha señalado, el estudio de Maquiavelo llevó a Lefort al descubrimiento de que toda sociedad está atravesada por una división originaria, y que el modo de tramitar esa división es lo que permite diferenciar entre los distintos regímenes. Maquiavelo utiliza esta estructura conceptual para interpretar la diferencia entre principado, república y licencia. Lefort la utilizará para distinguir entre el Antiguo Régimen, la democracia y el totalitarismo.

La ruptura con lo teológico político, y con el modo de articular la relación entre el poder, la ley y el conocimiento en el Antiguo Régimen, se revela para Lefort como la clave para comprender las especificidades del dispositivo simbólico tanto de la democracia como del totalitarismo. Dicho muy sucintamente, la lógica del dispositivo teológico político se caracterizaba por la encarnación del poder en la figura del monarca, mediador entre los hombres y los dioses. Incorporado en el príncipe, el poder daba cuerpo a la sociedad, la hacía una a pesar de sus divisiones. Sometido a la Ley y por encima de las leyes, el príncipe condensaba en su cuerpo la unidad del reino. Pero la garantía de esta unidad estaba asegurada por un principio de exterioridad: el poder apuntaba a un más allá de lo social; la legitimidad política se sostenía gracias a la referencia a la trascendencia. En este sentido, Lefort sostiene que en el modelo teológico político se da una representación imaginaria de lo simbólico: allí el “exceso del ser sobre el aparecer8 se figura en otro lugar, por fuera de la sociedad.

Sobre este fondo es posible comprender la novedad de la democracia. Según Lefort, la característica fundamental de la modernidad democrática viene dada por un doble movimiento de ruptura y continuidad: si en el Antiguo Régimen la referencia a la alteridad se figuraba en otro lugar, en la modernidad democrática esa dimensión no desaparece, aunque su representación cambia.9 La sociedad no se vuelve transparente, sigue teniendo una referencia a la alteridad, pero esa alteridad ya no es figurable, no puede encarnarse en ninguna representación definitiva, y por tanto, el lugar del poder aparece como un lugar vacío. Pero si el lugar del poder ya no puede referir hacia un afuera determinado (Dios o la naturaleza), tampoco puede reducirse a un más acá indiferenciado; señala “una separación entre el interior y el exterior de lo social que, sin embargo, instituye su relación”.10 

Así, en la democracia el lugar del poder sigue procurando a la sociedad el signo de un afuera. Pero desde el momento en que no es nombrable, de que nadie tiene capacidad definitiva para ocupar el lugar del gran juez o del gran mediador, la instancia del poder se revela de modo tácito como puramente simbólica. Simultáneamente, se inaugura una lógica de desimbricación de las esferas del poder, del conocimiento y de la ley. Derecho y saber se afirman frente al poder con una exterioridad e irreductibilidad nuevas. Vacío, inocupable, el lugar del poder se presta a una dinámica de competencia y crítica que habilita la legitimación del conflicto en todas las dimensiones de la vida social. “Lo esencial –sostiene Lefort– es que la democracia se instituye y se mantiene por la disolución de los referentes de la certeza. Inaugura una historia en la que los hombres experimentan una indeterminación última respecto al fundamento del poder, de la ley y del saber, y respecto al fundamento de la relación del uno con el otro en todos los registros de la vida social”.11

A la luz de la experiencia democrática puede entenderse mejor el fenómeno totalitario. Su conformación supone también una mutación de orden simbólico cuya mejor expresión es la nueva posición del poder. Mientras que la democracia hace frente a la desaparición del dispositivo teológico político mediante el mantenimiento de la distancia irrepresentable entre el adentro y el afuera, mediante el trabajo de la incertidumbre, el totalitarismo es leído por Lefort como el intento por anular esa distancia, por clausurarla. Lector de La Boétie, Lefort descubre en los cimientos del totalitarismo la representación del pueblo-uno; describe un régimen que pretende negar que la división sea constitutiva de la sociedad. Allí se produce una lógica de la identificación, dirigida por un poder encarnador, entre el pueblo, el partido y el egócrata, mientras que se extiende la representación de una sociedad homogénea y transparente, sin fisuras internas. Pretendiendo apropiarse de los principios y los fines últimos de la vida social, destruyendo la división entre sociedad civil y Estado, el poder se afirma como poder puramente social, aspirando a condensar en un mismo polo las esferas del poder, del conocimiento y de la ley. El desconocimiento de la división, la anulación de la distancia en todas las esferas de la vida social, da forma a una dinámica que entiende la alteridad en términos de enfermedad.

En definitiva, partiendo del descubrimiento del carácter originario de la división social –que se presenta como el fundamento de la sociedad política– y de la disolución de los referentes de certidumbre –resultado de la ruptura con la tradición–, Lefort reconoce en el totalitarismo y en la democracia dos modos antagónicos de articular el régimen político en la modernidad: en el primero, la sociedad se organiza en torno a la negación de la división y de la indeterminación; en el segundo, la sociedad se articula en función del reconocimiento, aunque sea implícito, de ambas. “La originalidad política de la democracia –afirma Lefort– aparece en ese doble fenómeno: un poder llamado en lo sucesivo a permanecer en busca de su propio fundamento porque la ley y el poder ya no están incorporados en la persona de quien o quienes lo ejercen; una sociedad que acoge el conflicto de opiniones y el debate sobre los derechos, pues se han disuelto los referentes de la certeza que permitían a los hombres situarse en forma determinada los unos con respecto a los otros”.12 

En el espejo de la sociedad democrática, Lefort se propone pensar sin garantías últimas, sostener la indeterminación. Este es el desafío al que nos invita su obra y al que permaneció fiel a lo largo de su vida. A través de su lectura pueden rastrearse los trazos de un pensamiento comprometido a pensar el presente, a distinguir, aquí y ahora, la libertad de la servidumbre.

 

Notas

1   Textures (1971-1975), Libre (1977-1980), Passé-Présent (1982-1984).

2   Arendt, H., “La brecha entre pasado y futuro”, en De la historia a la acción, Barcelona: Paidós, 1995, p. 87.

3   Lefort, C., Le temps present. Écrits 1945-2005, París: Belin, 2007.

4   Recogidos mayormente en: Lefort, C., Les formes de l’histoire. Essais d’anthropologie politique, París: Gallimard, 1978; y Lefort, C., Éléments d’une critique de la bureaucratie, París: Gallimard, 1979.

5   Poltier, H., Claude Lefort. El descubrimiento de lo político, Buenos Aires: Nueva Visión, 2005, p. 11.

6   Lefort, C., Le travail de l’oeuvre. Machiavel, París: Gallimard, 1972.

7   Lefort, C., “La cuestión de la democracia” (1983), en La incertidumbre democrática. Ensayos sobre lo político, Barcelona: Anthropos, 2004.

8   Lefort, C., “¿Permanencia de lo teológico político?” (1981), en La incertidumbre democrática. Ensayos sobre lo político, op. cit., p. 65.

9   Señalemos de paso que no es tan sencillo hablar de continuidad y/o de ruptura entre el Antiguo Régimen y la revolución democrática. Para Lefort, lo que revela la comparación es algo que pertenece a un orden más originario: la no coincidencia de la sociedad consigo misma. En el Antiguo Régimen esa no coincidencia se representa como escindida en dos dimensiones fijas. En la modernidad democrática se sostiene sin poder ser representada de modo definitivo.

10   Lefort, C., “La cuestión de la democracia”, op. cit., pp. 47-8.

11   Ibíd., p. 50.

12   Lefort, C., “Los derechos humanos y el Estado de bienestar” (1985), en La incertidumbre democrática. Ensayos sobre lo político, op. cit., p. 148.

El boletín

Suscríbete a nuestro boletín para estar informado de las novedades de Barcelona Metròpolis