El malestar emocional de los adolescentes

Ilustración. ©Genie Espinosa

La adolescencia es una etapa de grandes cambios vitales; cambios físicos y hormonales que transforman el cuerpo, pero también cambios psicológicos que a menudo conllevan turbulencias emocionales difíciles de gestionar. Al reto de dejar atrás la infancia y adentrarse en la vida adulta, se añade ahora la presión de un mundo en plena transformación, que ofrece enormes posibilidades, pero también un alto nivel de exigencia. El contraste entre unas expectativas cada vez más altas y las crecientes dificultades para alcanzarlas genera una tensión vital que no todos los adolescentes están en condiciones de afrontar.

Diferentes estudios y encuestas alertan de un malestar emocional en aumento entre los adolescentes, que se traduce en un incremento de la demanda de atención médica por cuadros de ansiedad, crisis de angustia, autolesiones e intentos de suicidio. Pese a tener más facilidades tecnológicas que nunca para la comunicación, las encuestas muestran una elevada tasa de aislamiento y soledad no deseada entre los más jóvenes; incluso más que entre las personas mayores. Las nuevas tecnologías ofrecen oportunidades de relación y participación de las que muchos adolescentes disfrutan y que aprovechan de forma constructiva. Pero es necesario vigilar que no se conviertan también en una fuente de malestar psicológico, como ocurre cuando generan adicción, dificultan las relaciones personales o actúan como cámaras de eco que amplifican los problemas y ofrecen falsas soluciones. También en el terreno afectivo-sexual se están produciendo cambios importantes. Hay que celebrar que cada vez más jóvenes puedan vivir la sexualidad de forma libre, madura y sin prejuicios, pero no podemos ignorar la pervivencia de patrones machistas y violentos que perpetúan roles de dominación y que generan sufrimiento, especialmente para las chicas.

No debe enfocarse de forma sesgada ni estigmatizar esta etapa de la vida: todas las generaciones han tenido que afrontar retos. Pero tampoco podemos minimizar las señales de alerta sobre una realidad que crea sufrimiento y en la que se puede intervenir. La cuestión no es cómo son ahora los adolescentes ni cuáles son sus preferencias, porque tienen que poder ser libres de elegirlas y de trazar su propio camino, sino cuál es la mejor manera de acompañarlos para que puedan fortalecer su resiliencia ante las adversidades y realizar una transición enriquecedora y saludable hacia la vida adulta.

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