El reto de transformar el modelo energético

Illustration © Eugènia Anglès

El cambio climático no es una amenaza lejana, sino una realidad. Como muchas grandes conurbaciones, la región metropolitana de Barcelona se encuentra en una encrucijada: ¿cómo puede transformar el modelo energético para adaptarse y resistir a los efectos del cambio climático sin dejar a nadie atrás?

Barcelona nota ya los efectos de un clima cambiante. Las temperaturas medias han subido de forma alarmante en las últimas décadas, y las olas de calor afectan con más fuerza a los colectivos vulnerables, sobre todo a las personas mayores y a los que habitan en viviendas con baja eficiencia energética. La respuesta pasa por una estrategia clara de transición energética que combine la desfosilización de la economía, especialmente en la movilidad, uno de los principales causantes de los problemas ambientales y de salud, y la rehabilitación energética de los edificios, con un foco innegociable en la justicia social. Pero el camino no está exento de dificultades: las barreras económicas, la resistencia al cambio y la falta, a menudo, de políticas públicas decididas dificultan esta transformación.

Entre obstáculos y resistencias

A pesar de la voluntad política y la urgente necesidad de cambios estructurales, la transición hacia una ciudad energéticamente más resiliente no es sencilla. La primera gran barrera es económica: los recursos que se deben destinar para la necesaria transición de modelo son ingentes y solo se pueden conseguir desde una perspectiva de colaboración entre el sector público y el privado. Ejemplos claros de este trabajo conjunto son las actuaciones en ámbitos como la rehabilitación energética de edificios antiguos o la instalación de sistemas renovables. La desigualdad social es también un freno. Si las políticas climáticas no se diseñan con criterios de justicia social, pueden acabar beneficiando solo a quienes tienen más recursos.

A todo esto, cabe añadir la falta de coordinación entre varios niveles de gobierno y entidades, lo que se traduce en una fragmentación de responsabilidades y en una comunicación deficiente entre administraciones. Esta desconexión dificulta la implementación de proyectos a largo plazo, ya que a menudo se producen solapamientos de competencias, divergencias en las prioridades políticas y una gestión ineficaz de los recursos disponibles. Además, la excesiva burocracia y la falta de mecanismos ágiles de colaboración impiden una respuesta rápida y coordinada frente a las necesidades de la ciudadanía. Como consecuencia, muchos proyectos se ven retrasados o incluso abandonados por falta de acuerdo entre las partes implicadas, lo que afecta al desarrollo sostenible y a la eficiencia en la prestación de servicios públicos.

Por último, no debemos olvidar las resistencias estructurales al cambio: los intereses vinculados a los combustibles fósiles, la presión de algunos sectores económicos y la reticencia de parte de la sociedad a modificar hábitos arraigados. La implantación de zonas de bajas emisiones, por ejemplo, ha generado controversia entre comerciantes y residentes, pese a los evidentes beneficios ambientales.

A pesar de las dificultades, Barcelona es también un laboratorio de soluciones innovadoras. Proyectos como las supermanzanas han redefinido la movilidad urbana: han reducido el tráfico motorizado y se han ganado espacios peatonales y zonas verdes, con un impacto positivo no exento de cierta contestación social por parte de colectivos sociales de naturaleza diversa.

Las grandes oportunidades

Barcelona tiene en sus manos una oportunidad histórica para liderar la transición climática a escala urbana. La descarbonización de la energía, la desfosilización de la movilidad y la rehabilitación energética de edificios son tres pilares clave para la resiliencia.

En Barcelona, la generación de energía renovable se ha convertido en una pieza clave de la transición energética urbana, con una apuesta decidida por las instalaciones fotovoltaicas en edificios públicos y el desarrollo de comunidades energéticas locales. La ciudad cuenta con datos impresionantes: según el Observatorio del Autoconsumo en Cataluña, en Barcelona ya existen más de 250 instalaciones fotovoltaicas que suman una potencia total de más de 50 MW, cifras que se incrementan año tras año y que reflejan un crecimiento sostenido y el compromiso de los ciudadanos y las instituciones con la producción distribuida de energía renovable.

El Ayuntamiento de Barcelona ha impulsado varios proyectos para renovar sus edificios públicos —centros cívicos, escuelas, bibliotecas y otras instalaciones municipales— equipándolos con placas solares para el autoconsumo. Esta iniciativa no solo reduce los costes energéticos y las emisiones de CO₂, sino que también fomenta la autosuficiencia energética en línea con los objetivos de la Agenda 2030.

Los fondos Next Generation han sido un motor esencial en esta transformación, ya que han permitido financiar proyectos de eficiencia energética y de almacenamiento que facilitan la instalación de nuevos sistemas fotovoltaicos y optimizan su rendimiento. Así, se potencia el modelo de autoconsumo que transforma los edificios de Barcelona en verdaderas pequeñas centrales energéticas, donde los excedentes pueden compartirse mediante comunidades energéticas colectivas, y los residentes se convierten en productores activos de energía renovable.

Otra iniciativa destacada es la de las redes de climatización de la ciudad, Districlima y Ecoenergies, que dan servicio, respectivamente, al distrito 22@ y a la zona de la Marina del Prat Vermell. Estas redes aprovechan fuentes renovables y energía residual para suministrar energía térmica de forma eficiente, y recientemente han incorporado un proyecto innovador que aprovecha frío excedentario de la planta de gasificación de Enagás.

En el mismo ámbito, Barcelona Energia, la comercializadora pública de energía 100% renovable, que se centra en la ciudad de Barcelona y su área metropolitana, pero con la voluntad de expandirse a otros municipios, se ha convertido en un referente en la transición energética. Actualmente gestiona más de 12.000 puntos de suministro, de los cuales aproximadamente el 52% corresponden a clientes privados, incluidos particulares y empresas, mientras que el 48% restante son equipamientos públicos vinculados al Ayuntamiento de Barcelona.

En cuanto a la acción sobre la movilidad, Barcelona es pionera mediante la acción que impulsa Transports Metropolitans de Barcelona (TMB), con varios proyectos innovadores orientados a la descarbonización de su flota, cuyo objetivo es una movilidad 100% sostenible de cara a 2030. También el transporte urbano avanza hacia la desfosilización. Actualmente, el 25% de la flota de autobuses de TMB ya está libre de emisiones gracias a la apuesta por los vehículos eléctricos y de hidrógeno. La ciudad también ha impulsado la primera planta pública de hidrógeno de España, que permite la recarga de autobuses en apenas 15 minutos. Esto ha convertido a TMB y a la ciudad de Barcelona en referentes mundiales en la movilidad basada en hidrógeno.

Además de los proyectos de TMB que afectan a la movilidad pública, la creación de una extensa red de puntos de recarga eléctrica es un reto crucial para la ciudad de Barcelona. Es fundamental para impulsar el desarrollo del vehículo eléctrico y promover el progresivo abandono de los combustibles fósiles. Actualmente, Barcelona dispone de aproximadamente 1.800 puntos de recarga, entre públicos y privados, una cifra que ha experimentado un incremento significativo en los últimos años. Las previsiones municipales indican que esta cifra podría alcanzar los 2.500 puntos a finales de 2024, y superar los 3.000 en 2025, en línea con la creciente demanda generada por una flota de vehículos eléctricos que ha aumentado en torno a un 35% en el último año.

La expansión de esta infraestructura tiene múltiples beneficios. En primer lugar, genera una mejor experiencia entre los usuarios de vehículos eléctricos; así, se fomenta una mayor confianza y se impulsa la transición hacia una movilidad más sostenible. Esta infraestructura es además clave para asegurar que la energía generada por fuentes renovables pueda ser aprovechada eficientemente, con tecnologías de recarga rápida y sistemas inteligentes de monitorización que optimizan el uso de la electricidad.

El reto del parque de edificios

En cuanto al sector residencial, Barcelona afronta un reto crucial con su parque de edificios: aproximadamente el 70-80% de los inmuebles de la ciudad se construyeron antes de 1979, es decir, antes de que se instauraran normativas estrictas de eficiencia energética. Esta situación hace que muchos inmuebles presenten niveles de eficiencia térmica muy bajos, con un alto consumo energético y elevadas emisiones de CO₂, lo cual afecta a la calidad de vida de los ciudadanos.

Para hacer frente a estos problemas se han desarrollado una serie de iniciativas integrales en materia de rehabilitación energética, tanto en edificios públicos como privados, donde se han impulsado múltiples proyectos destinados a mejorar el aislamiento térmico, modernizar los sistemas de climatización e incorporar tecnologías de automatización en centros cívicos, escuelas, bibliotecas y otros edificios municipales. Estos proyectos no solo reducen el consumo energético, sino que también mejoran el confort de los usuarios y reducen las emisiones asociadas.

Con estas acciones, Barcelona se consolida como referente en la transición energética urbana, con perspectivas de futuro que contemplan un incremento continuo de la potencia instalada y una mayor implicación ciudadana, elementos esenciales para afrontar los retos del cambio climático y garantizar un futuro más sostenible.

Más allá del clima: una cuestión de justicia social

El futuro de Barcelona se juega hoy. La ciudad se enfrenta a retos complejos en un contexto de cambio climático acelerado, en que la vulnerabilidad social y la pobreza energética se entrelazan con las consecuencias de las olas de calor y otros fenómenos extremos. Sin embargo, Barcelona dispone de un amplio abanico de herramientas, proyectos y una voluntad política evidente que le permiten transformar estos desafíos en oportunidades para convertirse en un referente de resiliencia climática.

Al mismo tiempo, la coordinación entre administraciones debe permitir el desarrollo de políticas integrales que incluyan tanto la mejora de la calidad de vida en el espacio público como la protección de la salud ciudadana. Las medidas de rehabilitación energética, la creación de refugios climáticos y el impulso de comunidades de autoconsumo ejemplifican esta apuesta por reducir las desigualdades y reforzar la capacidad de adaptación frente al aumento de las temperaturas.

Además, la implicación activa de la ciudadanía y el apoyo de iniciativas locales y colectivas permiten que el proceso de transición no sea solo una cuestión técnica, sino también social y cultural. Este enfoque participativo e inclusivo es fundamental para garantizar que los cambios estructurales que necesita la ciudad se ejecuten con una visión de justicia social, que proteja a los más vulnerables y promueva un futuro en el que el bienestar colectivo esté en el centro de la transformación.

En conclusión, el futuro de Barcelona depende de la capacidad de aprovechar esa oportunidad para transformar los desafíos ambientales en motores de cambio. La ciudad tiene las herramientas, proyectos y voluntad para liderar esta revolución climática, pero el éxito final recae en su capacidad de integrar la innovación tecnológica con políticas públicas que garanticen la inclusión y la justicia social.

La gran pregunta es: ¿seremos capaces de aprovechar esta oportunidad para construir una Barcelona más resiliente, sostenible y equitativa? Las acciones de hoy definirán el modelo de ciudad que deseamos dejar para el futuro.

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