Estrategias urbanas para otro turismo
Turismo, el peligro de morir de éxito
- Dosier
- Ene 25
- 18 mins
La paradoja es la siguiente: cuanta más gente hay contra el turismo, más turistas hay. Y la contradicción se alargará en el futuro, porque crecerá el rechazo al turismo y crecerá al mismo tiempo el número de turistas. Admitámoslo. El turismo solo ha entrado en la agenda de las urgencias cuando las grandes ciudades se han convertido también en destinos turísticos.
Durante 50 años, el turismo ha ocupado los espacios periféricos de las playas, las ciudades exóticas o las montañas cercanas, sin que el sobreturismo provocara una reacción social. Es cuando el turismo inicia la conquista de los espacios metropolitanos de los países centrales, cuando ha ocupado los debates académicos, las revistas especializadas, las conversaciones de café y los muros grafiteados de las calles.
La nueva cartografía de las tensiones del turismo se ha extendido por todas partes: Ámsterdam, Dubrovnik, Oporto, Málaga, Nueva York, Kioto, Sevilla, París, Barcelona o Venecia. La “cuestión turística” ha entrado en la agenda de las grandes ciudades y ahora la mayoría están ideando estrategias para reducir su impacto.
Es un debate urgente, porque todas las proyecciones dibujan un fuerte repunte, una segunda ola que afectará sobre todo a las ciudades globales. La Organización Mundial del Turismo (OMT)[1] prevé que en 2030 se podría llegar a 1.800 millones de turistas internacionales, y que el número de viajes internos (sin cruzar una frontera) se duplicará, pasando de los 8.000 millones actuales a los 15.000 millones. En 2030 habrá una media de dos viajes turísticos por persona y año, lo que es una distorsión: algunas personas viajarán varias veces, mientras que otras muchas no saldrán de su espacio habitual. Pero conviene tener presente que el escenario inmediato es una fuerte presión turística en las ciudades globales.
Habrá muchos más turistas por la combinación de dos factores que operan de forma simultánea. En los países centrales, se está ampliando, año tras año, el tiempo libre. Las encuestas sobre el uso del tiempo demuestran que el tiempo liberado ya ha superado el tiempo de trabajo en la mayoría de las sociedades occidentales, y no solo porque trabajamos menos horas, sino también porque nos incorporamos más tarde al mercado laboral y estiramos el tiempo de jubilación. Interviene también la disminución del tiempo para las actividades obligadas no remuneradas, porque hemos reducido o delegado tareas como la limpieza, el cuidado o la cocina. Si el turismo es una forma de ocio, el incremento de tiempo liberado implicará una presión creciente por ocupar una parte de ese tiempo en desplazamientos con motivaciones muy diversas.
El segundo motivo es que se está ampliando la clase media en muchos países no centrales, que han incorporado el viajar al catálogo de las nuevas conquistas sociales. Un estudio de Airbus estimaba que esta clase media pasaría de 3.800 millones a cerca de 5.000 millones en 2030 y 5.800 millones en 2040. Quedará una inmensa mancha de pobreza y miseria en África, América y Asia, pero lo que podríamos llamar la clase media, con límites imprecisos, se convertirá en la clase hegemónica en pocos años y reclamará su dosis de viaje, la utopía tangible del horizonte. Por eso, las previsiones de los organismos de aviación auguran un crecimiento exponencial, a pesar de la amenaza de las emisiones. Si en 2024 se han vuelto a alcanzar los niveles de pasajeros antes de la pandemia, las estimaciones consideran que en 2042 se duplicará la cantidad de usuarios, y que en 2052 se habrá multiplicado por 2,5.
Mientras las ciudades debaten sobre los límites del turismo e incluso sobre el decrecimiento turístico, una segunda ola pospandémica pondrá a prueba la capacidad de respuesta de las ciudades turísticas. ¿Cuáles son las piezas del muro de contención? ¿Cuáles son las estrategias que están ensayando los destinos urbanos saturados? Pese a su diversidad, las clasificaremos entre estrategias de contención, estrategias de diversificación, estrategias de selección y estrategias de reducción.
Los diques de contención
La respuesta intuitiva más inmediata frente a la presión turística es la contención, es decir, el límite al crecimiento. Ahora bien, ¿cómo limitamos la presencia de los visitantes en un espacio abierto y de fronteras permeables y, en el caso de la Unión Europea, basado en el derecho a la libre circulación? La mayoría de las ciudades optan por contener el crecimiento de la oferta de alojamiento, como un reloj parado después de un asesinato. Más que el resultado de una reflexión sobre los límites de la ciudad (¿cuántos turistas son demasiados turistas?), esta vía posibilista frena la apertura de nuevos establecimientos. Este es el caso de la ciudad de Barcelona, donde el Plan especial urbanístico de alojamientos turísticos (PEUAT) no permite la apertura de nuevos establecimientos en la mayor parte de la ciudad y dibuja un escenario de progresivo decrecimiento de la oferta. Antes, en 2017, Venecia ya había aprobado un plan que impedía el crecimiento de la oferta en el centro de la ciudad.
La mayoría de las estrategias se centran en la limitación de determinadas formas de alojamiento, como los albergues, las residencias de estudiantes y, muy especialmente, las viviendas de uso turístico.
Sin embargo, la mayoría de las estrategias se centran en la limitación de determinadas formas de alojamiento, como los albergues, las residencias de estudiantes y, muy especialmente, las viviendas de uso turístico. El modelo de referencia ha sido la Local Law 18 de Nueva York, que prohibió esta tipología para estancias inferiores a 30 días y, por tanto, en la práctica eliminó las viviendas turísticas. También en Ámsterdam se ha impuesto el umbral de los 30 días, y en París se han limitado a un máximo de 120 días las estancias turísticas. En Berlín se exige que los residentes convivan en los espacios de oferta turística para que los visitantes no desplacen a la población local. En Barcelona, el alcalde ha propuesto eliminar en cuatro años las 10.000 viviendas de uso turístico que existen en la ciudad, mientras que el Decreto ley 3/2023 de la Generalitat de Catalunya establece límites a esta tipología en zonas saturadas.
El principal problema de la estrategia de contención es la creación de nueva oferta en espacios perimetrales. Si la web turística de Madrid incluye Sevilla en el catálogo de destinos cercanos y la de Londres incluye París, ¿cuáles son los límites de la ciudad turística? Por eso, la estrategia de Nueva York se topó con la creación de una nueva oferta en la vecina Nueva Jersey, especialmente en las localidades mejor conectadas, como Jersey City, Hoboken o Weehawken. También Venecia sufre las entradas diarias desde el área peninsular del Lido, donde se han situado los establecimientos que no pueden ubicarse en el centro de la ciudad por las medidas de contención; por eso, la ciudad ha previsto una tasa de entrada que grava también las estancias temporales y no solo las pernoctaciones.
En el caso de Barcelona, el turismo también está alcanzando una dimensión metropolitana. Probablemente, no somos conscientes de la importancia de la corona de la ciudad en el sistema turístico catalán: El Prat de Llobregat recauda más que Palamós o L’Ametlla de Mar; San Boi de Llobregat, más que Sant Carles de la Ràpita o Llançà. Por eso, todas las medidas de contención deben tener en cuenta una dimensión metropolitana, porque, si no, simplemente desplazaremos el problema a un nuevo ámbito geográfico.
Son más infrecuentes las medidas destinadas a la contención del acceso, probablemente por tener una incidencia muy negativa en la vida económica de las ciudades globales. La mayor parte de las medidas de restricción de acceso a las grandes ciudades se justifican por motivos ambientales y de descarbonización, más que por reducir la presencia de visitantes. De hecho, la mayoría de las entradas turísticas en las grandes ciudades —y esto es especialmente claro en el caso de Barcelona— son por vía aérea, por lo que la fórmula de contención más efectiva sería la limitación del tráfico aéreo y la reducción de los slots. Sin embargo, hemos visto que la tendencia internacional es la contraria, quizá con las excepciones de Heathrow, en Londres, y Schiphol, en Ámsterdam.
La onda expansiva
La segunda estrategia consiste en distribuir a los turistas en el tiempo y en el espacio de forma más cuidadosa. En realidad, las ciudades turísticas sufren muy poca estacionalidad y el principal problema es la extrema concentración de la actividad en los espacios que tienen una mayor densidad de recursos turísticos y también de oferta de alojamiento. El problema es que no es fácil redirigir los flujos turísticos, porque se han creado con la fuerza del tiempo y el peso de la historia. Además, en ocasiones los nuevos espacios de descongestión acaban estando congestionados porque no están preparados para asumir el alud de visitantes, como saben los vecinos del Carmel de Barcelona.
Prácticamente todas las grandes ciudades contemporáneas han incorporado la desconcentración en su catálogo de estrategias contra el sobreturismo.
Prácticamente todas las grandes ciudades contemporáneas han incorporado la desconcentración en su catálogo de estrategias contra el sobreturismo, en todas las escalas, tanto en el ámbito urbano como en el metropolitano. Ámsterdam ha creado nuevas centralidades en las áreas de Noord y Oost, y ha puesto en valor nuevos espacios como Haarlem o Zaanse Schans. Berlín busca expulsar a los turistas del Mitte y ha creado nuevas áreas de atracción en Kreuzberg o Neukölln. Tallin está apostando por la zona industrial de Telliskivi como nuevo polo cultural. Dubrovnik desplaza visitantes a Krka o Veli Varos, y Salzburgo, a Salzkammergut y Wolfgangsee.
Todas estas fórmulas de nuevas centralidades pueden estar acompañadas de decisiones estratégicas sobre nuevos equipamientos que ayuden a reducir la presión en los espacios centrales. Muchas veces, el efecto indirecto es la creación de nuevos espacios de gentrificación y un incremento global del turismo, más que una distribución eficiente de los flujos. Algunas ciudades limitan el acceso de los turistas a espacios como el Park Güell de Barcelona o el centro histórico de Kioto.
Las estrategias de selección
Agrupadas bajo el epíteto del turismo de calidad, las ciudades globales están estableciendo medidas que intentan apostar por segmentos de demanda de mayor poder adquisitivo. Los impuestos de estancia se han generalizado en la mayoría de los países centrales, pero no tienen un efecto disuasorio porque su impacto sobre el coste total es muy poco relevante. En cambio, sí hay una consecuencia indirecta en la contención de la oferta: si las ciudades frenan su crecimiento y se incrementa la demanda, el efecto económico más elemental es una fuerte subida del precio y, por tanto, un proceso de selección de los perfiles de visitantes. Las agencias turísticas locales también se dirigen a los perfiles de demanda que acreditan una mayor capacidad de gasto, como el MICE2 y el turismo profesional, o los turistas transcontinentales. Aparte del debate ético sobre los límites a la democratización del turismo (¿quién tiene derecho a admirar Florencia?), en la práctica, la mayor parte de los destinos mantienen una estructura interclasista, porque las ofertas populares encuentran los mecanismos para mantenerse en el mercado.
Si las ciudades frenan su crecimiento y se incrementa la demanda, el efecto económico más elemental es una fuerte subida del precio y, por tanto, una selección de los perfiles de visitantes.
La selección también implica la lucha contra determinados segmentos que alteran de forma evidente la convivencia en las ciudades e incrementan las tensiones. La estrategia “Stay Away” de Ámsterdam es una campaña iniciada en 2023 por las autoridades municipales con el objetivo de disuadir al turismo de mantener un comportamiento incívico, dirigida sobre todo a hombres jóvenes británicos de 18 a 35 años. La campaña utiliza anuncios en línea que se muestran cuando se buscan términos como “despedida de soltero en Ámsterdam” o “pubs en Ámsterdam”, que advierten sobre las consecuencias del abuso de alcohol y drogas, incluyendo multas, antecedentes penales y hospitalizaciones. Otras acciones incorporan la prohibición de fumar cannabis en las calles del Barrio Rojo, restricciones en la venta de alcohol y la propuesta de trasladar los prostíbulos a zonas específicas fuera del centro histórico.
Estas estrategias coinciden con los primeros ejemplos del desmarketing turístico; es decir, están encaminadas a una reducción de la promoción, a una estrategia selectiva o incluso, como hemos visto, a campañas de desincentivación de determinados colectivos. Si las grandes agencias urbanas tenían como principal objetivo la atracción de nuevos visitantes, la captación de nuevos segmentos y, en definitiva, el crecimiento continuado de la demanda, el nuevo contexto plantea estrategias que en algunos casos parecen propiciar cierta invisibilidad. Muchas ciudades han renunciado a sus campañas de promoción habituales y han abandonado los espacios de publicidad clásicos, que han sido sustituidos por modelos más selectivos, dirigidos a determinados colectivos, que buscan la máxima discreción en los mercados generalistas.
La reducción de las salidas
Ante la previsión de una segunda ola de turistas, las ciudades globales, los grandes destinos occidentales, están diseñando un catálogo de estrategias compartidas: reducir la oferta de alojamiento, limitar las entradas, regular los cruceros, evitar la concentración espacial o eludir determinados segmentos de demanda, hasta el punto de limitar áreas urbanas o ensayar estrategias de desmarketing. Pero todas estas acciones desplazan el problema, porque una demanda creciente buscará ofertas alternativas si se limita el acceso a una ciudad o región. ¿Se podría hablar de NIMBY? Not in my backyard es una expresión que denuncia las acciones que impiden una actividad en un espacio cercano y solo consiguen su desplazamiento a otro espacio, a otro patio trasero. Por ejemplo, sabemos que, en el momento de máxima presión turística en la ciudad de Barcelona, en agosto, hay tres veces más barceloneses y barcelonesas haciendo turismo fuera de la ciudad que turistas en la ciudad. Si el turismo es un problema, ¿por qué lo hacemos?
Por eso, en la agenda de las urgencias no podemos limitarnos a reducir las entradas a las ciudades turísticas globales. Debemos abrir el debate sobre las estrategias de reducción de las salidas, en un contexto, como hemos visto, de incremento del tiempo disponible. Necesitamos primero un debate global, y no local, sobre los límites del turismo y sobre el turismo responsable, que tienda a moderar los viajes, y sobre todo a desarrollar nuevas prácticas que afecten a los medios de transporte, la selección de los destinos, las prácticas de los turistas y los mecanismos de compensación.
Pero, más allá de las medidas de control y redistribución, las ciudades deben replantearse como espacios realmente habitables y atractivos para los residentes. Esto implica desarrollar una red de núcleos de convivencia y de ocio que reduzca la necesidad de irse fuera para encontrar actividades recreativas o culturales. La Villette de París y la reconversión de los márgenes del Sena, el proyecto de Madrid Río, el Federation Square de Melbourne, la reconversión de Cheonggyecheon e Itaewon en Seúl en dedos verdes que atraviesan la ciudad, el Refshaleøen de Copenhague o el parque Jean-Drapeau de Montreal son iniciativas que reconfiguran las ciudades metropolitanas como espacios habitables de los que ya no hay una pulsión de huida. Quizá esta sea la estrategia turística más convincente: reconstruir las ciudades globales y los espacios metropolitanos en entornos a escala humana, renaturalizados y dinámicos. La mejor estrategia turística del futuro es seguramente el no turismo.
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