La cultura (no) es segura

Espectacle de dansa i acrobàcies agafades pel cabell de Laura & Francesca al Castell de Montjuïc, dins del MAC Festival de la Mercè 2020. © Manel Sala

Durante los largos meses de pandemia nos hemos hartado de reivindicar que la cultura es segura. Hemos reducido aforos, hemos adaptado horarios a los toques de queda, nos hemos enfundado religiosamente la mascarilla, como oficiantes de un nuevo ritual que pedía disciplina colectiva. No obstante, los creadores saben que, si bien la exhibición de su arte se puede hacer en las condiciones exigidas por las autoridades sanitarias, su trabajo es de todo menos seguro.

Los artistas (y cualquier persona creativa, incluso aquellos gestores culturales con vocación que arriesgan), saben que el arte emana de un sondeo, de un esfuerzo incierto que no siempre acaba dando resultados. A menudo, el artista necesita meses o años para construir un proyecto que en su realización será quizás sublime y efímero y que no se podrá monetizar de manera consistente en el tiempo.

El artista de verdad explora, ensaya, inventa, sin red y sin moldes. Aborda proyectos que no se pueden ajustar siempre a las bases de una subvención, ni tienen garantizada una recepción que les asegure una respuesta social o económica. Las entidades culturales, públicas o privadas, tienen la misión de abastecer con recursos a los creadores, pero no habrá nunca ninguna base institucional ni ningún entramado de ayudas que liberen por completo al creador de esta intemperie connatural a la experiencia artística. Dar verdadero apoyo a la cultura desde las instituciones significa entender que el trabajo de los creadores no se puede reglamentar burocráticamente, que el milagro del arte no avisa ni se deja convocar de forma segura.

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