La infancia en Barcelona, menos numerosa y más empobrecida

Niños y niñas disfrutando de las rampas, tubos deslizantes y toboganes de los jardines de Margaret Michaelis, en el barrio de Vallcarca i els Penitents. © Imatges Barcelona / Júlia Arnau

Que Barcelona es una ciudad con una población cada vez más envejecida no es ningún secreto. Ahora bien, ¿qué consecuencias puede tener el descenso de la natalidad en la planificación de equipamientos como las escuelas o los parques? ¿Cómo afecta esta realidad al riesgo de vulnerabilidad de los niños y niñas?

A mediados de 2024, el censo de la capital catalana alcanzó su valor máximo desde 1991. Barcelona contaba con 1.702.814 personas empadronadas, de las que poco más de 11.000 eran recién nacidos, la cifra más baja desde 1900 exceptuando el año 1939. Otro dato que llama la atención es que en el 78% de los hogares barceloneses no vivía ningún menor. El descenso de la población infantil en la ciudad queda patente en una comparación que hace el Departamento de Estadística y Difusión de Datos del Ayuntamiento de Barcelona: mientras que en 1981 los menores de 16 años representaban el 21,8% de la población, en 2024 solo suponían un 12,2%. Otro contraste relevante se reveló durante el verano de 2023, cuando unos datos del Colegio Oficial de Veterinarios de Barcelona y del Instituto de Estadística evidenciaron que, por primera vez en la historia de la ciudad, había censados más perros (172.971) que niños y niñas de entre 0 y 12 años (165.482).

Población infantil versus población envejecida

El censo de la ciudad también pone de manifiesto que Barcelona tenía, en 2024, más personas centenarias que nunca; en concreto, 1.007, un 10,4% más que en 2023. Sin embargo, llama la atención la distribución de la población infantil por zonas: según la Oficina Municipal de Datos, marca mínimos en Ciutat Vella y en algunas partes del Eixample y Gràcia, mientras que la concentración más alta se da sobre todo en los barrios ubicados en el norte (Ciutat Meridiana, Vallbona y Trinitat Vella) y al oeste de la ciudad (Vallvidrera, el Tibidabo i les Planes, y Sarrià). A su vez, hay zonas con mayor proporción de personas mayores, principalmente Horta-Guinardó, Nou Barris, la parte baja de Les Corts y Sant Martí.

¿Debe planificar Barcelona su desarrollo urbanístico y territorial para responder a esta creciente polarización generacional en la ciudad? Para Laia Pineda, directora del Institut Infància i Adolescència de Barcelona, plantear una ciudad en función del peso relativo de cada grupo de población sería un absoluto despropósito. A su juicio, sería dar vía libre a la adultocracia y a la gerontocracia, que son los grupos de población con mayor peso poblacional. En cambio, la ciudad equilibrada es la que escucha y da respuesta a las necesidades y poblaciones diversas que conviven en ella. Hacerlo de forma distinta, señala Pineda, “significaría perder de vista que la sociedad es plural y diversa, un sistema indivisible, interconectado e interdependiente, y que hay que hacer política para el conjunto de la ciudadanía”.

Un hombre columpia a un niño en el área de juegos del parque de la Barceloneta. © Imatges Barcelona / Martí Petit Un hombre columpia a un niño en el área de juegos del parque de la Barceloneta. © Imatges Barcelona / Martí Petit

Sin embargo, viendo la segregación por edades en el seno de la pirámide poblacional barcelonesa, resulta obvio que los equipamientos deben ajustarse a las necesidades de cada colectivo. Pero la realidad es que gran parte de los servicios y equipamientos específicos para la infancia han sido “históricamente infradotados”, según Pineda. Son buenos ejemplos de ello la falta de pediatras y las listas de espera en las escuelas infantiles, en los centros de desarrollo infantil y de atención precoz (CDIAP) y en los servicios de salud mental, ludotecas y casales infantiles de la ciudad.

En cuanto a otros equipamientos, como las bibliotecas, museos y teatros, la directora del Institut Infància i Adolescència de Barcelona subraya que no son espacios específicamente pensados para la infancia, sino que han sido concebidos “como equipamientos de ciudad”, dirigidos al conjunto de la población. Pero, de acuerdo con los principios de una ciudad inclusiva, se ha trabajado de forma específica para garantizar que también se dirijan al público infantil. De hecho, no poner a la infancia y la adolescencia en el centro de la agenda política “es no entender que velar por su máximo desarrollo no es solo garantizar el presente que todo ser humano merece, sino que, además, es la mejor inversión que podemos realizar para tener una sociedad cohesionada el día de mañana”. Ya lo decía el psicopedagogo italiano Francesco Tonucci, que siempre defendió ciudades hechas a la medida de los niños como una forma de construir ciudades a la medida de todos: tener a niños y niñas jugando en la calle es uno de los mejores indicadores de salud de la población. “Nos equivocamos si creemos que la Ciudad Amiga de la Infancia es una ciudad para los niños, porque es un modelo pensado para beneficiar al conjunto de la ciudadanía”, concluye Pineda.

Una ciudad a la medida de todos

En los últimos años, como Ciudad Amiga de la Infancia, Barcelona ha trabajado para recuperar y rehabilitar espacios infantiles, como parques (actualmente se están renovando 19 áreas de juego, en el marco del Pla Endreça), bibliotecas, casales, patios escolares, espacios culturales, espacios familiares de crianza municipales (27 repartidos por toda la ciudad), festivales y fiestas infantiles. Sin embargo, algunos equipamientos se encuentran en una situación delicada debido al descenso progresivo de la natalidad.

Uno de los más afectados es el sistema educativo, que por primera vez verá una disminución generalizada del alumnado el próximo curso: la natalidad se ha reducido un 37% desde 2008 y el alumnado migrante no la compensa. Esta situación, según alerta la Fundación Bofill, puede tener consecuencias importantes: el incremento de la oferta concertada en detrimento de la pública, el incumplimiento de las ratios establecidas, el aumento de la cantidad de escuelas con una sola línea (actualmente son el 58% en Cataluña) y mayor masificación en los institutos de secundaria. Además, los centros de baja demanda podrían empeorar aún más su situación.

Ante este escenario, María Segurola, jefa de Proyectos de la Fundación Bofill, señala que los cambios en el número y la composición del alumnado han sido una constante a lo largo de la historia. A principios de los 2000, por ejemplo, se produjo un auge demográfico que comportó la masificación de las aulas. El problema, asegura Segurola, “no es el número de alumnos, sino la falta de medidas para adaptar el sistema correctamente”. La ausencia de planificación por parte del Departamento —según afirman desde la Fundación— ha provocado que la caída de la natalidad se traduzca en riesgos, como el debilitamiento de los centros con menor demanda, la pérdida de peso de la red pública en favor de la concertada y un aumento de la segregación escolar. Para evitarlo, esta entidad defiende una acción decidida para planificar la oferta de forma estructural, así como aprovechar los recursos que liberará la merma de alumnos. Todo ello —dice la jefa de Proyectos—, “para reforzar etapas clave, como la educación 0-3 y la formación posobligatoria, y para mejorar la dotación de recursos y la atención a los centros con mayor vulnerabilidad”. La Fundación Bofill vaticina que 116 centros escolares catalanes corren el riesgo de cerrar ante el descenso de alumnado previsto para el próximo curso.

Políticas de protección social limitadas

Contrasta que, mientras que la población infantil no para de decrecer, no ocurra lo mismo, en cambio, con otra de las grandes lacras de la ciudad: la pobreza que afecta a los más pequeños. Así lo pone de manifiesto el Observatorio 0-17 BCN, del Institut Infància i Adolescència: en 2021-2022, el 32,3% de la población barcelonesa de entre 0 y 17 años se encontraba en riesgo de pobreza y exclusión social. La vulnerabilidad infantil, tal y como señalan desde UNICEF Comité de Cataluña, es de naturaleza estructural, es decir, cuando la realidad socioeconómica y los indicadores económicos van mal, tiene un gran impacto en esta población, pero cuando la situación repunta y se da un contexto de cierta bonanza económica, la vulnerabilidad no solo no baja, como sería de esperar, sino que sigue creciendo. A juicio del responsable de Políticas de Infancia de la ONG, Roger García, “en Barcelona y en Cataluña, tener hijos es una situación que empobrece”.

Actualmente, la vulnerabilidad afecta a 4 de cada 10 niños de Barcelona, por encima del histórico de Cataluña (3 de cada 10). Una de las singularidades de la capital catalana es que los menores de origen migrante, que tienen un peso demográfico importante, también son los que sufren con mayor intensidad la pobreza: representan a 8 de cada 10 niños en esta situación. “La tasa es cinco veces superior a la de los niños de origen autóctono, una desigualdad cada vez mayor”, apunta García.

Según el Observatorio 0-17 BCN, los índices de vulnerabilidad más altos se concentran en barrios de los distritos de Ciutat Vella, Sants-Montjuïc, Horta-Guinardó, Nou Barris, Sant Andreu y Sant Martí. Esta realidad responde a causas multifactoriales, pero García tiene claro que “la vivienda, por sí sola, está tomando unas dimensiones que empujan a muchas familias y, por tanto, a muchos niños y niñas, hacia situaciones de pobreza y de exclusión social”.

Tener que destinar muchos recursos a la vivienda no permite destinarlos a servicios fundamentales para los más pequeños, como el acceso a la cultura y el ocio. También, gastos asociados a la educación, como las salidas escolares; los servicios no incluidos en el sistema público de salud, como los bucodentales o el oftalmólogo; o la alimentación. Hoy más del 40% de la población de Barcelona destina más del 40% de los ingresos a cubrir los gastos de la vivienda.

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