“La música es la más espiritual de todas las artes”

Jordi Savall

Retrat de Jordi Savall © Martí Petit

A punto de cumplir, este 1 de agosto, ochenta años, Jordi Savall nos habla de su pasado y de su trayectoria vital y profesional como especialista mundial en viola da gamba y director de orquesta, pero también del momento en el que se encuentra actualmente y los nuevos retos que quiere afrontar. Reconoce que descubrir el mundo de la música lo salvó y le permitió canalizar su rebeldía contra las injusticias. Durante más de cincuenta años, ha desempeñado una labor incansable en la recuperación del patrimonio musical y en la investigación, y ha ofrecido conciertos por todo el mundo. Afirma que se puede aplicar el mismo método de investigación e interpretación a las partituras modernas y más conocidas, ya que este le permite aportar una dimensión diferente. Lo está haciendo con las obras de Beethoven, Mendelssohn, Schubert o Brückner. Ahora desea que todo su legado y los conjuntos musicales que ha creado tengan continuidad y constituyan una riqueza para el país. Un patrimonio que hay que salvaguardar y para el que pide recursos y compromiso, y que no duda en mantener con su propio capital.

Jordi Savall (Igualada, 1941) es uno de los músicos con mayor proyección internacional de nuestro país. Intérprete de viola da gamba, director de orquesta y musicólogo, ha grabado y editado a lo largo de su carrera más de 230 discos de repertorios de música medieval, renacentista, barroca y del Clasicismo, con especial atención al patrimonio musical de Europa y del Mediterráneo. Es fundador, junto con Montserrat Figueras, y director de los conjuntos musicales Hespèrion XXI (1974), La Capella Reial de Catalunya (1987) y Le Concert des Nations (1989), con repertorios que van desde la Edad Media hasta el siglo xix, y ha impulsado varios proyectos sociales y pedagógicos para apoyar a jóvenes de todo el mundo y promover el diálogo intercultural.

Su reconocimiento internacional está avalado por los múltiples premios y distinciones, entre los que destacan la Creu de Sant Jordi, en 1990; el Premio Musical Léonie Sonning, considerado el Premio Nobel de la música, en 2012, o la distinción de caballero de la Legión de Honor y caballero de las Artes y las Letras del gobierno francés. Además, es Artista por la Paz de la UNESCO, en 2014 recibió la Medalla de Oro de la Generalitat de Cataluña por su destacada trayectoria musical y su contribución de primer orden a la cultura y la civilización, y, en 2015, la Medalla de Oro de la ciudad de Barcelona al mérito cultural. En el ámbito discográfico, en 1998 creó el sello Alia Vox para publicar sus interpretaciones, con el que ha sido merecedor de un Premio Grammy.

Con Jordi hace años que nos conocemos, desde que en 2014 empecé a colaborar en algunos de sus proyectos. Hemos dedicado la mañana a conversar. A los ochenta años, me asegura, uno debe poder mirar atrás y realizar una valoración de su vida. Así empieza una conversación personal e improvisada en su biblioteca. El espacio elegido es el escenario perfecto, una enorme sala llena de libros, fotografías, documentos e instrumentos vertebrados por una enorme trayectoria vital dedicada a la música y a la promoción de la paz y el diálogo intercultural. Jordi es un humanista, quizás “el último humanista”, como afirmaba la revista Clàssica el pasado mes de junio. Movido por una enorme curiosidad y sensibilidad, la música se ha convertido para él en el bastión desde donde enfrentarse a la barbarie y a la miseria, un espacio de encuentro y uno de los lenguajes más esenciales para entender y escuchar a la humanidad.

Su incansable actividad musical lo ha llevado a ofrecer conciertos en todo el mundo y a seguir publicando discos, al tiempo que mantiene la dirección de sus conjuntos musicales. También la sensibilidad y el humanismo en favor de la paz lo han llevado a denunciar en múltiples ocasiones diversas injusticias, a ofrecer conciertos en campos de refugiados, centros penitenciarios y hospitales, y a crear el proyecto pedagógico Orpheus 21, con el que ha acogido a músicos profesionales migrantes y refugiados de varios países.

Toda una vida dedicada generosamente a un sueño y un anhelo que has podido hacer realidad en varias ocasiones. ¿Y cómo definirías el momento en el que te encuentras ahora?

Estoy en un momento de plenitud y serenidad. De mirar atrás, de ver qué he hecho hasta ahora y de decidir cuáles son mis prioridades para los años que todavía me queden por vivir.

Miras atrás ¿y qué ves?

Lo primero que veo es a un muchacho soñador y rebelde, hijo de un padre republicano y una madre muy amorosa, confrontado con un mundo lleno de discriminaciones. Familia paterna de productores de naranjas de Oliva y Gandía, y familia materna de colchoneros, viviendo en un mundo muy cerrado y, durante algunos años, en una situación de pobreza. Veo también al hijo del colchonero en la escuela, sintiéndose discriminado, pero también muy feliz de poder cantar en el coro de la escolanía con el maestro Joan Just. Durante esos años no me sentía integrado en Igualada, obligado a cursar estudios de comercio, que no me interesaban lo más mínimo, y a los 14 años mi padre me puso a trabajar en una fábrica.

¿En una fábrica?

Sí, en una fábrica textil, hasta los 19. Como no estaba demasiado interesado en estudiar comercio, mi padre me puso a trabajar, y le estoy muy agradecido. Son cosas que ahora, en el momento en el que me encuentro, son importantes de reconocer.

¿Qué te aportan los años en la fábrica?

Reconozco allí el sentimiento de injusticia contra el que me he revelado siempre. La humillación, las agresiones y la injusticia que viví me han transformado y me han hecho sentir la necesidad de independizarme del mundo, de encontrar refugio, pero también un lugar desde el que realizarme.

¿Y cuál es ese lugar?

La música fue la tabla que me salvó de ahogarme. Este sentimiento de incomprensión y aislamiento me acercaron a ello, y cuando encontré el violonchelo sentí que eso era lo que yo tenía que hacer. No puedo vivir si no amo lo que estoy haciendo, y eso también lo aprendí en la fábrica. Fue un aprendizaje de vida muy importante que me ha hecho aprender cuál es el valor real de las cosas.

¿Cómo descubres el violonchelo?

Gracias al maestro Joan Just, director del coro de la escuela de música. Una tarde que iba a clase, lo oí ensayando el Réquiem de Mozart, acompañado por un cuarteto de cuerda, y me dije: “Si la música tiene ese poder tan grande de emocionar, me gustaría ser músico”. De todos los instrumentos del cuarteto, lo que más me fascinó fue el violonchelo. Unos meses más tarde me escapo a Barcelona a comprar un instrumento, y luego empiezo a estudiar, y en pocos minutos el milagro se produce; me siento como en casa. Pasado el primer sonido incontrolado, enseguida encuentro la manera de pasar el arco haciendo un sonido bonito, y, al mismo tiempo, los dedos de la mano izquierda se mueven con facilidad sobre las cuatro cuerdas. Entonces entiendo el dicho de Mark Twain: “Hay dos días importantes en la vida de un hombre: el día que venimos al mundo y el día que descubrimos para qué hemos venido”.

¿Y a tus padres qué les parece?

Lo primero que me dicen es que estoy loco. En esa época, ser músico era sinónimo de “muerto de hambre” desde que cientos de músicos se habían quedado sin trabajo con la aparición de los medios mecánicos de reproducción, como el tocadiscos.

¿Cómo combinas tu trabajo y el estudio del violonchelo?

Tras unos meses de trabajo autodidacta, conozco al maestro Sants Sagrera, que me dio las primeras clases de violonchelo en el Conservatori del Liceu. Sigo después en el Conservatori Municipal de Barcelona con el maestro Josep Trotta y también con el maestro Joan Massià, un músico extraordinario. Es gracias a él que, unos años más tarde, puedo conocer a Pau Casals en su Festival de Música de Prades. Ver al maestro ensayar e interpretar un concierto fue una especie de clase magistral inolvidable. Si pienso en mi trayectoria desde entonces, soy consciente de que ha sido por una gran voluntad y disciplina, pero también por haber encontrado siempre a personas que me han dado la mano y me han ayudado a ir por el buen camino.

¿Y cuándo aparece la viola de gamba?

Yo había hecho clases con Rafael Puyana en el Curso de Música de Santiago de Compostela, y un día él me preguntó por qué tocaba esas piezas de Bach, Ortiz y Marais con el violonchelo en lugar de tocarlas con la viola da gamba, el instrumento por el que habían sido compuestas. Me pareció una idea interesante. Al día siguiente recibí una llamada de Enric Gispert, director de Ars Musicae, y me preguntó si me interesaría tocar la viola da gamba con ellos. Curiosamente, yo tenía apuntado en la agenda: “Buscar viola da gamba”. Mi vida es una constante de este tipo de coincidencias. A partir de aquí empieza mi aventura como músico especializado en la viola da gamba y la interpretación de la música histórica.

Retrat de Jordi Savall © Martí Petit Retrato de Jordi Savall. © Martí Petit

En Basilea estudias con August Wenzinger, de quien posteriormente ocupas la plaza como profesor del conservatorio. A partir de entonces empiezas una intensa carrera como intérprete de la viola da gamba actuando en países de todo el mundo y situando tu nombre como un referente en el ámbito internacional.

Sí, pero me faltaban la independencia y la libertad creativa. Una de las cosas que comprendí muy pronto fue que uno no puede ser libre si no tiene control sobre lo que hace.

¿Y, por lo tanto...?

Que para ser creador debes poder tener libertad de hacer lo que sientes como artista. Esa necesidad nos lleva a mí y a Montserrat Figueras a crear Hespèrion XX en 1974 y la Capella Reial en 1987. Unos años más tarde creamos la discográfica Alia Vox. Queríamos hacer y editar nuestra música independientemente de la comercialidad, dependiendo exclusivamente de su valor artístico.

Esta libertad y dedicación te han permitido dedicar toda una vida a recuperar el patrimonio musical, a crear proyectos, a interpretar conciertos en todo el mundo, a crear conjuntos musicales como Hespèrion XXI, La Capella Reial de Catalunya, Le Concert des Nations, Orpheus 21 y proyectos pedagógicos como las Academias de Formación, además de publicar más de un centenar de discos. ¿Y ahora?

Quiero finalizar mi trayectoria artística y mi vida personal de una manera satisfactoria para mí y creativa en el aspecto musical, pero también satisfactoria desde el punto de vista humano para mi vida personal. Soy muy consciente de los errores que he cometido en la vida y quiero intentar no repetirlos, porque ya no me queda tiempo para hacer demasiadas correcciones. Cuando llegas a los ochenta años tienes que apuntar muy bien para intentar hacer las cosas de la mejor forma posible.

¿Y qué cosas son? ¿Cuáles son tus prioridades?

Tengo varias. En el ámbito personal, busco la armonía y compartir la vida con la gente a la que quiero y mi familia, especialmente con mi compañera, esposa y consejera, Maria Bartels, con quien comparto muchísimo. Con ella comparto muchísimas cosas: desde discutir sobre la redacción de un texto musical, histórico o filosófico hasta valorar la calidad de un cantante, de un coro o de unos intérpretes; elegir las mejores fotos de un reportaje, de una portada de CD o de un programa de concierto, o simplemente intentar entender juntos adónde va el mundo y adónde nos lleva la vida. En la vida, compartir, y hacerlo de manera justa, es algo esencial.

La otra cosa importante para mí es poder arraigar todo el patrimonio que hemos creado desde hace muchos años. Este patrimonio, aunque no sea tangible, es un patrimonio real, un patrimonio que, si no conseguimos arraigarlo, corremos el riesgo de que se pierda.

¿Cuál es este patrimonio?

El patrimonio que hemos creado son los diversos conjuntos musicales, la investigación llevada a cabo durante décadas, los programas de concierto. La música es esencialmente viva, solo existe cuando la tocas o la cantas. Por eso es la más espiritual de todas las artes. Cuando escuchas una música, todo lo que te queda es la memoria y la emoción. No se puede fijar. Esta es la gran fuerza de la música y la condición por la que siempre es necesario que haya personas que la vivan y la interpreten al momento.

Una nueva creación.

La música siempre necesitará nuevos intérpretes. Cada creación musical, conservando el máximo de fidelidad o elementos originales, cada vez es una creación. La música es un esqueleto muy bien construido, pero con eso no basta, es necesario lo más esencial, el alma y la emoción.

Y esta es la función del intérprete, ¿no?

Sí. El alma y la emoción son dos cosas que están íntegramente relacionadas con los sentidos. Una partitura, por muy exacta que sea, siempre será incompleta, todo lo que hace que la música nos pueda emocionar es lo que aporta el ser humano interpretándola. Son cosas que no se pueden ver en una partitura. La música nace y muere cada vez con cada intérprete. Para mí, el intérprete ideal es aquel que vive la música y que deja que hable a través de él.

A través de ti se ha gestado y recuperado un enorme patrimonio musical, fruto de una iniciativa personal muy intensa. ¿Y después?

Este patrimonio solo se podrá mantener vivo si los diferentes conjuntos musicales pueden seguir trabajando, estudiando y dando conciertos. Cuando yo me retire o me muera, será muy difícil encontrar el relevo si no hay recursos.

¿Qué planteas?

Quiero que los conjuntos que hemos ido creando a lo largo de los años tengan asegurada una estructura y un arraigo en el país. Sin este arraigo, no habrá relevo. Durante muchos años y en muchas ocasiones he garantizado la continuidad de mi fundación y los conjuntos musicales con dinero personal. Debemos ser conscientes de que un legado intangible es mucho más difícil de arraigar que un legado tangible. La consolidación y calidad de una orquesta no se crean en dos días, es un legado que se ha ido construyendo a lo largo de los últimos treinta y cuarenta años. Ahora disponemos de unos conjuntos que tienen un lenguaje propio, una simbiosis que se encuentra en la genética de los músicos que forman parte de él. Mis orquestas son conjuntos formados por músicos con gran exigencia y que recogen una experiencia y un trabajo de muchos años. Nuestros conjuntos se adaptan a cada repertorio que elegimos, y seleccionamos a los músicos según el programa que queremos interpretar.

¿Cómo concretarías este arraigo de los conjuntos musicales?

Hay varias maneras de lograr este arraigo, pero creo que la primera sería mediante el compromiso de residencia artística con diversas instituciones musicales catalanas. Creo que Le Concert des Nations y La Capella Reial de Catalunya deberían ser conjuntos residentes en Catalunya y que aporten un sonido radicalmente diferente al que puede ofrecer una orquesta moderna, y pueden hacer revivir el patrimonio histórico con pasión y solvencia.

Asimismo, es necesario un compromiso económico. Cuando yo deje de ofrecer conciertos, dejaremos de tener recursos para los conjuntos musicales. Hay que encontrar la manera de disponer de recursos para mantener estos conjuntos. Yo soy prescindible, nadie es insustituible, y el día que yo me retire estaré encantado de que otros recojan mi legado. Pero debemos saber encontrar los recursos para garantizar este arraigo y este relieve, si no, el día en que yo no esté, todo esto habrá terminado.

Este año inauguras el I Festival Jordi Savall en el Reial Monestir de Santes Creus. ¿Qué sentido tiene este festival?

La creación de este festival tiene el principal sentido de establecer un vínculo profundo entre la música, los diversos monumentos históricos maravillosos que tenemos. La música pone alma a estos espacios, y estos espacios dan un sonido único a la música. Hace muchos años que estoy creando discos con muy buen sonido, y el secreto de este sonido es Cardona, que cuenta con una acústica excelente. La acústica es el oxígeno de la música.

¿Y Santes Creus?

Santes Creus cuenta con espacios y acústicas muy interesantes, pero, además, se encuentra ubicado geográficamente en un lugar muy especial, en medio de la Ruta del Císter y muy cerca de lugares como Reus, Montblanc o Poblet. Con el Festival quiero crear un vínculo intenso con estos lugares y dar un impulso cultural y económico a la región. Santes Creus debe poder ser un lugar de excelencia y de acogida de grupos jóvenes y emergentes que actualmente están haciendo cosas muy interesantes.

Pau Casals creó en 1975 el Festival de Prada de Conflent. ¿Es para ti un referente?

El Festival Jordi Savall se inspira en el festival que creó Pau Casals cuando tenía setenta y cinco años. Quiero que, el día de mañana, Santes Creus pueda ser el lugar de encuentro con la gente que me quiera escuchar. El día que no pueda ofrecer conciertos en todo el mundo quiero ir a Santes Creus y compartir la belleza y la emoción de la música con los amigos y la gente de aquí y de todas partes.

Retrat de Jordi Savall © Martí Petit Retrato de Jordi Savall © Martí Petit

Pero, mientras tanto, ¿qué retos musicales quieres afrontar?

Quiero pasar estos años que me quedan haciendo las cosas que estoy haciendo, tocando la viola da gamba y dirigiendo, pero también redescubriendo obras muy conocidas, como, por ejemplo, las sinfonías de Beethoven o las grandes composiciones de Mendelssohn, de Schubert y de Brückner.

¿Qué buscas en estas obras?

Estas obras son hoy en día exclusividad de las orquestas modernas. Yo les quiero dar otra perspectiva: trabajando sobre los originales y sobre las partituras manuscritas y de la época puedes encontrar informaciones y aspectos que, sumando la interpretación con instrumentos de época, aportan una nueva dimensión y perspectivas completamente diferentes.

Esto es lo que has hecho últimamente con las sinfonías de Beethoven.

Sí, y eso es algo que puedo hacer con una cierta tranquilidad intelectual, porque la experiencia de prácticamente cincuenta años de abordar partituras vírgenes, que no había oído nunca, y de pensar cómo podrían llegar a sonar aplicadas a una partitura muy conocida, da también un resultado fantástico.

Pero con estas obras partes de una audición o de conocimiento previos...

Me olvido de lo que he escuchado hasta ahora y parto del estudio de la partitura como si fuera una partitura nueva. Pienso en los tempos, la articulación, la dinámica... e intento llegar a los pensamientos del compositor a través de toda la filosofía de la época. ¡Todo esto es fascinante!

Después de tantos años dedicados a la recuperación musical y afrontando ahora estos nuevos retos, ¿ha cambiado tu perspectiva?

La concepción me ha cambiado constantemente. La alternativa al cambio es la muerte. La energía de la creación implica cambio y replanteamiento. Asimismo, uno se beneficia también de la experiencia. Hay cosas que no he cambiado, como los tempos de las piezas que interpretaba con la viola da gamba en los años setenta y que he interpretado posteriormente; casi no cambian, difieren de muy pocos segundos. Cuando encuentras el buen tempo de una música, lo memorizas y te queda para siempre.

¿Y qué ha cambiado?

He aprendido a creer en la utopía sin dejar de ser realista. De joven pensaba que en pocos días podría montar un proyecto y después me daba cuenta de que no era suficiente. Entonces lo resolvía trabajando diariamente más de diez horas seguidas, pero corría el riesgo de crear malestar entre los músicos.

Soy exigente e intento calcular cómo se puede llegar a la excelencia y cuántos días necesitamos para hacerlo. Por eso el proyecto Beethoven lo he hecho de manera muy estructurada, trabajando por programas y desde hace más de dos años.

El arraigo de tu patrimonio en el país pasa también por Barcelona y sus instituciones musicales. ¿Qué vínculo tienes con Barcelona?

A los 19 años dejo la fábrica y me hago voluntario para ir a la mili. Llegué a Barcelona sin recursos y con muchas ganas de estudiar, me escapé de un destino predeterminado. Mi trayectoria es la trayectoria de un escapado, sensible con las injusticias. Si yo no hubiera tenido esta tenacidad y las ayudas que he comentado antes, si no hubiera encontrado la música, habría sido un rebelde contra el sistema.

En los últimos años, en Barcelona, además de los conciertos, hemos desarrollado varios proyectos sociales, como la orquesta Orpheus 21, con jóvenes migrantes y refugiados, o las acciones musicales en prisiones, hospitales y centros geriátricos.

Esta sensibilidad hacia las injusticias te ha llevado a reivindicar la música como herramienta de transformación social y de promoción del diálogo intercultural. En 2008 la UNESCO te declaró “Artista por la Paz”.

A mí la música me salvó, y yo siempre he querido poner en práctica mis valores y la capacidad de transformación que tiene la música.

Con esta enorme trayectoria y a los ochenta años, con la mirada puesta en arraigar tu legado y asegurarlo para el día en que no estés, ¿cómo querrías que te recordaran?

Me gustaría que me recordaran como una persona que ha sido consecuente con lo que creía; que con la música, el amor, la amistad y la empatía podemos cambiar el mundo y llegar a vivir en paz con nosotros mismos.

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