“La poesia es una herramienta para querer”

Joan Margarit

Retrat de Joan Margarit © Camilla de Maffei

Joan Margarit transita por la vejez con una obra completa publicada que crece a medida que escribe nuevos poemas, o libros como Para tener casa hay que ganar la guerra, una especie de memorias que transitan en sus primeros años, los que marcan donde surge su poesía, justo antes de la escritura, y cómo la arquitectura y la vida van agarrándose a su vida. Desde Sant Just Desvern, donde se fue a vivir en 1975, la conversación nos lleva también a la música, a la Barcelona de ahora y la de antes, en un hilo que se trenza intentando reflejar la vida que late dentro de las casas, dentro de los poemas.

Para Joan Margarit (Sanaüja, 1938), la poesía nace de la vida, y para ilustrar de dónde surgen sus poemas ha escrito Para tener casa hay que ganar la guerra (Austral, 2018), en el que recuerda las casas donde ha vivido y los recuerdos asociados de los años que lo configuraron como poeta. Nacido en Sanaüja durante la Guerra Civil, los primeros años los pasó en Barcelona, Rubí, Figueres, Santa Coloma de Gramenet, Girona, otra vez Barcelona y Santa Cruz de Tenerife, hasta que volvió a Barcelona para estudiar arquitectura. Desarrolló toda su vida profesional como arquitecto y catedrático de Cálculo de Estructuras. A pesar de que su nombre va relacionado con obras como el Museo de la Ciencia y la Técnica de Cataluña, la remodelación del Estadio Olímpico Lluís Companys o la Sagrada Familia, su poesía lo ha proyectado públicamente y también íntimamente en el interior de sus miles de lectores. Su obra está recogida en Todos los poemas (1975-2015), que incluye todos sus libros menos el último, Un asombroso invierno.

Sus poemas nacen de los lugares donde vivió antes de escribir poesía...

Es lo que busco, y ya desde la infancia. ¿Por qué hago estos poemas y no otros? Es decir, ¿por qué soy quien soy y no otro? Es una pregunta universal, que se la puede hacer todo el mundo. ¿Y por qué Barcelona es una ciudad como es y no es otra? También es una pregunta seria que se tiene que poder plantear y que los catalanes como pueblo no nos hacemos suficientemente. Barcelona es la capital de Cataluña, no de Macedonia, y es como es porque los catalanes somos como somos. El concepto de ser catalán hace dos siglos era muy restrictivo, ahora es mucho más amplio. Ahora es alguien que vive hace un tiempo en Cataluña. ¿Cuánto tiempo? Esa ya es otra cuestión.

De hecho, usted nació en Sanaüja, en la Sagarra, con familia de allí, del Ebro y de Castellbisbal, ¡y lo han llegado a citar como poeta leridano!

Sí, afortunadamente estas cosas ya no quieren decir casi nada, ahora manda tu trayectoria vital.

Pero su lenguaje es sobre todo barcelonés.

Sí, porque a pesar de que los primeros años de mi vida di muchas vueltas, me he arraigado aquí. En un momento determinado, en castellano incluso tenía acento canario, pero tal como volví se fue. Solo viví dos años en las Canarias, y durante los cinco siguientes iba cuando podía, porque era un viaje en barco que tardaba seis días mínimo, y a veces trece, si ibas con un mercante.

Su primer contacto con Barcelona fue muy pequeño, en una ciudad que no tiene nada que ver con la actual...

Recién acabada la Guerra Civil, viví en Sant Gervasi, en el pasaje de Sant Felip, todavía me acuerdo, hacia los tres, cuatro, cinco años. Son pocos recuerdos, pero son de hierro. No tiene nada que ver con los jardines y las casitas de las que habla con tanta potencia Mercè Rodoreda: ella habla de una gente acomodada que no estaba donde yo viví.

Una paret amb quadres a casa del poeta Joan Margarit © Camilla de Maffei © Camilla de Maffei

Su configuración fue muy itinerante, justamente.

Los diez primeros años de mi vida no estoy arraigado en ninguna parte, me configuro “ir tirando”, que quiere decir básicamente soledad. Si cambias de lugar, casi no vas al colegio, y yo los primeros diez años solo fui dos cursos. La otra realidad es que no tienes amigos. Y si tu madre apenas está, en todo dependes de ti, en cuanto al conocimiento. No es que te falte afecto, ni seas desgraciado, en absoluto, porque un chaval es desgraciado si le pegan o no le dan de comer. Si no tienes un amigo que tenga una bicicleta y te haga ver que tú no la tienes...

Después ya no vuelve a Barcelona hasta la época del Turó Park, de los diez a los dieciséis años...

Era un Turó Park que tenía él mismo unos quince años, que ya era bonito y frondoso, todavía no era el territorio de perros en el que se convirtió. Que en el momento de llegar la democracia el Turó Park se convierta en un territorio de perros, para mí es incluso como un símbolo.

De Barcelona le sorprende mucho que se hayan ninguneado los barrios.

En el momento que Barcelona captura Sarrià y Gràcia, todavía son lugares tranquilos. El problema viene cuando los nuevos barrios se construyen a toda velocidad y mal. Una cosa es capturar una villa pequeña, y otra es que venga una emigración y se construya un barrio sobre la marcha; pasa primero con la inmigración murciana y de la Cataluña interior, y después con la andaluza. Así surgen el barrio del Besòs, las barracas de Montjuïc, de Can Tunis, del Somorrostro. La misma administración franquista ve que hay que hacer barrios para los inmigrantes, pero los hacen mal.

Más adelante usted trabajó ahí...

Una de las actividades de las que más contento estoy como arquitecto es la gran cantidad de edificios de barrios que he salvado. Edificios que no tenían ni cimientos, donde quizás los bajantes de los váteres, en vez de ir a la cloaca, acababan en cámara muerta, con problemas de olores y riesgos por acumulación de gases. Se tenía que recimentar, con poco dinero, porque después del franquismo no había. Ibas a ver a aquella gente, que como es lógico te consideraban un instrumento del poder, del nuevo poder, y te miraban con desconfianza. Tú les hacías un cimiento, pero ¿qué sacaban? Les daba igual. Y si tenías que reforzar un pilar, por ejemplo, les molestabas durante uno o dos meses, con hormigón y hierro dentro de la cocina. Cuando acababas, pintabas el pilar, pero les habías estropeado media cocina, y no había dinero para pintar cocinas. Después ya hubo dinero incluso para llevarlos a un hotel mientras lo hacías.

También deberían de salirle poemas...

Siempre recordaré la primera vez que nos encargaron unas reformas en el Besòs, donde hice uno de los poemas que más quiero, “Recordar el Besòs”. Entro en un edificio de esos, sin cimientos, y encuentro que no hay ningún mueble, las habitaciones llenas de colchones y, dentro de los colchones, criaturas y perros mezclados. Todo sin puertas. Llego a la cocina y la encuentro toda sucia, con el fregadero lleno de moho, y un chaval de entre dieciséis y dieciocho años en una mesa, con un pick-up de estos de trapero, con unos discos sucios, escuchando a Bach. El poema está servido. Recuerdo también la vez que fuimos a explicar las primeras reparaciones al barrio del Besòs a principios de los ochenta. La directora del Instituto Municipal de la Vivienda, Mercè Sala; el concejal; mi socio, Carles Buxadé, y yo. Era un local inmenso. Unas trescientas personas. Y recuerdo la primera frase que dije: “Vamos a establecer un refuerzo del edificio...”. Y se oye la voz de una mujer: “¡Vas a reforzar a tu madre!”. No lo olvidaré nunca. Aquella gente no creía que de la Administración les pudiera venir nada. No es como ahora, que pensamos que tiene que venir todo. Para mí, aquello fue un acto de amor, porque desde el punto de vista de los arquitectos, que nos gusta hacer edificios bonitos, aquello no tenía ningún encanto; los edificios ya estaban hechos, solo los tenías que salvar, y lo tenías que hacer en el oscuridad, allí donde no se ve. Hice muchos, porque era un acto de amor.

Pero su relación con Barcelona es compleja. Un poema titulado precisamente "Barcelona" acaba: "Desolada ciutat que fas de puta".

Tengo una relación equívoca con Barcelona. Que la quiero es una prueba mi poema "Retorn de vacances", en el que quien habla vuelve en barco de Mallorca y llega a Montjuïc. Yo, en el cementerio de Montjuïc, tengo dos hijas. Una ciudad en la que tengo enterradas dos hijas en su principal montaña... no puede ser una ciudad que no quiera, aunque me haya ido a vivir fuera. No muy lejos [desde 1975 vive en Sant Just Desvern]. Ahora ya es una cuestión de alcaldes que no quieren ceder poder, porque lo más lógico es que todo el núcleo metropolitano fuera un solo municipio... Como todas las relaciones, es de amor-odio.

Mientras estudiaba, dejó la carrera para intentar ser solo un hombre de letras. Hasta que volvió...

La poesía, como todo, como la prosa, la mecánica o la física, necesita una vida. ¿Qué vida? No cualquiera. Todas las vidas pueden interferirse más o menos. Si quieres dedicarte a viajar por el mundo, la vida de oficinista no te irá bien. Si tengo que hacer poesía, tengo que buscar que no haya interferencias. Y así busqué de la arquitectura la parte que me ayudara más en la poesía. Yendo al extremo: si me hubiera dedicado a la decoración, la poesía me habría dicho basta... La poesía no es la vida, y en esto se equivocan los románticos. Se tiene que ir con cuidado con los artistas, porque pueden ser unos grandes artistas muy jóvenes, pero esto no quiere decir que te tengas que dejar llevar por ellos. A Keats tampoco le tienes que preguntar a sus veintitrés años si la vida y la poesía son lo mismo.

Y volvió a la arquitectura.

Sí, y he trabajado mucho y con ganas. Mi socio y yo trajimos los primeros ordenadores grandes a Barcelona, hacia 1966, a la Escuela de Arquitectura, pagado por el Colegio de Arquitectos, porque la Administración no tenía dinero... Eran unas máquinas que calculaban lo que ahora puede hacer un teléfono. Y eran grandes como tres pianos de cola. Aquel mismo ordenador, el IBM 1620, lo vi en el museo de la Universidad de Boston, y me emocioné mucho. Aquí ya no lo he visto más, seguramente lo tiraron. Los catalanes somos una gente muy enamorada de nosotros mismos, con un cierto sentido estético de nosotros mismos, o del mundo, lo que nos decía Unamuno: “Levantinos, os pierde la estética”, y que hace que de todos los cafés modernistas de Barcelona solo quede un poco del Cafè de l'Òpera, y porque tiene una propietaria curiosa. ¿Dónde están el Oro del Rin, el Vienés, el Glaciar...? ¿Dónde está todo eso? En todas las otras ciudades europeas cultas, París o Venecia, de eso se ha sacado partido e incluso dinero. Aquí los grandes cafés modernistas se han ido a hacer puñetas, con catalanes que han dicho: "Yo soy muy listo". Pero de listo, nada.

Las riadas de Rubí de 1962 fueron determinantes para usted.

La irresponsabilidad de dejar edificar en los cauces de los ríos. El río no tuvo que ir a buscar los muertos fuera, los encontró en casa. Eso me encaminó hacia la relación entre arquitectura y seguridad. Si te vas a la poesía, es un caramelo, es la relación de seguridad de la vida misma.

Pero también la hace incómoda, te pone la realidad delante.

Trata el tema. He tratado lo mismo en las casas que en la poesía. Mi trabajo dentro de la arquitectura es la seguridad del edificio: hacer frente al viento, a los sismos, todo lo que puede hacer daño al edificio. La poesía viene a ser la seguridad dentro de la vida: hacer frente al sufrimiento, al riesgo emocional... Lo que me ha dado la poesía, que no esperaba, es ir por el lugar más impensado, pongamos Madrid, y que de pronto te pare un señor, te diga que no te quiere molestar, pero que muchas gracias porque tus poemas en un determinado momento le salvaron la vida. No hay nada comparable, y por eso escribo. La frase "amaos los unos a los otros", ¿cómo se lleva a cabo? Yo sé cómo querer a mi mujer, a mis hijos y ya está, la vida me lleva a quedarme ahí e ignorar el resto. Pero la poesía es una herramienta para querer. Esos poetas que dicen: "Yo escribo para mí mismo". Qué salvajada, no hay nada más aburrido que leerte a ti mismo. Un debe leerse a sí mismo mientras trabaja, porque no tiene más remedio, pero una vez terminado el poema ya basta. Yo leo a Rilke, para salvarme...

Diversos retrats de Joan Margarit mentre parla © Camilla de Maffei © Camilla de Maffei

También está el espectáculo del recital poético.

Eso me lo hizo ver Rilke y primero no me lo creí, pero luego vi que tenía razón: la poesía es la palabra hablada. Los poemas se deben escuchar. Recomiendo que la poesía se lea diciéndola en voz alta.

Tanto en la poesía como en la música está el contraste entre la puesta en escena, en comunión con un público, y la escucha de un disco o la lectura en privado...

Incluso el público puede resultar contraproducente. Si has escuchado música en pequeño comité, si has vivido un pequeño concierto con cinco o seis personas... cuando has palpado algo así no lo cambias. El gran auditorio, con una entrada carísima y unos intérpretes sublimes, te puede hacer daño. La música no es solo Grigori Sokolov, aunque le quiero mucho. ¿Por qué no puede haber una pequeña imperfección, dentro de la normalidad?

La solemnidad de la partitura es algo relativamente reciente...

Sí, pero ahora la solemnidad de la clásica ha pasado al jazz, y la prueba es que en un cierto momento habría sido absurdo escuchar jazz en el Palau de la Música. Recuerdo haber ido a la Sala Europa de Lleida, cuando existía, a ver algunos jazzmen que más tarde tocaban en el Palau. Me iba a escucharlos a Lleida, porque tenía más autenticidad, y luego volvía a Barcelona​​.

La gente separa la música por géneros, pero no la poesía.

La poesía pide unos recursos mucho más limitados. La música es hacer un sonido y que tú pongas atención, y eso vale para "Mi caravana" y para Mahler. En cambio, la poesía es una persona que busca algo en su interior. Y primero tengo que ser consciente de que hay muchas cosas que ni siquiera me interesan a mí, y tengo que encontrar una que pueda compartir con todos los demás, que esté en todas partes. Esto no es todavía lingüístico, es una intuición. Lo tengo que coger y empezarlo a trabajar con palabras, que es la herramienta que tengo. Y entonces tal vez me encuentro a aquel señor que me da las gracias. Pero si la he pifiado, no me lo encontraré. Pero tampoco iré a la cárcel...

Esto ya no lo puede asegurar, que no irá a la cárcel...

Tiene razón. Dejémoslo estar. Eso me da mucha libertad para buscar, pero en el momento de enviarlo solo existe la palabra, y no puede ser cualquier palabra. Las combinaciones son infinitas, y en la música puedes ponerlas todas. En la poesía, un vanguardista te dirá que también las puedes poner todas. Mentira.

No le gusta la abstracción...

¡Busca que te consuele de la muerte de una hija una pintura abstracta! No, porque no está en el territorio de tu sufrimiento. Está en otro territorio, de tu imaginación, de muchas cosas, pero no tiene nada que ver.

¡Pero lo abstracto puede tener mucha potencia estética!

Potencia estética, sí, pero ¿de qué sirve? Puede ser un símbolo, pero busco un consuelo, y sé lo que es: sé que antes me dolía y ahora no me duele, o me duele menos. Y basta de historias. Y para todo lo demás tienes que ir utilizando otras cosas que son muy dignas, pero que están en otro lugar. No tengo nada en contra, pero si el día que se murió mi hija me pones un Tàpies delante... En cambio, un Cézanne sí. Y que conste que hay gente que valora mucho ese territorio, no tengo nada en contra. El consuelo ante la soledad y la indigencia humana ante el mundo es un tema muy concreto, y lo tocan todas las artes.

Pero la vanguardia es un concepto muy amplio.

En poesía tiene un sentido muy claro. Hay un tipo de lector que quiere que le montes una especie de contenedor en el que pongas lo menos posible, porque él quiere poner lo que tiene. A mí no me interesa. El lector es el centro de la vanguardia poética. Existe porque hay un lector que dice: "El poema, déjemelo vacío, deje la estructura del poema, que ya lo llenaré yo". Yo quiero que el poema me lo den de principio a fin. Yo ya sé que un buen poema tiene infinitas lecturas, y no tengo que preocuparme. Es como un Van Gogh, un Rembrandt, una buena novela, que la puedes leer los veinte años, a los treinta, los cuarenta, y siempre es la misma novela pero no te dice lo mismo.

En todo caso, la poesía, la cultura, también es una herramienta para la vida.

Sí, y en la vejez se nota mucho. El alargamiento de la vida ha producido un fenómeno curioso, y es que a mucha gente le ha cogido de improviso y se ha encontrado que le quedan treinta años de vida de viejo, de los sesenta a los noventa, sin trabajo ni nada, y no se había preparado. Pero te debes preparar. Ahora la sociedad está llena de "viejos idiotas", como yo les llamo, pero no quiero decir que sean tontos. Es un drama para mucha gente. Y para prepararte, solo está la cultura.

Retrat de Joan Margarit © Camilla de Maffei © Camilla de Maffei

Usted ya hace años que dice que escribe libros de senectud, y lleva unos cuantos. Cada nuevo libro parece que sea el último, y no se detiene...

Me segaron la entrada. Empecé a escribir a los dieciocho años, pero el primer libro en mi obra completa es de ¡cuando tengo cuarenta!

¿Y qué hizo, en medio?

No paré, no, la cagué. Porque ignoré algo en lo que no había bibliografía, y es que uno tiene que escribir en su lengua materna. Prosa quizás no, pero un poema sí. No hay grandes poetas que no lo sean en su lengua materna. No hay material para informarte. No pasa en ninguna parte, a los catalanes y poco más. Gente que tenga lengua pero no un estado, a la vez que esta lengua tenga una cultura de nivel... No conozco ninguno más.

Pero bien que publicó libros en castellano, que tuvieron lectores y editores que le valoraban...

Sí, pero se equivocaban. El día que Miquel Martí i Pol me lo hizo ver... ya hacía veinte años que escribía. Y cuando empecé en catalán todavía tuve otro período terrible, que es el entusiasmo de haberlo descubierto. Y hasta que no me asenté pasó tiempo. La vida es eso.

Y hace tiempo que comienza los poemas en catalán y los traduce simultáneamente al castellano.

Si algo se parece a la lengua materna sin serlo, pero casi, es que venga Franco y a partir de los cuatro años no te deje hablar en catalán. Niño, habla en cristiano. La lengua castellana es el único bueno que me dio Franco, y no lo pienso devolver, por muy independentista que sea. Más adelante vi que el primer empuje debía ser en catalán, pero después ya podía escribir el poema en las dos lenguas.

¿Hay comunicación entre la gente de la poesía en catalán y en castellano?

No, son dos mundos diferentes. Hace muchos años que nos habrían tenido que avisar de que no íbamos por buen camino. Los de aquí y los de allí. Viví al principio de la democracia una época de oro, en la que hacíamos reuniones y congresos, en Sitges, Ávila... Más tarde, en la Universidad de Lleida, Pere Rovira montó unos encuentros anuales en los que nos conocimos muchos que ahora somos amigos: Carlos Marzal, Vicente Gallego, Antonio Jiménez Millán, Luis García Montero... Nos conocimos y después fuimos a Granada, Almería... Yo he recitado más en los institutos de Andalucía que en los de Barcelona. En los institutos de Sant Just no he recitado nunca, nadie me ha llamado.

¿Y tiene mucha relación con las nuevas hornadas de poetas?

No tengo tiempo de estar al día. Tengo una vida, y una vida de poeta de la que me queda muy poco. Si ya me cansa ver el telediario... Necesito tiempo para dormir, para descansar, para mirar el patio, para recordar... Todas estas cosas son mucho más importantes que hacer un recital en el Palau de la Música.

Además, al estar jubilado, tampoco le podrían pagar, ¿verdad?

Es el país donde vivimos. Como arquitecto que todavía soy, tú me puedes encargar un rascacielos de cincuenta o cien pisos y hacerme millonario, y Hacienda no dirá nada de mi pensión de catedrático de la Escuela de Arquitectura. En cambio, si me pillan haciendo recitales y habiendo cobrado más del salario mínimo interprofesional, me quitan la pensión. El castigo. ¡Qué país! Vivimos en una sociedad que tiene la cultura como lujo.

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  • Para tener casa hay que ganar la guerraAustral, 2018
  • Todos los poemas (1975-2015)Austral, 2018 (última edición actualizada)

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