Las mejores palabras

La libre expresión es el derecho de la sociedad a discutir sobre asuntos relevantes, porque solo discutiendo se puede descubrir la verdad. La vida democrática consiste, de hecho, en discutir sobre aquellas palabras que más y mejor dicen la verdad y la justicia.

El último Premio Anagrama de Ensayo es una reflexión sobre la libre expresión. Así traduce Gamper el free speech anglosajón, señalando que no es exactamente lo mismo que la libertad de expresión. La libertad de expresión pretende defender la expresión de algo, como una opinión, una verdad o un sentimiento, que cada uno ya tiene para sus adentros. Al hablar de expresión libre, y como explica el autor, no se trataría de “proteger un supuesto derecho individual a decir aquello que se considera que sea la verdad (…) Lo que merece protección es el derecho de la sociedad entera a discutir sobre asuntos relevantes, porque solo discutiendo se puede descubrir la verdad”.

Y para el ejercicio de este derecho colectivo no todas las palabras son igual de útiles ni valen lo mismo. Las mejores son aquellas que, como decía Aristóteles, reconocen que “la palabra existe para manifestar lo que es conveniente y lo que es nocivo, así como lo que es justo y lo que es injusto”. Esta palabra pública encuentra la mejor versión, como aspiración de la democracia deliberativa, en una vida parlamentaria que, como dice Benedetta Craveri, “sabe conjugar la ligereza con la profundidad, la elegancia con el placer, la investigación de la verdad con la tolerancia y el respecto a la opinión ajena”.

Pero no todas las “ocasiones de la palabra” son equiparables a las propias de la vida parlamentaria. No siempre se puede aspirar a un discurso que busque al mismo tiempo la verdad y la convivencia. Ni siquiera en una democracia. Porque hay instituciones, como la familia o la universidad, que por su propia naturaleza se resisten a la total democratización y que obligan, por lo tanto, a priorizar unas palabras sobre las otras.

Silencios que salvan

Aunque “el feminismo haya derribado la estricta división entre lo público y lo privado” y que, por lo tanto, “el lenguaje de la negociación” se haya instaurado también dentro de la familia, aquí las mejores palabras son todavía aquellas que priorizan la convivencia a la verdad. En la vida familiar hay silencios que salvan y cosas que no se dicen o que no se tienen que decir muy a menudo. En cambio, en la universidad se esperaría que se priorizara la palabra que dice la verdad por encima de la palabra que cuida. Pero eso ya no es así. La democratización es por naturaleza corrosiva de la autoridad y por eso es cada vez menos extraño ver como en nuestras universidades se reclaman safe spaces o se censuran ciertas ideas para proteger a los estudiantes de verdades hirientes o incómodas.

La sorpresa con la que vemos crecer el miedo y la inseguridad de los estudiantes a oír palabras que no sean las que mejor los cuidan nos recuerda que, como dice Gamper, “nunca llegaremos a un acuerdo sobre la naturaleza de las mejores palabras”. La vida democrática consiste, de hecho, en discutir (y quizás eternamente) sobre aquellas palabras que más y mejor dicen la verdad y la justicia. “Conformémonos —sigue Gamper—, que no es poca cosa, con saber identificar colectivamente las peores que se ponen al servicio de la dominación”.

El clima en las universidades nos recuerda una lección muy valiosa: en democracia, el derecho a ser escuchado se tiene que ganar. Pero también nos alerta sobre la amenaza siempre presente del despotismo democrático, que a veces se equipara a lo “políticamente correcto”, porque nos recuerda que el poder de silenciar no es monopolio de la ley o del poder político. También la sociedad ejerce de censora, y lo hace con el convencimiento de que “la censura es nociva para la democracia, excepto en aquellos casos en que se censuran mensajes que quieren destruir la democracia”. Poniendo el foco de la reflexión sobre el discurso libre y sobre las mejores palabras, corremos el riesgo de excusar la censura que se presente con la retórica de la lucha contra cualquier forma de dominación.

Las mejores palabras, Daniel Gamper
— Anagrama, 160 páginas —
Barcelona, 2019

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