Más allá de las mentiras
Franco: la importancia de no olvidar
- Dosier
- Oct 25
- 23 mins
Desenterrar la verdad del franquismo ha sido una labor ardua y costosa que han llevado a cabo historiadores y movimientos sociales para la recuperación de la memoria histórica. Todo ello ha hecho reaccionar a la derecha, que ha recuperado a su vez los viejos argumentos de la manipulación franquista. Hay una clara confrontación de narraciones, una memoria dividida que proyecta la larga sombra de ese pasado infame sobre el presente democrático.
Francisco Franco comenzó el asalto al poder con una sublevación militar en julio de 1936 y lo consiguió a sangre y fuego en una guerra civil. Junto con sus compañeros de armas, forjados en las batallas de África, decidió abordar de forma violenta la profunda crisis político-social de España y ofrecer una alternativa autoritaria puesta ya en marcha por Mussolini, Hitler y otros fascistas en Europa.
El mito de Franco y la propaganda influyeron mucho para que, a partir de ese momento, se viera la Guerra Civil como algo inevitable y el Alzamiento como un movimiento popular de la parte de España que no quería perecer. Los grupos de poder tradicionales habían minado la Segunda República, pero fueron incapaces de imponerse por medios políticos y necesitaron de Franco y de los militares, en un pacto de sangre establecido durante una cruel guerra civil, para destruir lo que tanto aborrecían.
La Guerra Civil se manifestó en un violento combate político sobre cómo organizar la sociedad y el Estado. Para los españoles ha pasado a la historia por la tremenda violencia que generó, pero, pese a lo sangrienta y destructiva que pudo ser, la guerra civil española debe medirse también por su impacto internacional, por el interés y la movilización que provocó en otros países.
En el escenario internacional, desequilibrado por la crisis de las democracias y la irrupción del comunismo y del fascismo, España era, hasta julio de 1936, un país marginal, secundario. Todo cambió, sin embargo, a partir de la sublevación militar. En unas pocas semanas, el conflicto español recién iniciado se situó en el centro de las preocupaciones de las principales potencias, dividió profundamente a la opinión pública, generó pasiones y España pasó a ser el símbolo de los combates entre fascismo, democracia y comunismo.
Dentro de esa guerra, hubo varias y diferentes contiendas. En primer lugar, un conflicto militar, iniciado cuando el golpe de Estado enterró las soluciones políticas y puso en su lugar las armas. Fue también una guerra de clases, entre diferentes concepciones del orden social; una guerra de religión, entre el catolicismo y el anticlericalismo; una guerra en torno a la idea de la patria y de la nación; y una guerra de ideas que estaban entonces en pugna en el escenario internacional. En la guerra civil española cristalizaron, en suma, batallas universales entre propietarios y trabajadores, Iglesia y Estado, entre oscurantismo y modernización, dirimidas en un marco internacional desequilibrado por la crisis de las democracias y la irrupción del comunismo y del fascismo.
El tránsito hacia el culto a Franco
La guerra desembocó en una larga posguerra donde los vencedores tuvieron la firme voluntad de aniquilar a los vencidos. España vivió, a partir de abril de 1939, la paz instaurada por Franco, así como las consecuencias de la guerra y de quienes la causaron. Quedó dividida entre vencedores y vencidos. Para recordar siempre su victoria en la guerra, para que nadie olvidara sus orígenes, la dictadura de Franco llenó de lugares de memoria el suelo español, con un culto obsesivo al recuerdo de los caídos, que era el culto a la nación, a la patria, a la verdadera España frente a la anti-España, una manera de unir con lazos de sangre a las familias y amigos de los mártires frente a la memoria oculta de los vencidos, cuyos restos quedaron abandonados en cunetas, cementerios y fosas comunes.
A partir de abril de 1939, Franco y los vencedores en la Guerra Civil pusieron en marcha un Estado de terror basado en la jurisdicción militar, en juicios y consejos de guerra, que consolidaron en los años de la posguerra. Desde el principio, el nuevo Estado franquista tuvo el monopolio de la violencia, con mecanismos extraordinarios de terror sancionados y legitimados por las leyes. Ese sistema procesal levantado tras la guerra mantuvo su continuidad durante toda la dictadura. El apoyo a la autoridad del Caudillo y Generalísimo, bendecido por la Iglesia, era extraordinario, guiado por la mano de la Divina Providencia. Era una autoridad despótica, cuyas decisiones no llegaban ni beneficiaban a todos los estratos sociales, pero nadie entre los vencedores quería volver a los “malos” tiempos de la democracia republicana.
Ilustración ©Natàlia PàmiesEn pocos años, el Generalísimo acumuló una descomunal hambre de poder y una confianza plena en su talento para salvar a la nación. Tras la derrota de los regímenes totalitarios, cedió a todas las exigencias angloamericanas, decidido a sobrevivir al fascismo en Europa, y comenzó a reescribir su historia. La propaganda se encargó de presentar al Caudillo como un estadista neutral, católico y antisoviético. En aquella primavera tan peligrosa de 1945, dio los pasos necesarios para desvincularse de los fascismos derrotados, neutralizar a la oposición monárquica, hacer creer a los españoles que los había librado de los horrores de la Segunda Guerra Mundial y convencer a sus enemigos exteriores de que gobernaba una “democracia católica y orgánica”. La defensa del catolicismo como un componente básico de la historia de España sirvió a Franco y a su dictadura de pantalla en ese período crucial para su supervivencia.
El culto y la veneración a Franco crecían en las instituciones, en la propaganda y en las escuelas. Viajaba por España, donde era recibido por multitudes y por manifestaciones de júbilo organizadas por su maquinaria propagandística. Era, en expresión del diario falangista Arriba del 1 de octubre de 1949, “el hombre de Dios”, al que le pertenecían los “títulos de Caudillo, Monarca, Príncipe y Señor de los Ejércitos”. Él y su dictadura no peligraban, y menos todavía desde que consiguió, en los años cincuenta, la integración de España en diferentes organizaciones internacionales. A partir de 1953, cuando dispuso de la bendición y la ayuda económica, técnica y militar de Estados Unidos, Franco superó “los años más difíciles”, se benefició del excepcional escenario internacional y pudo dar a su poder absoluto una relevancia que no se limitaba a la política interior.
El Plan de Estabilización de 1959 cambió el rumbo de la economía española, que inició un fuerte crecimiento y un acelerado proceso de industrialización, transitando desde el hambre, la escasez y la penuria hasta el piso, el coche y el televisor. En la atmósfera triunfalista de los 25 años de paz y progreso, Franco era el cerebro y artífice del gran cambio económico, y él, tan acostumbrado a llevarse los triunfos, se sumó a esa idea con fervor. El Caudillo fue, a partir de ese momento, el gran modernizador de España y así quedó en la memoria de una multitud de súbditos. A los lazos de sangre sellados con la victoria, que habían permitido destruir a los enemigos de España, se sumaba la legitimidad aportada por el desarrollo económico, el progreso y “el bienestar de los trabajadores”. El culto no paraba de crecer.
Franco murió rico, enriqueció a sus familiares, a quienes permitió un desenfrenado saqueo, y concedió un gratificante retiro a los cientos de colaboradores.
Desenterrar el pasado
Franco murió rico, con una fortuna millonaria, enriqueció a sus familiares, a quienes permitió un desenfrenado saqueo, y concedió un gratificante retiro a los cientos de colaboradores que ya habían disfrutado en el poder de sinecuras y grandes beneficios. Ninguno de sus jerarcas y cómplices fue arrestado, encarcelado o procesado. Todos escaparon al castigo. A muchos les costó tiempo y esfuerzo resignarse a su muerte, aunque quienes pensaban en labrarse un futuro político sin el Caudillo dejaron de la noche a la mañana el uniforme azul y se pusieron la chaqueta democrática.
Más de una generación de españoles creció y vivió bajo el dominio de Franco, sin ninguna experiencia directa sobre derechos o procesos democráticos. Ese gobierno autoritario tan prolongado tuvo efectos profundos en las estructuras políticas, en la sociedad civil, en los valores individuales y en los comportamientos de los diferentes grupos sociales. En 1945, Europa occidental dejó atrás treinta años de guerras, revoluciones, fascismos y violencia. Pero España se perdió durante otras tres décadas ese tren de la ciudadanía, de los derechos civiles y sociales y del Estado de bienestar.
Desenterrar ese pasado ha resultado una labor ardua y costosa. Con investigación, conocimiento y nuevos enfoques, muchos historiadores hemos convertido la Guerra Civil y la dictadura de Franco en un objeto de estudio privilegiado en la historiografía sobre la España contemporánea.
Las diferentes memorias de aquellos hechos se cruzaron con ardor desde los años noventa del siglo xx, después de un largo período de indiferencia política y social hacia la causa de las víctimas de la represión franquista. Coincidió ese cambio con la importancia que, en el plano internacional, iban adquiriendo los debates sobre los derechos humanos y las memorias de guerra y dictadura. Una parte de la sociedad civil comenzó a movilizarse, se crearon asociaciones para la recuperación de la memoria histórica, se abrieron fosas en busca de los muertos que nunca fueron registrados. Y los descendientes de los asesinados por los franquistas, sus nietos más que sus hijos, se preguntaron qué había pasado, por qué esa historia de muerte y humillación se había ocultado y quiénes habían sido los verdugos.
Pero el registro del desafuero cometido por los militares sublevados y por el franquismo hizo también reaccionar, por otro lado, a conocidos periodistas, propagandistas de la derecha y aficionados a la historia, que retomaron los viejos argumentos de la manipulación franquista. Un juego de “equiparación” de víctimas y responsabilidades ha dominado en los últimos años la mayoría de las representaciones divulgadas en los medios de comunicación, y ha sacado a la luz una clara confrontación entre las narraciones y los análisis de los historiadores, los usos políticos y los recuerdos.
Con propaganda y memorias divididas, ese pasado infame ha proyectado su larga sombra sobre el presente democrático y, frente a ella, necesitamos miradas libres y rigurosas, que atiendan al conocimiento y a las diversas investigaciones que los historiadores hemos proporcionado en los últimos años. Conocimiento, enseñanza, transmisión y divulgación precisa de la historia. Más allá de las mentiras.
Referencias bibliográficas
Aguilar, P. y Payne, L. A. El resurgir del pasado en España. Fosas de víctimas y confesiones de verdugos. Taurus, 2018.
Casanova, J. Franco. Crítica, 2025.
Preston, P. Franco. Caudillo de España. Penguin Random House, Barcelona, 2015.
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FrancoCrítica, 2025
Una violencia indómita. El siglo XX europeoCrítica, 2020
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