Modelos, valores y contradicciones en la música de las nuevas generaciones

Los ritmos de 31 FAM absorben música procedente de más allá de los círculos de influencia habituales. ​© Nil Ventura

Todas las generaciones han tenido en la música de su tiempo un vehículo de transmisión de valores, modelos de vida y aspiraciones colectivas. Últimamente, algunos de los estilos musicales más presentes han generado controversia, por su contenido y por el lenguaje utilizado. Realmente, ¿qué clase de valores transmiten las letras de los cantantes y los grupos que están más de moda entre el público joven?

Cada generación ha estado marcada por los valores con los que más se ha identificado. Hace décadas que es así, pero la gran novedad de los últimos años es que nuestro imaginario cambia ahora a más velocidad que nunca en la historia. El salto generacional en el ámbito cultural, de valores y de perspectiva frente a la vida se acelera. Las diferencias ya no se dan solo entre padres e hijos, sino incluso entre generaciones muy cercanas, como la de los mileniales, la generación Z o la que está siendo la nueva generación alfa. Tiempo atrás, la clasificación daba saltos de dos décadas y ahora solo de una en una. ¿Pero estos cambios generacionales son tan importantes? ¿Ha habido un verdadero cambio de valores? ¿Estamos contentos con la forma en que se transmiten estos valores?

Estas transmisiones no han sido algo lineal. Algunos valores se van quedando aparcados por el camino, mientras que otros siguen adelante y se transmiten de generación en generación. A veces no hay nada que hacer, no nos podemos plantear que los hijos de nuestros hijos se muevan en el mismo marco intelectual y moral que nosotros. ¿Significa esto que los principios se han perdido, como aseguran las voces más apocalípticas, o sencillamente que los problemas a los que debe enfrentarse cada generación son diferentes y también varía su forma de entender el mundo?

Siempre se han intentado definir las generaciones con etiquetas que, posiblemente, no se ajustan del todo a la realidad de cada momento. Los años setenta no fueron exclusivamente los de la libertad sexual, ni los ochenta los de la superficialidad, y así podríamos seguir hasta la actualidad. El reconocido periodista estadounidense Chuck Klosterman plantea estos temas en su estudio Los noventa, en el que analiza las características de estos años, pero, al mismo tiempo, sus contradicciones y los puntos de conexión o distanciamiento con décadas anteriores. Es muy posible que debamos superar el momento actual para definir con más fidelidad cuáles han sido los valores de esta generación y cuáles sus contradicciones.

La globalización de la cultura

La juventud actual es la generación de la precariedad, las redes sociales, la visualización de la salud mental, las nuevas formas de entender el feminismo, la diversidad de género, el reguetón y las músicas urbanas, pero también la generación de quienes tienen que vivir en un momento en el que el neoliberalismo se ha introducido más que nunca en el ADN, en el que el individualismo se ha convertido en un valor latente, en el que el machismo y la derecha radical se vuelven a avivar sin que nos demos cuenta, y en el que las noticias nos hacen dudar sobre lo que es cierto y lo que no.

Bad Gyal, Tokischa y Young Miko son referentes de la generación musical urbana. © Xavi Souto Bad Gyal, Tokischa y Young Miko son referentes de la generación musical urbana. © Xavi Souto

Al margen del entorno familiar y del tejido educativo, el contacto de los adolescentes y los jóvenes con los valores sociales viene marcado por la música, los podcasts, los youtubers, los directos en Twitch, la literatura y el cómic juvenil —incluido el manga o el anime televisivo—. ¿Definirá esto cómo serán al llegar a la edad adulta? ¿Se subrayarán las contradicciones de las que estamos hablando desde el principio de este texto?

Empezando por la música, es evidente que —al margen del pop más popular en las listas de reproducciones— estamos viviendo los años de máximo éxito de los sonidos urbanos y del reguetón. El foco ya no está tan centrado solo en la música anglosajona, sino que Latinoamérica ha ganado mucho protagonismo. Géneros como el flamenco, el trap, el drill, el dancehall o el afrobeat han entrado con mucha fuerza en el universo musical de los jóvenes. Solo tenemos que fijarnos en las letras y en la música de artistas como Rosalía, Bad Gyal, Figa Flawas, P.A.W.N. Gang, 31 FAM, Rojuu, Lildami, The Tyets, Dellafuente, C. Tangana, Soto Asa, Quevedo y una larga lista que podríamos ir ampliando constantemente. No solo sus ritmos absorben toda esta música procedente de más allá de los círculos de influencia habituales, sino que las letras se nutren en muchos casos de vocabulario —del argot— jamaicano, de las comunidades afroamericanas que dieron pie al trap y a otros estilos. Ahora mismo, a ningún adolescente le sorprende escuchar una canción que contenga palabras como pussy, ratchet, gyal, nai, clicka…, voces que nacieron, a veces, como términos despectivos, pero que los artistas se hicieron suyos como muestra de orgullo.

La escena musical de Cataluña y del resto de España ha sido muy permeable a esta influencia. Incluso es habitual escuchar a artistas catalanes que intentan acercarse a cierta dicción latinoamericana o flamenca a la hora de cantar. ¿Queréis ejemplos? Escuchad el repertorio de cualquiera de los artistas que acabamos de citar y encontraréis unos cuantos.

También es fundamental el momento en el que aparecen. Por primera vez en el universo musical catalán, se trata de artistas que son hijos de una primera generación de inmigrantes, muchos de ellos con un éxito importante y una influencia sorprendente. Estamos hablando de casos como Morad y Beny Jr —de origen marroquí, en L’Hospitalet—, Cyril Kamer —de procedencia camerunesa, en el barrio de El Besòs— o Munic HB —de origen gambiano, en Sabadell—, todos ellos con millones de reproducciones en las plataformas. Incluso podría parecer sorprendente escuchar al catalán Alizzz reivindicando con orgullo sus raíces de extrarradio. Y no olvidemos la repercusión actual del K-pop —pop coreano—, de la cultura manga/anime japonesa y de los videojuegos. Aunque, en estos casos, su influencia se circunscribe habitualmente al uso de algunas palabras o referencias a series o cómics, en el caso de las letras, o a la estética de las portadas de discos o videoclips. La preeminencia de la música hecha en Inglaterra y Estados Unidos comparte protagonismo con nuevas formas culturales que están impregnando, y mucho, nuestra cultura. La globalización también es eso.

Los valores que se transmiten

¿Deberíamos entender, entonces, que el machismo y la homofobia están ahora más presentes que nunca en la música que escuchan los jóvenes, ateniéndonos al hecho de que el reguetón y el dancehall se han tildado desde sus orígenes como géneros con letras machistas y homófobas? Pues sí y no. Como en todos los estilos musicales, la diversidad de artistas y de propuestas del reguetón, el dancehall y las músicas de raíces latinoamericanas y jamaicanas es sorprendente. Es muy posible que algunos de los artistas que conocemos o que iniciaron estos géneros tuvieran letras y actitudes que entran en conflicto con los valores de la sociedad occidental actual. Pero su evolución nos ha llevado al hecho de que, dentro de un mismo estilo musical, podamos encontrar canciones en las que el papel de las mujeres está relegado a simples objetos sexuales de los hombres protagonistas y letras que son verdaderos himnos al empoderamiento de las mujeres, o canciones con una carga queer que quizás no encontramos en otros estilos.

Triquell, como Scorpio o JimenaJimGómez, participantes de Eufòria, han destacado por su personalidad. © Helseye Triquell, como Scorpio o JimenaJimGómez, participantes de Eufòria, han destacado por su personalidad. © Helseye

Vivimos en un mundo de contradicciones y este es un ejemplo más. ¿Podemos considerar que el reguetón, el dancehall o el dembow son estilos musicales machistas? Quizás lo fueron en sus inicios y lo siguen siendo en manos de algunos artistas, pero para otros suponen un vehículo ideal para trasmitir mensajes de diversidad sexual o de género. Hay numerosos ejemplos, y muchos son de artistas catalanes y del resto de España, que han trabajado con estos ritmos desde una perspectiva queer o LGBTI+ (de Las Bajas Pasiones a Jedet, Tremenda Jauría o la artista trans malagueña La Dani). Ya no podemos hablar de estilos musicales machistas per se, sino del uso que hacen de ellos unos artistas u otros para transmitir su perspectiva de la masculinidad y de la relación entre géneros. Esto no impide que estemos hablando de estilos musicales que, como sucede en el pop, dan mucho protagonismo a las mujeres empoderadas y, al mismo tiempo, muy sexualizadas. Pero, incluso si hablamos de cosificación, hoy encontramos muchos ejemplos que luchan a contracorriente, con artistas que tienen cuerpos no normativos. Podemos citar casos como los de la estadounidense Lizzo, la británica Shygirl o la española Lapili.

Hablar de transmisión de valores es un asunto verdaderamente complejo y con muchas vertientes que analizar, pero si nos referimos a la cultura y la música es evidente que también estamos viviendo un momento en el que el feminismo, la resiliencia o la sororidad están presentes en buena parte del discurso actual. Hay actitudes machistas, artistas machistas, comunicadores machistas, pero, en el otro extremo, quizás nunca habíamos tenido tantos ejemplos de cantantes, youtubers, podcasteros o incluso humoristas con una clara perspectiva feminista. En nuestro país hay varios, y muchos conocidos entre el público joven y los adolescentes. Podemos hablar de podcasts como Gent de Merda y Deforme Semanal Ideal Total, o de monologuistas como Ana Polo. Su éxito es una pequeña muestra de que tanto los mileniales como la generación Z saben trabajar en serio para hacer que se escuchen sus principios.

Tampoco podemos pasar por alto el paso adelante que ha supuesto poner en común los problemas mentales que, cada vez más, afectan a los jóvenes, adolescentes y niños en un mundo hipercomunicado, hiperconectado e hiperestimulado. Hay centenares de ejemplos, desde estrellas del pop actual como Billie Eilish o Lewis Capaldi, hasta un artista de sonidos urbanos como el catalán Kinder Malo, que ha publicado un single, No te mates, donde habla de cómo la música ha sido sanadora para él y donde explica a los jóvenes que siempre habrá gente a su alrededor que pueda echarles una mano para superar los peores momentos. ¿Son estos los mismos valores que defendían las generaciones anteriores y que nos transmitían sus artistas? Algunos, sí, otros, quizás no.

La perspectiva neoliberal del éxito

Si existe un punto conflictivo en torno a los valores que la música y la cultura transmiten hoy a los jóvenes, no hay que tener ningún tipo de duda de que se trata de la perspectiva neoliberal del éxito, del individualismo, de cierto espíritu del tipo “sueño americano” adaptado a nuestro escenario mental. Cuando hace cinco años —en el marco de una mesa redonda organizada por el festival Primavera Sound— C. Tangana, Bad Gyal y Yung Beef, tres de los nombres más importantes de la generación urbana española, debatieron sobre cuál era su relación con el capitalismo y con las grandes discográficas, buena parte de los espectadores se alinearon con C. Tangana y la visión empresarial de su proyecto en lugar de posicionarse con la perspectiva más romántica de Yung Beef.

Géneros como el flamenco, el trap, el drill, el dancehall o el afrobeat han llegado con mucha fuerza. Solo debemos fijarnos en artistas como Rosalía. © Erika Kamano Géneros como el flamenco, el trap, el drill, el dancehall o el afrobeat han llegado con mucha fuerza. Solo debemos fijarnos en artistas como Rosalía. © Erika Kamano

El primero conocía las herramientas que ofrecía el neoliberalismo y quería sacarles partido; el segundo daba más importancia a no perder la autenticidad, aunque esto pudiera significar ganar menos dinero con su música. Pasado el tiempo, es evidente que la popularidad del madrileño ha aumentado muchísimo más que la del andaluz, pero no es menos cierto que el segundo ha mantenido lo que quería: el respeto y la autenticidad. Nuevamente, contradicciones.

Aun así, el punto de vista de C. Tangana está mucho más generalizado entre la juventud que el de Yung Beef, que quizás está mucho más relacionado con la candidez de los noventa, cuando la autenticidad era un valor que sumaba, y mucho. Solo hay que comparar el mundo de la música urbana actual con los inicios del rap en nuestro territorio. Mirando atrás, descubrimos que la mayor parte de los proyectos de éxito tenían grupos como protagonistas principales (7 Notas 7 Colores, Sólo los Solo, Violadores del Verso, El Club de los Poetas Violentos), mientras que, en el momento actual, los artistas más importantes funcionan en solitario, tanto en nuestra escena como en la escena internacional. Es cierto que tanto C. Tangana como Yung Beef vienen de formar parte de colectivos (Agorazein y Pxxr Gvng, respectivamente), pero sus carreras han despegado mucho más en solitario. Y esto es aún más evidente en los talent shows televisivos de gran éxito entre niños y adolescentes, como Operación Triunfo y, en Cataluña, Eufòria, programas especialmente cuestionados cuando se emiten en televisiones públicas.

En Eufòria, la relación entre criterios artísticos y criterios de audiencia no está nada clara. ¿Estamos transmitiendo a los más jóvenes que el éxito en el mundo de la música es una competición, que el mejor camino para llegar a triunfar en el mundo del pop es participar en un concurso de televisión? O, al contrario, ¿estamos potenciando el interés por la música entre los más jóvenes? Una vez más, una larga lista de contradicciones. ¿Promociona Eufòria la escena musical catalana o genera un nuevo star system para conseguir buenos beneficios económicos? Quizás un poco de todo.

El gran problema de los talent shows televisivos es que las televisiones que los emiten consideran —equivocadamente, muy equivocadamente— que con ellos ya tienen cubierta la cuota de música en sus canales. ¿Queremos un talent show como máximo representante de la música en televisión, pagado con dinero público y del que, posteriormente, los sellos discográficos sacarán provecho? ¿O queremos un escaparate de propuestas ya existentes y que, en realidad, tienen prácticamente vetada su aparición en las televisiones? ¿Y no sería posible contar con ambas opciones? Por suerte, también es cierto que, si propuestas como las de Triquell, Scorpio o Jimena Jim Gómez han acabado destacando, ha sido por su personalidad; y que el programa ha aportado su granito de arena a la hora de plantear cuestiones generacionales de las que hablábamos antes, como la salud mental o la diversidad de género. Temas que forman parte de la agenda mundial actual y que han aparecido en repetidas ocasiones en el programa. Es decir, un ejemplo más del hecho de que nuestro mundo —al margen de generaciones— está lleno de contradicciones.

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