Nuevas vulnerabilidades

Il·lustració © Sonia Alins

Venimos de un tiempo en el que pensábamos, razonablemente, que con preparación y esfuerzo podíamos aspirar al bienestar sin sobresaltos. La crisis de 2008 nos demostró que todo es mucho más frágil de lo que creíamos. Se ha roto la idea de que el progreso es una línea siempre ascendente, y mucha gente que antes se sentía segura y con expectativas de mejora ahora teme por su futuro. Nada es seguro. A las viejas grietas sociales se añaden nuevos factores de vulnerabilidad que ya no tienen nada que ver con el origen o la posición social, sino con condiciones estructurales cambiantes que afectan a capas cada vez más amplias de la población.

En su obra póstuma, el sociólogo alemán Ulrich Beck sostiene que no vivimos solo una etapa de cambios. El mundo está sufriendo una verdadera metamorfosis. La revolución tecnológica y la globalización impactan por todas partes. El trabajo se está transformando, también la manera de relacionarnos, y el contrato social que permitió el mayor salto en el bienestar social de la historia, está ahora en riesgo. El resultado es que mucha más gente se siente vulnerable. El conocimiento, el esfuerzo individual, los méritos que hayamos podido hacer no nos protegen ante ciertas dinámicas económicas globales que tienden a destruir las instituciones de protección social.

Esta nueva vulnerabilidad afecta, como nos explica Remedios Zafra, incluso a aquellos que podríamos considerar privilegiados, aquellos que pueden acreditar altos niveles de formación y creatividad. La depauperación de las profesiones liberales, de la producción artística y cultural, y del trabajo intelectual genera angustia y temor en mucha gente, que ya no mira el futuro con confianza sino con temor y que tiene que invertir cada vez más tiempo y energía en la gestión de la mera supervivencia.

Mientras tanto, la política retrocede y cada vez tiene menos capacidad de incidir sobre factores que condicionan la vida de los ciudadanos. Esto provoca una gran frustración que, como señala Xavier Martínez Celorrio, puede ser aprovechada por los populismos para conducirnos, de la mano de políticos como Donald Trump, a nuevas recesiones y a un nuevo desorden mundial. Y pueden conseguirlo por el engaño y la manipulación política que practican, pero también por la dejación de las víctimas. Porque, como explica Quim Brugué, uno de los efectos de la vulnerabilidad es precisamente una menor participación y una menor capacidad de incidencia sobre las decisiones políticas. Que el ascensor social se haya parado nos afecta a todos, pero impacta especialmente en aquellos que, como los jóvenes inmigrantes, acumulan varias vulnerabilidades. En condiciones de expectativas mermadas y fuerte competencia, es más difícil conseguir sociedades inclusivas que faciliten un sentimiento de pertenencia y arraigo, como defiende Mohamed El Amrani.

La preparación y el esfuerzo tampoco nos protegen ante las nuevas amenazas que, como el cambio climático, tienen alcance planetario y afectan a las condiciones de vida de millones y millones de personas. Como dice Yayo Herrero, la vida de cada uno de nosotros es inviable si no dispone de un entorno amable en el que desarrollarse y de una red social que nos acoja y nos proteja. Si el equilibrio con la naturaleza se rompe y el contacto social se debilita, todos somos más vulnerables. Incluso aquellos que parten de condiciones en principio favorables.

Para que la regresión social sea socialmente aceptada necesita presentarse como un hecho inevitable, como la consecuencia lógica de dinámicas y fuerzas que no pueden ni tienen que ser discutidas. A menudo se esconden bajo recetas culturales que ponen énfasis en la libertad por encima de la seguridad vital y el individualismo por encima de la solidaridad. La cultura del emprendimiento y la competitividad extrema es un ejemplo de ello. Una sociedad necesita emprendedores, pero no todo el mundo puede serlo ni está en condiciones de convertirse en líder, como explica María Palacín.

Los cambios son tan rápidos y agobiantes que anulan la capacidad de reacción. Como en tantos otros momentos cruciales de la historia, saber dónde estamos y hacia dónde vamos es el primer requisito para poder incidir sobre el curso de los acontecimientos. Este dosier pretende contribuir a esta reflexión.

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