“Nunca mis convicciones políticas influyeron en mis decisiones profesionales”

José María Mena

© Joan Mateu Parra

José María Mena confiesa que, si dependiera de él, nunca se hubiera jubilado. Es y ha sido un guerrero al que le gusta ir al frente. Durante años dirigió la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Dice lo que piensa, sin tapujos, con lucidez. Y, aunque no lo reconozca, tiene una memoria excepcional. Militó en el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) antes de que entrara en vigor la Constitución. Él y Carlos Jiménez Villarejo fueron los impulsores de uno de los procesos judiciales más trascendentes en la historia judicial catalana: el caso Banca Catalana. Admite que continúa leyendo las sentencias que le caen en las manos. No le cuesta posicionarse. Y cuando se le pregunta si ha cometido errores, es claro: “La autocrítica me la guardo para mí”.

El primer destino como fiscal de José María Mena Álvarez (Villarcayo, Burgos, 1936) fue Santa Cruz de Tenerife, donde sufrió un primer traslado forzoso, que lo llevó a Barcelona. Posteriormente, su militancia en el PSUC le comportó el destierro, en 1972, a Lleida. En 1984 elaboró, junto con Carlos Jiménez Villarejo, la querella del caso Banca Catalana, en la que figuraba el entonces presidente de la Generalitat, Jordi Pujol. Cuando acabó el proceso, ambos fiscales solicitaron encausar a 18 exconsejeros de la entidad bancaria, pero en noviembre de 1986, el pleno de la Audiencia Territorial de Barcelona rehusó procesar a Pujol. Ha participado en otros casos de renombre, como el Grand Tibidabo, con el financiero Javier de la Rosa a la cabeza. Además de ejercer como fiscal, ha sido profesor universitario. En 2010, el Govern de la Generalitat le otorgó la Creu de Sant Jordi. Es uno de los fundadores de la asociación Unión Progresista de Fiscales (UPF) y fue fiscal jefe de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña hasta el 2006, cuando se jubiló.

Hay médicos, arquitectos e ingenieros que dicen que, de pequeños, querían ser médicos, arquitectos o ingenieros. ¿De pequeño quería ser fiscal?

Vocación infantil no he tenido. Cosas normales de niños, pero ninguna vocación transmitida desde instancias superiores. Era un niño normal que quería jugar a lo que jugaban los niños. No me planteé lo que quería ser hasta estar acabando el bachillerato, cuando había que elegir carrera. Hasta entonces no me lo había planteado en absoluto.

¿Tiene tradición familiar?

Sí. Hay una tradición familiar intensa en la familia paterna de juristas de siempre, de muchas generaciones. Magistrados y fiscales. Siempre en la pública, no abogados. En la familia materna eran militares.

¿Y eso lo pudo influir? Porque usted es disciplinado.

Es probable que el sentido de disciplina y de austeridad aprendido de mi madre me haya influido, pero en mi tendencia a ser fiscal, más que juez, no creo. Fue porque mi padre era fiscal. El chico hace eso porque su padre es de ese oficio y ni se le ha pasado por la cabeza hacer otra cosa.

Nació en un pueblo de Burgos.

Porque mi padre era secretario judicial en Villarcayo. Abandoné casi inmediatamente el pueblo. Me parieron durante la Guerra Civil y estábamos allí. Pero el destino de mi padre fue cambiando. Los funcionarios cambian mucho. Eso sí que me ha permitido tener una perspectiva distante de lo que es la sensación del localismo, que unos llaman regionalismo y otros, nacionalismo. Porque yo he sido un niño siempre forastero. Había unos que eran del lugar y yo era hijo de funcionario que venía de fuera. Siempre he sido forastero. Después, estuvimos en Burgos, Figueres, Valencia, Palma, luego otra vez en Valencia. Luego ya volé por mi cuenta.

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O sea que se podría decir que es plurinacional.

Claro. Aprendí que, en general, los funcionarios no eran del lugar, salvo los que estaban en Castilla la Vieja y en Madrid. Pero los demás no solían ser del lugar. En las reuniones de familiares y de funcionarios, muy gremiales y aislados, criticaban mucho a los del lugar. Desde pequeño, como era partidario de los niños del lugar, siempre veía mal que los adultos criticaran a los que eran mis compañeros. Por eso siempre he tenido una actitud muy favorable a los del lugar, aunque yo nunca hubiera pertenecido a él. Eso me ha vuelto a pasar en Cataluña. Soy muy favorable a Cataluña, pero nunca he sido de Cataluña, siempre he sido un forastero. Si a eso le añades mi dificultad con los idiomas, puedo dar la sensación de que no quiero tener apego. Sí quiero tener apego, pero no soy del lugar.

¿Era buen estudiante?

No. Nunca he sido buen estudiante. Lo mío es más grave. Era un buen niño. Era aplicado y bondadoso. Pero no muy hábil. He tenido siempre la fatalidad de tener una horrorosa memoria. De eso se suele decir que uno no se acuerda de lo que no quiere, aunque lo mío era más grave, pues de lo que quería también me olvidaba. En el colegio me estudiaba la lección que no tocaba porque me confundía. La carrera memorística para mí fue una cruz. Para la oposición tenía que memorizar 500 temas de una hora y era incapaz.

¿Cómo suplía esa falta de memoria?

La receta me la dio mi padre. Cuando se necesita una hora para hacer algo, tú haces tres y te pones al mismo nivel. Menos facultades, más esfuerzo. No he sido nunca hábil en el estudio, ni he descollado en nada en mi vida. He sido de una medianía discreta siempre. Me gustaba mucho jugar al fútbol con los amigos, con los compañeros, pero era más torpe de lo normal. Mi vida ha sido siempre así y no puedo presumir de nada. Si he llegado a donde he llegado ha sido de puro escalafón [ascenso en la carrera fiscal] y he tenido suerte con la salud. He llegado donde he llegado con escaso mérito personal.

De pequeño creía en los Reyes Magos.

Cuando era estudiante y tenía 20 años, mi padre me preguntaba: “¿Qué quieres que te traigan los Reyes Magos?”. Yo le decía que la cabeza de Franco. Él decía: “Eso no puede ser, pide otra cosa”. “Pues unos calcetines”, le contestaba.

Empieza a ejercer de fiscal en Santa Cruz de Tenerife (1964-1967). Allí tuvo el primer encontronazo con el sistema.

Sí, un traslado forzoso.

Pidió penas de cárcel para unos empresarios a causa de una muerte y fue trasladado forzosamente a Barcelona.

Había eso y luego unos delitos económicos cometidos por caciques. Hubo de todo. Además, creí que el jefe de la territorial había cometido alguna irregularidad y tuve a bien decírselo a la inspección fiscal, entonces, claro, el niño se pasó. Fue todo. Era una sensación de que estaba de más. Me vino muy bien porque, como era traslado forzoso, me pagaron el traslado de los muebles. Lo curioso es que se decidió que el castigo era Barcelona, ¿no? El hecho de venir a Barcelona, que para mí ha sido mi vida, fue consecuencia de una decisión hostil de parte del Ministerio.

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¿Fue cuando vino a Barcelona cuando empezó a militar políticamente? ¿O ya antes?

Ya antes venía con convicciones sólidas y radicales. Y mucho libro estudiado. Lo que estaba de moda en mi entorno era la cultura francesa. Había leído a Sartre [Jean Paul], a Simone de Beauvoir… El cine era la nouvelle vague. Luego, vinieron los libros que se compraban en trastiendas a las que teníamos acceso los íntimos del librero. Libros marxistas, básicamente. Cuando aprobé la oposición, me fui a París y trabajé en una fábrica, porque tenía un poco aquella cosa utópica del proletariado. Aproveché la estancia para estudiar marxismo. Como era difícil traer libros, me los traje en la cabeza.

En Barcelona, ¿cómo llega a militar en el PSUC?

Las convicciones las tenía, porque deseaba de una manera vehemente acabar con el franquismo. Era una cosa personal. En ese deseo enorme influye que, cuando estudiaba Derecho, en mi habitación escuchaba Radio España Independiente, La Pirenaica. Entonces, pasé del radicalismo católico al radicalismo, sin católico. Mi familia era católica practicante, y yo lo fui durante una buena parte de mi carrera universitaria.

¿Eso lo ha marcado?

Pues no lo sé, pero dejé de tener fe de una manera apacible, porque otros la han perdido con una gran perturbación moral. Lo mío fue sencillísimo. Estaba en misa un día y el cura levantó la hostia y dijo: “Este es mi cuerpo”. Pensé: “Eso no es posible”. Y me fui. Hasta hoy, sin hostilidad, comprendiendo a los creyentes, porque yo lo he sido. He pensado cómo gente tan inteligente, premios Nobel, pueden creer eso; pues lo mismo que me lo creía yo y mis padres. Es normal, pero es absurdo desde el punto de vista lógico. Este planteamiento he tenido respecto a los catalanes nacionalistas radicales, que creen, han creído y seguirán creyendo que puede llegar a haber una nación distinta. ¿Cómo se lo pueden creer si eso es inviable físicamente? Los trato y tengo por ellos el mismo afecto y consideración que por los católicos.

Su afiliación al PSUC le costó cara, porque lo desterraron a Lleida.

Me costó caro porque me lo busqué. Cuando una comisión fue a protestarle al fiscal general del Estado, Herrero Tejedor, este les dijo que no se quejasen, que en otro sitio tendría que estar. Sabíamos cuál era ese otro sitio: en Entença [donde estaba la prisión Modelo]. O sea, era lo menos grave posible de lo que nos podía pasar. Me desterraron a mí y a Carlos Jiménez Villarejo. La frase del motivo era: “Tener amistad con elementos desafectos al movimiento nacional”. Yo decía en broma que no era verdad, no es que tuviera amistad con elementos desafectos, sino que yo era un elemento desafecto. Hasta el día en que entró en vigor la Constitución fui militante del partido.

¿Cómo era vivir en la clandestinidad?

Era facilísimo, lo normal. Lo único es que, si por la noche oías el ascensor, pensabas “igual vienen ahora a por mí”. Pero quitando eso, la doble cara se llevaba con absoluta naturalidad y sin ninguna sensación de heroísmo. Vivíamos en un entorno en el que todos éramos parecidos. Con los que no lo eran, no nos relacionábamos.

Siempre se ha definido como una persona de izquierdas. ¿Esto lo ha influido en sus decisiones como fiscal o en la docencia?

Nunca. Nunca mis convicciones políticas han influido ni en una cosa ni en la otra. En la docencia me gustaba que los alumnos participaran, repartía protagonismo. Les encomendaba que introdujeran ellos los temas, pensaran como pensaran. Eso sí, yo me reservaba el de la pena de muerte, porque eso no admitía debate. Pensaba que mi obligación ética en la facultad era hablar en contra de la pena de muerte. Mis convicciones estrictamente de partido marxista en ningún caso torcieron, lo más mínimo, ninguna decisión profesional.

En el juzgado…

En el juzgado de guardia había cosas que se podían hacer: poner de manifiesto los malos tratos y, si acaso, tener alguna participación en los registros de la Brigada Político-Social, donde sí reconozco que he hecho alguna trapisonda. En más de una ocasión, me colaba en el juzgado de guardia aparentando que era el fiscal de guardia, aprovechando que los veteranos no iban nunca. Recuerdo una ocasión con Alfonso Carlos Comín, al que la Brigada estaba planeando ir a su casa a detenerlo, y no sé cómo me las arreglé para que un agente judicial fuera a hacerle una notificación antes de que llegaran los de la Social. Él lo captó y, cuando llegó la Social, no estaba. Recuerdo el cabreo del policía cuando volvió. Por teléfono comunicó: “El pájaro voló”. Lo recuerdo con una gran satisfacción. Lo hice todo dentro de la legalidad.

Otras veces, cuando venían los detenidos de la Brigada y lo que habían hecho no era merecedor de prisión incondicional con arreglo a la ley, yo le pedía al juez que los pusiera en libertad. Que el fiscal lo pidiera tenía fuerza, porque algunos jueces no se atrevían a dejarlos ir si no lo pedía también el fiscal. Cuando se lo decíamos a los detenidos, su cara de asombro era apoteósica. Me reservaba una única retribución: solía aparcar el coche sobre la acera delante del juzgado de guardia. Era un palco perfecto. Me metía en él, no me veía nadie porque eran altas horas de la noche y los veía salir y abrazarse con su familia. “Ya está”, pensaba. Aún me dura la emoción.

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¿Cómo se definiría?

Muy amante de la legalidad democrática. Sí, he sido rebelde frente a la dictadura franquista y soy reacio respecto a las injusticias. Estuve en la primera intifada, en la primera comisión de paz que hubo en Palestina. Fue muy difícil la relación con las instituciones israelíes. Fueron hostiles. Los palestinos, lo contrario.

¿Y qué piensa de la situación actual en Gaza?

Pues que es un genocidio. El acto terrorista del 7 de octubre de 2023 fue un acto terrorista, sin duda. Matar a la gente es indigno, incluso en situaciones de guerra, cuando no son los muertos del propio combate. Las guerras son todas injustas y todos los muertos de las guerras son injustos. Pero matar de propina a los civiles que no son de la guerra es asesinato, con alevosía y premeditación. Eso es indeseable. Incluido Hiroshima y Nagasaki. No se puede matar a medio millón de personas para que otros firmen la paz.

¿Era fácil luchar contra el franquismo desde dentro del sistema?

Era lo que había. Entrar dentro y ser el caballo de Troya me parecía que era muy digno. En reuniones con los militares de la Unión Militar Democrática tuvimos ese debate. Muchos decían pestes de sus compañeros y del ejército y estaban deseando salirse. Les decíamos: “No, no, si eres antifranquista, con la toga o con botas y espuelas”.

Hizo un buen tándem con Carlos Jiménez Villarejo en lo personal y en lo profesional. Un ejemplo fue el caso Banca Catalana.

Banca Catalana fue un asunto normal y corriente con grandes dificultades procesales y de trascendencia extrajurídica. Aterrizó en la fiscalía porque vino de Hacienda. Era un tocho de papeles. Un asunto contra el presidente de la Generalitat [Jordi Pujol] muy bien debió corresponder al fiscal jefe. Pero él, en cambio, reunió a sus subordinados para ver quién de ellos sería el encargado. El más antiguo era Alejandro del Toro, pero llevaba un caso complicado, y el siguiente era Carlos, y bueno es él para decir que no. Era mucho trabajo y necesitaba ayuda. El elegido fui yo. Me lo mandó mi jefe.

¿Fue una investigación difícil?

Fue difícil. De todo eso de las finanzas no entendía nada. Fue como un nudo en el estómago durante el año en que estudiamos los papeles. Lo pasé mal. Nos ayudaron unos señores del servicio de inspección del Banco de España, que nos resolvían las dudas. Con el tiempo, estudiando mucho, con esfuerzo y sensación autocrítica profunda por mis limitaciones, lo acabé entendiendo todo.

¿Hubo algún impedimento en la investigación? ¿O presiones?

No, la más mínima. Lo único es que no teníamos medios materiales. […] No tenía sentido que presionaran. Nosotros trabajamos con un papel, y entre el papel en blanco y uno mismo, y el bolígrafo, no hay nadie en medio. No hay posibilidad de presión.

Tuvo vivencias desagradables, como llamadas telefónicas.

Sí, pero no significó una presión que incomodara la tranquilidad para tomar una decisión profesional. Recuerdo que mis hijas, que eran adolescentes, cuando cogían el teléfono y era alguien que quería insultarme, ellas les discutían y decían: “No, se confunde con mi padre, no es así como ustedes dicen”.

¿Hubo más incidentes?

Bueno, lo del tiro con perdigones en la ventana, en la segunda residencia, y también nos rompieron los cristales. Pero no es achacable a Jordi Pujol, sino a un fanático que, como mucho, lo votaría. No se llegó a saber quién fue. No me influyó en nada.

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¿Hay cosas que todavía no se saben de Banca Catalana?

No tengo ni idea. Para mí es un tema acabado. Cuando me jubilé mandé destruir un archivo porque lo tenía como consecuencia del proceso, y usarlo fuera de él sería como una prevaricación. Lo he destruido, me he olvidado y ni siquiera tengo nada contra nadie. Ni tuve, ni tengo nada contra nadie, para mí eran justiciables normales.

¿Está politizada la justicia o la política está judicializada?

Hay una división de poderes y cada poder trata de pillar el terreno al otro. El poder ejecutivo procura meterse en el judicial y el judicial, en el ejecutivo; y ambos, en el legislativo. El legislativo hace unas leyes para que los jueces hagan algo y los jueces se resisten a lo que quiere el legislador. Lo estamos viendo ahora. Todos se pisan el terreno unos a otros, pero eso es consustancial al choque de poderes.

¿Está en peligro la Constitución?

Está en peligro el desgaste de la Constitución. No que la deroguen. Nadie con inteligencia, por muy reaccionario que sea, necesita derogarla. Si ya les va bien… En la Constitución cabe todo. No hace falta derogar nada. Además, ha habido aspectos como, por ejemplo, el matrimonio homosexual, que no cabían en la Constitución de ninguna manera. Porque cuando la Constitución dice “el hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio”, a nadie se le ocurrió pensar que era el hombre con el hombre y la mujer con la mujer. Al decir que el hombre y la mujer pueden contraer matrimonio, se puede interpretar que es entre ellos. No ha hecho falta cambiar ese artículo de la Constitución, que ha sido evidentemente superado y desbordado por una realidad social imparable.

Pero hay aún otro precepto, el de la unidad territorial.

Lo mismo. Aún no le han sacado punta a lo de las nacionalidades y regiones. Pues que le saquen punta. En la Constitución cabe todo.

¿Volvería a la fiscalía?

Yo, sí, claro. La gente que me conoce sabe que soy guerrero de natural. A mí me gusta ir a la guerra. Si eres de un ejército, no te quedas en el despacho, vas al frente. A mí me gusta ir al frente. Y habría ido y habría seguido yendo.

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