Reinventar el trabajo en una sociedad más humana y ecológica

Retrato de Dominique Méda. © Albert Armengol

Pensadora de referencia en el estudio del trabajo, Méda sorprende por su discurso apasionado, directo, documentado y riguroso en defensa del trabajo en general y del asalariado en particular; también por su firmeza en sostener la alternativa de construir una sociedad más democrática, justa y ecológicamente sostenible.

La profesora Méda nació en 1962 en Sedan (Francia), pequeña ciudad fronteriza con Bélgica y escenario de múltiples batallas a lo largo de la historia. Tal vez esto haya influido en los rasgos básicos de su personalidad, de los que vamos a destacar tres. Primero, es una intelectual de izquierdas comprometida que forma parte de la generación pos-68, no posmoderna. Segundo, es una pensadora en los límites académicos de la filosofía, la sociología, las políticas públicas, el género, la economía, la ecología; gran parte de su mirada amplia y compleja se explica por una trayectoria de formación, quizás algo indecisa en sus inicios, la cual le ha aportado un bagaje de conocimientos imprescindibles para exponer los valores y las ideas que ahora defiende. Tercero, es una batalladora incansable, como demuestran sus libros publicados, los innumerables artículos que ha escrito y su abundante aparición en distintos medios e instituciones.

Méda visitó Barcelona invitada por CCOO y el posgrado de Análisis del Capitalismo y Políticas Transformadoras UAB-UB. Ella es, sin duda, una figura clave en torno al estudio actual sobre el trabajo. Fue alumna de la Escuela Normal Superior de París, donde le enseñaron una filosofía “extremadamente clásica”, y, más adelante, de la Escuela Nacional de Administración (ENA), donde se familiarizó con las políticas públicas. Entre un estudio y otro, se tomó su tiempo para considerar que los filósofos “éramos almas nobles que disertábamos acerca del mundo sin tener instrumentos para cambiarlo”. Por otro lado, en la ENA “no había sitio para el espíritu crítico, todo era puro pragmatismo”, sin embargo le facilitó la entrada a la Inspección General de los Asuntos Sociales, un departamento muy joven en el que se familiarizó con la auditoria, el control y la evaluación de las políticas sociales. Luego estuvo diez años en el DARES, un organismo creado por Martine Aubry en 1993, desarrollando un tipo de investigación sobre el trabajo para establecer un puente entre las administraciones y la academia. En aquella etapa se aprobaron leyes de reducción del tiempo de trabajo, lo cual también ha dejado huella en su itinerario. Más adelante dirigió la investigación en el Centro de Estudios para la Ocupación. 

En 2009 se habilita como profesora de sociología y, en 2011, se convierte en profesora de la Universidad Paris-Dauphine. No obstante, no apacigua su espíritu inquieto: al mismo tiempo que imparte clases, también dirige el Instituto de Investigación Interdisciplinaria en Ciencias Sociales (IRISSO). A su vez, mantiene con Florence Jany-Catrice la cátedra de Ecología, Trabajo y Ocupación del Colegio de Estudios Mundiales. En 2016 fue distinguida con la Legión de Honor.

Una mirada consciente al pasado, la actualidad y el futuro

Llegados a este punto, hay que reconocer que Dominique Méda atesora un conocimiento envidiable que transmite en forma de ricas y panorámicas observaciones acerca del mundo del trabajo y la sociedad que lo acompaña, en una mirada consciente al pasado, la actualidad y el futuro.

Nos dice que “el trabajo no es algo universal, sino que tiene una historia”. En ciertas sociedades primitivas “no se distinguía de cualquier otra actividad cotidiana”; igualmente, “los historiadores muestran oficios, actividades y tareas en la Grecia clásica, aunque estaríamos buscando en balde nuestra noción de trabajo”. Es a partir de la Edad Media que se le da un cierto reconocimiento al trabajo en una doble vertiente: positiva, como obra divina y humana o como acto de utilidad; pero también en un sentido negativo, pues viene acompañado de dolor y sufrimiento (“trabajo proviene de tripalium, un instrumento de tortura”).

En opinión de Méda, el concepto de trabajo se ha construido a partir de tres capas. Para la primera (siglo xviii, Adam Smith), el trabajo “es un factor de producción, un medio, que aporta valor a las cosas” e implica sacrificios. Para la segunda (inicios del siglo xix, filósofos alemanes), es la esencia del hombre; la autora lo resume parafraseando una idea extremadamente moderna de Marx en la que se afirma que “por medio del trabajo, las personas se dicen las unas a las otras qué son o qué quieren ser, de modo que lo que hace cada cual será el espejo en el que se van a reconocer”. Méda remarca que esto coincide con las expectativas actuales de muchas personas en relación con el trabajo: un medio para obtener reconocimiento y satisfacción. Para la tercera (finales del siglo xix), el trabajo es un “redistribuidor de rentas, derechos y protecciones”, una característica de los asalariados durante los años del estado del bienestar, levantado principalmente para afrontar los horrores y las penalidades del trabajo obrero a finales del siglo xix y principios del xx, así como por la necesidad de disminuir el conflicto laboral y consolidar la paz social.

La autora recalca que las tres capas conviven de forma contradictoria. La segunda capa es poco compatible con la tercera, ya que una nos habla de un trabajo no alienado y satisfactorio, en el que nos reconocemos, y la otra de un trabajo poco satisfactorio pero que proporciona protección y capacidad de consumo. La segunda y la tercera, por el contrario, chocan con la primera, que entiende el trabajo solo como una mercancía y un factor de producción para obtener beneficios a la vez que se minimizan los costes.

Firme defensa del trabajo asalariado

Es remarcable el cambio conceptual de Méda a lo largo de los años. Por ejemplo, las objeciones al trabajo asalariado realizadas en 1995 (El trabajo: un valor en peligro de extinción), las ha transformado en firme defensa, un cambio que va reafirmando mediante el análisis de encuestas y entrevistas. El ingente trabajo investigador de la autora en este campo se hace patente en la observación de la importancia del trabajo para las personas, tan solo superada por la familia. Méda pone de manifiesto el hecho de que, en las encuestas internacionales, sean precisamente los jóvenes y las mujeres quienes desean con más firmeza un buen ambiente de trabajo, que estos sean interesantes y, asimismo, desde un punto de vista más instrumental, con el que ganarse bien la vida. Tampoco olvida señalar que el trabajo adquiere mayor importancia cuando uno se encuentra en situación de precariedad o de desempleo. Estas constataciones le permiten contraponer las “enormes expectativas expresivas de las personas con respecto a su trabajo” a la “decepción” que ha supuesto, sobre todo desde 2008, la “degradación continuada de las condiciones de trabajo”, debido al aumento del desempleo, la precariedad y la pobreza.

Dominique Méda hablando en una conferencia y señalando un Power Point. © Albert Armengol © Albert Armengol

¿A qué es debida la degradación de las condiciones de trabajo? La autora aporta diversos argumentos: la globalización y la financierización, las novedades en la organización del trabajo, en las tecnologías, en la gestión empresarial y, en particular, en la gestión pública. Ahora bien, el problema nuclear es el cambio de consenso social sobre el trabajo, “desde el predominio de la justicia social y la protección social (estado del bienestar) hasta una sociedad mercantilizada y privatizada en la que el bienestar y la protección solo se pueden alcanzar con el trabajo individual, mientras que el estado tan solo impulsa la mercantilización (workfare state)”. Esta última visión ha sido impuesta por organizaciones internacionales (OCDE, FMI y UE), que sostienen que se deben suprimir todas las normas con relación al trabajo para conseguir un mercado de ocupación autorregulado.

No se trata tan solo del cambio material (condiciones de trabajo, reducción del salario directo y de los servicios sociales), sino también de la decepción. El ascensor social se ha detenido. La acumulación de méritos —es decir, los estudios— ya no abre las mismas puertas de movilidad social. En las empresas, las promesas de autonomía y responsabilidad han dado paso a renovados instrumentos de control y disciplina sobre el trabajo y el tiempo, particularmente estresantes para las personas. Solamente los países nórdicos impulsan todavía medidas de participación y trabajo de calidad; son países con una alta tasa de sindicalización. Asimismo, la inseguridad o la precariedad abarcan hoy en día a desempleados y precarios, pero también a trabajadores fijos y autónomos. La alternativa emprendedora esconde degradación; lo que llamamos uberización no es otra cosa que precariedad. Igualmente, la conciliación de la vida laboral y la familiar forma parte de promesas no cumplidas.

La profesora Méda, preocupada por las incertidumbres que desafían nuestras sociedades, visualiza tres escenarios probables. El primero es el actual, de desmantelamiento del derecho al trabajo, aunque el propio FMI advirtió en 2016 sobre los peligros de la liberalización extrema sumada a la austeridad. El segundo es la revolución tecnológica, que se presenta como destructora de la ocupación y del trabajo asalariado; un determinismo de vía única, cada cual como mánager de sí mismo. Algo tremendamente peligroso y falso, según la autora, teniendo en cuenta el papel de las finanzas, de las multinacionales, que limitan la libertad de las personas para trabajar o emprender. El tercero es, sin duda alguna, su favorito. Mientras va desmontando fetiches como la competitividad, la productividad y el crecimiento, Méda plantea un cambio urgente de mentalidad que coloque la “necesaria reconversión ecológica” en el centro de la economía y de la política, frente a la vía del crecimiento desregulado y salvaje que cuestiona la propia existencia social. El problema de la implantación de este escenario sostenible es la transición de unos sectores y ocupaciones a otros. Para facilitarla propone, entre otras cosas: reducir globalmente el tiempo de trabajo, democratizar la empresa, generar instrumentos de participación de los asalariados incluso en los órganos de dirección, así como impulsar, junto al mercado, instituciones reguladoras nacionales y sobre todo internacionales que velen por los derechos y las protecciones sociales. Es este un escenario que puede hacer posible las expectativas de realización y de expresión de las personas: “un trabajo realmente libre”, “una actividad, en el sentido de Aristóteles, con sentido, que obtiene el reconocimiento de los demás”.

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