Repensar el turismo
Como otras muchas ciudades con proyección global, Barcelona ha visto crecer el número de visitantes de forma exponencial en muy poco tiempo: de 4,4 millones en 2004 pasó a 20 millones en 2019. A partir de cierto volumen, aparece la paradoja: cuanto más atractiva resulta la ciudad para los turistas, más incómoda se vuelve para los residentes. Esto explica que la percepción ciudadana sea cada vez más negativa, hasta el punto de que la valoración se ha invertido: de ver el turismo con simpatía y como un factor de prosperidad, a percibirlo como un problema. Más de la mitad de los barceloneses creen que se ha llegado al límite y, por primera vez, aparecen señales de turismofobia.
Llegados a este punto, ¿qué podemos hacer? Un sector que representa el 14% del PIB de la ciudad y emplea a 150.000 personas nunca puede descuidarse, porque de él dependen la vida y los recursos de mucha gente. Además de una actividad económica en sí, el turismo es también una palanca importante para el tejido cultural. Barcelona no tendría sus museos, ni tampoco mucha de su actividad creativa, sin el abono de los visitantes.
Pero esto no debe impedir actuar sobre los aspectos negativos del turismo masivo. La pérdida de identidad y la sobreocupación del espacio son los más visibles, pero no los únicos. También se da un fuerte impacto sobre el mercado de la vivienda. Este turismo no es el único responsable del brutal encarecimiento de los alquileres, pero sí contribuye a ello de forma determinante. En una ciudad tan densa como Barcelona, acomodar a un número tan elevado de visitantes y de residentes temporales implica detraer viviendas de alquiler permanente. El turismo contribuye, así, a la gentrificación, que expulsa a residentes hacia periferias metropolitanas cada vez más alejadas, con efectos negativos indirectos, como un incremento de la movilidad forzada que afecta a la calidad ambiental y al bienestar personal.
Todas las proyecciones indican que el turismo seguirá creciendo porque es lo que conlleva el tipo de sociedad a la que nos encaminamos. Es imperativo, pues, actuar. El problema es cómo. Muchas ciudades —también Barcelona— ya están tomando medidas para limitar la oferta y propiciar un cambio de modelo hacia un turismo más contenido, con mayor valor añadido y con unos beneficios económicos mejor repartidos.
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