Romper la barrera del sonido

Els límits del Quim Porta, de Josep Pedrals, es un libro llamado a descolocar y a hipnotizar. El conjunto respira poética, sonoridad lírica, ideas, revelación constante de lenguaje, con palabras elegidas al milímetro para conseguir una música que se lleva al lector más allá de las fronteras a las que está habituado. Este es un enorme artefacto –y no solo por sus 615 páginas– dedicado con abnegación a la lengua, a la experimentación, al juego, a las posibilidades de estirajear el lenguaje, la ficción, la fantasía, el pensamiento.

Els límits del Quim Porta, de Josep Pedrals, es un libro llamado a descolocar y a hipnotizar. Primero, porque bajo la apariencia de libro de poesía hace pasar una corriente de géneros que van cambiando a medida que avanza la trama. Segundo, porque también es una novela que contiene aventuras, ensayo y muchos diálogos a través de los cuales los personajes se pinchan, se interpelan y se buscan. Y finalmente, porque hay, en efecto, repartidos por en medio de la narración, como lugares en los que detenerse dentro de un largo camino, como indicadores de dónde continuar o como pruebas del estado de la cuestión, cerca de doscientos poemas reconocibles en su forma. Pero es que el conjunto respira poética, sonoridad lírica, ideas, revelación constante de lenguaje, con palabras elegidas al milímetro para conseguir una música que se lleva al lector más allá de las fronteras a las que está habituado. Este es un enorme artefacto –y no solo por sus 615 páginas– dedicado con abnegación a la lengua, a la experimentación, al juego, a las posibilidades de estirajear el lenguaje, la ficción, la fantasía, el pensamiento.

Con Els límits del Quim Porta, Pedrals cierra la trilogía de Bolló, formada, además, por El furgatori y El romanço d’Anna Tirant –los dos de dimensiones más reducidas que este. El autor, reconocido rapsoda y bestia de escenario, con un pie en el mundo del teatro y otro en el de la música, en este volumen hace desaparecer la figura de Quim Porta –guía principal, en el sentido de “el que me lleva” y “el que importa”. El personaje Pedrals, acompañado de sus amigos –todos con nombres evocativos que se transforman a lo largo del libro, Carmina, Ventura Astruc (Astructura) y Maties Galí (Galimaties)– se esfuerza en buscar a Quim Porta, a la vez que persigue su propia poética y los secretos de la catalanidad y de unas obras perdidas de la tradición literaria (con un tono medio enciclopédico, medio humor desenfrenado, llega a crear un hilarante mercado negro de libros soterrado). Los personajes se encuentran inmersos en una búsqueda continua –alimentada por brebajes y sustancias diversas que certifican el humor que impregna la obra–, en un constante interrogarse, pellizcarse y ponerse en duda.

Alargando este humor, el autor se ríe muy abiertamente de sí mismo, y el juego se redondea con la presencia del Ojo de la Providencia: así es como llama al lector y como se dirige a él, a través de unas anotaciones que resultan ser un contrapunto preciso para hacer respirar todos los fragmentos de texto (narración, diálogos, poemas, piezas teatrales, novelitas, esquemas...) y ofrecer algunos apuntes enciclopédicos –juguetones o reales, tanto da, la cuestión es que el juego nunca se detiene y fluye en una música torrente de efectos hipnóticos. La apuesta fragmentaria hace pensar –y anima– al lector a acercarse a este artefacto de la manera que desee. Si los límites aquí se han roto, como una barrera del sonido, y al Ojo de la Providencia le ha sido otorgada la potestad de hacer de ello lo que le plazca, puede coger el libro como si se tratase de un “elige tu aventura”, y leerlo a sorbos, a través de los poemas o empezando por los misterios que le apetezcan. El artefacto lo permite.

La estructura es una obra de ingeniería dividida en dos partes y diez misterios, “Misterios de dolor” y “Misterios de gozo”, inspirados en los misterios del Rosario. Un artefacto trabado, impregnado de referencias del mundo de la teología –que Pedrals conoce directamente por vía paterna. El estilo que le es propio, el barroco, voluntariamente cargado, exprime el lenguaje hasta terrenos inimaginados, incluso cuando parece hacerlo en forma de narración. Aquí da la impresión de haber dado un salto, de estar más asentado que en los dos libros anteriores, tanto en el sentido estilístico como en la profundidad reflexiva. El juego, las rimas y la ironía –o la puesta en escena más festiva al recitar los poemas– no deben ocultar que hay pensamientos de calibre –sobre la propia voz, la multiplicación del yo, sobre la literatura, sobre el sentido de todo– que valdría la pena no pasar por alto. El humor actúa como una vía para hacer más profunda la grieta que abre el pensamiento. A partir de composiciones de tradición tan arraigada como el soneto, el estilo se ha afilado –Pedrals asegura haber hecho una labor de depuración, a pesar de las 615 páginas. Pese a ello y a que algunos ardides de relleno pueden resultar aun excesivos, la voz suena más sólida, la voz suena –porque suena– virtuosa. Su gusto por retorcer el lenguaje nos puede traer a la mente a Foix y podemos establecer paralelismos diversos, pero el hecho es que es difícil encontrar nada igual en la literatura catalana. Precisamente porque si algo hace este volumazo es romper límites y corsés.

Els límits del Quim Porta
Autor: Josep Pedrals
Edita: LaBreu Edicions
615 páginas
Barcelona, 2018

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