Tomar el control de nuestro tiempo
Una de las cosas que más han cambiado en poco tiempo es la brutal aceleración de nuestras vidas. Este es un viaje que comenzó cuando la tecnología de la movilidad comprimió el espacio y que culmina ahora, cuando la tecnología de la comunicación permite comprimir también el tiempo. Primero se impuso la cultura productiva del just in time, en la que todo debe funcionar como un reloj para que todos los elementos dependamos entre ellos. Y ahora llegamos al paroxismo con las finanzas del nanosegundo, de las que se deriva una gran dificultad para controlar variables decisivas de la economía y una tendencia general a la inestabilidad.
Esta aceleración tiene sus consecuencias en todos los órdenes de la vida. Nos proporciona progreso y bienestar material, pero nos resta calidad de vida y, a menudo, viene acompañada de dosis de considerable ansiedad. Una de las dimensiones profundas del malestar social que aflora hoy tiene que ver, precisamente, con la pobreza de tiempo. Cada vez tenemos más dificultades para seguir el ritmo que nos imponen o que nos autoimponemos. Se nos pide que lo controlemos todo, pero no somos capaces de controlar los tiempos de nuestra vida. Por eso han surgido iniciativas colectivas como el movimiento slow y actitudes de resistencia personal orientadas a defenderse de la presión ambiental y a proteger la salud.
Pero la aceleración tiene también otra dimensión inquietante: la que afecta a los tiempos de la política. Es la creciente desincronización entre la dinámica económica, marcada por los ritmos frenéticos de los mercados financieros, y la dimensión política, que cada vez tiene más dificultades para controlar los acontecimientos. La democracia requiere tiempo para deliberar y tiempo para decidir con conocimiento. En el llamado aceleracionismo oscuro, algunos gurús de las grandes tecnológicas rechazan la regulación pública con el argumento de que es un obstáculo para la eficiencia económica. Cuando empieza a decirse que la política es un obstáculo para la economía, la democracia está en peligro.
Así es como la gestión del tiempo se ha convertido en uno de los grandes retos del presente, tanto a escala individual como colectiva. El tiempo de los cuidados, el tiempo del ocio, el tiempo productivo y el tiempo de la política. Sobre todos ellos tenemos mucho que reflexionar y cambiar. Y, sobre todos ellos, la ciudad tiene mucho por hacer.
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