“A veces me pregunto: con tanta información, ¿cuándo pensamos?”

Lídia Heredia

Retrato de Lídia Heredia © Albert Armengol

Cada mañana podemos empezar el día con las palabras de Lídia Heredia en Els matins de TV3. Credibilidad, rigor y profesionalidad son palabras que le pegan y que ella exige. Después de veinticinco años, todavía le gusta contar historias y hacerlo honestamente en un programa de actualidad de cuatro horas, consciente de que es mucho tiempo y que se pueden cometer muchos errores.
Ante la avalancha de información y de canales de comunicación, del ritmo que imponen internet y las redes sociales, Lídia Heredia reclama que nos paremos a pensar. Porque entiende que la información de poco sirve sin criterio, sin verificación ni jerarquización. Frente al desprestigio actual de la profesión y las limitaciones, como la precariedad laboral, reivindica que los periodistas todavía tienen margen de maniobra para defender la profesión.

Lídia Heredia (Badalona, 1971) ha explicado la actualidad desde TV3 durante los últimos veinte años. Y lo ha hecho pasando por diferentes programas, casi siempre en directo y vinculada a los informativos. Empezó como reportera del programa En directe y fue redactora y presentadora de informativos en TV3 y en el canal 3/24. También condujo el programa de debate Banda ampla y la Marató de 2008, junto con Raquel Sans, contra las enfermedades mentales graves. Ha presentado Els matins en los últimos siete años, y desde 2017 también ha asumido su dirección. Defensora del periodismo de calidad, que ella define como ir a buscar historias y contarlas, después de verificar, jerarquizar y fijar criterio, su forma de trabajar fue reconocida el año pasado, cuando el Guardó 1924 al mejor programa audiovisual de los Premis Ràdio Associació 2019 fue para el programa Els matins, porque “mantiene la profesionalidad y el rigor en unos momentos de especial intensidad informativa”.

¿Cómo decides ser periodista?

Yo quería ser veterinaria, psicóloga y abogada, en este orden. Soy de la primera generación de la ESO, cuando se hacía de forma experimental. En segundo de bachillerato, teníamos que hacer prácticas en una empresa y elegí Ràdio Ciutat de Badalona, la emisora municipal. Fui sin saber muy bien qué era estar en una radio, y enseguida me sentí muy cómoda con la sensación de ir a buscar historias y contarlas, lo que creo que es una definición de periodismo. Entré realizando las prácticas de bachillerato y ya me quedé. Así que encadené contrato durante tres años y realicé toda la carrera trabajando. El verano de los Juegos Olímpicos de Barcelona, en 1992, Josep Maria Martí, que en aquel momento era profesor en la facultad y director de Ràdio Barcelona, nos animó a varios alumnos a presentarnos a unas pruebas en Madrid en la Cadena Ser. Viví los Juegos como una principiante desde la redacción de Ràdio Barcelona.

¿Este fue tu primer gran contacto con la ciudad de Barcelona? ¿Qué imagen tienes de aquella ciudad?

Pues sí. Recuerdo una ciudad en obras. Me recuerda mucho a la ciudad que describe Eduardo Mendoza en el libro Sin noticias de Gurb. Toda la vida he vivido en Badalona. Para los que somos de la periferia, ir a Barcelona es ir a la ciudad. Era coger el tren, atravesar el Besòs, toda la zona de barracas, aquel río que no se podía ni mirar. Aquel trayecto era casi una excursión. De pequeña, ir a Barcelona era ir al médico y, de vez en cuando, con la escuela al cine y al teatro, a los primeros espectáculos de Dagoll Dagom como Antaviana.

Con Ràdio Barcelona, descubriste una Barcelona diferente.

Sí, la Barcelona de los Juegos Olímpicos. Lo viví con 18 años, cuando se viven las cosas con inocencia, ignorancia y también con una curiosidad muy sana. Era una ciudad que hervía de día y de noche. La previa a los Juegos, con la inundación de las rondas, del Estadio Olímpico..., en Ràdio Barcelona había auténticos maestros del periodismo, y recuerdo asistir a reuniones y a gabinetes de crisis sobre si el evento saldría bien. Escuchaba, intentando no molestar y no cometer ningún gran error, a ver si me podía quedar.

Recuerdo la crisis de la aluminosis en el Turó de la Peira, la guerra del recibo del agua y los proyectos que desarrollaba Joan Colom desde la dirección general de drogodependencias: las salas de venopunción, los tratamientos con metadona, que empiezan entonces, las grandes crisis de la heroína... Barcelona tenía proyectos ya muy avanzados en aquella época. Era un tiempo con problemáticas diferentes a las actuales. No hablábamos prácticamente de turismo.  Había muchas crisis vecinales, y también proyectos sanitarios, como el centro de atención a drogadictos de Drassanes. Trabajaba en Cadena Ser, que era una emisora nacional, y recuerdo entrar al Hoy por hoy con Iñaki Gabilondo a explicar cosas que se estaban haciendo desde Barcelona.

En aquel tiempo, era una ciudad con problemas locales. Ahora, como dice Saskia Sassen, las ciudades se han hecho más globales y Barcelona está más en el punto de mira internacional.

Seguro. La globalización ha hecho que surjan nuevos temas, y el estallido del turismo es uno de ellos. El gran reto de todas las ciudades, y de Barcelona también, es que no sean lugares hostiles, y en esto no sé si la batalla se está ganando o se está perdiendo. Cuando no vives en Barcelona, siempre te parece una ciudad demasiado grande y a veces hostil. Cuando sales fuera y vuelves a Barcelona, piensas que nos queda mucho para llegar a la hostilidad que ves en otras grandes ciudades. Aún así, es un peligro que la ciudad no sea un lugar donde vivir, que expulse a sus ciudadanos.

Barcelona ha sido un foco informativo por los grandes eventos que se celebran pero también por conflictos, como los disturbios del pasado octubre a raíz de la sentencia del Tribunal Supremo sobre los presos políticos. En este caso, la cobertura de proximidad que hizo Betevé fue muy seguida. ¿Qué piensas sobre ello?

Estar en el núcleo de lo que estaba pasando favoreció a Betevé y hay que felicitarla, porque supo gestionarlo bien. Lo que estaba pasando entonces era muy televisivo, para bien y para mal. Pueden ser muy televisivas cosas horribles, pero aquí entraríamos en otro debate. Una pantalla mostrando durante horas y horas contenedores en llamas resulta casi hipnótica, pero cuando ya llevas dos horas te preguntas: ¿qué ha cambiado respecto a hace una hora? Es todo un reto apartarte de algo que sabes que engancha a la audiencia, pero informativamente no aporta nada seguir mostrando el mismo. El equilibrio es siempre complicado. Betevé tenía los equipos allí donde los tenía que tener, supo trabajar con la proximidad y los espectadores lo fueron a buscar. A través de TV3, ¿estabas igual de informado? Yo creo que sí, que se hizo lo que se tenía que hacer, que es dar mucha cobertura (sin desmontar una parrilla) para algo que estaba pasando y que era muy importante, pero que no era un país paralizado...

Las dos televisiones en este caso eran complementarias.

Sí, soy muy partidaria de la dieta mediática y periodística variada, incluyendo hasta los medios un poco tóxicos, porque ver qué hacen los demás te hace mantener el espíritu crítico despierto. A veces para elogiarlo, para copiarlo o para criticarlo y poder ir trazando tu propio camino.

A pesar de disponer de muchos canales, ¿existe realmente pluralismo informativo?

Invertiría el orden. Tú tienes que explicar lo que pasa en tu entorno y para ello tienes que contar con todas las voces que forman parte de la noticia. Esto convierte automáticamente la información en plural, porque las cosas están protagonizadas por actores y sectores muy distintos. Si como periodista haces el esfuerzo de explicar las cosas desde todos los puntos de vista implicados, el resultado debe ser una información plural.

¿Más información y más canales de comunicación nos hacen estar mejor informados?

Retrat de Lídia Heredia © Albert Armengol Retrato de Lídia Heredia © Albert Armengol

La información sola sirve de poco si no existe jerarquización, si no existe criterio, contexto e incluso equilibrio. A veces, me pregunto: con tanta información, ¿cuándo pensamos? No podemos convertirnos en máquinas de escupir mensajes que no son nuestros, que son de otros. Se debe pensar, y lo perverso es que se debe pensar muy rápido, y eso es todo un oficio. Tampoco me quiero poner nostálgica y decir que era mejor antes, cuando solo tenías los periódicos y disponías de todo el día para pensar. Este mundo nos obliga a trabajar de una forma diferente y a pensar rápido, pero esto no debe hacernos prisioneros para no pensar. Una cosa es pensar rápidamente y la otra es ahogarte de información y no tener la posibilidad de pararte, de elegir qué es importante y jerarquizar.

La información tiene jerarquía, no todo tiene el mismo valor cuando hablamos de periodismo, no todas las opiniones son iguales. Cuando me rompo una pierna, no doy la misma importancia a lo que me dice el médico y a lo que me dice mi abuela sobre lo que a ella le fue bien. El hecho de que haya más voces y más medios tiene más ventajas que inconvenientes, pero hemos de verificar, jerarquizar y poner criterio.

La verificación es compleja, recibimos diariamente una avalancha de fake news. ¿Cómo luchamos contra ellas y evitamos la confusión entre información, noticias falsas y opinión?

Que haya confusión entre información y opinión no es solo culpa de los periodistas, pero seguro que en algo hemos tenido que ver. Desde nuestros medios, debemos situar muy bien cuándo estamos haciendo una cosa y cuándo estamos haciendo otra. No deja de sorprenderme que hayan surgido tantas agencias de verificación. ¿A qué nos dedicamos los periodistas? Tienes que verificar antes de publicar, no después.

Antes, las cosas acababan pasando por el embudo de los medios, que eran pocos. Y este embudo también tiene sus dinámicas perversas de intereses políticos, económicos e incluso personales de cada periodista. Ahora no existe embudo, se publica todo. Te dedicas a verificar cosas que no has publicado ni tú, es de locos. Hemos entrado en una dinámica que nos debe hacer repensar un poco cómo trabajamos.

¿Pero la función del periodismo no es precisamente verificar?

El periodismo es esto. Me cuentan o me entero de algo, compruebo que sea cierto y luego lo publico, pero hay tantas pantallas y tantos lugares donde publicar directamente lo que sea que, a veces, tenemos que perseguir las noticias para verificarlas. Y hoy las noticias no las generan solo los periodistas, este es el gran cambio. Las generan también los actores interesados, las empresas interesadas en darlas... Ahora, aparte de procurar que nuestras noticias se publiquen con todos los pormenores, también tenemos el trabajo de perseguir informaciones de otros medios para ver si son verdad o no. Así, nos tienen muchos distraídos.

Y ahora hay que añadir las redes sociales. ¿Hasta qué punto condicionan el trabajo de los periodistas?

Nuestra responsabilidad es decidir a qué hacemos caso y a qué no, y confiar en nuestro criterio cuando lo hacemos. He estado en unas cuantas redacciones y siempre hay aquello de “es que ellos lo dicen” o “como lo está diciendo todo el mundo, digámoslo y ya lo tendremos dicho”. El futuro del periodismo pasa por la calidad y por la selección, ya que es imposible poder abarcarlo todo. Si esta profesión —que por un lado vive un momento muy difícil, y por otro es más necesaria que nunca— tiene futuro, pasa por la selección de la información y por crear una relación de confianza con tu público. La credibilidad es más importante que nunca. Hay tantos lugares para informarse, y tanta gente que dice que posee una verdad, que tienes que delegar la confianza en alguien que te haya fallado poco. Porque todos fallamos, nadie es infalible. Tienes que confiar en aquel a quien presupones una honestidad, que si alguna vez ha fallado, después ha tenido la dignidad de rectificar. Y también es nuestra responsabilidad valorar la relevancia de las noticias. ¿Es importante? Ocupémonos de ello. ¿Es medianamente importante? Si podemos, ocupémonos de ello; y si no, dediquemos los esfuerzos, que cada vez son menos y más precarios, a lo que realmente es relevante.

La participación del público en Els matins siempre ha sido significativa. Antes se hacía por teléfono y ahora a través de las redes. ¿Cómo se debe gestionar esta participación?

La gente siempre había llamado a la radio y a la televisión. La gente enviaba un SMS cuando estos se tenían que pagar. Creo que llamar y esperar, o enviar un SMS, supone una participación más activa que hacer un tuit. Los espectadores te hacen ver cosas que tú no ves y las puedes incorporar. Es una crítica legítima a todo lo que haces. Otra cosa muy distinta es que esta participación te haga dudar de todo tu trabajo. Desde que dirijo Els matins, no pongo tuits en pantalla (y no siempre ha sido así). Hay un debate a través del hashtag del programa que tiene lugar en la red. No sé si el debate paralelo de Twitter debería incorporarlo a pantalla, porque muchas veces la participación es anónima, a diferencia de quien llama.

La televisión es un medio muy potente, cualquier cosa que sale tiene un impacto brutal; por lo tanto, tiene que haber un criterio de selección. Parece que reproduciendo tuits seamos muy transparentes y fomentemos la participación, ¿pero de quién? ¿De los mismos de cada día y para decir lo mismo? En la participación ciudadana, también se debe exigir calidad. Otra cosa es cuando alguien te envía un mensaje y te propone un tema de interés. En este caso, lo mejor es que venga a plató y nos lo explique, porque la opinión en pantalla contribuye a un debate plural y rico.

En la última encuesta del Consell de l’Audiovisual de Catalunya (CAC) sobre usos y percepciones de los medios audiovisuales de 2019, el medio de comunicación preferido para informarse es internet, por delante de la televisión, la radio y la prensa escrita. ¿Crees que continuarán conviviendo todos estos medios?

Se ha matado muchas veces a la radio, la televisión, el papel..., y aquí estamos. Que los medios están en transformación es evidente. Hace bastantes años que hago tele y es un medio ideal para eventos únicos y en directo, porque ahora mismo no hay un lugar mejor para ver un partido de fútbol, una gran manifestación, una sesión de investidura... La televisión generalista sí que es un animal en peligro de extinción. Ahora bien, esta extinción se puede alargar mucho.

El 92,2 % de los usuarios de las redes sociales son jóvenes de 16 a 24 años. Para llegar a cierto público, ¿es imprescindible estar en internet?

Los medios ya son multiplataformas y multipantallas. Donde se invierte más es en la parte digital. La noticia de última hora aparece antes en el sitio web que en Els matins, o se hace muy coordinadamente. Esta parte se ha cuidado mucho, porque hay mucha más gente con un teléfono en la mano que conectada a la pantalla madre. La pantalla digital ya es prioritaria por encima de las pantallas tradicionales, en todos los medios, en las televisiones y en las radios, y, por supuesto, en el papel. Quien debe comunicar una noticia prioriza los medios digitales antes que el programa que esté en aquel momento en antena.

En la misma encuesta del CAC, TV3 es la televisión mejor valorada en cuanto a credibilidad. ¿Cómo se consigue este reconocimiento?

La credibilidad se gana muy lentamente y se pierde muy deprisa. Hay que trabajar cada día, con tenacidad y no relajarse. Es como los panaderos: todos nos veríamos capaces de hacer una barra de pan bien hecha, pero hacerla bien cada día es lo que cuesta, la regularidad. Son tiempos difíciles. Hay mucha confusión, mucha presión, la precarización ha venido y no se ha ido del todo. Debemos hacerlo con la máxima honestidad posible, confiando en el equipo que tenemos y sin relajarnos, porque vamos sobrecargados.

Pero últimamente, TV3 también ha sido objeto de crítica y de ataques furibundos, particularmente desde partidos como Ciudadanos y el PP.

En TV3, como en todos los medios públicos, estamos sometidos a los vaivenes políticos. Es una televisión que depende del Parlamento de Cataluña y, presupuestariamente, del gobierno de turno, pero TV3 lleva muchos años defendiendo una forma de hacer, manteniendo unos estándares de calidad y honestidad, y la prueba de ello es que ha sobrevivido a varios gobiernos. Veintitrés tres años fueron de un color muy concreto, pero luego ha habido algunos más. A veces, me duele que en los últimos años el debate sobre TV3 a menudo haya consistido en hacer una enmienda a la totalidad. TV3 debe poderse criticar legítimamente y se le debe poder hacer propuestas constructivas. Si la propuesta es mejorarla, adelante, pero si la propuesta es cerrarla, pues no, porque esto hace imposible la crítica constructiva para intentar hacer las cosas mejor, que seguro que se puede mejorar, comenzando por la desgubernamentalización.

Se ha vuelto a aprobar una ley en el Parlamento que exige una mayoría parlamentaria más amplia para elegir a los miembros del consejo de gobierno de la CCMA (Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals) y del CAC, con acceso a los cargos directivos a través de concurso público... El problema es que, cuando te conviertes en munición política, es muy difícil hacer un debate sereno, porque hay alguien que te quiere cerrar y alguien que te quiere instrumentalizar a toda costa. El nombre lo dice todo: los medios de comunicación públicos deben ser públicos. No pueden ser gubernamentales ni institucionales. La palabra público nos debe cobijar a todos y es con la que los trabajadores nos sentimos mes identificados.

Existe un debate abierto, tanto a escala estatal como europea, sobre la mejor forma de garantizar la pluralidad y la independencia en el ejercicio del periodismo. Desde algunos organismos y sindicatos, apuestan por regular la profesión y limitar la concentración de los medios de comunicación en pocas manos. ¿Se debe regular o autorregular el sector comunicativo?

Es verdad que al final los medios tienen un propietario, sea público o privado, un accionariado. Pero los periodistas tenemos más margen de maniobra del que utilizamos. Siempre puedes empujar y poner el pie en la puerta. Si todos lo hiciéramos más, el resultado se notaría. Al final, quien viene al programa o no lo acaba decidiendo el equipo de Els matins. Por ello, creo que son tan importantes nuestras decisiones, nuestro criterio y el porqué hacemos las cosas y cómo las justificamos en el sentido profesional.

Cuando he tenido que ir a despachos y la discusión es en términos profesionales, yo la gano. Me puedo equivocar de criterio, pero no lo hago por ningún interés oscuro o por mala fe. Por lo tanto, creo que nuestras decisiones pueden contribuir a esta pluralidad. En un programa diario de cuatro horas te puedes equivocar, pero es una equivocación honesta, no es malsana. Los periodistas no utilizamos todo el marco de libertad de actuación que tenemos. A veces, la autocensura funciona y se toman decisiones más pendientes de según qué compensaciones que de lo que se cree que se debe hacer. Siempre reivindico: utilicemos todo el margen. Al final, las decisiones de lo que se acaba viendo en las pantallas son nuestras. Es obvio que todo el mundo sabe dónde trabaja cada uno y los equilibrios que se deben hacer. Un jefe también puede tener razón, no tienes que pelearte por sistema con tu jefe porque presupones que te está proponiendo algo por un interés oscuro. Aún así, los que estamos dirigiendo proyectos tenemos un margen, y en ocasiones no lo acabamos de utilizar. Soy más partidaria de pedir perdón y no de pedir permiso. Hace veinticinco años que me dedico a esto y, haciendo balance, no he tenido grandes accidentes.

Como directora reconoces que tienes más capacidad de decisión. ¿Crees que muchos periodistas se encuentran en condiciones precarias y pueden tener miedo a sufrir represalias o a quedarse sin trabajo?

Creo más en la dejadez o en la incompetencia que en la conspiración. Las cosas tienen explicaciones más sencillas, pasan porque no se han hecho las cosas suficientemente bien. Está bien que los periodistas luchemos por nuestros temas. Volviendo a los años de Ràdio Barcelona, yo me había peleado mucho con Jordi Martí, que era mi jefe. A veces ganas y a veces pierdes. Cuando estás seguro de lo que tienes entre manos, los periodistas tenemos que ser un poco tercos. Es una característica que hay que tener. Empujemos un poco.

Retrato de Lídia Heredia en una sala de reuniones de los estudios de TV3. © Albert Armengol Retrato de Lídia Heredia en una sala de reuniones de los estudios de TV3. © Albert Armengol

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