“Yo me siento mucho más libre en la música, con el piano, que en la vida”

Clara Peya

Ver a Clara Peya (1983) en un escenario, sentada ante el piano, es una experiencia difícilmente olvidable. Se acerca, con el cuerpo entregado, con el alma ofrecida a una nueva conquista que nos acabará sacudiendo, sin duda. Se encoge y se expande, nos invita a un reducto íntimo donde ella es quien marca el tiempo, quien nos abraza y quien nos pide, a su vez, que lo abracemos. Pocas palabras se pueden añadir al hecho de disfrutar en directo con una música que va mucho más allá del virtuosismo de la perfección en la ejecución, de notas o de partituras. Es comunión, es acogida, es temblor.

Directa y espontánea, esta manera de ser la ha llevado a construir un lenguaje propio, único; a vivir el arte como una herramienta poderosa en pro del cambio, poniendo luz en lugares escondidos, en los márgenes; a ser suficientemente valiente para cuestionarnos identidades, sexualidades, injusticias y, también, el estigma que arrastran los enfermos, visible en la misma dolencia, el TOC (trastorno obsesivo compulsivo), que la acompaña. Con 33 años es autora de ocho discos —en noviembre sacará nuevo disco, con el piano como único protagonista— y de una buena lista de montajes, tan diversos como los que hace con Las Impuxibles, la compañía que tiene con su hermana y donde fusionan danza y piano, con obras como Suite TOC núm. 6PainballLimbo o AÜC –esta última la cerrarán definitivamente en febrero de 2020–, después de haber estrenado una pieza de calle en Dresden y otra dentro del Festival Clàssics del CCCB, en octubre. “Ya no sé ni qué ropa cojo cuando salgo de casa”, confiesa, aturdida por un ritmo frenético.

Una autora que toca como piensa, que actúa como vive. Explica que su madre les hacía tocar cada día del mundo —a ella y a su hermana, la coreógrafa Ariadna Peya— cinco minutos de piano. “Nos inculcó eso de perseverar, aunque sea poco, cada día”. Ahora no hay día que no toque, pero por trabajo: se ha convertido en una de las autoras más solicitadas y activas de la escena catalana, y es la ganadora más joven de la historia del Premio Nacional de Cultura 2019 que entrega el CoNCA. Ha sido un año difícilmente repetible. “Son muchas cosas a la vez. El otro día pensaba que ya no me darán ningún premio más, porque lo más importante que me podían dar ya lo tengo”.

Normalmente, los premios del CoNCA reconocen toda una carrera, una trayectoria de años. Tu caso es inédito, con un jurado que destacó la innovación, la voz transgresora, la capacidad de hibridar diferentes músicas, pero, sobre todo, el compromiso demostrado en diferentes causas, siempre a través del arte.

Esto último es el mejor. Cuando me lo dijeron, me quedé muy sorprendida y pensé mil cosas: que no me lo merezco, que no creo en los premios, que si es un premio institucional, que si lo acepto o no. ¡Imagínate! Entonces, yo, que soy una persona que hace listas y listas y listas —¡tengo TOC!—, hice una lista de todos los espectáculos a los que había puesto música. Me  salían 26 en total.

La media es de casi un espectáculo por año vivido. No está nada mal para la edad que tienes...

Sí, pero has de tener en cuenta que empecé a poner música a espectáculos a los 23 años [ríe]. Desde que lo conté, ahora ya llevo 30 espectáculos. Y ahora he grabado nuevo disco, a piano solo, sin voz, que saldrá en noviembre, con algún pequeño elemento de electrónica. Se llamará AA (Analogia de l’A-mort), y será eso, una analogía entre el amor y la muerte. Todo el disco habla de la luz y la oscuridad, de la oscuridad y la luz, y de cómo intentamos equilibrarnos entre esas dos cosas todo el tiempo.

Tu último disco, Estómac —galardonado con el premio Enderrock de la crítica al mejor disco del año—, tenía que ser una obra muy política, pero te acabó saliendo de amor.

En el disco, hablo del desamor y cuestiono los parámetros del amor romántico. Por lo tanto, acaba siendo un disco político, que sale de unas canciones que son absolutamente de amor. Hace pocos meses he tenido una ruptura, y siempre que me pasan cosas emocionales muy fuertes hago un proceso artístico que, de alguna manera, creo que me ayuda a curarlas. Este último año ha sido muy fuerte, muy intenso, de muchas cosas: reconocimiento por parte de la prensa, de las instituciones y también del público; muchísima exposición y trabajo; también un año con un proceso terapéutico muy bestia, con el Suite TOC, y de salir del armario como persona con diagnóstico mental, que eso también es exponerse mucho. Una exposición que viene acompañada de un proceso que a la vez es terapéutico y artístico. Y todo esto acaba con una ruptura sentimental, y decidí que me iría a un retiro espiritual. Pero allí donde fui había un piano y, en vez del retiro, hice un disco.

Un ejemplo de cómo el arte puede ser una terapia, un proceso de curación y de explicarse.

Sí, el término proceso de curación me gusta. Yo me siento mucho más libre en la música, con el piano, que en la vida. En la vida no me lo siento, hay muchas cosas que hago y no haría, que querría decir y no digo. Hay muchos códigos sociales donde tienes que encajar.

Justamente, el arte de Clara Peya rompe con todo eso, con un discurso y una música que se interrelacionan y son muy contundentes.

Sí, es lo que intento. Pero sigo siendo una víctima del amor romántico, de la iglesia, de este pensamiento católico. Hemos nacido con la culpa. Y también sigo siendo víctima del patriarcado, del capitalismo. Lo puedo intentar deconstruir, pero estoy llena de pequeñas cosas que me remueven y día a día me voy haciendo consciente de ellas. Pero la deconstrucción que me queda es inmensa. Con la música encuentro un vehículo para canalizarlo.

Has hablado del amor romántico, y esto me conecta rápidamente con Estómac. Y también has dicho patriarcado, que me conecta con Oceanes.

El patriarcado está en todas partes. El capitalismo y el patriarcado son dos ejes de opresión que lo atraviesan todo. Si en el amor romántico no ponemos patriarcado, no hay diferencia de género entre hombre y mujer. Haciendo Estómac me di cuenta que solo sabía hacer canciones de amor. Y dije “de acuerdo, escribiré canciones de amor”. Pero también pensé que intentaría que hubiera partes políticas, aunque fueran dentro de la poética.

Un buen ejemplo seria I jo pensant, donde hablas de las injusticias de la gente que pasa hambre y muere, de los desahucios...

Curiosamente, con todo este lío, yo solo pienso “si volverás”. ¿Cómo puede ser que, con todo eso, lo que ocupe toda mi mente sea el amor y no todas esas cosas que son mucho más importantes? Pero nos han educado así. Nos han enseñado que solas no estamos completas.

Pero muchas de tus letras sí tienen versos con un doble sentido muy político. En Estómac de plàstic: “Tinc l’estómac de plàstic / ja no sé si soc dona o robot” [Tengo el estómago de plástico / ya no sé si soy mujer o robot], o cuando dice: “il·lustrant esquerdes als marges” [ilustrando grietas en los márgenes]. Es toda una declaración de intenciones. Describe un paisaje muy claro de ti y de tu situación en el mundo.

Hay muchas maneras de hacer canciones de amor. Tú puedes hacer una canción de amor como es Tierra del hielo, de amor absoluto y muy dramática, pero que no habla de posesión o de necesidad. En el amor romántico se centran un montón de cosas muy nocivas, como por ejemplo la posesión (“sin ti no soy nada”), la necesidad (“estaré contigo para siempre”), la adoración (“nadie es como tú”), etc. ¡Eh, un momento! Cuando te  das cuenta, te quedas muy compungida. Yo he estado muchos años sin analizarlo, me lo he comido con patatas. Cuando empiezas a replantearte las cosas y a pensar en el vocabulario que utilizamos, en cómo nos hemos construido en la sociedad... [resopla]. Yo, por ejemplo, no sé quién soy realmente, porque soy alguien en función de la sociedad. No sé cómo sería en un mundo donde no todo estuviera aprendido. Aquí, nos dicen cómo tenemos que ser y cómo tenemos que pensar. ¡Nos lo dicen todo!

También nos marcan mucho dónde están el Bien y el Mal. Y esto nos tortura, porque arrastramos la culpa de haberlo hecho mal, si no pasamos por el tubo de la moral.

Tenemos que elidir los conceptos de Bien y Mal. Tenemos que elidir el binarismo hombre/mujer, bien/mal. Tenemos que buscar todos los matices posibles, siempre. Tenemos que cambiar la culpa por la responsabilidad y creo mucho en el empoderamiento de la vulnerabilidad. Yo tengo un altavoz y el privilegio de haber podido estudiar lo que he estudiado. He podido estudiar piano porque no he tenido que servir copas para llevar dinero a casa o para cuidar a mis abuelos. He tenido una familia absolutamente estructurada, con dinero, que me ha permitido dedicar las horas que me ha dado la gana a mi vocación. Me han podido pagar los estudios, por ejemplo, que es un más de una serie de privilegios de los cuales a veces no somos suficientemente conscientes. Hace falta que nos hagamos responsables de quiénes somos y hacer algo por cambiar las cosas.

Es un proceso costoso a nivel personal, nada fácil.

Lo que más me ha costado es aceptar todo lo que me ha pasado, y todavía  estoy en ese proceso. También cuesta, a partir de aquí, empezar a construir algo. Pienso que si yo tengo la suerte de tener un altavoz, lo tengo que usar de la mejor manera posible. Si monto espectáculos, siempre serán políticos y siempre hablarán del cambio social y de la transformación, de un modo u otro. El arte tiene un poder de transformación bestial. Lo  que pasa es que estamos entretenidos, no informados.

También hay mucha gente que prefiere no pensar, aislarse de todo y disfrutar por disfrutar, sin más.

Yo no digo que no esté bien hacerlo, pero a mí no me interesa. Tampoco me interesa hacer revisiones de clásicos, por ejemplo. Lo que sí creo que es increíblemente importante es de qué manera lo haces y qué pretendes, cuál es tu finalidad. Yo quería que la gente supiera que tocaba muy bien el piano, pero no empecé a estar bien conmigo misma hasta que no tuve cosas que decir. Y esto es independiente de si tocas bien o mal. Todo cambia cuando te das cuenta de que, en el fondo, no es tan importante.

Hablas del pequeño poder que tienes para transformar la sociedad y, realmente, ahora hay otras muchas voces con quienes extenderse como una mancha de aceite. Ahora que parece que tu discurso encuentra un altavoz y un contexto, ¿cómo vives el ascenso de la ultraderecha, de la represión, del conservadurismo?

Es muy importante que sepamos que nosotros vivimos en un micromundo. La gente que me rodea —músicos, artistas— generalmente es gente muy politizada, comprometida, que viene de movimientos sociales. ¡Yo no conozco nadie que vote al PP o VOX! Pero  están, por todas partes. Después, hay una frase de Jorge Drexler que dice que “la historia es una puerta giratoria”. Y así lo creo: ¡no hemos aprendido nada! El poder lo tiene el dinero; y cuando más dinero tienes, más quieres. Hay muy poca gente que haga cosas desinteresadas con su patrimonio. A la gente que tiene el poder, le da igual matar, o traficar con armas, o quemar el planeta. Eso muestra una absoluta desconexión con quien somos y de donde venimos, que venimos de la tierra, de la naturaleza. Una desconexión ancestral, de nuestros antepasados y del alma, de cosas que son intangibles. ¿Para qué queremos tanto dinero? ¿Para llenar con dinero el amor que nos falta?

El poder hace poder, dices. Pero a esta gente, a quienes tienen el poder, los votamos. ¿Qué pasa con la mayoría de la gente, la que no tiene poder ni dinero?

Para empezar, la izquierda ha tenido mucho de tiempo para pensar. Normalmente, la mayoría de gente de izquierdas sale de la clase media, porque la clase baja solo tiene tiempo de sobrevivir. Cuando veo gente enfadada por datos que dicen que “la inmigración ha votado Ciutadans”, pienso: “Sí, claro, pero ¿qué hacemos con el racismo que hay implícito en nuestro día a día? ¿Qué hacemos con las discriminaciones?” ¿Qué les pedimos, a ellos?, ¿que encima piensen en cosas que no tienen tiempos ni de plantearse? Yo creo que no se les puede juzgar.

Esto me hace pensar en los versos de Cicatrius: “Ens han enganyat. / Res no era veritat” [Nos han engañado. / Nada era verdad].

¡Es aplicable a todo! Tus padres te apuntan a una escuela y no a otra porque aquella tiene unas ideas políticas con las que comulgan (independentismo, catalanismo, religión, etc.). A ti te explican la historia y tú la das como buena. Pero aquí ya hay un sesgo. Te explican que los colonizadores son héroes. ¡Te dicen que Cristóbal Colón Colom es un héroe! ¿Estamos locas? ¿Cómo puede haber esculturas, canciones y tanta literatura de este tirano? Yo solo sé lo que me han explicado, y que no sé si es verdad.

No podemos separar el arte de una manera de ser, de implicarte o de ver el mundo. ¿Qué piensas de los autores que dicen que su vida no incide para nada en su obra?

Yo no tengo respuestas, siempre cambio de opiniones. A ver, hay cosas que tengo clarísimas, como lo que pienso sobre la violencia sexual. Pero hay cosas que se me van modificando a medida que hablamos, o cosas sobre las cuales considero que no tengo derecho a tener opinión. Y creo que los hashtags sirven para destrozarlas. De hecho, los hashtags tienen que existir por eso. Por mí, el arte no tiene que dar respuestas, sino abrir preguntas y generar pensamiento crítico. Tenemos que hacer posible que después de un espectáculo se hable de ciertas cosas.

Retrat de Clara Peya © Dani Codina © Dani Codina

A veces haces afirmaciones categóricas, como “los Borbones son unos ladrones”; pero otras, abres preguntas, como pasa con el espectáculo Suite TOC.

La primera era una afirmación muy punki, pero creo que necesaria. Y en Suite TOC nos planteamos preguntas del tipo “¿se puede estar sano en un mundo que está enfermo?”. Realmente, enfermos, todos lo estamos. Esto no quiere decir que quiera cronificar la enfermedad, sino que la medicalización es una barbaridad. Y te lo digo yo, que tengo dos padres médicos. En mi caso, fui al psiquiatra y me dijo: “Tú esto te lo tomas toda la vida y ya está”. Estamos acostumbrados a que no nos digan “tienes un resfriado”, sino “tú eres esto”. El eres no te lo sacas de encima.

Siempre un hashtag.

“Como tú eres así...”, dicen. Yo quiero ser de muchas maneras, quiero cambiar, quiero intentar aprender, no quiero vivir encasillada. A mí me van muy bien los procesos de hablar de mi TOC, principalmente como apuesta política. A mí no me echarán del trabajo por tener esta dolencia. Me dirán que soy una artista excéntrica. Yo soy “azúcar”, en este aspecto. Pero si trabajara en una empresa, quizás me  echarían.

Corres el riesgo de que te llamen “excéntrica”, pero también “radical”.

Sí [sonríe]. Pero es que la gente es hervida, es tibia. ¿Por qué no se interesan por las cosas que realmente tienen interés? ¡Los humanos y sus historias son lo mejor que hay! Cada persona es un mundo: ¿cómo puedes poner en el mismo saco todo el mundo que sufre esquizofrenia? Quizás tendríamos que pensar qué le ha pasado a esta persona para llegar hasta aquí. Al final, somos hijos de un sistema que genera dinero y con unas farmacéuticas que quieren que consumas y te cronifiques. ¿Crees que alguien tiene que decidir si puedes o no puedes quitarte el pene? ¿Tú crees que esto lo tiene que decidir un gabinete de médicos? Ahora, eso sí: para ponerte más pecho o más labios, ningún problema.

¿Crees que a la escena catalana le falta dar un paso más y tocar más a menudo todos estos temas?

Somos demasiado correctos. Y la corrección es un palo. Estos temas los trata mucha gente, pero sin mucha visibilidad. El día que el teatro público empiece a representar la sociedad en que vivimos y no los blancos heterosexuales de clase media, y empiece a representar personas racializadas, migradas y con diversidades... ¡Explícanos realidades que salgan de la familia catalaneta de toda la vida! Basta de haber salido del pueblo, de hacer una carrera, de estar encaminado, de ser muy pacifista y muy educado. Porque los catalanes, eso sí, somos muy educados...

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