Reportaje Fotográfico

7 Enero

15 Fotografías

Dos ojos transitan inquietos

Lo que se ve en Dos ojos transitan inquietos es el recorrido errático que traza una fotógrafa barcelonesa mientras pasea por los barrios de montaña y los barrios periféricos de su ciudad. Un itinerario que no tiene principio ni final, pero que intenta esquivar el centro y se adentra en una Barcelona fronteriza. Una visión contemplativa que explora los límites de la ciudad y los del medio fotográfico con una mirada idealista. Colores vivos y saturados, superposición de imágenes o luces y sombras son los recursos utilizados para transformar el imaginario urbano más emblemático y proponer uno más personal e irreconocible, una alternativa a una ciudad de postal.
La obra de Blanca Viñas especula sobre la relación espacio-tiempo, pone bajo sospecha las leyes de la gravedad y recupera la importancia del inconsciente. En definitiva, busca estimular miradas diferentes —y, por tanto, críticas— sobre lo que acontece.

Barcelona me gusta mirármela de lejos; tengo la sensación de que de lejos todas las situaciones son posibles. Me distrae identificar calles, plazas y edificios desde la distancia, capturar instantes inventados e imaginarlos como a mí me gustaría que fueran. Dos ojos transitan inquietos y descubren que la ciudad es infinita.

Subo al Tibidabo y entro en la exposición de Nancy Holt en el MACBA, mezclo universos y me doy cuenta de que todo lo inaccesible tiene un magnetismo que me atrapa.

En el parque de Joan Reventós, divago y pienso. Me relaja pisar lugares tranquilos y silenciosos. De repente, el sonido de los saltos de los skaters en el MACBA… Desconozco qué sonido será.

Vivir a menos de cinco minutos del Park Güell es un pequeño privilegio que solo deja de serlo cuando me toca experimentar aglomeraciones en los autobuses que me llevan a casa.

Explorar los barrios de montaña sin tener que pisar el centro de la ciudad me permite descubrir otra Barcelona, la que no sale en las postales y que es también la que más me gusta.

Subir, bajar, cambiar los puntos de vista, mirármelo todo desde donde no corresponde, por si, con un poco de suerte, lo veo distinto. Esto es seguramente lo que define mi incontinencia exploradora.

Todavía no sé dónde he aprendido a ser idealista, pero me hacen ilusión a partes iguales las cosas que giran y las que parpadean, quizás porque es una forma de escapar hacia un universo donde siempre es fiesta.

Habitar una ciudad, pasearla e investigarla es otra forma de saber algo más de uno mismo. Yo he descubierto que los contrastes y contradicciones me fascinan.

Es habitual que mis derivas por la ciudad acaben en barrios fronterizos, periféricos o algo aislados. Es desde esos puntos desde donde me invento una ciudad que me construyo a medida, una ciudad en la que los semáforos siempre indican el verde, el mar siempre queda cerca y no sé lo que es el vértigo.

Y si me despisto en cualquiera de mis derivas, intento recordar que el mar me pone de buen humor. Aún no sé si es por el horizonte y los panoramas infinitos que me sugiere o por su movimiento, que me hace compañía.

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