Durante el siglo XIX, los peinados enmarcados gozaron de gran éxito y se podían encontrar en los hogares de las clases adineradas. La materia prima casi siempre pertenecía a algún familiar y, bajo la apariencia de un bello elemento decorativo, no dejaban de ser relicarios privados que evocaban el recuerdo de un ser querido.

Pueden ser objetos de luto, elaborados con el cabello de una persona fallecida, pero también recuerdos de amor, amistad o una juventud perdida. Trenzas o composiciones florales acompañando iniciales, ramos de flores, imágenes religiosas o representaciones funerarias fueron los temas más recurrentes. Las joyas de luto se creaban con cabello combinado con materiales nobles como el oro: pulseras, collares, broches, broches, pendientes, etc., y también se bordaban pañuelos, corbatas y cintas.

La elaboración de estos objetos fue confiada a profesionales, y el Museo conserva también algunos álbumes editados con una gran diversidad de modelos que permitieron difundir diferentes modas y tendencias.