Acompañar la digitalización

Il·lustració. © Laura Wätcher

Cada vez hay más aspectos de la vida que dependen de las competencias digitales. Ahora sabemos que no basta con garantizar el acceso a internet con redes de alta velocidad. A las brechas digitales de tipo social, cultural y de género se añaden las nuevas brechas derivadas del funcionamiento de las propias tecnologías, algunas muy insidiosas, como las discriminaciones que se ejercen a través de los algoritmos.

Cada vez hay más aspectos de la vida que dependen de las competencias digitales. No hay duda de que la revolución tecnológica impacta de forma muy positiva en las dinámicas sociales y productivas, y que la digitalización puede ser un factor de mejora y de progreso. A condición de que sus beneficios lleguen a todo el mundo. Aún vivimos en una sociedad híbrida, medio presencial medio virtual, pero avanzamos de forma acelerada hacia un modelo en el que todo pasará por las nuevas tecnologías da la comunicación. La mayor parte de las gestiones administrativas deben ser ya digitales, imperativamente, y ni el estudio ni el trabajo se pueden desarrollar al margen de internet. El ocio, la salud, las relaciones personales e incluso la participación política requieren, más y más, competencias digitales.

A las viejas causas de exclusión social se suman las nuevas brechas provocadas por el acceso y el dominio de las herramientas digitales. Ahora sabemos que no basta con garantizar el acceso a internet con redes de alta velocidad. Esta fue la primera brecha que se manifestó, pero a medida que se va cerrando, gracias a la intervención de las administraciones, aparecen otras nuevas. La brecha más visible, la de la capacitación digital, solo se puede cerrar con más y mejor educación.

Aunque casi todo el mundo tiene teléfono móvil inteligente, sin competencias digitales de poco sirve tener conexión. Y esta falta de habilidades no afecta solo a una parte considerable de las personas mayores, sino también a muchos nativos digitales, que saben usar los dispositivos y navegar por las redes, pero no siempre disponen de los conocimientos necesarios para sacar provecho de ello. A pesar de que dominen los aparatos, una combinación de exceso de confianza y falta de recursos culturales hace que muchos sean presa fácil de todo tipo de engaños y estafas, como se ha visto con el furor por las criptomonedas.

A las brechas digitales de tipo social, cultural y de género se añaden las nuevas brechas derivadas del funcionamiento de las propias tecnologías, algunas muy insidiosas, como las discriminaciones que se ejercen a través de los algoritmos. La falta de capacitación digital se ha convertido en un obstáculo, muchas veces insalvable, para ejercer los derechos y gozar de oportunidades. Se debe, pues, acompañar la digitalización con una legislación y unas políticas públicas orientadas a cerrar las brechas y a garantizar la equidad digital.

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