Bienestar y resiliencia para un crecimiento saludable

Ilustración. ©Genie Espinosa

Para encontrar explicaciones a la pandemia de trastornos mentales que sufren los jóvenes y adolescentes, es necesario pensar en causas ambientales globales y de una duración prolongada. Para un crecimiento saludable es imprescindible una sociedad que proporcione bienestar, pero también que permita aprender a tolerar pequeños malestares y frustraciones, como entrenamiento diario frente a los continuos retos que trae la vida.

Tras la pandemia de la covid-19, ha llegado la pandemia del malestar emocional y los trastornos mentales. La salud mental han ocupado titulares, programas de televisión y radio, e incluso han provocado manifestaciones de estudiantes durante los últimos meses. La invisibilidad histórica de los problemas de salud mental parecía llegar a su fin. A la atención de la prensa, los medios audiovisuales y las redes, se ha sumado el posicionamiento institucional, con la manifestación expresa del Gobierno de la Generalitat de abordar los trastornos mentales como una prioridad de salud. Existe una mayor sensibilización social y, en conjunto, se ha dado la vuelta a una realidad que durante años se ha ocultado y negado. Se trata de un paso enorme para muchas personas en el ámbito individual, pero también como sociedad.

Sin embargo, también es cierto que, mientras se iba hablando de todo esto, se ha mezclado lo que, médicamente, se consideran enfermedades graves o trastornos mentales con lo que son malestares emocionales o dificultades para tolerar las adversidades. Esta mezcla puede generar confusión y alejarnos de la ayuda específica que las personas necesitan en cada caso.

Es importantísimo poder hablar abiertamente y poner de relieve que los trastornos mentales existen, que pueden llegar a ser muy graves e incluso incapacitantes, y que hay que poder hablar de ellos sin problemas, para vencer realmente el estigma, y encontrar nuevos caminos de tratamiento y encaje en nuestra vida y cotidianidad. También es importante poder hablar del malestar emocional, sobre todo en adolescentes, que se ha incrementado en los últimos meses y que se presenta con formas muy variadas: preocupaciones, acosos, ansiedad, tristeza, autolesiones, pensamientos de muerte…

Aunque algunos de estos trastornos pueden llegar a evolucionar hacia enfermedades mentales, la mayoría, especialmente en las fases iniciales, deben abordarse desde un punto de vista médico y social como malestares. Es innegable que se está produciendo un incremento del malestar en los jóvenes y que también cambian las formas en las que este malestar se presenta. Esta evolución debe interpelarnos a todos, tanto a título individual como colectivo, justamente para evitar que acabe conduciendo a patologías graves.

Las causas del malestar

Al reflexionar sobre cuál puede ser el origen del malestar y del incremento de los trastornos entre los adolescentes y jóvenes de hoy, y cobijándonos bajo el paraguas del modelo biopsicosocial, que conceptualiza la salud mental como un equilibrio entre los factores biológicos, psicológicos y socioambientales, tendremos que averiguar cuáles de estos factores se han modificado en los últimos tiempos, de forma que puedan ser los causantes o facilitadores de este incremento. Existen muchos factores de base sociológica e incluso antropológica que no son mi ámbito de conocimiento, y, por tanto, no voy a entrar en ellos. La idea de este texto es poder pensar en los factores inherentes a la salud mental.

Si seguimos el argumento expuesto, no parece probable que este aumento del malestar y de los trastornos pueda atribuirse a causas genéticas, ya que sabemos que los cambios genéticos se producen por mutaciones acumuladas durante generaciones, y un cambio brusco de patrón como el observado no responde a este modelo. Tampoco parecería adecuado atribuirlo a causas psicológicas vinculadas a la configuración psíquica de cada uno, porque aquí el factor individual tiene mucho peso y, en cambio, el fenómeno del que hablamos es mucho más general. Si concluimos que ni la genética/biología ni la psicología parecen explicarlo, tendremos que fijarnos en el contexto social y ambiental, y pensar qué modificaciones de las que se han producido en este ámbito pueden estar influyendo.

Ilustración. ©Genie Espinosa Ilustración. ©Genie Espinosa

Cuando hablamos del ambiente en el que una persona se desarrolla, no se trata de un factor que pueda describirse fácilmente; se deben tener en cuenta situaciones ambientales de efecto individual y situaciones ambientales más generales o colectivas. Sabemos, por estudios realizados en los últimos años, que haber sufrido en algún momento de la vida algún acontecimiento traumático importante puede afectar profundamente a estructuras cerebrales y a los sistemas de atención y regulación emocional, y provocar así la aparición de trastornos mentales. Pero los hechos traumáticos son, salvo eventos excepcionales (guerras, catástrofes…), situaciones individuales, y el hecho que nos ocupa es un fenómeno de carácter mucho más general y no relacionado con un trauma colectivo. Tendremos que pensar, pues, en causas ambientales más globales, de una duración prolongada, con capacidad de afectar a los niños y jóvenes en los últimos años.

Cómo tolerar la adversidad

Será necesario fijarnos en qué tipo de modelo relacional se promueve desde las familias y desde la sociedad, y qué capacidad de escucha existe entre los miembros de estas familias en relación con los demás y también hacia los desconocidos. Quizás es necesario reflexionar también sobre qué formas de diversión se promueven en el tiempo libre y dónde se buscan.

Por ejemplo, desde muchos estamentos médicos internacionales se está revisando ya qué efecto puede tener la exposición prematura a las pantallas, que han entrado en nuestras vidas y las de nuestros niños sin que supiéramos a priori si eran inofensivas o no para su desarrollo. Es muy importante medir todo lo que dejamos de hacer debido al espacio que han ocupado las pantallas: todas las conversaciones de tú a tú que se dejan de mantener, los juegos a los que se deja de jugar, la capacidad de afrontar una discusión que dejamos de tener por falta de práctica… Tendremos que pensar en qué impacto está teniendo todo lo que, sobre todo en el caso de los adolescentes y los jóvenes, se está dejando de vivir en formato real.

Porque, para que puedan tolerar la adversidad con un éxito relativo, adaptarse y seguir adelante, es necesario un ambiente que nutra a los niños y jóvenes en todos estos valores. No es solo tener una sociedad que proporcione bienestar —que es imprescindible para un crecimiento saludable—, sino también que permita aprender y tolerar pequeños malestares y frustraciones como entrenamiento diario ante los continuos retos que nos traerá la vida, como ha sido y será siempre.

Sabemos que existen una serie de elementos que son clave para poder soportar la adversidad y tener una buena salud mental, como son la capacidad de introspección, la solidaridad, la asertividad y la capacidad de concentrarse en el momento y de pensar en el sentido y el camino que toma nuestra vida. También es necesario disponer de herramientas para poder expresar las opiniones y tener una mirada responsable hacia los demás. Estos factores son los pilares que sostienen un concepto llamado resiliencia, que se define como la capacidad de poder adaptarse adecuadamente a la adversidad. Este concepto proviene de la física de los materiales, que considera la resiliencia como la capacidad de un material para, después de ser doblado o presionado, volver a la posición original.

Muchas de estas capacidades o cualidades se han cultivado en la educación y en la formación de las personas de forma intuitiva y natural en muchas sociedades y tradiciones. La mayoría de las culturas y las organizaciones sociales han valorado y potenciado la solidaridad, y se han estructurado con espacios para la espiritualidad, la trascendencia y la toma de decisiones responsables, necesarias para el bien común y para la aceptación como integrantes del grupo. Ciertamente, los cambios tecnológicos y culturales nos han alejado de algunas de estas prácticas; quizá sea necesario recuperarlas, ponerlas en valor e incluso practicarlas para poder recuperar la capacidad de adaptación al entorno que, por naturaleza, deberíamos tener.

De la misma manera que hemos vivido la transformación digital, quizás es necesario vivir una pequeña transformación relacional y apostar por modelos sociales, personales y educativos que refuercen la resiliencia, y que ayuden a los niños y jóvenes a afrontar las adversidades y las dificultades como retos, con plenitud de capacidades. La salud mental de todos se beneficiará de ello.

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