Cuando el origen te marca

Il·lustració © Sonia Alins

 

El lugar de nacimiento y el origen social son las dos variables que determinan con más fuerza las oportunidades de los jóvenes en Cataluña. La sociedad catalana hoy es una comunidad multicultural con numerosas identidades diferentes. Ser joven, de origen extranjero y con un nivel de estudios bajo comporta un riesgo de pobreza más elevado. Nuestro reto es construir una sociedad inclusiva que permita un sentimiento de pertenencia y arraigo a los jóvenes recién llegados.

El debate sobre la convivencia y la acogida de personas recién llegadas, en un contexto de diversidad, se ha puesto sobre la mesa de la agenda mediática en numerosas ocasiones. Se trata de un tema que normalmente pasa desapercibido, y que se reduce a cuestiones anecdóticas, cuando es mucho más profundo e  intervienen muchos factores.

El pasado mes de junio, el Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMED) organizó en Barcelona un interesante debate bajo el título "Políticas públicas y desigualdad entre jóvenes" en el que se hacía la siguiente pregunta: “¿Sirven las políticas públicas para paliar las desigualdades de los jóvenes producidas por el lugar de nacimiento y el origen social?”. Una reflexión necesaria que reunió a decenas de personas de diferentes ámbitos, tanto del mundo del activismo social como de entidades públicas, para poner sobre la mesa todas las informaciones y preocupaciones alrededor del encaje de la juventud de origen diverso en un contexto de desigualdades evidentes. El debate no fue casual, y la elección del tema tampoco, sino que ponía de manifiesto de forma científica datos y evidencias publicados en la última Enquesta a la joventut de Catalunya 2017[1]. Este es un estudio profundo y global sobre la situación de la juventud catalana de 15 a 34 años a partir de una serie de indicadores sobre la mayoría de ámbitos vitales que se relacionan con los jóvenes. Un trabajo que aporta luz y conclusiones bastante preocupantes sobre la necesidad de nuevas políticas, pero sobre todo medidas urgentes para paliar el malogrado ascensor social, que se ha parado a causa de la grave crisis económica en la que todavía nos encontramos inmersos.

Lo que se concluye no sorprende si somos conocedores de la realidad social de nuestros barrios, pero no deja de indignar y preocupar a partes iguales: el hecho de ser joven, de origen extranjero y con un nivel de estudios bajo comporta un riesgo de pobreza más elevado. Según el mismo estudio, las desigualdades de partida continúan teniendo un peso fundamental. El lugar de nacimiento y el origen social aparecen como las dos variables que determinan con más fuerza las oportunidades de las personas jóvenes en la Cataluña actual. Sin embargo, en términos generales las mujeres jóvenes continúan teniendo una serie de desventajas y siguen viviendo situaciones marcadas por la desigualdad respecto a los hombres jóvenes, tal y como también evidencia el capítulo dedicado al género de esta publicación.

El origen condiciona, y eso es objetivo e innegable. Tenemos un reto importante como sociedad y tenemos que dar un paso mucho más allá, especialmente superar debates endémicos y enquistados y actualizar los discursos. Da la sensación de que los datos y lo que se extrae de ellos no van nada en paralelo con las acciones o la respuesta que se espera. Nos hace falta una revisión no solo de conceptos, sino de relato. Básicamente porque la realidad ha cambiado y no podemos continuar ejecutando políticas públicas y actuante desde la sociedad civil de la manera como lo hacíamos ahora hace 40 años, cuando el fenómeno de la inmigración era muy reciente. Si hacemos un ejercicio de futuro y nos paramos un segundo a imaginar en qué mundo vivirá el niño o la niña que hoy nazca en cualquier hospital de Barcelona, en concreto, o Cataluña, en general, cuando tenga 18 años, seguramente visualizamos un entorno lleno de cambios técnicos, pero posiblemente con los mismos retos sociales. Pensarlo es devastador y nos llama a generar espacios de reflexión y diálogo para hacerle frente desde un pragmatismo que ahora es inexistente.

Todo se acelera y parece que, para proteger muchos derechos adquiridos, a veces tengamos que renunciar a otros. Cuanto más inmersos estamos en esta sociedad líquida y distópica, de la que hablaba el filósofo Zygmunt Bauman, más tendemos hacia una visión conservadora que quiere enterrar cualquier pequeño intento de revolución diaria.


[1] Serracant, P. (coord.). Enquesta a la joventut de Catalunya 2017. Una mirada global sobre la joventut de Catalunya. Generalitat de Catalunya, 2018.

Han pasado muchos años desde aquellas primeras migraciones, y ahora tenemos un panorama muy diferente. Si bien fenómenos migratorios como la crisis de las personas refugiadas y los adolescentes migrados solos, sin referentes, exigen mecanismos de acogida digna en su llegada, la diversidad de la sociedad catalana ha evolucionado de forma muy rápida y sería un error continuar mezclando las estrategias de acogida con las de convivencia e inclusión de aquellas personas que son hijas de la inmigración de años atrás. Los procesos migratorios son diferentes en todos los casos.

En un contexto de polarización social, transformación y revolución digital importantes, todo se vuelve mucho más complejo para comprender nuestro entorno y especialmente el mundo que viene, no solo entre los jóvenes de origen diverso sino de todos los jóvenes en general. Sin ir más lejos, en mi caso particular siempre he vivido este proceso con mucha intensidad. Vivir y crecer en un entorno de contrastes constantes te hace replantear continuamente tu idiosincrasia y cuál es el diálogo que estableces con tu mundo. He crecido con un nombre diferente, Mohamed, nacido y educado en la cultura del Marruecos y, a la vez, con influencia cultural catalana a partir de los tres años. Pienso, hablo y siento en catalán y en árabe, todo a la vez. De religión musulmana. Tengo unos valores y una forma de entender las cosas propias. Como decía Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”.

Existen elementos de socialización que influyen de forma poderosa en nuestro crecimiento y proyecto vital. En los últimos años se ha hablado mucho de la identidad o, mejor dicho, de las identidades múltiples. Es decir, la posibilidad de que cada persona decida libremente quién es y quién quiere ser, sin imposiciones. Generar climas y mecanismos que faciliten la construcción de estas identidades sólidas es el gran objetivo, que va estrechamente relacionado con la necesidad imperiosa de crear también sociedades de inclusión que permitan un sentimiento de pertenencia y arraigo. En este sentido, encontramos trabajos y reflexiones muy valiosos, como la aportación en el debate sobre las identidades por parte del francolibanés Amin Maalouf con Identidades asesinas. Publicado en los años 90, este libro se popularizó en Europa gracias a sus reflexiones en torno a un tema que en muchas ocasiones ha resultado tabú, y ahora vuelve a ser prioritario: no hay sociedades multiculturales sin identidades diferentes. La diferencia es lo que genera la riqueza humana. Cuando somos capaces de valorar la trayectoria vital de cada individuo, sus convicciones, sus valores, sus sensibilidades... y entre todas ellas buscamos el consenso y lo común, es cuando empieza el cambio y una convivencia real. No se trata de transmitir identidades, sino de construirlas.

Todos estos elementos pueden ser condicionantes en el proceso de inclusión y especialmente entre los jóvenes. La necesidad constante de encontrar su lugar en el mundo puede llegar a ser incluso estresante y aumentar su vulnerabilidad.

En los últimos años, a causa de la grave desaceleración económica, el ascensor social se ha quedado paralizado. Uno de cada diez niños en el estado español vive en una situación de pobreza crónica y crecerá en esta situación a causa de la cronificación de la pobreza familiar, según numerosos estudios.

Para hacer frente a la vulnerabilidad de los jóvenes hijos de la inmigración, que viven en un contexto de diversidad, hay que ser autocrítico y rehacer nuestros modelos, no solo los de convivencia. A pesar de que somos una sociedad diversa, parece que no todo el mundo es consciente de ello. Todavía se mira con recelo al diferente y, más allá de convivir, tendemos a la coexistencia y la falta de interacción. Hay que dotar de más recursos a los centros educativos, que son los espacios de crecimiento y socialización más importantes después de las unidades familiares. Desde las escuelas se puede luchar contra la estigmatización, las desigualdades y fomentar el arraigo, con políticas sociales y económicas (becas, ayudas familiares) que eviten el aislamiento. Hay que cambiar las cifras y conseguir que cada vez más jóvenes puedan acceder a estudios superiores o universitarios —sin importar el origen social—, facilitar el acceso l mundo laboral y a una vivienda digna, lejos de prejuicios y conductas racistas, y promover nuevos liderazgos que inspiren.

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