Cuando los robots no nos quitaron el trabajo

La pandemia de la covid-19 ha acelerado la automatización y la digitalización. ¿Desplazarán los robots y la inteligencia artificial el trabajo humano? ¿Qué nuevos roles y demandas surgirán? ¿Cuál será el saldo entre la destrucción y la creación de puestos de trabajo? Las respuestas invitan tanto al pesimismo como al optimismo. Estamos a tiempo de crear un próspero futuro del trabajo.

Barcelona, 2030. La población envejece, la fuerza laboral se reduce y los robots prometidos no llegan. La automatización no ha avanzado tan rápido como algunas personas pensaron que lo haría. Los países no han invertido suficiente en ella y las capacidades de la inteligencia artificial (IA) no han sido tan avanzadas como para realizar tareas con empatía. Frente al escenario distópico de destrucción de empleo de la pasada década, hoy se vislumbra otro muy diferente: el de un mundo en el que no hay demasiados robots, sino demasiado pocos.

¿Suena creíble? Algo así relataba The Economist[1] en su especial “The World If” de 2019, un ejercicio de imaginación de futuros posibles más o menos inmediatos. En su ensayo, The Economist sostenía que nos preocupamos por algo equivocado o, cuanto menos, exageramos la capacidad de las máquinas para desplazar el trabajo humano. La evidencia de un inminente apocalipsis del empleo hoy es “notablemente deficiente”, dice el artículo, dado que “el empleo en el mundo rico alcanzó niveles récord en 2019, mientras que el crecimiento de la productividad en muchos países fue anémico”.

[1] “What if robots don’t take all the jobs? A different dystopia: July 2030”, The Economist, 2019.

En la misma línea, el estudio del MIT “The Work of the Future: Shaping Technology and Institutions” (2019) señala que la probabilidad de que los robots, la automatización y la IA eliminen grandes sectores de la fuerza laboral en un futuro cercano es exagerada. Tanto The Economist como el MIT señalan al envejecimiento de la población y al bloqueo de la inmigración como parte de la explicación. “Anticipamos que, debido a la desaceleración de las tasas de crecimiento de la fuerza laboral, el aumento de la proporción de jubilados y unas políticas de inmigración cada vez más restrictivas, en las próximas dos décadas los países industrializados tendrán más puestos de trabajo que adultos sanos para cubrirlos”, dicen.

Estas predicciones parecen contradecir una de las estadísticas más citadas en la relación entre automatización y destrucción de empleo. Se trata de un estudio de 2013 de la Universidad de Oxford según el cual el 47% de los empleos estadounidenses tendrá un alto riesgo de automatización a mediados de la década de 2030. El estudio se refiere al porcentaje de empleos más vulnerables a ese proceso, lo cual no significa que se vayan a automatizar necesariamente, como han matizado en múltiples ocasiones sus autores, sin mucho éxito.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) estima que el 14% de los trabajos en países desarrollados podría desaparecer por la automatización en los próximos 15 o 20 años[1]. También es probable que otro 32% de trabajos cambie radicalmente por la automatización de determinadas tareas. Un informe más reciente del Foro Económico Mundial[2] (WEF) habla de un escenario de doble disrupción laboral por la confluencia de la automatización y la recesión provocada por la pandemia. La WEF prevé que, para 2025, el tiempo dedicado a las tareas actuales en el trabajo por parte de humanos y máquinas será el mismo, que para entonces se habrán desplazado 85 millones de puestos de trabajo, pero se habrán creado 97 millones de nuevos roles. Si es así, la cifra de trabajos creados excederá a la de los destruidos. Pero también constata que la tendencia a la creación de empleo se ralentiza, mientras que la destrucción se acelera.

Un análisis de McKinsey[3] apunta que los empleos que la pandemia ha puesto en riesgo son particularmente vulnerables a la automatización. En concreto, estima que un 94% de los empleos en servicios de alojamiento y alimentación, y casi un 70% de los del comercio mayorista y minorista podrían desaparecer. En la línea del WEF, McKinsey predice que los nuevos puestos de trabajo compensarán los empleos perdidos, y cree incluso que Europa podría enfrentarse a una escasez de mano de obra cualificada por el envejecimiento de la población.


[1] “The Future of Work. OECD Employment Outlook 2019”. OCDE, 2019.
[2] “The Future of Jobs Report 2020”. World Economic Forum, 2020.
[3] “The future of work in Europe. Automation, workforce transitions, and the shifting geography of employment”. McKinsey, 2020.

Obligados a cotrabajar

El deseo de eliminar el trabajo humano siempre genera nuevas tareas para los humanos. Es lo que la antropóloga Mary Gray define como “la paradoja de la última milla de automatización”[1]: el motivo es que los algoritmos que mueven las máquinas y la inteligencia artificial son suficientemente imperfectos como para no poder prescindir de los humanos, igual que sucede con los robots y otros tipos de software.

La mayoría de las tareas automatizadas requieren de diferentes personas que controlen y cuiden las 24 horas del día los procesos. Cientos de millones de personas realizan ya tareas de computación humana necesarias para el desarrollo y funcionamiento de sitios web y aplicaciones que todos usamos. TripAdvisor, Match.com, Google, Twitter, Facebook o Microsoft son algunas de las empresas que echan mano de trabajadoras y trabajadores online, que contratan a través de plataformas como Amazon Mechanical Turk. Son aquellos a los que Gray llama trabajadores fantasma. Realizan tareas de etiquetado para sistemas de inteligencia artificial, moderan contenido, escriben recomendaciones falsas o resuelven captchas, esas molestas pruebecitas —por ejemplo, reconocer y escribir los números y letras que aparecen distorsionados en la pantalla— que se presentan como paso final al realizar transacciones online.

Los trabajadores fantasma son parte de la llamada economía bajo demanda o de los minitrabajos: la gig economy. El esquema es sencillo: ahora lo necesito, ahora lo pido, ahora lo tengo. Y el trabajo lo hará quien esté disponible en ese momento. Es otra derivada de la digitalización. Pasamos del trabajo para toda la vida a la contratación por proyectos, a menudo mediada por plataformas online. Este es el caso de los repartidores a domicilio o de los conductores de transporte privado.

Trabajar para los robots

La automatización prometía que los robots iban a trabajar para los robots, pero ha sucedido lo contrario: somos los humanos los que a menudo trabajamos para los robots. O para los algoritmos. Si no “para”, como mínimo, “con”. Mientras las máquinas no acaben con el trabajo, tendremos que trabajar con ellas si no queremos perderlo.

La colaboración entre personas y máquinas será cada vez más común a pesar de los retos, que no son tan nuevos. En todas las etapas de adopción de tecnología hemos tenido que adaptarnos. Primero aprendimos a usar herramientas, luego máquinas, después ordenadores y ahora, a medida que los sistemas informáticos simulan ser inteligentes, pasamos de usarlos a trabajar con ellos. En el mundo conectado se nos pide no solo conocer las nuevas tecnologías, sino colaborar con ellas. Se nos pide que cambiemos nuestros conocimientos y nuestras dinámicas, que nos adaptemos a herramientas nacidas para complementarnos, para aumentarnos y, en muchos casos, para reemplazarnos.

[1] Gray, M. L., Ghost Work: How to Stop Silicon Valley from Building a New Global Underclass. Houghton Mifflin Harcourt, 2018.

El futuro del trabajo ya ha llegado para una gran mayoría de la fuerza laboral online. La pandemia ha obligado a muchos trabajadores a digitalizarse a marchas forzadas. El 84% de los empleadores dicen estar listo para digitalizar velozmente los procesos de trabajo y mover el 44% de sus empleados para operar de forma remota, según el informe ya mencionado del WEF “The Future of Jobs Report 2020”. Aquí los retos son la productividad y el bienestar: crear un sentido de comunidad, conexión y pertenencia a través de herramientas digitales, y proporcionar nuevos tipos de servicios y ayudas adaptados a las necesidades del teletrabajo.

Incorporar a la práctica diaria el uso de las tecnologías y sistemas informáticos de automatización es un reto que puede ser visto como una barrera. Requiere modificar rutinas diarias y prácticas muy arraigadas, si no redefinir roles. Las empresas estiman que alrededor del 40% de sus trabajadores requerirán una recapacitación, según datos del WEF. El reto de recapacitar y redistribuir a decenas de millones de trabajadores de mediana edad no es menor: el 37% de los trabajadores europeos ni siquiera tiene habilidades digitales básicas, como señala la coalición europea The Digital Skills and Jobs. El desafío aumenta si sumamos a la ecuación un robot, ya sea un brazo mecánico para asistir a la cirugía o un cobot. Los cobots (o robots colaborativos) están diseñados para interactuar físicamente con humanos en un mismo espacio de trabajo. Por ejemplo, en una fábrica, para el ensamblaje conjunto de productos. Su presencia es creciente en empresas de todos los tamaños, hasta el punto de que se estima que su tamaño de mercado se multiplicará por ocho de aquí a 2026[1].

El vertiginoso crecimiento de esta industria requerirá de personas para construir, capacitar y mantener los cobots. Estas máquinas sustituirán el trabajo de muchas personas que, a su vez, tendrán que aprender a realizar tareas mucho más técnicas. La colaboración entre humanos y máquinas promete liberar a las personas de tareas repetitivas y alienantes, de manera que podrán centrarse en otras tareas de mayor valor añadido, ya sean técnicas, intelectuales, creativas, emocionales o de asistencia y cuidado. La automatización promete asimismo aumentar las capacidades humanas, algo que en cierta medida ya hacen esos pequeños dispositivos que todos llevamos en el bolsillo.

[1] “Collaborative Robot (Cobot) Market by Payload, Component (End Effectors, Controllers), Application (Handling, Assembling & Disassembling, Dispensing, Processing), Industry (Electronics, Furniture & Equipment), and Geography – Global Forecast to 2026”. MarketsandMarkets, 2020.

Tendencias reversibles

Lo cierto, sin embargo, es que en la carrera entre las tecnologías que reemplazan y aquellas que habilitan están ganando las primeras. Es la conclusión de Carl Frey, uno de los autores del estudio de Oxford “The Technology Trap: Capital, Labor, and Power in the Age of Automation” (2019), después de revisar una variedad de desarrollos tecnológicos recientes, como el aprendizaje automático, la visión artificial, los sensores, varios subcampos de la IA o la robótica móvil. Si bien estas tecnologías generarán nuevas tareas que emplearán mano de obra, predominan todavía las tecnologías de reemplazo. Esta tendencia —dice Frey— es creciente, lo cual no es halagüeño en términos de empleo para una clase media ya golpeada, cuyos trabajos son los más expuestos a la automatización.

Los trabajadores altamente cualificados tampoco se libran de esta dinámica, están especialmente expuestos a la IA —capaz de completar tareas que requieren planificación, aprendizaje, razonamiento, resolución de problemas y predicción—, frente a las ocupaciones de baja y media cualificación, que están más expuestas a los robots y al software. De hecho, la empresa consultora y de investigación de tecnologías de la información Gartner predice que el 69% del trabajo de rutina que realizan actualmente los gerentes se habrá automatizado completamente de aquí a 2024.

Si estas tendencias se acentuarán o se mitigarán es algo aún por definir. El balance entre eliminación de empleo, reemplazo de tareas, modificación de roles o creación de nuevos trabajos depende de múltiples factores, sobre los que aún es posible intervenir.

Todas las economías avanzadas han experimentado profundas transformaciones en el ámbito laboral. El peso del sector agrícola en el empleo total de Estados Unidos disminuyó del 60% en 1850 a menos del 5% en 1970[1]. En China, un tercio de su fuerza laboral abandonó la agricultura entre 1990 y 2015.

La automatización lleva siglo y medio desplazando unos empleos y creando otros en nuevas industrias y negocios. Como señala el estudio del MIT que mencionaba al principio de este artículo, los antecedentes históricos inmediatos invitan a la esperanza: entre 1940 y 1980, los rápidos avances tecnológicos y las instituciones generaron una productividad creciente y una distribución rápida de salarios de forma relativamente uniforme. El problema es que esa dinámica se rompió a partir de 1980: solo aquellos trabajadores con títulos universitarios y de posgrado de cuatro años pudieron beneficiarse de un crecimiento sostenido de los ingresos.

[1] Lund, S. y Manyika, J., “Five lessons from history on AI, automation, and employment November”. McKinsey, 2017.

Calidad antes que cantidad

Esta tendencia es evitable, según el MIT, mediante estrategias de crecimiento de la productividad y distribución de ingresos con medidas educativas, regulaciones laborales, inversiones públicas, políticas tributarias, etc. que prevengan los errores del pasado. Ahora que la tecnología nos ha liberado del trabajo físico y del trabajo de cálculo, y que empieza a tomar decisiones por nosotros, se habla de invertir en la calidad del empleo, no en la cantidad de puestos de trabajo.

La calidad es precisamente algo que no parece estar mejorando. The Economist estaba en lo cierto: la tasa mundial de desempleo se ha reducido en los países con altos ingresos, y esto puede servir como una refutación de las afirmaciones de que el cambio tecnológico está provocando pérdidas masivas de empleo. Sin embargo, como puntualiza la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en el informe “World Employment and Social Outlook. Trends 2020”, la creación de puestos de trabajo se ha concentrado principalmente en el sector de servicios, donde el valor añadido medio por trabajador es relativamente bajo. A lo que hay que añadir la generalizada precarización de los minitrabajos de la economía bajo demanda y los trabajos fantasma.

Por otra parte, países de ingresos medios que han atravesado crisis económicas en los últimos años todavía tienen altas tasas de desempleo. Las malas perspectivas para la economía mundial no auguraban mejoría antes, y menos ahora con la covid-19. Con una tasa de paro superior al 16%[1], España no tiene mucho de qué presumir cuando la tasa media de desempleo en la Unión Europea es la mitad[2].

La pandemia ha acelerado la digitalización, la automatización y la robotización. Las nuevas tecnologías y las más emergentes ofrecen el potencial de mejorar la calidad de vida y las condiciones de trabajo. Que las oportunidades sean aprovechadas o no depende de las instituciones, del liderazgo público y privado, dice el MIT, “para transformar la riqueza agregada en una mayor prosperidad compartida en lugar de hacerlo en una creciente desigualdad”. Si lo logran, y lo logramos, cuando echemos la vista atrás en 2030 hablaremos no de cuando los robots nos quitaron el trabajo, sino de cuando la automatización y la digitalización trajeron un mundo mejor.

[1] “Encuesta de población activa (EPA). Serie histórica (datos en miles de personas)”. INE, 2021.
[2] “Unemployment statistics”. Eurostat, 2021.

El boletín

Suscríbete a nuestro boletín para estar informado de las novedades de Barcelona Metròpolis