De la supermanzana a la Vila Veïna: hacia un modelo social de ciudad

Il·lustració. © Margarita Castaño

La iniciativa municipal Vila Veïna nace con el objetivo de construir entornos en los que el cuidado no sea vivido en soledad, sino en comunidad. Como un paso más allá de las supermanzanas sociales, Vila Veïna pretende abordar los cuidados en pequeñas unidades territoriales que, desde la proximidad, ofrezcan servicios, acompañamiento y bienestar, tanto a las personas que cuidan como a las que necesitan ser cuidadas.

“A menudo me siento solo. Me alegra saber que es jueves y tendré compañía”. Es Pedro, una de las personas atendidas en el Espacio Vila Veïna del barrio de Vilapicina i la Torre Llobeta, en el distrito de Nou Barris. Como él, hay muchas personas que necesitan apoyo o acompañamiento para hacer muchas tareas básicas. Aunque no se considera dependiente y lleva una vida más o menos autónoma, hace unos meses decidió, junto con su hija, que necesitaba a alguien que lo ayudara en casa. La aceptación de la fragilidad, la búsqueda de una persona de confianza, el proceso de contratación en condiciones dignas y la activación y la generación de red para no volverse dependiente antes de tiempo han ocupado su tiempo y el de su familia.

La vivencia de Pedro y de su entorno es tan habitual como cotidiana. Acompañar los procesos de cuidado, facilitar espacios de bienestar y respiro y ofrecer actividades colectivas que generen comunidad son parte de los objetivos del proyecto Vila Veïna, una iniciativa municipal pionera que nace con el objetivo de construir entornos cuidadores en los que el cuidado sea vivido en comunidad y menos en soledad. Vila Veïna pretende abordar los cuidados en pequeñas unidades territoriales que, desde la proximidad, articulen servicios y recursos de acompañamiento a las personas que cuidan y a las que necesitan ser cuidadas.

Este proyecto no es flor de un día. Surge de un proceso de análisis y de reflexión ante la necesidad de introducir cambios y mejoras organizativas en la gestión de un servicio tan clave e indispensable en la ciudad como el Servicio de Atención Domiciliaria (SAD). Todo empezó hace seis años, cuando se analizó en profundidad lo que estaba ocurriendo en el SAD. Este servicio, gestionado por el Ayuntamiento de forma externalizada, en ese momento había multiplicado por ocho el número de personas usuarias desde el despliegue de la ley de la dependencia y se había convertido en el segundo mayor contrato por volumen económico de todo el Consistorio y el mayor en personal.

El crecimiento del SAD y su sistema de financiación (con un contrato programa con la Generalitat de Catalunya y de la Generalitat con el Estado, basado en horas de servicio prestadas) habían generado un modelo con carencias graves, tanto respecto a la calidad de las condiciones laborales de las profesionales que prestan el servicio como respecto a las condiciones recibidas por parte de las personas dependientes y de sus familias.

La concentración de la demanda del servicio por parte de las familias en horario de mañana (el 80% son servicios de una a tres horas diarias en la franja de las ocho de la mañana a la una del mediodía) provocaba que la mayoría de los contratos del personal fueran a tiempo parcial. El tipo de jornada laboral, combinada con un convenio colectivo precario (una lacra derivada del bajo reconocimiento social de las tareas de cuidado), abocaba a los profesionales a percibir unas retribuciones muy bajas. Estos hechos, junto con la soledad y el aislamiento con los que trabajaban, producían altas tasas de absentismo y de rotación de profesionales que tenían un impacto directo en la provisión del servicio. Imaginémonos lo que representa que te cambien cada dos por tres a la persona que entra en tu casa y te ducha o te hace la comida.

Las previsiones de crecimiento del SAD eran muy altas: por una parte, la demografía jugaba a favor (350.000 personas de más de 65 años en Barcelona, 90.000 viviendo solas); por la otra, las alternativas de residencias o centros de día estaban muy limitadas en la ciudad, con listas de espera que podían superar fácilmente los tres años (más tiempo del que una persona vive de media en una residencia). ¿Qué podíamos hacer? Había que pensar nuevas soluciones que mejoraran, a la vez, las necesidades crecientes del servicio y las condiciones laborales. ¿Qué teníamos? Una especificidad de las ciudades, que es la densidad y la proximidad, lo que ahora se denomina la ciudad de los quince minutos; una innovación urbana “made in Barcelona” que eran las supermanzanas de movilidad; y una innovación organizativa que descubrimos en Holanda: el modelo Buurtzorg de servicio de SAD.

El modelo Buurtzorg

La entidad social Buurtzorg nos enseñó cómo montar equipos de SAD autogestionados que se podían hacer cargo de atender a una cincuentena de personas con un modelo más flexible y cualitativo para las trabajadoras. La densidad de la ciudad hacía que muchos grupos de personas atendidas vivieran muy cerca, a menos de cinco minutos a pie unas de otras, a veces en el mismo edificio o en la misma manzana, y siempre en una pequeña área, que llamamos supermanzana SAD o supermanzana social.

La idea es simple, pero muy poderosa: las personas mayores quieren vivir tanto tiempo como puedan en su casa y en su barrio, pero, a medida que su estado de salud se va deteriorando por la edad o las enfermedades crónicas, van necesitando una gama de servicios crecientes para seguir disfrutando de su autonomía, y no es necesario que eso implique de forma generalizada tener que ingresar en un establecimiento residencial. Y tampoco tiene que crear una dependencia elevada de un familiar cuidador, habitualmente una mujer que suele verse obligada a dejar de lado su vida para pasar a ser una cuidadora a tiempo completo.

Los primeros proyectos piloto de las supermanzanas SAD empezaron en 2017, y ahora ya hay un plan de despliegue de hasta 60 supermanzanas sociales hasta finales de 2022, que cubrirán entre una quinta y una cuarta parte de la ciudad. La organización de la ciudad en supermanzanas o unidades más pequeñas que los barrios ha hecho posible articular el cuidado a una escala más humana. La proximidad permite identificar mejor las necesidades de las personas y adaptar con más éxito los recursos a cada situación. Es en ese momento cuando, sumado a los aprendizajes vividos durante la pandemia de la COVID-19, la supermanzana SAD, entendida como una unidad de gestión para la prestación del servicio, se convierte en algo más: una vila veïna (villa vecina).

De la supermanzana SAD a la Vila Veïna

Las viles veïnes se empiezan a articular en 2021 como comunidades territoriales de entre 10.000 y 30.000 habitantes que generan proyectos y acciones próximos al vecindario con el objetivo de mejorar el bienestar, tanto de las personas que cuidan como de las que tienen necesidades de cuidado, a lo largo de toda la vida, pero especialmente en dos franjas de edad: la pequeña infancia y el proceso de envejecimiento.

En estos territorios, la ciudadanía dispone de un servicio gratuito de atención presencial donde puede informarse de los recursos y servicios que tienen más cerca en función de su situación, así como acceder a una programación de actividades y de servicios orientados a generar una mejora en su bienestar y una vivencia del cuidado más colectiva y compartida.

Il·lustració. © Margarita Castaño

Por eso, los espacios Vila Veïna empiezan a generar y a reforzar grupos de apoyo a la crianza, servicios de respiro para las personas que cuidan, espacios de gestión de los malestares cotidianos vinculados al hecho de cuidar y de ser cuidado, espacios de encuentro entre mujeres cuidadoras, iniciativas de promoción de la corresponsabilidad en clave de género y de edad, asesoramientos especializados en la contratación de servicios de cuidado o acciones para adecuar el espacio público como entorno cuidador, entre muchas otras cosas.

Hasta 2023 se desplegarán 16 viles veïnes, como mínimo una por distrito, que darán servicio a unas 300.000 personas. El proyecto, que dispone de un presupuesto inicial de 3,5 millones de euros, se puso en marcha el año pasado en cuatro barrios de la ciudad: Vilapicina i la Torre Llobeta, Provençals del Poblenou, la Marina y el Congrés i els Indians.

Con el objetivo de dar una respuesta real a las necesidades de cada uno de los territorios y ajustar las diferentes acciones y actividades que se hacen en ellos, se está elaborando un diagnóstico en cada vila veïna para identificar los perfiles de personas que cuidan y que son cuidadas, las circunstancias y las condiciones en las que se provee este apoyo y las carencias y oportunidades señaladas por el vecindario respecto a la experiencia del cuidado en su barrio.

Entre los meses de julio y noviembre de 2021 se realizaron 1.929 encuestas en el vecindario que permitieron identificar algunos elementos significativos: casi la mitad de las personas que, como Pedro —que había recibido apoyo en el Espacio Vila Veïna de Vilapicina—, necesitan ser cuidadas son atendidas por un pariente, y a la otra mitad la cuida una trabajadora del hogar y de los cuidados. De estas personas que necesitan apoyo, más de la mitad expresan que se sienten solas y que les falta compañía. Pedro no es una excepción.

Con respecto a las personas cuidadoras familiares o próximas, casi un 70% son mujeres que tienen entre 35 y 64 años. La mitad de ellas dedica más de 6 horas diarias al cuidado, y casi un 75% afirma que lo hacen cada día. De estas, un 31% se sienten solas y aisladas, y casi todas ellas, un 92,61%, no participan en ningún espacio de apoyo o de acompañamiento a su labor cuidadora.

Finalmente, en el caso de las trabajadoras del hogar y de los cuidados, casi un 90% afirma haber nacido fuera de Cataluña. La mayoría de las profesionales son mujeres que se hacen cargo de personas que necesitan cuidados por motivos de deterioro vinculado al envejecimiento. Un 62,14% manifiesta que no comparte las tareas de cuidado con ninguna otra persona, y casi 4 de cada 10 se sienten solas y aisladas. Casi ninguna participa en ningún espacio que dé apoyo a su labor de cuidadora. Otro elemento significativo que recoge la encuesta es que casi un 20% de las trabajadoras afirman que se hacen cargo de la persona cuidada siete días a la semana, y un 39,20% asegura que lo hacen sin contrato.

Estos datos evidencian que el cuidado es uno de los ámbitos en los que las desigualdades sociales, económicas y culturales tienen más impacto. A pesar de ser esencial para la vida —somos vulnerables y necesitamos a los demás—, el cuidado sigue teniendo un papel deliberadamente secundario e invisible que hay que reivindicar y defender. El derecho a cuidar y a ser cuidado es y debe ser primordial en nuestra sociedad.

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