Describir el mundo antes de transformarlo

Retrat de Patrick Radden Keefe. © Mariona Gil Sala

Patrick Radden Keefe cree en el periodismo que incansablemente busca la verdad para ir más allá y hacer que la información sea el primer paso para transformar el mundo. En una charla en el CCCB con Mònica Terribas, compartió com entiende y practica el periodismo de investigación en este sentido. Lo podemos leer en The New Yorker y en sus últimos libros, El imperio del dolor i No digas nada.

En 2021 se publicó El imperio del dolor, la última investigación de éxito de Patrick Radden Keefe, periodista de The New Yorker y autor de otros libros de no-ficción, como Chatter (2006), The Snakehead (2009) o No digas nada (2020), merecedor del National Book Critics Circle Award y el Orwell Prize. Radden Keefe ha publicado artículos en The New York Times Magazine, Slate y The New York Review of Books.

Después de una rueda de prensa al mediodía y una maratón de entrevistas, la tarde del 22 de septiembre de 2021 el aclamado escritor Patrick Radden Keefe ofrecía en el CCCB una conversación con Mònica Terribas para compartir experiencias e intercambiar percepciones sobre el oficio periodístico. La larga cola de gente curiosa que se iba formando en el Pati de les Dones anunciaba el éxito de un acontecimiento que tendría lugar en la sala principal.

Radden Keefe tuvo que anular su última visita a Barcelona por culpa de la pandemia, así que esta vez venía por partida doble: para recordar el multipremiado No digas nada (2020), un mosaico de relatos que repasan los troubles de Irlanda y los asesinatos del IRA, así como para presentar El imperio del dolor (2021), su última obra de no-ficción, que retrata a la familia filantrópica Sackler como la responsable de una crisis social devastadora en Estados Unidos a raíz del OxyContin, el adictivo opioide comercializado por Purdue Pharma, la principal empresa de este clan familiar. Patrick Radden Keefe empezó a escribir esta obra en 2017 y recuerda con sorpresa que, durante el confinamiento, cuando la redactaba desde la cama, la mayoría de la gente respondía a sus llamadas con ganas de conversar largo y tendido a causa de la monotonía solitaria de aquellos días.

El método de investigación write around

El periodista estadounidense se muestra afable, risueño y carismático cuando explica sus métodos para escoger un tema de investigación. Radden Keefe subraya la suerte que tiene de trabajar en The New Yorker, donde escribe desde hace quince años y donde puede escoger libremente qué cuestión será material para un artículo o un libro como los que presentaba en el CCCB el pasado otoño.

A diferencia de la comodidad que prefieren muchos de sus compañeros, él encuentra una dificultad que le impide acceder de manera directa a una primera fuente, a la persona implicada directamente. Es lo que él llama write around, una forma de escritura que se ve obligada a dar giros alrededor de la persona que ocupa el centro de la cuestión. Este proceso estimula al escritor porque le obliga a ser creativo, a especular y a moverse por muchos lugares. Este circunloquio tiene que ver con el hecho de que Radden Keefe trata temas que forman parte de la más estricta actualidad, de modo que muy a menudo este tipo de intervención crítica puede comportar consecuencias inmediatas, muy incómodas para las personas refractarias de la verdad. Debido a este factor, tiene que documentarse con un arsenal de archivos, pero sobre todo tiene que entrevistar a posibles contactos y a aquella gente que pueda servir como puerta secreta a la más valiosa y confidencial información. Con dos ejemplos se entenderá mejor.

Patrick Radden Keefe bromeaba diciendo que los libros No digas nada y El imperio del dolor se podrían titular ambos, en realidad, Say nothing, porque tanto el antiguo comandante del IRA Gerry Adams, en el primero, como cualquiera de los miembros de la familia Sackler, en el segundo, se han negado en rotundo a cooperar o facilitar información para resolver los conflictos planteados. El caso de Adams es particular, ya que ha firmado numerosas memorias y ofrece entrevistas de vez en cuando, pero Radden Keefe subraya que “es listo”, controla meticulosamente todo lo que se dice y solo hace público lo que le interesa. En el otro caso, Radden Keefe se ha topado con muchas puertas cerradas cada vez que intentaba ponerse en contacto con los Sackler, pero ha encontrado caminos alternativos en las mujeres de la limpieza, los porteros de la empresa y aquellos personajes secundarios que, desde la periferia, podían tener la clave para abrir y descubrir la implicación de este clan en las múltiples sobredosis de opiáceos que ha sufrido la sociedad estadounidense desde que en 1996 Purdue lanzó al mercado su producto estrella, el OxyContin.

De este modo, en un inicio el periodista solo ve la punta del iceberg, un secreto que promete una intriga verdaderamente novelesca; y una vez empieza a escarbar en un terreno no puede dejar de profundizar hasta que llega al quid de la cuestión. Así encontramos el paralelismo entre las dos obras de Radden Keefe: las dos parten de una negación, los protagonistas niegan el acceso a la verdad porque, en el fondo, niegan de manera fraudulenta su implicación en una situación de injusticia.

Detalles privados

Puede sorprender que el autor haya escampado en los libros tantos detalles privados de según qué persona, en apariencia, innecesarios. Radden Keefe indica que la exhibición de información privada no está motivada por un mero sensacionalismo. Estas anécdotas biográficas minúsculas componen el momento clave en que el periodista se convierte en escritor. El periodista señala que, después de leer un libro, a veces basta con recordar el impacto de una sola frase, un solo detalle ínfimo que haya quedado marcado en la memoria, para que, como un detonante, desencadene el recuerdo completo de un personaje, o de la totalidad imaginada de un libro. Así pues, para pasar del estadio periodístico al novelístico, el periodista tiene que saber dibujar personajes “tridimensionales”, escogiendo sus rasgos más climáticos, para que la novela adquiera un efecto verosímil que pueda parecer cercano al lector.

Retrat de Patrick Radden Keefe. © Mariona Gil Sala Retrato de Patrick Radden Keefe. © Mariona Gil Sala

Algunas personas son más fáciles de novelar: si Jean McConville, a raíz de su asesinato por parte del IRA, se puede leer más como un símbolo que como un personaje, Arthur Sackler, el primogénito de los hermanos dirigentes de la empresa Purdue Pharma, es un personaje extraordinario, según su parecer. La voluntad de Radden Keefe ha sido la de escribir un libro que mantenga el carácter riguroso de un ensayo académico, pero con la intensidad accesible para un público no especializado.

Para conseguir verosimilitud, Radden Keefe recuerda un consejo simple pero efectivo de los guionistas de Hollywood: “El malo de la película nunca se concibe a sí mismo como el malo”. Todo el mundo se puede creer el héroe de su historia, y puede ser un mecanismo de defensa para los Sackler para no tener que cargar una culpa que hasta hace muy poco no han asimilado en los juzgados. Hay que tener en cuenta esta perspectiva cuando leemos la grandilocuencia con la que los Sackler han construido un relato de sí mismos como ricos benefactores del patrimonio cultural con sus donaciones filantrópicas, su gusto narcisista por dar nombre a secciones de museos gracias a su supuesto prestigio.

Ha sido necesario el esfuerzo de la ficción periodística de Radden Keefe para hacer públicos los intereses privados de una empresa que ha sembrado la adicción expresamente en la sociedad estadounidense durante las últimas décadas. Radden Keefe y otros precedentes, como Barry Meier, apuestan por el trabajo exhaustivo de investigación para desautorizar una gloria millonaria que ha costado miles de vidas en Estados Unidos, de modo que el legado de los Sackler queda cada vez más desvinculado del prestigio (actualmente, por ejemplo, el Met de Nueva York está debatiendo si cambiará el nombre del ala Sackler del museo), para teñirse de los colores vergonzosos de la infamia y la ambición mercenaria.

Un mensaje en una botella

Una de las cuestiones centrales es saber si ha cambiado algo en la sociedad después de las publicaciones del autor. Cuando se le hace esta pregunta, tras tomarse un momento de silencio para reflexionar, meditabundo, Radden Keefe defiende que se tiene que trabajar para describir el mundo, porque este es el primer paso antes de cambiarlo, si bien reconoce que pecaría de ingenuidad optimista si pensara que lo ha podido transformar. Entonces cita el ejemplo de Elizabeth Kolbert. Cuando, en una entrevista, el interlocutor desconfiaba de que ella pudiese detener el cambio climático, ella propuso pensarlo en estos términos: la implicación periodística tiene que ser como escribir un mensaje guardado en una botella. La cuestión verdaderamente importante es mostrar a las generaciones del futuro que, más allá de si fuimos capaces de solucionarlo, como mínimo éramos conscientes de la existencia de este conflicto. Naturalmente, el periodismo, el que incansablemente busca la verdad, no debería limitarse a una descripción del mundo que encaje con el punto de vista hegemónico y reconfortante del poder o que responda a los intereses comerciales.

Retrat de Patrick Radden Keefe. © Mariona Gil Sala Portrait of Patrick Radden Keefe. © Mariona Gil Sala

Radden Keefe considera que, con su último libro, sin duda su mensaje ha incomodado a las posiciones empresariales que hasta ahora se enriquecían con el sufrimiento para construir un imperio del dolor. Si no fuese así, no habría recibido amenazas o incluso espionaje continuo durante el confinamiento, como comenta al final de la obra. Pero el periodista insiste en el hecho de que no es suficiente con multar económicamente a la empresa con el juicio que se está llevando a cabo mientras Purdue Pharma se declara sospechosamente en bancarrota, por una “extraña” coincidencia. Resulta paradójico que una familia que disfruta tanto poniendo nombres a colecciones museísticas se haya escondido tan escrupulosamente de sus proyectos empresariales, desde una estratégica y cruel trastienda. Radden Keefe recuerda que no se hará justicia mientras se culpe a la empresa y no a las personas que la dirigían; lo compara con pretender responsabilizar a un coche, intercambiable, impersonal, y no a sus conductores. Para los Sackler, esto supone tan solo una “multa por exceso de velocidad”, una carta blanca para que puedan seguir delinquiendo bajo otros camuflajes.

En definitiva, el periodismo de investigación tiene que ser para el poder como “un chicle pegado en la suela del zapato”. Así recordaba Radden Keefe cómo había definido su libro una persona anónima involucrada con Purdue. Y así Radden Keefe se quiso despedir del público barcelonés contagiando una vez más su entusiasmo por la profesión y, dirigiéndose a los más noveles, aconsejó paciencia, perseverancia y esfuerzo. Una muestra de su ritmo trepidante, inquieto y comprometido es que ya está preparando para el año que viene una colección de historias breves, publicadas anteriormente en The New Yorker, como, por ejemplo, una que vincula curiosamente a la CIA con el origen de la canción más famosa de los Scorpions, Wind of change.

Publicaciones recomendadas

  • El imperio del dolorReservoir Books, 2021
  • No digas nadaReservoir Books, 2020

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