El ascensor averiado

 

La difícil función de la memoria social

La memoria de las sociedades es muy frágil. Nuestra capacidad para recordar está viciada por numerosos sesgos que nos impiden contemplar la realidad de acuerdo con un plan, más o menos, racional. Apenas se estabilizan unas determinadas coordenadas históricas, nuestra percepción del tiempo se congela.

Sin embargo, las fuerzas que empujan a las sociedades son precarias y el cambio siempre las acecha. Cuando esto sucede, nos percatamos de la imprecisión de nuestros pronósticos. Comprobamos que nuestros esquemas de percepción operan siempre a partir del pasado (Bourdieu, 1972). Somos muy malos prediciendo, sobre todo, en épocas de profundo cambio social.

Y no hay duda de que vivimos una época de hondas transformaciones. El mundo está literalmente ardiendo. En los últimos meses ha habido estallidos en Ecuador, Haití, Iraq, Chile, Bolivia, Hong Kong, Líbano y Francia. Si bien en España no contamos con semejante situación, no es menos cierto que el 15M mostró la cara de una ciudadanía, en cierta medida, agotada. ¿Qué está sucediendo en la sociedad global para que sus ciudadanos estén tan descontentos? ¿Por qué después de tantos años de estabilidad han vuelto las revueltas sociales?

En este escrito trataremos que dar una explicación a este respecto. También, seremos atrevidos e intentaremos propiciar posibles soluciones. Para ello, partiremos de la relación entre dos conceptos bien populares: desigualdad económica y movilidad social. Como se sabe, el primero da cuenta de la concentración y dispersión de los ingresos en una sociedad determinada, mientras que el segundo sirve para saber qué cantidad de personas sube, se mantiene y baja en la escala social respecto a sus padres.[1] Creemos que trabajando al unísono con estas dos dimensiones es posible encontrar si no una mejora, sí una posible vía de exploración.

La curva del Gran Gatsby

En 2009, cuando se comenzaba a sentir el fuerte impacto de la crisis financiera mundial, se publicó un libro que respondía al título de The Spirit of Level. Why More Equal Societies Almost Always Do Better. Fue escrito por Richard Wilkinson y Kate Pickett, dos epidemiólogos sociales, y tuvo un éxito editorial sin precedentes. Mostraba la relación entre la desigualdad de ingreso y la movilidad económica a través de los datos de once países. Los países más desiguales eran menos móviles en el ámbito intergeneracional.   

Sin embargo, fue en 2012 cuando Alan Krueger, presidente del Consejo de Asesores Económicos de Barak Obama, hizo popular la curva del Gran Gatsby en una intervención en el Center for American Progress. Con ella, trataba de dar cuenta de la estrecha relación que guardaba la desigualdad con la movilidad social. En un mundo profundamente desigual, las oportunidades vitales son acaparadas por un reducido número de sectores privilegiados. La desigualdad de condición genera inevitablemente desigualdad de resultado, y cuando esta es amplia, se impide la progresión social a las clases menos privilegiadas, que quedan inevitablemente excluidas. 

 

[1] Las personas que suben en la escala social respecto a su clase de origen son parte de la movilidad ascendente. Las personas que descienden en la escala social respecto a sus padres forman parte de la movilidad descendente. A aquellas que mantienen la misma clase social se las denomina inmóviles (o reproducción social).

La curva del Gran Gatsby no es baladí, y no lo es por el siguiente razonamiento. Demuestra que está en peligro la igualdad de oportunidades, principio liberal por el que se ordenaban las sociedades contemporáneas. El ideal meritocrático se levanta sobre una condición previa: todos los ciudadanos de una sociedad tienen que tener la misma probabilidad de ser elegidos para ocupar los puestos de mayor responsabilidad, una vez que hayan demostrado su capacidad para el esfuerzo y su talento. En consecuencia, la eficiencia del capitalismo contemporáneo está siendo amenazada, pues la selección de cuadros podría estar siguiendo una lógica perversa: recompensar a los beneficiarios menos inteligentes y perjudicar a aquellos que, con especial talento, no tienen un origen social elevado.

De ahí se deriva un problema de base, ya que cualquier ideología necesita una buena justificación para perdurar (Piketty, 2019), lo cual supone un escollo en el camino que resulta difícil de superar. Sin un fuerte gravamen impositivo sobre las rentas altas que nos sirva para garantizar una mayor igualdad en las condiciones de partida de los menos privilegiados, no es posible asegurar la salud del sistema. Excluimos a una importante parte de la población, por lo que el sistema se halla viciado, y esto es así porque la amplia desigualdad genera un efecto aún más perverso: la exclusión social. La teoría del derrame (trickle-down economics), que predice un avance significativo por parte de las rentas bajas ante el aumento de la acumulación monetaria e inversión por parte de los más ricos, no encuentra evidencias empíricas con las que sostenerse.

Aumento de la desigualdad

En España, la evolución de la más famosa tasa de desigualdad, a saber, el índice de Gini, ha tomado una forma de U desde el inicio del milagro industrial español hasta nuestros días. Cuando empezó el Plan de Estabilización, el coeficiente de Gini rondaba los 40 puntos. A partir de los años setenta, comenzó a decrecer hasta alcanzar, justo antes de la crisis financiera, cifras inferiores a los 30 puntos (Cha y Prados de la Escosura, 2019). Es un recorrido del que pueden estar orgullosos los españoles; apenas existen países en el globo que hayan alcanzado los objetivos propios de la modernización en un periodo tan corto. Industrialización, expansión escolar, mesocratización, democratización, secularización... Cada uno de los hitos que definen a las sociedades avanzadas fue alcanzado durante estos años.

No obstante, a partir de ahí, el índice de Gini comienza a crecer hasta casi alcanzar los 35 puntos. Una idea merece ser rescatada en este punto. Pese a que el aumento de la desigualdad en los últimos años no ha sido excesivo, la crisis nos ha retrotraído en tan solo un lustro a cifras similares a los años noventa. O dicho de otra forma, aunque el aumento no es espectacular, sí lo es si consideramos el estrecho intervalo de tiempo en el que sucede. Si bien todo el mundo sintió la crisis, incluso los ricos, las clases populares la sintieron mucho más.

 

La evolución de las tasas de movilidad social

Seleccionando el mismo intervalo de tiempo, las tasas de movilidad absoluta se contrajeron al comienzo de la década de los noventa en los hombres y una década después se estancaron para las mujeres. Por el contrario, las posiciones descendentes dejaron de reducirse y las inmóviles se mantuvieron más o menos constantes (Marqués Perales, 2015). Dicho de otra forma, el ascensor social se detuvo: la capacidad de nuestro sistema productivo de crear un mayor empleo cualificado generación tras generación cesó. El número de trabajo cualificado para las nuevas cohortes dejó de ser mayor que para las viejas. Y esto no ha ocurrido en todos los países. Algunos, como Holanda, cuya movilidad ascendente no ha decrecido, siguen aumentando el número de directivos y profesionales generación tras generación, como ocurre también en otros países como Noruega o Suecia.  

Hay que tener en cuenta que de 1960 a 1995 la movilidad social ascendente no dejó de crecer. Las razones aducidas sobre el mantenimiento tan prolongado del ascensor social recaen en tres factores que pasamos a enumerar. En primer lugar, las reformas educativas abrieron la posibilidad de estudiar a una gran masa de personas, muchas más de las que habían estudiado en años precedentes. No hay duda de que la apertura de universidades y el aumento de la inversión escolar tuvo un efecto muy positivo. En segundo lugar, la mejora económica de sus padres, que permitió lidiar con los altos costos de oportunidad. Y en tercer lugar, la feminización, primero escolar y luego laboral. La segregación escolar por sexo fue reduciéndose e incluso las mujeres comenzaron a conseguir un mejor logro académico que los hombres. Una vez que las mujeres fueron canalizando sus estrategias de movilidad social hacia la escuela, fueron sucesivamente conquistando puestos cualificados en la empresa y, muy especialmente, en el empleo público: la administración, la escuela y el sistema de salud.

 

La ecuación del descontento: alta desigualdad + baja movilidad

Todo parece indicar que una nueva relación entre desigualdad y movilidad social está emergiendo en las sociedades contemporáneas, entre ellas la española. La ecuación del descontento es el resultado de un nuevo cóctel explosivo creado por el aumento de la desigualdad y el descenso de la movilidad social. En lo que respecta al primero, si bien es cierto que los individuos no tienen por qué tener una percepción aguda de la desigualdad, cuando esta adquiere el ritmo de aceleración que adquirió durante la crisis, no es de extrañar que su conciencia respecto a ella se agudice. En lo que respecta al segundo, hay que tener en cuenta que los individuos no se mueven por la escala social de la misma forma que lo hacían en el pasado. Puesto que la educación es el primer canal de movilidad social de las sociedades contemporáneas (Blau & Duncan, 1978; Hout & DiPrete, 2006), muchos individuos han trabajado arduamente para completar sus estudios. Promesas rotas. Primero, para unos hijos que no encuentran su lugar en la vida y, segundo, para unos padres que ven que sus esfuerzos (y dinero) no se han hecho realidad. Una vez completadas sus carreras, no encuentran un empleo adecuado a su formación. En semejante escenario, no es extraño comprobar cómo decae el respaldo a las instituciones (CIS, 2012: estudio 2.951) y, con ellas, el bipartidismo que más o menos gobernó nuestro país durante tantos años. Esto supone un problema claro de legitimación social.

Cómo cambiar esta situación

Hoy en día nadie duda de que, como mecanismo de asignación de recursos, la economía de mercado depara importantes beneficios a la sociedad. En la actualidad, son pocos los que abogan por el fin de la empresa privada y del capitalismo. Sin embargo, hemos confiado demasiado en las bondades de su mano invisible. Las transformaciones del capitalismo contemporáneo han generado un escenario más caracterizado por el ahorro que por el crecimiento económico (Piketty, 2013). Cuando este último alcanza importantes proporciones, inevitablemente se generan cambios y la movilidad social derriba las antiguas jerarquías. No obstante, cuando lo que prevalece es el estancamiento, se forman dinastías familiares, y aquí es cuando el mecanismo de asignación propuesto por el mercado falla continuamente.

Pueden tomarse dos vías: una por el lado de la oferta y otra por el de la demanda. La primera de ellas es más fácil que la segunda; supone aumentar la dimensión de las clases directivas y profesionales, pero en un periodo de bajo crecimiento eso es muy difícil de lograr. No vivimos en los años dorados del capitalismo español. Si emprendemos el lado de la demanda, podemos intentar contener el proceso de inflación educativa por medio de pruebas más exigentes y matrículas más caras.

A nuestro juicio, una posible solución podría consistir en tensionar ambas vías, pero en una dirección bien diferente. No hay duda de que la movilidad social es mayor cuando la pequeña empresa se convierte en gran empresa, puesto que genera una mayor mano de obra cualificada (Kaelble, 1985). Pero no solo eso. Sabemos que la gran empresa también tiene unos sistemas de empleo más racionalizados y, por ello, a priori más justos y, en consecuencia, una política decidida de unificación empresarial sería provechosa en términos de movilidad social. Un mayor esfuerzo en inversión tecnológica y en ayuda a la eficiencia organizativa serían medidas oportunas, y dado el limitado tamaño de las empresas españolas, la buena noticia es que por aquí hay visos de mejora. Ahora bien, lo más positivo que tiene el capitalismo surge de la pequeña empresa. En este sentido, hay que ser muy conscientes de que la gran empresa favorece la movilidad social, pero mutila la famosa destrucción creativa (Schumpeter, 1965) que es, sin duda, lo mejor que tiene la economía de mercado. Por otro lado, la combinación de escaso crecimiento e inflación educativa exige una política de radical democratización tanto en la esfera económica como en la escolar. Y englobando estas dos esferas contemplamos dos posibles relaciones: primero, la relación que guarda el origen social con los resultados educativos y, segundo, la relación que guarda con el destino de clase de los individuos.

Il·lustració © Joan Alturo © Joan Alturo

 

Las desigualdades educativas

Las transferencias de rentas condicionadas a los resultados educativos han resultado ser una medida especialmente exitosa. Un ejemplo de ello es la ayuda concedida por la Junta de Andalucía que responde al nombre de Beca 6000, con la que se intenta “compensar los costes indirectos de oportunidad derivados de la dedicación plena a estudios no obligatorios, así como incentivar el esfuerzo y rendimiento del alumnado” (Río y Jiménez, 2014). Este tipo de ayudas se están aplicando actualmente en México, Brasil, Estados Unidos y Reino Unido. El problema de este tipo de becas es su limitación a un reducido público.[1] Deberían ampliarse y contemplar a todo el conjunto de familias con ingresos medios-bajos, especialmente cuando sus progenitores tienen rentas bajas y parten de un nivel formativo escaso. Además, este tipo de becas deberían ser fomentadas no solo por el Estado, sino por las empresas a través de fundaciones privadas, como ya se hace en otros países. Mediante este tipo de ayudas, podríamos discriminar positivamente a los alumnos que vienen de las clases sociales menos aventajadas.

Llegados aquí, debemos aclarar una cuestión importante: los títulos educativos son bienes posicionales. ¿Qué quiere decir esto? Es muy simple: su aprovechamiento depende de cuántos individuos estudian. Imaginemos una sociedad cuya estructura laboral alcanza el 20 % de empleo cualificado. Si el número de individuos que tienen un título universitario es del 80 % en lugar del 30 %, será mucho más difícil encontrar un empleo ajustado a sus niveles formativos. En consecuencia, un escenario de profunda expansión educativa no se traduce per se en un aumento de la movilidad social. Para conseguirla, tenemos que contemplar la relación entre los resultados educativos y el destino de clase de los individuos. 

 

[1] Los ingresos familiares exigidos para disfrutar de la beca son de 7.306,5 € para un hogar de cuatro individuos (Río y Jiménez, 2014).

 

 

El acceso al destino ocupacional por medio de la educación

No puede ser que las élites económicas no tengan que dar cuenta cómo seleccionan a su personal laboral, ni tampoco es justo que se coopten los puestos de mayor responsabilidad social sin rendir cuentas a la sociedad. No creo que sea muy difícil hacerlas partícipes de un proyecto social más amplio siempre que los canales de acceso propuestos sean claros. La empresa privada tiene unas responsabilidades sociales y aunque la obtención de beneficios sea su principal finalidad no debería ser su único objetivo. Si bien deben elegir a aquellos que sean considerados los mejores, también deberían poder ser escogidos todos aquellos que tengan un determinado perfil, independientemente de su procedencia. En Reino Unido, la Comisión de Movilidad Social tiene entre sus propósitos evaluar los procesos de selección de personal de las grandes empresas, y entre sus recomendaciones incluyen diferentes áreas como infancia, escuelas, territorio o trabajo.

Veamos una de sus recomendaciones en este último campo que viene a colación con lo que acabamos de decir:

“Hacer de la diversidad económica en el empleo profesional una prioridad, animando a los grandes empleadores a que hagan más justo el acceso y la progresión, especialmente en los sectores públicos.”

(Social Commision, Time For Change: An Assessment of Government Policies on Social Mobility 1997-2017. Junio del 2017).

Considerando solamente el rol que desempeñan las desigualdades educativas no obtendremos resultados positivos; debemos tener en cuenta el papel que desempeña la educación misma en los destinos de clase de los individuos. Contemplando ambos conjuntamente quizás podamos activar el ascensor social, válvula de escape de las sociedades capitalistas (Hirschman, 1973).

 

Referencias bibliográficas

Blau, P. M. & Duncan, O. D., The American occupational structure. Free Press, Nueva York, 1978.

Bourdieu, P., Esquisse d’une théorie de la pratique, précédé de trois études d’ethnologie kabyle, Droz, Ginebra, 1972.

Cha, M. y Prados de la Escosura, L., “Living Standards, Inequality, and Human Development since 1870 : a Review of Evidence”. IFCS - Working Papers in Economic History. WH 28438, Universidad Carlos III de Madrid. Instituto Figuerola, Madrid, 2019.

CIS. Barómetro de Opinión, julio de 2012, estudio 2.951. Centro de Investigaciones Sociológicas, Madrid, 2012.

Hirschman, A., “The changing tolerance for income inequality in the course of economic development”. World Development, vol. 1 (12), p. 29-36. Diciembre de 1973.

Hout, M., & DiPrete, T. A., “What we have learned: RC28’s contributions to knowledge about social stratification”. Research in Social Stratification and Mobility, vol. 24 (1), p. 1-20 (2006) https://doi.org/10.1016/j.rssm.2005.10.001

Kaelble, H., Social Mobility in the 19th and 20th Centuries. Europe and America in Comparative Perspective. Berg, Leamington Spa, Reino Unido, 1985.

El boletín

Suscríbete a nuestro boletín para estar informado de las novedades de Barcelona Metròpolis